Por: Marcelo Colussi
En 1980, en medio de una monstruosa guerra interna, el Estado de Guatemala quemó vivas a 36 personas en la Embajada de España. “¡No debe salir nadie vivo!” fue la orden. Y así se hizo.
37 años después las cosas no han cambiado mucho. Una instancia de Estado dejó morir a 36 jovencitas en un incendio sumamente dudoso. Ahora buena parte de la población –en cierta forma, azuzada por los medios masivos de comunicación– se indigna por esta nueva masacre. ¡Qué bueno que haya indignación!
No olvidar que la cantidad de jovencitas calcinadas en San José Pinula es más o menos equivalente a la cantidad de niños muertos por HAMBRE en tres días en el país. La indignación debería llevar a preguntarnos (y hacer algo al respecto) por qué hay jóvenes excluidos, por qué hay un Estado que puede quemar a su gente, por qué hay barriadas pobres que expulsan a sus hijos haciendo necesaria la beneficencia pública.
Ojalá la indignación pase de golpearse el pecho… Lo que sucedía en el país hace 37 años, cuando se quemó a esos 36 campesinos que buscaban mejores condiciones de vida, es más o menos lo que sigue sucediendo ahora. ¿Nos golpeamos el pecho o podemos hacer algo más?