¿Por qué nos dejamos tanto?

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Créditos: Prensa Comunitaria
Tiempo de lectura: 3 minutos

Por Gabriela Álvarez Castañeda

No dudo del dolor, de la empatía, de la solidaridad honesta, de los análisis de quienes mantienen la calma, de quienes reaccionan con rabia e indignación, pero luego nos alcanza la propia cotidianidad, la nueva tragedia, la vieja ofensa, las palabras bonitas y las formas correctas, la violencia maldita; un día para cuestionar y replantear el amor y otro para comenzar a hacer los planes de Semana Santa en esas carreteras en las que cada quien ya casi se ha matado y es normal.

Normalizamos todo lo que nos arrancan y por eso nos dejamos. Nos da miedo volver a hablar de revolución pero idolatran el romanticismo de una figura cuyo hijo es todo lo contrario.  Para hablar de asambleas constituyentes no es momento, pero para arrodillarse ante Trump, a través de un mequetrefe y llorarle a USAID a pesar de toda su violencia, es “lo que toca”.

¿Qué pasa con voltear la mirada a países como Cuba, Venezuela, Colombia, Brasil? Apostarle al futuro cuando se escuchan las voces continentales por el Buen Vivir y de lo que hablamos es si el Golfo es de México o de América cuando es de Abya Yala.

Hoy lloramos a 55 personas víctimas de una tragedia anunciada y, con ello, nos olvidamos por unos días de la migración, así como antes nos olvidamos de algún asesinato, una criminalización, un bebé sin leche, 54 niñas calcinadas, un genocidio y miles de desparecidos.

Todo se vuelve pasado y el futuro es oscuro y el presente invivible.

Habiendo tanto amor.

Por qué si no nos doliera tanto, no nos oprimiría el pecho hasta sentir que ya no somos lo mismo y no sentirnos locos por vivir con tanta rabia, precisamente nosotras, nosotres y nosotros, que amamos tanto la vida. Pero así no se puede.

La tragedia de la calzada de La Paz no es culpa del presidente actual. Son responsabilidades no cumplidas de meses, años y décadas de corrupción, negligencia y servilismo a quienes siguen destruyendo el país. Lo que si tiene al frente es un momento para devolverle algo a la gente que lo apoyó y al pueblo en general con acciones concretas, leyes, investigaciones, sanciones, cambios, etc., pero ya no esperamos nada; un duelo sentido y honesto, un par de instrucciones, una conferencia de prensa neutral y no más, el resto será una nueva noticia que aleje a los periodistas del sensacionalismo con que actuaron algunos hoy para ir a perseguir la nueva noticia, aunque sea una tragedia, pero que venda.

Nos seguimos dejando porque cualquier otra opción se llama “ser radical no nos lleva a nada” aunque lo demás nos tiene en la chingada.

Cómo no vamos a poder ponernos de acuerdo en el país que queremos si el sentir es común y lo recordamos cuando empezamos a conocer las historias de los primos, de los hijos, los jóvenes, las señoras, de quienes perdieron la vida hoy, pero pudo ser ayer, y otros mañana.

Hay tanto amor en las palabras de dolor. En la angustia de querer evitar que pase. En las imágenes de los vecinos que llevan comida y no para las fotos sino para las personas. Para los bomberos, los vecinos, las familias, amor hay, pero volvemos siempre a ese otro lugar en donde nos volvemos a dejar violentar.

Que la solidaridad y la ternura no le quite responsabilidad al Estado y que hacer lo que se debe no sea una utopía.

¿Por qué no mandamos todo al diablo y le preguntamos a las abuelas y abuelos por dónde podemos continuar? Que se cumpla lo que el pueblo pidió a cambio de una silla, sacar a la ventrílocua del mal Consuelo Porras, como sea, ya que agotaron todas las instancias, y de paso que aprendamos a vivir sin USAID; y que se calle Trump, y le pongamos un alto; que los jóvenes se vayan a estudiar a Cuba; que Colombia nos enseñe a hacer metros y teleféricos, que se reproduzcan las escuelas de música como en Venezuela; que la migración sea para recorrer el mundo y no para huir de los países. Que Palestina sienta nuestro amor humano, que en Guatemala buscar un desaparecido no signifique encontrarlo muerto y que cada despedida no pueda ser la última, porque nos volvimos a dejar.

Cada vez más loca, cada vez más enferma, cada vez más sensible, cada vez más enojada, cada vez más socialista, cada vez más anarquista, cada vez más amorosa de quienes saben amar.

La indiferencia es para los que solo se aman a sí mismos, y en un mundo tan doloroso es odiar. Que el dolor de hoy nos impida a tolerar ni una ofensa más, como consigna y como costumbre.

Anoche temimos por un tsunami sin imaginar que amaneceríamos en un vértigo colectivo. Son tantas tristezas por cada muerte, tantas preguntas, tantos hubieras, tantos casi, tantas historias inconclusas que hoy vuelven a comenzar aunque nada sea nunca igual. Hace cinco días recordábamos el terremoto, la solidaridad y lo poco que hemos hecho como país para defender nuestra dignidad cada vez en más ruinas. Los buses son ruinas, las carreteras son ruinas, los sueldos son ruinas, la prisa es ruina, la injusticia es ruina y la misma que nos pide a gritos que lo hagamos distinto.

Que esa sea su paz, que nunca sea igual, y para eso nos tenemos que dejar de dejar tanto. En nombre del amor, organicemos nuestras rabias.

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