Créditos: Prensa Comunitaria
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Por Miguel Ángel Sandoval

Este domingo 29 de junio, desde Chile recibimos una noticia que nos estremeció: una mujer comunista ganó la elección primaria para ser la candidata a presidente de una amplia coalición de partidos políticos que se denomina Unidad por Chile. Una de sus rivales más destacadas fue la representante de otro partido identificado como socialdemócrata. Al saber los resultados, la socialista derrotada dio un abrazo a la comunista ganadora. Ésa, es una expresión de civilidad en los procesos políticos de corte electoral. Nada que ver con nuestro paisito.

Pero el tema que me interesa abordar es el que, en Chile o Argentina, las elecciones primarias son obligatorias, igual en Honduras, a diferencia de México en donde se realizaron en el proceso anterior por una decisión política de Morena. Están enmarcadas en la ley electoral y de partidos de esos países y, sobre todo, forman parte de prácticas políticas que deberían de ser analizadas en nuestro país. Y creo que los diferentes partidos podrían hacer algo al respecto. 

En estos países se acude a las elecciones con coaliciones que ganan o pierden elecciones, pero luego de realizar procesos de acercamientos y por supuesto, elecciones primarias. En especial los partidos que se consideran democráticos o de izquierda. Si hablamos, en nuestro caso, de la necesidad de una gran alianza en un Frente Único, se deberían de realizar elecciones primarias, estén o no estén consideradas en la ley, con los partidos que participen, así como con algunas organizaciones sociales. En los países que menciono, todos los miembros de esos partidos pueden participar, así como personas que no lo sean, es decir, cualquier ciudadano, que adelante podría emitir su voto en las elecciones.

Sería extraordinario que en nuestro país se pudiera escoger candidatos a los cargos de elección con elecciones primarias con participación de la URNG, Winaq, lo que fue el MLP, Semilla, Raíz, algún otro, organizaciones sociales, y gente con deseos de participar en procesos abiertos, transparentes, democráticos, que permitan elegir a los más capacitados. Y, sobre todo, sacar a los partidos, grandes o pequeños de su zona de confort, reducida a un par de diputados, unos pocos afiliados y dos o tres cabecillas que no son líderes con amplio respaldo y generadores de simpatías. Se sabe de un enorme movimiento social que se organiza, se articula, lucha, pero fuera de los partidos políticos por la deriva de los mismos. No hay un solo partido que pueda o que pretenda liderar las luchas sociales o los movimientos de pueblos indígenas que son muchos, amplios y variados.

En países como Argentina, Chile, Honduras o México, existe la certeza que un partido solo, sin alianzas, difícilmente puede alcanzar una victoria electoral que le permita gobernar con solvencia. Adicionalmente existen en varios de los partidos de esos países, corrientes internas que vía las elecciones primarias escogen a sus candidatos para poder así, tener la seguridad de competiciones electorales en donde todo mundo se siente representado, y sin que exista la idea de que se impusieron candidaturas. Y lo más importante, los programas de gobierno. Es a no dudarlo expresión de una ciudadanía informada y que participa.

En conversación con un amigo de Chile, comentaba que al saber el domingo 29 por la tarde que había ganado la nominación a la presidencia Jeanette Jara, todos los partidos de la coalición y otros fueron a la sede del partido comunista para expresar su apoyo a la nueva candidata presidencial de ese país. Es una muestra de alto espíritu democrático.

Estas pocas reflexiones tienen sentido, pues en nuestro país falta mucho camino por recorrer para que se entiendan al menos dos cosas: la primera es que no hay condiciones para que un solo partido gane las elecciones, salvo un milagro o sorpresa como la de Semilla en las elecciones pasadas. Y el segundo tema, es que esas coaliciones o alianzas deben pasar por elecciones primarias para que de esa manera se puedan definir las candidaturas a alcaldías, diputaciones y la presidencia. No hay otra alternativa para ello, al menos que se pretenda que cada partidito tiene la razón y que los otros están equivocados, o que el programa de uno es el infalible y que por tanto se deben sumar a él. Es la mejor manera de perder en el terreno político.

En Guatemala vivimos como gente que hace política de manera organizada, cada quien, en su esquina, o como dice el refrán, cada mico en su columpio. Los otros no son buenos para nada, menos para establecer relaciones de alianza. Es el sálvese quien pueda, pero solo. La idea de hacer algo juntos con otras fuerzas es prácticamente desechada. La unidad o los frentes son ajenos a las costumbres políticas. 

Pero ya es tiempo para que la política pueda ser rescatada y con ello se pueda pensar en procesos políticos democráticos participativos, y con éxito. Aún estamos a tiempo de modificar la ley electoral y de partidos políticos. No es posible que todos se nieguen a reformas que mantengan una ley de rango constitucional, como un obstáculo para la participación democrática. Es el colmo del desorden el modelo clientelar de partidos que existe en el país. No se puede pensar que unos 30 o 40 partidos, que además no poseen ideología, programa político, cuadros orgánicos, institutos de formación, y muchas falencias más, se opongan a reformas que permitan alianzas, coaliciones y, sobre todo, elecciones primarias para definir candidaturas y programas de gobierno.

Antes bien, en la actualidad existe la tendencia a reformar la LEPP para permitir el transfuguismo, los partidos clientelares antes que ideológicos o con programa y estatutos claros, en donde no son los partidos quienes definen su rumbo, sino que permiten que otras instancias del sistema legal del país se entrometan en sus funciones. Aun sin reformas, las elecciones primarias se deberían de realizar como una decisión política de los revolucionarios, demócratas o progresistas que quieran un futuro mejor para nuestro país.  Y al mismo tiempo, hay que dejar de lado el fenómeno de tratar de resolver las diferencias por la vía de recursos legales como amparos y esas figuras que no aplican a la lucha política en cualquier país que se considere democrático.

Por eso estamos como estamos.

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