El tiempo principia en Xibalbá

COMPARTE

Créditos: Prensa Comunitaria
Tiempo de lectura: 5 minutos

Por Dante Liano 

Se acaba de publicar, en España, la última edición de El tiempo principia en Xibalbá, de Luis de Lion. Hace años que Eduardo Becerra, profesor en la UAM de Madrid, notable hispanoamericanista español, trata de hacer conocer la novela al público de su país. No ha sido fácil. La primera vez, una absurda cuestión de derechos de autor fue considerable obstáculo para la publicación. Pasado el tiempo, Becerra parece haber superado el problema y, finalmente, la obra puede circular en España, sin las trabas que implica la importación de libros. Muy probablemente se trata del segundo manuscrito de la novela, aquel que cuenta con correcciones aportadas por el mismo Luis de Lion. En pocas palabras: la primera edición se debe al fervor y amistad de Fernando González Davison, quien tuvo el coraje de publicarla en 1985, durante una de las oleadas de mayor represión política en Guatemala. Era época de masacres y desapariciones y financiar la obra de un desaparecido podía ser interpretado como un desafío a la dictadura militar de la época. No sé dónde obtuvo el buen Fernando el manuscrito, pero es probable que fuera uno de los que circularon entre los amigos de Luis. Yo mismo leí ese texto, antes de 1980. No sé a dónde fue a parar el manuscrito, pero imagino que lo devolví a quien me lo prestó. Años después, conocí a un joven milanés, Piero D’Oro, quien quería convertirse en editor. Le propuse El tiempo principia en Xibalbá, y se entusiasmó. Me dijo: “¡Este es el nuevo Cien años de soledad!”. Ignoro si me lo decía por la calidad literaria o porque imaginaba que se convertiría en un best-seller. Era el año 1994. Para traducirla al italiano, hablé con Marina de Menech, una brillante joven recién graduada en Literatura Hispanoamericana, en Feltre. Ella hizo el trabajo gratuitamente. Todos los que estábamos en el proyecto trabajábamos gratis. No recuerdo los detalles, pero Francisco Morales Santos también participó. Me hizo llegar el último manuscrito de la novela y, al compulsarlo con el texto publicado por Davison, me di cuenta de algunas divergencias. Entonces, siguiendo la regla de que, en los textos modernos, lo que vale es la última copia autorizada por el escritor, se tradujo el último manuscrito. Piero D’Oro no quedó contento del resultado final, por lo que nos sentamos por varias jornadas a mejorar el texto italiano, línea por línea. El resultado es Il tempo comincia a Xibalbá, de Selene edizioni. Ha pasado mucho tiempo, y no sé en qué fue a parar esa casa editorial y dónde anda Piero. Sé que Marina vive en Nueva York.

Para que una obra tenga suerte editorial, se necesita que quien la publica posea una maquinaria de publicidad imponente y, cosa muy importante, una red de distribución monumental. Las multinacionales de la edición están en la capacidad de imponer sus productos por todas partes, mientras que los pequeños editores se quedan arrinconados en las esquinas de las librerías de su propio país. Esto fue lo que pasó con la versión italiana de la obra de Luis de Lion. Según las leyes del mercado, era natural que eso sucediera. Según la percepción de la calidad literaria, suena a injusticia, pero así van las cosas. Hubo varias ediciones en Guatemala, pero no fuera del país. Por una de esas coincidencias que solo el tiempo puede explicar, no solo se publica en Madrid, sino también en Brasil, según me cuenta Becerra. Esperamos que la novela de nuestro compatriota pueda ser leída por un público más vasto, y, por qué no, que tenga una gran circulación.

Conocí a Luis de Lion una tarde de sábado en San Juan del Obispo, su ciudad natal. El grupo de Marco Antonio Flores me había concedido el honor de admitirme en ese círculo cerrado y pude asistir a una suerte de picnic alcohólico en el quiosco del parque de ese pueblo. Cuando llegué, hacia las tres de la tarde, los escritores ya estaban borrachos. Los tambaleantes artistas decían chascarrillos, juegos de palabras, cultas obscenidades y fue un alivio que me mandaran a comprar longanizas con Quique Noriega. En una casa de vecindad, unos chicos inflaban a soplidos el intestino de un cerdo, y luego lo rellenaban con la masa que estaba acumulada en un balde de aluminio. Lo dividían simétricamente y amarraban pequeños trozos, probablemente con un cáñamo que yacía en el suelo. Compramos unos diez quetzales de longanizas y nos regresamos al parque. Más tarde, nos trasladamos a una cantina de muy mala muerte. Cuando el nivel de la agresividad subió de tono, me escapé, de regreso a la capital, con el pensamiento de que me había equivocado de vocación.

Mi segundo encuentro con Luis de Lion ocurrió en el mismo lugar en donde lo había conocido. Mi esposa y yo celebrábamos nuestra luna de miel en Antigua. Subimos a San Juan del Obispo, y estábamos en el kiosco cuando pasó por ahí el desaliñado narrador. Cuando le dije el motivo del viaje, me ofreció, con espontánea generosidad, un banquete en su casa. Caldo de pollo con arroz y café de olla. Luis vivía en una típica casa de pueblo guatemalteco, con piso de tierra y muebles de madera de pino. Era amable, afectuoso, sincero. Daba lo que tenía, que no era mucho. Pasó el tiempo. No sé cuándo, en esos años, me llamó Luis Eduardo Rivera, otro sábado por la tarde. Me dijo: “Metieron preso a Luis. Parece que ya lo soltaron, pero hay que ir buscarlo a su casa. Como tenés carro, vamos juntos”. En el camino, Luis Eduardo me contó que De Lion había ido a una manifestación de maestros, como había tantas en la época. Los agentes le habían caído encima y lo habían golpeado. Luego, se lo habían llevado al famoso Cuarto Cuerpo de la Policía Nacional. Luis Eduardo y yo íbamos a ofrecerle solidaridad. “¿Y dónde están los otros escritores del grupo?”, le pregunté. Me contestó, riéndose: “Dándose de botellazos en una cantina en Antigua”. La casa de Luis de Lion estaba en un laberinto de una colonia pobre de la zona 7. No sé cómo llegamos, visto que en la época no existía el GPS. Cuando tocamos a la puerta, unos ojos asustados se asomaron en la rendija que se entreabrió. Era la esposa. Cuando nos identificamos, nos dejaron entrar. Me asombró ver que Luis de Lion había reproducido, en la capital, la misma casa que poseía en San Juan del Obispo. Piso de tierra, una cama sucinta, mesa de madera barata. Olor a pino y adobe. Nos ofrecieron café con pan. Y así pasamos la tarde. La última vez que lo vi fue en un despacho de la Escuela de Ciencias Psicológicas. Alguien me había comentado que Luis de Lion había decidido abandonar la literatura. De toda la conversación, en la que, con gran inutilidad, yo trataba de convencerlo de continuar con la escritura, recuerdo su negativa: primero la revolución, me dijo. Cuatro años después de esa conversación, Luis fue secuestrado, torturado y asesinado por la dictadura militar. Según consta en el registro de los archivos militares, resistió un mes a la tortura sin haber delatado a sus compañeros.

El tiempo principia en Xibalbá se ha convertido en una obra de culto y Luis de Lion figura entre los principales escritores de América Central. Uno de los secretos de esa obra maestra reside en el hecho de que es la primera que habla del tema de la cultura maya “desde dentro”, es decir, con la perspectiva de un maya cakchiquel. A lo largo de la historia de la literatura guatemalteca, la sociedad de los pueblos originarios del país había sido descrita por ojos de alguna manera extraños. La otra virtud es que Luis de Lion no es complaciente con sus paisanos. Desnuda virtudes y vicios sin piedad, con la única brújula de la estética, sin antropologismos ni sociologismos, sino con una sincera búsqueda de la verdad a través de la literatura. El resultado es una alucinación que se emparenta con la gran narrativa mundial, desde Faulkner y sus pueblos imaginarios hasta Juan Rulfo y sus descensos infernales. También: un tratamiento artístico del lenguaje, en un español remozado y reconvertido por la experiencia americana. Ojalá que sus nuevos lectores ibéricos descubran el oculto secreto de El tiempo principia en Xibalbá, su alianza con el mito, en ese tiempo suspendido de los relojes absurdos, su inmersión en los sueños perdidos de los ancestros, su epifanía de materias esotéricas, fascinantes y obscuras.

COMPARTE