“Para mí, este equipo significa muchísimo. Es algo que empezamos desde niños con la visión de mi hermano, que ahora está en Estados Unidos. Él organizó todo, reunió a puros chavitos y nos enseñó a trabajar juntos, a apoyarnos y a no rendirnos. Este campeonato es la prueba de todo ese esfuerzo”, Edgar de Jesús Morales Atón.
Por Derik Mazariegos
Un 19 de enero de 2025, el sol abrasador caía sobre la cancha mientras las bocinas resonaban con música fuerte que ambientaba el ritmo de una tarde memorable. Desde temprano, el aire estaba cargado de emociones. Esa tarde, estallaron cohetes para anunciar la llegada de los equipos finalistas, Real Hatillo y Llano Largo, cuyos jugadores desfilaron hacia el campo entre aplausos y gritos de sus seguidores.

Real Hatillo, un equipo de la aldea La Yerbabuena, toma su nombre del caserío El Hatillo, que forma parte de esta comunidad. Aunque sus jugadores provienen de distintas localidades, todos tienen un vínculo con La Yerbabuena, que refuerza su identidad y sentido de pertenencia en el municipio de Palencia, Guatemala. Mientras que Llano Largo, una aldea de San Antonio La Paz en el departamento de El Progreso, reúne en su equipo a jugadores de diferentes comunidades, tanto de San Antonio La Paz como de Palencia.
Estos hechos muestran cómo el futbol, al igual que muchas dinámicas comunitarias, trasciende los límites municipales y fortalece la conexión entre quienes comparten un mismo territorio y una misma pasión.

Ese domingo, el calor intenso se mezclaba con los olores que salían de las ventas improvisadas de comida: el inconfundible aroma del pollo frito, el toque cítrico de los limones en las granizadas recién preparadas, el olor cálido de los poporopos y el de las papas fritas de carreta. Las gaseosas frías y las chelas eran el alivio perfecto para quienes buscaban escapar del calor.
A un lado de la cancha, mujeres con vestidos de colores vibrantes —azul profundo, fucsia chillante, verde pastel y más— caminaban entre las ventas, mientras los hombres, con sus sombreros bien puestos, buscaban sombra bajo los árboles o en las pocas galeras de lámina cercanas.
En los márgenes del terreno, los niños jugaban pateando balones de futbol, mientras otros improvisaban con cualquier cosa que pudiera servir de pelota. Sus risas y gritos se mezclaban con el eco de los aplausos y los comentarios apasionados de los espectadores. El polvo, levantado por el ir y venir de los jugadores, flotaba en el aire, dándole al ambiente una textura casi palpable. Al fondo, la música que salía de las bocinas envolvía a todos en una atmósfera llena de alegría y celebración.

Durante semanas, el campeonato de futbol había llenado de vida a la comunidad, transformando a La Yerbabuena en el centro de atención de las aldeas cercanas. Este no era solo un torneo, era un puente entre generaciones y comunidades. Equipos de distintas aldeas llegaban con sus propias historias, sueños y rivalidades, creando una narrativa que unía a todos en un espacio de celebración y competencia.

La final prometía ser un espectáculo. Llano Largo, con un estilo de juego rápido y directo, había sorprendido a sus rivales en encuentros anteriores, mientras que Real Hatillo, con su defensa impenetrable y su juego trabajado, llegaba como el favorito indiscutible. Desde el primer minuto, la tensión era palpable, y los gritos de los seguidores se sentían como una extensión del propio juego.
El momento decisivo llegó a los 17 minutos de la etapa de complemento. El jugador número 11 de Real Hatillo tomó el balón en el mediocampo. Cada toque estaba lleno de intención, avanzó esquivando a los defensores de Llano Largo con una agilidad asombrosa, burlándose de dos rivales antes de enfrentarse al último defensor. Con una precisión impecable, disparó un remate cruzado que dejó sin opciones al portero. Por un instante, el silencio se apoderó del lugar antes de que la explosión de gritos, aplausos y música marcara el gol que sellaría el 1-0.
El pitazo final desató una oleada de emociones. Los jugadores de Real Hatillo se abrazaron en el centro del campo, mientras los fanáticos invadían el terreno para celebrar con ellos.

En medio de los festejos, Edgar de Jesús Morales Atón, volante del equipo, compartió su historia con Prensa Comunitaria con una mezcla de orgullo y nostalgia.
“Me llamo Edgar de Jesús Morales Atón y juego como volante. Llevo jugando con este equipo desde niño, ya son unos 12 años. Este equipo se llama Real Hatillo y significa muchísimo para mí porque es un sueño que empezó cuando éramos niños”.
Su voz reflejaba alegría al recordar los inicios del equipo. “Este equipo se construyó con esfuerzo, con la visión de mi hermano, quien ahora está en Estados Unidos. Él decidió organizar al equipo, juntar a puros niños, chavitos, y comenzó a formarnos y guiarnos. Todos lo apoyamos, trabajamos juntos y nunca nos dimos por vencidos. Hoy por hoy, nos sentimos muy orgullosos de lo que hemos logrado”, expresó.
“Para mí, es algo que cuesta poner en palabras. Este campeonato, organizado por la Liga y don Manuel Franco, ha sido muy especial”, agregó Edgar de Jesús.
El torneo es organizado por vecinos deportistas de la aldea La Yerbabuena, quienes confían en Manuel Franco para la gestión de los recursos y la logística. “Hasta ahora, ningún equipo había logrado lo que nosotros hemos alcanzado: tres campeonatos consecutivos, dos de ellos invictos. Eso incluye el campeonato pasado y este, en el que no conocimos la derrota. Nos sentimos muy orgullosos porque damos lo mejor de nosotros dentro de la cancha. Este campeonato nos motiva a seguir adelante y a continuar mejorando”, concluyó Edgar.
Manuel Franco, originario de La Yerbabuena, ha estado involucrado en la organización del torneo desde 2012. “Siempre estuve en el futbol, primero con equipos y luego en la organización. Ya llevo 10 campeonatos en La Yerbabuena y también organizo en San Antonio La Paz”, explicó.
El torneo no solo reúne a los equipos locales, sino que también atrae jugadores y visitantes de aldeas vecinas de Palencia y municipios cercanos como San Antonio La Paz. “Aquí llegan equipos de varias comunidades y eso ayuda a que los jóvenes tengan un espacio para jugar y convivir. También beneficia a la gente que vende comida o refrescos durante los partidos”, señala Franco.
Más allá del futbol, el campeonato se ha mantenido como un evento sostenido por la misma comunidad. “Este es un torneo autosostenible, con lo que se recauda se entregan premios a los equipos y se cubren los gastos del campeonato”, comentó.

Pero más allá del triunfo, este torneo es un reflejo de la realidad de muchas familias. La migración ha marcado a Palencia durante generaciones. En las aldeas de la parte alta, la ausencia de quienes han partido a Estados Unidos se siente en cada casa, en cada reunión, en cada celebración. No es un fenómeno reciente ni resultado de redadas o deportaciones masivas. En Palencia, salir del país no es una elección, es muchas veces la única forma de sostener a los que se quedan.
No se migra por gusto, sino por necesidad. Al otro lado de la frontera no hay certezas, solo la esperanza de encontrar un trabajo que permita mandar dinero, levantar una casa, pagar los estudios de los hijos o, como en este caso, abrir camino en el deporte.
Según el Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH) de Guatemala, para 2020, alrededor de 1,368,431 guatemaltecos residían en el extranjero, principalmente en Estados Unidos. La mayoría partió con la esperanza de encontrar un ingreso que sostuviera a sus familias. Mientras las remesas, según el Banco de Guatemala (Banguat), representaron en 2024 un 20% del Producto Interno Bruto (PIB), alcanzando un récord de US$21,510 millones. Gran parte de estos ingresos se destinan a alimentación, salud, educación y vivienda, pero también sostienen pequeños negocios y mantienen en pie la economía de muchas comunidades.
Palencia es uno de los territorios donde la migración, la desatención del Estado y las dinámicas de exclusión han frenado la inversión en su cultura y en el deporte. Sin embargo, su identidad persiste en los intercambios constantes entre territorios y en la forma en que las prácticas comunitarias han tejido una identidad propia. Aunque no sea oficializado, Palencia es un territorio mestizo con particularidades culturales que lo vinculan al pueblo Xinka. Se percibe en la estética, en las formas de organización, en la manera de entender el territorio y en las toponimias de origen Xinka que perviven en las aldeas vecinas. La historia aquí no solo se ha contado, sino que se ha transmitido de generación en generación, adaptándose y resistiendo.
Las fronteras municipales son líneas arbitrarias que no limitan los lazos entre comunidades. Las costumbres, los modos de vida y las expresiones culturales conviven y dialogan, formando una identidad que sigue transformándose, resistiendo el olvido y reafirmándose en cada celebración, en cada encuentro y en cada historia de quienes han partido y de quienes han decidido quedarse.
Pero irse no es solo dejar atrás un lugar. Es alejarse del fútbol en la cancha de la aldea, de las tardes compartidas con amistades, de las costumbres que daban sentido a los días. La vida cambia para quien se va, pero también para quienes se quedan. Falta una voz en la mesa, un par de manos en el trabajo, una sombra en las calles de siempre. Y aunque el dinero llegue, aunque se logren algunas cosas, hay vacíos que nada llena. Porque lo que se extraña no es un objeto ni un lujo, es la presencia, la risa, la certeza de que todo sigue igual en casa. Y eso, por más dólares que se envíen, nunca se puede mandar de regreso.

Para quienes se quedan, el fútbol es una esperanza, una manera de cambiar la vida sin tener que irse. No sueñan con el otro lado de la frontera, sino con hacer historia aquí, con marcar goles que resuenen en su comunidad y demostrar que en Palencia también se puede brillar con el balón en los pies. Más que un deporte, es una posibilidad, una forma de imaginar otro destino sin la necesidad de migrar.
Desde 2012, este campeonato ha sido un esfuerzo comunitario para hacer valer el derecho a la recreación y fortalecer los lazos entre comunidades. A lo largo de diez ediciones, ha resistido el paso del tiempo e incluso la pausa impuesta por la pandemia en 2020. La última edición, que finalizó el 19 de enero de 2025, comenzó en julio de 2024 y contó con la participación de 22 equipos de La Yerbabuena y otras comunidades cercanas.
Pero el torneo es más que un evento deportivo: también impulsa la economía local. Cada jornada de partido atrae visitantes de aldeas vecinas, beneficiando a los comercios y generando un movimiento que trasciende la cancha. Es un campeonato autosostenible, donde los fondos recaudados se reinvierten en premios para los jugadores y en garantizar su continuidad año tras año.
Ahora la cancha está vacía. El polvo guarda los gritos, las risas y la emoción de cada jugada. Pero en los corazones de quienes estuvieron ahí, el campeonato sigue vivo. Como un eco de todo lo que aún queda por hacer, por soñar y por jugar, bajo el mismo sol que siempre ha visto correr a los suyos.