Por: Oswaldo Franco
Contexto histórico
Mario Payeras fue un filósofo, poeta, ensayista y líder de la guerrilla guatemalteca. Fue comandante guerrillero a principios de la década de 1980 conocido con el pseudónimo de Benedicto. Nació en Chimaltenango, en Guatemala, en 1940. Durante el gobierno del coronel Jacobo Árbenz Guzmán fue miembro de la Juventud del Partido Guatemalteco del Trabajo, lo que le permitió ser becado en otros países. Realizó estudios en la universidad de Leipzig en la Alemania del Este. Fue uno de los comandantes del Ejército Guerrillero de los Pobres (EGP), organización con la que rompió en 1984, para fundar otro esfuerzo revolucionario en la organización Octubre Revolucionario OR.
Para 1983 Payeras había planteado su pensamiento y las líneas del EGP con respecto a temáticas diversas como los pueblos indígenas y varios manifiestos revolucionarios. No obstante ese año será clave y traumático para las organizaciones rebeldes. La avanzada de la inteligencia militar había diezmado las dirigencias, especialmente la de la Organización Revolucionaria Pueblo en Armas cercando y demoliendo algunas de sus casas de seguridad. Con estos hechos en la espalda, en 1983 Payeras escribió “El Trueno en la Ciudad”, un libro en el que relataba cómo fue su experiencia como líder guerrillero, y lo que a su criterio provocó los serios reveses y derrotas tácticas de las organizaciones revolucionarias. El trueno en la ciudadfue publicado en 1987 en la Ciudad de México por la editorial Juan Pablos Editores. Tiene 104 páginas en las que relata su experiencia en la guerrilla entre los años 1975 y 1981. El libro narra las razones que, según Payeras, provocaron los reveses que marcarían un momento desastroso para la guerrilla guatemalteca. El libro ha sido editado y lanzado de nuevo en Guatemala en la Editorial Magna Terra con el permiso y licencia otorgada por la ex compañera sentimental y de armas de Payeras, Yolanda Colom.
Uno de los primeros atentados narrados en el libro fue el ataque directo en contra del general Horacio Maldonado Schaad, quien fue comandante de la brigada Guardia de Honor, y que a pesar del ataque y de haber recibido dos impactos de bala, siguió con vida.
Payeras comenta sobre las organizaciones que “el talón de Aquiles de la guerrilla era que su estructura y funcionamiento no se asentaba en verdaderas bases de apoyo, sino en la peligrosa artificialidad de sus propios recursos”. Refiriéndose a que las bases de la EGP estaban en el occidente del país, pues había nacido en el Ixcán, por lo que la capital era tomada solo como una “retaguardia oficial”.
Fue en 1972 cuando un grupo de militantes clandestinos buscó asentarse en la ciudad capital. Sobre este acontecimiento, Ricardo Ramírez, uno de los sobrevivientes de la guerrilla de la Sierra de las Minas, menciona: “La gestación consciente de nuestra guerra y sus primeros inicios tuvieron comienzo en la ciudad, en el seno de núcleos avanzados de la clase obrera, de intelectuales comunistas y militares progresistas, que en su fusión dieron lugar, de manera desordenada a los primeros planteamientos sobre la guerra revolucionaria en nuestro país…”.[1]
Para pasar desapercibidos, ubicaron el Cuartel General en una pequeña habitación que alquilaban en la zona 12 capitalina y se hacían pasar por comerciantes al por menor. Para transportar sus materiales de desecho y madera utilizaron 3 vehículos, uno que fue robado más adelante, otro que no aguantó el peso de los materiales y sucumbió y “El Caimán” una camioneta verde. Para hacer vigilancia tuvieron que improvisar una pequeña cámara con madera y retazos de cartón, esto debido a que “su condición de comerciantes no daba la pantalla para hacer fotografía, ni su condición de huéspedes la privacidad necesaria”.
Don Mincho era el encargado de llevar a reparar las armas, se hacía pasar por un asistente militar imaginario para que no le pusieran “peros” al momento de componer las mismas. Poco a poco y a lo largo de tres años, lograron construir una red clandestina efectiva con el nombre de una sociedad anónima y en defensa de algo que parecía derrotado. Para hacerse de documentos personales debían seguir la pista de algún muerto o a alguien ausente por muchos meses. Seudónimos, vigilancia, compartimentación, claves de entrega total eran los movimientos utilizados por los primeros grupos que se asentaban en la ciudad en aquellos años.
Payeras resalta que en aquel tiempo ningún militante sobrepasaba los 30 años, y que por 5 años realizaron operaciones legendarias. También relata que la guerra dio inicio el 13 de diciembre de 1975, cuando los guerrilleros abatieron a Bernal Hernández, quien era oficial del Ejército y que imponía el terror con sus matones en el Congreso de la República. Relata también cómo fue que algunos oficiales del Ejército y jefes de la policía iban cayendo uno a uno bajo el fuego de las armas revolucionarias. “Partiendo de sus bases secretas en la ciudad, golpeaba como un rayo donde menos se esperaba”.[2]
A finales de los años 70 hubo recias luchas populares. El gobierno de Kjell Laugerud García terminó con la matanza de 130 campesinos en Panzós, Alta Verapaz. En esta época, Mama Maquín, líder indígena, se presentó a protestar por el despojo de tierras de su comunidad y fue ametrallada por las tropas militares.
Con el gobierno de Romeo Lucas García se instauró el terror. La oposición democrática y el movimiento popular fueron exterminados implacablemente. Los asesinatos políticos[3]llegaron a hacerse cotidianos. Líderes sindicalistas, universitarios, catedráticos o cualquier ciudadano podía ser víctima de atentados brutales. Día tras día los periódicos y la televisión repetían la misma trágica escena, como narra Payeras en su libro: Un conocido ginecólogo era abatido en su vehículo a la salida de su casa, un catedrático recibía múltiples impactos de bala en el rostro cuando abordaba su vehículo, otro era ametrellado junto a su esposa. Oliverio Castañeda, quien era presidente de la Asociación de Estudiantes Universitarios (AEU), fue asesinado en la entrada del Pasaje Rubio por esbirros de traje civil, el 20 de octubre de 1978.[4]
En 1979, Alberto Fuentes Mohr, principal dirigente del Partido Socialista Democrático, fue asesinado por múltiples impactos de bala en la avenida Reforma. Semanas después, Manuel Colom Argueta, máximo líder del Frente Unido de la Revolución (FUR), corría con la misma suerte. Los designios continuistas del gobierno militar de esa época era la liquidación de los dirigentes de la oposición democrática, más que eso, su objetivo era la eliminación de toda oposición organizada, como narra Payeras en su libro. Lejos de retroceder, la ciudadanía manifestó su repudio a estos crímenes, concurriendo por miles a los entierros de estos muertos. Debido a esto, cuenta Payeras, la represión se hizo indiscriminada y se tornó Genocida.
En 1980 la policía tomó la Central Nacional de Trabajadores y secuestró a más de 20 dirigentes sindicalistas. Sus cadáveres nunca aparecieron. Según relata Payeras, una de las respuestas de la guerrilla en contra de estos ataques perpetrados por el Gobierno militar fue en contra del jefe del Estado Mayor General del Ejército, David Cancinos, quien era culpado, entre otras cosas, de haber dirigido el asesinato de Manuel Colom Argueta.
En el interior del país tampoco cesaban los ataques. Las fuerzas guerrilleras atacaban autos militares y asesinaban a miembros del Ejército y estos respondían masacrando comunidades. Debido a esto, 21 campesinos se mostraban en sedes sindicales, locales de prensa y entidades educativas para denunciar la represión de la cual eran objeto sus comunidades. En esa época, la censura de la prensa impedía que se conocieran sus denuncias.
El 31 de enero de 1980 decidieron tomar la embajada de España, acompañados por obreros, estudiantes y pobladores de la capital. La policía cercó la sede diplomática y la incendió con sus ocupantes dentro[5]. Gregorio Yujá, uno de los campesinos que sobrevivió a la tragedia, fue secuestrado días después cuando se recuperaba de sus heridas en un hospital. Fue torturado y luego sus restos fueron lanzados a la Universidad de San Carlos, donde aún descansan.
Análisis de las casas de seguridad
La guerrilla se daba cuenta de que en la ciudad no se podían cumplir sus grandes previsiones, “la estrategia revolucionaria en un país complejo, no puede basarse simplemente en la astucia de una élite inteligente”.
En 1981, tras un par de semanas de calma que solo presagiaban acontecimientos desfavorables, la guerrilla, según Payeras, se preparaba para lo peor. Preveían un cateo de la ciudad, como parte de un recurso extremo del enemigo para atrapar al tábano invulnerable. Sin embargo se dieron cuenta de que con lo que estaba pasando en el interior del país, para registrar casa por casa debían utilizar mayor cantidad de militares que los que tenían en el Ejército. Aun así decidieron movilizarse y cambiarse de casas, para despistar; y no fue sino hasta el 18 de julio de ese año que la casa en la que se encontraban, ubicada en zona 2, fue tomada por las fuerzas armadas del Ejército. Los reporteros recibieron material gráfico por parte del personal militar con fotos e información de que se había encontrado un arsenal completo y mantas de propaganda que identificaban a la organización, aunque en la casa no había mantas. Payeras explica en su libro que la casa había sido ocupada la noche anterior por unidades especializadas en operaciones de inteligencia, y la guerrilla la había dejado en el último minuto.
Diez días antes, el 8 de julio, en Villa Hermosa se había llevado a cabo otra redada, en una de las casa de seguridad de la Organización del Pueblo en Armas (Orpa). En dicha casa se encontraban alrededor de 17 combatientes, que resistieron desde el amanecer hasta el mediodía, combatiendo contra los militares. Fue una resistencia heroica que sin embargo sucumbió. En dicha casa se hallaba la fábrica de explosivos de la organización.
A pesar de tomar todas las medidas para que las casas no fueran descubiertas (arrendaban con documentos falsos, no dejaban resquicios a la detección casual por terceros, los combatientes eran transportados con ojos vendados y carros con vidrios polarizados para no detectar la ubicación), Payeras relata que uno de los indicios pudo haber sido que los vecinos usualmente escuchaba un mayor número de voces que el que correspondía con la cantidad de inquilinos aparentes. Aunque esto no logra explicar lo ocurrido el 8 de julio. Por lo que la única explicación era una denuncia de alguien que conociera la ubicación de la casa. Aunque quienes la conocían habían caído en combate o estaban bajo el control de la organización.
Ante esto, relata Payeras que 12 días antes del atentado contra la casa de Villa Hermosa, el vocero de la oficina de relaciones públicas del Ejército había dado a conocer la detención de dos combatientes capturados. En sus declaraciones públicas, los cautivos, que eran indígenas, campesinos y muy jóvenes, pudieron dar detalles acerca de su reclutamiento y de un viaje al exterior y del funcionamiento interno de la organización. Lo que suponía que el Ejército tenía información de un determinado número de viviendas. La conclusión era que el Ejército había golpeado por errores concretos cometidos por los miembros de la Orpa.
Todas estas conclusiones se fueron al pique, ya que el viernes 10 de ese mismo mes, otro gran operativo militar se llevó a cabo en la colonia El Carmen. En el sector urbano se escuchaban balaceras y disparos de cañón. Hubo un número mayor de guerrilleros caídos. Un gran arsenal, explosivos y municiones, había sido ocupado por el Ejército. Según los informes, esta vivienda fue detectada por denuncias de los vecinos.
En esa época se realizaron dos censos, según comenta Payeras. El Ejército pudo investigar los cambios de información en ambas encuestas y de esta manera saber qué casas investigar, además de que, uno de los modus operandi de los guerrilleros consistía en cambiar frecuentemente de casa, dado que las actividades clandestinas deterioraban las mismas, por lo que toda vivienda alquilada en los últimos seis meses era investigada. A ese criterio se le agregaba una nueva variante: el contrato de arrendamiento. Se pedía a abogados y notarios presentar documentación confidencial, ya que se realizaban protocolos notariales. Con esta información, los militares, cotejaban datos, analizaban fechas y verificaban la autenticidad de la documentación. Información que pasaba por las computadoras del Ejército.
Durante las siguientes semanas se realizaron más cateos a casas de seguridad. La ofensiva enemiga cobró un ritmo creciente. El 29 de julio, en la zona 14 de la ciudad, otra casa de la organización fue atacada. En el ataque murió el comandante Antonio. Payeras relata que este hecho tuvo que ver con algo que sucedió en la mañana de ese 29 de julio: un compañero que vivía en la casa de Antonio acompañado de otro combatiente, se conducía en automóvil cuando cayeron en un tapón enemigo. El conductor cayó muerto luego de ser atacados por no hacer el alto, sin embargo el combatiente mencionado logró escapar por los barrancos aledaños. A mediodía se realizaba el ataque antes mencionado.
Los cateos continuaban, Payeras comenta que cierto día vieron el despliegue de un cerco policial, pensando que se trataba de un operativo contra su casa, se prepararon para romper el cerco. Sin embargo, empezaron a sonar explosiones y tiroteos en una residencia cercana. Al comprender la situación y previendo un cateo posterior, abandonaron la vivienda. Transportaron en el vehículo, apenas cubiertas con un poncho, las subametralladoras y el lanzacohetes de la unidad. Más tarde volvieron a la casa evacuada a rellenar los depósitos inconclusos y entregar la casa a su propietario con cualquier pretexto. Cuatro días más tarde, una casa ubicada en colonia Miraflores, en la zona 11, fue ocupada por el enemigo. Aunque este cateo fue en contra de una casa abandonada días antes. El Ejército, según narra Payeras, introdujo en secreto armas y propaganda al local, antes de la ocupación pública, presentando lo hallado a la prensa como botín de guerra efectivo.
Tras otros meses de lucha, y de muchos guerrilleros caídos, era necesario empezar de nuevo a pesar, saber que cada hora podía ser la última, según relata Payeras. “Eran meses lluviosos y los insectos acopiaban víveres para el futuro. El avance en el terreno de un ala de mariposa, arrastrada por muchas minúsculas tenazas, era nuestra referencia para medir el tiempo. En la conciencia, donde llevamos la alegría, el miedo y la esperanza, hacía falta entonces un ala de mariposa. Nosotros mismos logramos depositarla ahí, una de aquellas mañanas. Y a partir de entonces fuimos verdaderamente libres. Era la decisión, meditada y profunda, de quitarnos la vida antes que caer en manos del enemigo. Las ideas filosóficas en que nos habíamos formado, la ciencia que enseña que todo fluye, que todo cambia, nos llevaba a concluir, paradójicamente, que la afirmación de la vida pasa con frecuencia por su viejo contrario. La transformación revolucionaria del mundo es un hecho colectivo y no ha de detenerse por la caída de cualquiera de nosotros. Una vez seguros de ello, solo podíamos esperar la victoria. Sabíamos, además, que iba a llegar el tiempo de la alborada y que ante el viento de la revolución no están llamados a prevalecer todos los frutos del árbol de la vida”.[6]
Esa última frase de Payeras utiliza analogías para saber que para poder volver a volar, volver a luchar tendrían que volver a sus inicios, a reunirse a representar la lucha. Tal cual oruga para volverse mariposa, esa metamorfosis necesaria para mejorar. Con la idea del Zapata, que más adelante utilizó el Che Guevara: “prefiero morir de pie que vivir de rodillas”. Que al final fue la base de los revolucionarios para poder resistir a la opresión del gobierno de Guatemala en esa época.
Mario Payeras murió en México en 1995.
Además de hacer una autocrítica al manejo que tuvo la guerrilla, Payeras retrata de manera perfecta sus años vividos. Es un libro increíble. Además mientras más lo leía, más comprendía que en Guatemala no hemos aprendido de nuestros errores, pareciera que estamos destinados a repetir ese círculo vicioso, aun cuando estamos en “tiempos democráticos”. Si bien en esa época “temíamos” a una dictadura, actualmente estamos bajo el mandato de las personas que tienen el capital para poder controlar las decisiones de los mandatarios. Inclusive se puede decir que se vive en una “Narcocracia”.
Los delitos son los mismos, lo que cambian son los actores. Abuso de poder, de autoridad, robo, asesinato, atentados. Todo lo que en los relatos se vivió en el conflicto armado interno, son cosas que se ven a diario en nuestra nación. La población ahora se encuentra rodeada de narcotraficantes, pandilleros e incluso el mismo Gobierno que tratan de mantener el miedo en los guatemaltecos y así “poder controlarlos”. Quizás con lo sucedido el año pasado, cuando el pueblo cansado logró la renuncia del presidente y la vicepresidenta, no al mismo tiempo, los mandatarios se pueden dar cuenta que el país unido puede ser el propio “revolucionario”. Lo que pasa en los pueblos que campesinos se unen para dar cuenta de los delincuentes quemándolos o linchándolos.
Lo malo, he de decir, es que lastimosamente la respuesta para todo es violencia, cuando no debería de ser así, en Guatemala hace falta mucha educación y mucha tolerancia, si bien el pueblo está cansado de tantos problemas sociales, el combatir temor con temor nunca será la solución, porque se repetirá la historia y se mantendrá ese círculo vicioso, como dije mismos delitos, distintos actores.
[1] Documento escrito por Ricardo Ramírez, tomado por Mario Payeras en su Libro el Trueno en la Ciudad.
[2] El Trueno en la ciudad. Mario Payeras. Página 57.
[3] Crimen perpetrado por razones políticas, o cuando la víctima es asesinada por sus actividades políticas.
[4] El Trueno en la ciudad. Mario Payeras. Página 60 – 62.
[5] https://comunitariapress.wordpress.com/2016/01/31/toma-y-quema-de-la-embajada-de-espana-que-no-quede-ninguno-vivo/
[6] Texto final del libro El trueno en la ciudad de Mario Payeras.