En Totonicapán, la Semana Santa no solo se celebra con procesiones o altares. También se hornea, se cuece a fuego lento y se comparte. Desde los primeros días de abril, el pueblo se prepara para una de sus tradiciones más sabrosas: el pan de yema acompañado de miel artesanal. Una costumbre que une a panaderos, familias y comunidades enteras, tejida con el olor a horno de leña y la calidez del encuentro.
Por Imelda Tax
La Semana Santa también trae los sabores ancestrales. Las panaderías tradicionales en Totonicapán hornean el pan de yema y luego con el reparto se reafirma el sentido comunitario y espiritual de la tradición.
El pan cocido en horno de leña y el que se degusta con miel artesanal o servido con un chocolate caliente es de los sabores que se encuentran en este departamento del altiplano.
El pan que une generaciones
Durante la Semana Santa, familias totonicapenses mantienen viva una práctica ancestral: la elaboración de pan de yema. Desde hace más de dos décadas, don Fredy Batz se suma a esta tradición en la cabecera de Totonicapán, donde sigue horneando de forma artesanal, usando hornos de leña como lo hacían sus antepasados.
Desde la semana anterior, panaderos de distintas zonas se han dedicado a hornear y entregar estos panes por encargo. En muchas casas se madruga o se desvela para pasar por ellos. Es común ver a familias llegar a las panaderías con canastos, cajas o incluso sábanas, que usan para conservar la frescura del pan hasta compartirlo en casa.
Pan, ayuno y memoria
Más allá del sabor, el pan de yema tiene un profundo valor simbólico. Según la tradición local, representa el ayuno y remite al pan que Jesucristo compartió con sus discípulos. Aunque en Totonicapán se acompaña con miel o chocolate caliente, el acto de repartirlo sigue cargado de sentido comunitario y espiritual.

Esta demanda provoca algo inusual: durante la Semana Mayor, escasea el pan pequeño en Totonicapán. El esfuerzo de los panaderos se multiplica, muchos trabajan sin pausa durante la madrugada y el día para cumplir con los encargos. El aroma del pan recién salido del horno se vuelve parte del paisaje sonoro y emocional del pueblo.
Panaderías con historia
Don Fredy Batz, de la panificadora El Divino Pan en Cantón Chiyax, lleva 27 años cumpliendo con los pedidos de Semana Santa. “El sabor es único porque es artesanal”, comenta mientras su horno de leña arde sin descanso.


En la zona 3 de Totonicapán, don Miguel García y su esposa preparan cada encargo en la panificadora Belén con atención personalizada. “Hay quienes no pueden consumir mucha azúcar, así que adaptamos la receta al gusto de cada cliente”, explican. Su panadería es también un punto de encuentro para la población. Su pan ha llegado hasta Sumpango, San Francisco el Alto y la capital.

La panificadora Continental y Tío Maco, con más de 80 años de historia, es testimonio vivo de este legado. Don Luis Hernández, representante de la cuarta generación familiar, mantiene activo el horno que construyó su bisabuelo. “Aquí trabajamos en familia y queremos seguir muchos años más”, afirma con convicción.
Miel que teje comunidad
Doña Marina Monroy completa la tradición con su famosa miel artesanal, que cocina durante largas horas. Semanas antes, encarga sus panes y luego se dedica a preparar la miel que compartirá con vecinos, familiares y amigos. Las regalías se reparten casa por casa, reforzando vínculos que trascienden la mesa.


El pan de yema no es solo un alimento. Es una ofrenda, una herencia que combina oficio, memoria y espiritualidad. En Totonicapán, cada Semana Santa, los hornos se encienden como se encienden las tradiciones: con tiempo, con cariño y con fuego que no se apaga.