El proyecto comunitario sostenible ha impulsado el desarrollo económico de las comunidades de origen Xinka. Ha transformado la vida local, mejorando la calidad de vida y logrando posicionar el café en los mercados internacionales mientras defienden su territorio.
Por Glenda Álvarez
A 1,750 metros sobre el nivel del mar, en las montañas de Casillas, Santa Rosa, el cultivo del café ha sido más que una actividad económica, es un símbolo de cultura, resistencia y vínculo con la historia del pueblo Xinka.
El café se cultiva en Santa Rosa desde finales del siglo XVIII. Se tienen registros que, en 1790, en Cuilapa, entonces llamada Cuajinicuilapa, Miguel Ramírez plantó un cafeto, un arbusto de la familia Rubiáceo del cual se obtiene el grano de café, que daba dos arrobas de café oro por año. Con el tiempo, la producción se extendió a municipios como Nueva Santa Rosa y Casillas, convirtiéndose en la principal actividad económica.
Un modelo de autogestión frente a la crisis
El proyecto Café Xinka surge como respuesta a la crisis socioambiental en la región. Las familias caficultoras enfrentaban la deforestación, la contaminación del agua y los impactos de la mina San Rafael, en San Rafael Las Flores, que amenazaba su producción y ecosistemas.
Jhony Rodríguez, encargado del proyecto, relata: “En 2015 nos organizamos para proteger nuestros bosques y fuentes de agua. Nos decían que el desarrollo dependía de las grandes empresas, pero descubrimos que podíamos generar bienestar desde nuestras propias comunidades”.

Con el tiempo, la situación se agravó debido a las políticas extractivas promovidas por las grandes empresas y el gobierno. Frente a estas amenazas, la población decidió organizarse para preservar su medioambiente y fortalecer su economía local a través del café. “Nos decían que el único camino hacia el desarrollo pasaba por ellas, pero nos dimos cuenta que teníamos todo lo necesario. Producíamos café y podíamos generar desarrollo desde nuestras propias comunidades, sin depender de esas empresas”, señala Rodríguez.
Para las comunidades del pueblo Xinka, el café es más que un producto, es un símbolo de resistencia, arraigo y autonomía. “El café conecta a nuestra gente con su historia y su territorio. Es la resistencia misma”, menciona Rodríguez, destacando cómo este cultivo se ha convertido en un referente de unidad comunitaria y de lucha por la preservación del medioambiente.

Daniel Orantes, dirigente comunitario y miembro del proyecto, destaca cómo el café representa una historia de lucha y resistencia, un legado transmitido de generación en generación. Más que un producto, el café se ha integrado en la vida cotidiana y en momentos clave de la comunidad, desde su cultivo hasta su consumo en eventos importantes. “Ya es parte de nuestra cultura y tradición que en rezados o en nueve días el café sea esencial”, señala Orantes, resaltando su valor simbólico y su arraigo en las costumbres familiares.
El Comité de Guardianes de la Naturaleza ha sido clave en el desarrollo del proyecto Café Xinka, desde su conformación como un grupo organizado para la lucha y resistencia en defensa de los bienes naturales. Su labor ha estado centrada en la protección del agua, la tierra y el medioambiente, enfrentando proyectos que han amenazado los recursos naturales de la región y el bienestar de sus comunidades.

Al inicio, la lucha se enfocó en la resistencia contra actividades extractivas y en la defensa de los derechos colectivos sobre el territorio. Sin embargo, con el tiempo, el grupo también comenzó a trabajar en proyectos de desarrollo comunitario, buscando fortalecer la autonomía local y mejorar las condiciones de vida de sus habitantes.
Recientemente el grupo comenzó un proceso legal y se registró oficialmente como la Comunidad Xinka de Casillas. Este cambio no solo otorga una representación legal sólida, sino que también responde a un proceso de reivindicación cultural, reafirmando su pertenencia al pueblo Xinka. Esta decisión permite fortalecer su capacidad organizativa, defender sus derechos como pueblo indígena y continuar con su trabajo de protección del territorio desde una perspectiva de identidad y autonomía.
Familias se unen al proyecto
En 2021, cinco familias productoras de café, de la parte alta de Casillas, decidieron unirse para procesar y transformar su producción, con el objetivo de obtener mejores precios que les permitan cubrir necesidades básicas como salud, educación, y mejorar la economía familiar.
Este esfuerzo colectivo representó una respuesta a la crisis económica y ambiental que amenazaba su sustento y bienestar. Durante el primer semestre de 2021, estas familias procesaron 120 quintales de café, vendiéndolos a un mercado de calidad que les permitió mejorar sus ingresos. Con un enfoque agroecológico y el uso de insumos orgánicos para el manejo de plagas, la producción aumentó de manera sostenible. En 2022, diez nuevas familias se unieron al proyecto, y la producción alcanzó los 1,200 quintales, con un proceso más riguroso de selección.

En 2022, una de las innovaciones del proyecto fue la introducción de una biofábrica, destinada a la producción de insumos orgánicos, como insecticidas, fungicidas y biopreparados. Estos productos permiten controlar plagas y enfermedades sin recurrir a agroquímicos, protegiendo tanto al suelo como a las fuentes de agua vitales para la región.
Veinticinco familias organizadas en el proyecto Café Xinka procesaron 2,000 quintales de café durante el período 2022-2023. La mayor parte de ese café fue vendido a compradores de Canadá y Estados Unidos. Este modelo no solo ha mejorado la economía de las familias, sino que también ha generado empleos directos e indirectos, fortaleciendo la organización comunitaria y promoviendo el uso de prácticas sostenibles.
De la tierra a la taza: el proceso del café
La producción se inicia con la selección de semillas adaptadas al clima y suelo de Casillas. En la región se cultivan variedades antiguas conservadas como híbrido: pache San Ramón, Catuai nance, Catuai rojo y Caturra. Además, han incorporado nuevas variedades como Güeisha, Costa Rica y Catimor, adaptadas a las condiciones locales. Las plantas se cultivan en viveros antes de ser trasladadas a las parcelas.
La cosecha se realiza de manera manual permitiendo seleccionar los granos más maduros, garantizando la calidad del producto. “Nosotros le llamamos ‘seleccionar’ porque solo recolectamos los granos que están bien maduros”, comentó Jhony Rodríguez. Este cuidado en la cosecha es crucial para obtener un café con un sabor excepcional.

El siguiente paso es el beneficiado húmedo, realizado de manera ecológica. Para ello, las familias emplean un despulpador ecológico que no utiliza agua, sino que aprovecha la miel natural del café. “Esto nos ayuda a ahorrar agua y reducir la contaminación”, señaló. Además de la despulpada, se realiza un proceso de fermentación anaeróbica, utilizando bolsas plásticas para evitar que se pierda la miel durante el proceso.
Tras la fermentación, el café pasa al lavado, que también se hace de manera eficiente en términos de consumo de agua. “Con nuestra lavadora usamos entre 0.50 y 0.75 litros por libra de pergamino”, detalló Rodríguez, lo que representa un ahorro significativo de agua, un recurso cada vez más escaso en la región.
Una vez lavado, el café se coloca en camillas africanas para el secado, un paso fundamental para asegurar la calidad y frescura del café. “El secado es clave para mantener la calidad. No dejamos que el café toque el suelo, lo movemos constantemente para asegurar un secado uniforme”, indicó.
Tostado, empaque y exportación
El tostado del café es el último paso en el proceso. Se realiza en una máquina en la que se ajusta la temperatura, según el gusto del cliente. “Para un café más dulce se tuesta a fuego lento y para más ácido, es un tueste más rápido”, explicó Alvin Rodríguez, encargado de la tostaduría.

Una vez finalizado el tueste se pasa a un enfriador y luego a la molienda, según el tipo que el cliente prefiera. Gracias a este cuidadoso proceso, el café Xinka ha logrado alcanzar altos estándares de calidad y ha logrado penetrar en mercados internacionales, particularmente en Canadá y Estados Unidos. “Estamos exportando alrededor del 30% al 40% de nuestra producción, y la gente nos reconoce por la calidad de nuestro café”, destacó Juan Rodríguez, presidente de ahora la Comunidad Xinka de Casillas.
El rol de las mujeres y la juventud
Las mujeres han sido una pieza clave dentro de este proceso, aunque su trabajo muchas veces no es reconocido. Son ellas quienes, en época de cosecha, se encargan de recolectar el grano, desempeñando un rol fundamental en la producción. Además, en sus hogares, son las responsables de prepararlo y llevarlo hasta la taza, asegurando que el café no solo sea un producto de sustento, sino también un elemento de tradición y comunidad.

A pesar de su aporte indispensable las mujeres enfrentan grandes desafíos en un territorio donde el machismo sigue marcando las dinámicas sociales. Muchas veces, son excluidas de los espacios de toma de decisiones dentro de los proyectos comunitarios, limitando su participación en la planificación y el liderazgo. Sin embargo, su labor es fundamental para preservar las tradiciones y la identidad cultural Xinka.
Asimismo, la juventud también juega un papel importante en este proceso. Varios jóvenes participan activamente en el proyecto, involucrándose en todas las etapas de producción del café. Son ellos quienes apoyan en el cultivo, cosecha, proceso de beneficiado, secado, tostado y empaquetado del café para su exportación. “Lo que más me motiva es ver a los jóvenes involucrados. Ellos son el futuro y tienen la capacidad de seguir adelante con este legado”, dice con satisfacción Juan Rodríguez, uno de los productores de la comunidad.
El modelo de autogestión y sostenibilidad que las comunidades del pueblo Xinka han implementado han fortalecido su organización comunitaria y ha contribuido a la protección del medio ambiente. Con el apoyo de asesoría de Fundebase (Fundación para el Desarrollo y Fortalecimiento de las Organizaciones de Base), las familias caficultoras han aprendido a manejar sus parcelas de manera agroecológica, mejorando la rentabilidad sin sacrificar la salud de los ecosistemas locales.
Este proyecto es un testimonio de lo que se puede lograr cuando las comunidades se unen para defender sus bienes naturales y preservar sus tradiciones. A través de este proyecto, las comunidades demuestran que el desarrollo no depende de grandes empresas extractivas, sino del trabajo colectivo y la capacidad de organización de su gente.