Por Héctor Silva Ávalos
Un sátrapa es, según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, una “persona que gobierna despótica y arbitrariamente y que hace ostentación de su poder”. En la Guatemala post-Giammattei hay aprendices de sátrapas o “déspotas-wanna-be”; abogados, autonombrados próceres del genocidio, fiscales, jefes de inteligencia reconvertidos en lobistas y netcenteros que, destronados, no paran de tener pesadillas sobre el poder que los guatemaltecos les quitaron en las urnas. Suelen, estos señores y señoras, inventarse historias y negociar con falsedades para justificar sus andanzas. Lo último ha sido su intento por criminalizar la filantropía y los fondos para el desarrollo entregados por países del norte durante décadas a países del sur.
La llegada de Donald Trump a la Casa Blanca en Washington por segunda vez ha enloquecido a los sátrapas continentales, que ahora tocan sus trasnochados tambores de guerra al son de este invento: USAID, la agencia estadounidense para el desarrollo que ha financiado a derechas, izquierdas, centros y otros desde los tiempos de John F. Kennedy, ha funcionado como un malévolo mecanismo para alimentar el fraude inexistente de Semilla en Guatemala, la oposición a Nayib Bukele en El Salvador -que el mismo Bukele ha tildado varias veces de irrelevante- o intentos imaginarios de golpes de Estado a Xiomara Castro en Honduras.
En suma, USAID es, ahora, el ogro de los sátrapas de turno, o de los “wanna-be” en el caso de Guatemala. El argumento no es siquiera original; el argumento es hechizo, insostenible y, en su rasgo más obvio, oportunista.
Empecemos por el caso guatemalteco. Las cuentas que maneja el Ministerio Público de Consuelo Porras y sus lugartenientes, encabezados por el secretario general Ángel Pineda, han flotado ya la intención de criminalizar a periodistas a los que señalan de haber recibido fondos de la filantropía o la cooperación internacional. Eso, dicen, es un delito. Pero, como ellos -Pineda, Porras, Curruchiche y compañía- saben bien que no hay delito alguno aquí, han tenido que acuerpar al netcenter con un argumento aún más falaz según el cual la operación de la filantropía y cooperación no es más que un gigantesco esquema mundial de lavado de dinero.
Ha habido una diferencia esta vez. Hoy, a todo el basurero del netcenter se le ha unido un estudio académico -así llamado aunque basta una primera lectura para bajarle varias rayitas a lo de “académico”- patrocinado por la Universidad Francisco Marroquín, la cual recibió dineros de la USAID en más de una ocasión y también más de una vez ha ocupado su voz para apoyar, en las respectivas comisiones postuladoras, a los mismos operadores con cuyos netcenters hoy comparte argumentos.
Vamos a El Salvador. El sátrapa salvadoreño, que ahí sí lo es con todas las letras, se unió al coro del trumpismo para levantar la bandera de que USAID financia a sus detractores como parte de una oscurísima campaña liderada por oscurísimos operadores que lo quieren mal. No le queda bien la máscara de víctima a Bukele, un hombre que con timos, trampas e ilegalidades se ha apropiado de todo el Estado salvadoreño, ha acosado a la prensa independiente y se niega a investigar de verdad crímenes que le atañen a él y a los suyos, como la muerte de Alejandro Muyshondt, uno de sus asesores, centenares de muertes y casos de torturas en las cárceles, o la muerte de su jefe de policía en un caso relacionado con una cooperativa que financió a Nuevas Ideas, el partido oficial.
Y como este no es asunto que atañe solo a las derechas, sino que más bien parece alimento de hombres y mujeres encandilados con el autoritarismo, la fórmula se repite en Honduras. Allá, el gobierno de Xiomara Castro, sus ministros y sus netcenters o troles cibernéticos también se subieron a la cantaleta para acosar a periodistas y opositores. En Honduras la fuerza pública incluso se ha mostrado dispuesta a criminalizar a periodistas que no revelan sus fuentes de información.
Entonces, ¿han recibido periodistas y sociedad civil dineros de USAID y de otras organizaciones filantrópicas estadounidenses? Sí. ¿Es eso ilegal? No. Al menos no lo es ni en Guatemala ni en El Salvador ni en Honduras. ¿Significa que los medios de comunicación que han recibido esos financiamientos carecen de independencia? No. Y aquí hablo por experiencia: he participado en proyectos periodísticos financiados por filantropía internacional, pagando los impuestos correspondientes y pasando sin problemas todas las auditorías internas, externas y oficiales diseñadas por esos donantes para evitar cosas como el lavado de dinero.
Nunca en esos proyectos alguno de esos donantes me impuso traba editorial alguna, por lo que a lo largo de los años he podido contarle las costillas a varios sátrapas y aprendices, desde Mauricio Funes hasta Nayib Bukele en El Salvador, de Juan Orlando Hernández a los Zelaya en Honduras y de Jimmy Morales a Alejandro Giammattei en Guatemala.
Sé, además, que algunos de los medios y periodistas señalados por Bukele, por el netcenter del MP guatemalteco o por el oficialismo hondureño han estado siempre bajo la lupa, y que viven utilizando cada centavo partido por la mitad para hacer lo que hacen, que es periodismo, investigación y denuncia. Y sé que se les va la vida en el intento, que sufren acoso y amenazas constantes y que muchos de ellos, como yo, nos hemos tenido que exiliar para evitarle sufrimiento a nuestras familias.
Y sé, porque lo investigado durante 25 años, que quienes hoy acusan nunca han dado cuentas de nada. Nunca dio cuentas la Fundación contra el Terrorismo en Guatemala de dónde saca la plata para financiar sus ataques y sus querellas. Ni ha dado cuentas Bukele de cómo financia sus medios oficiales de propaganda y sus granjas de troles. Ni los lobistas que alguna vez trabajaron para Jimmy Morales explican con qué plata navegan Washington en busca de reuniones con Marco Rubio que no ocurren.
Es bastante simple. Cuando el modelo de los medios corporativos o de propiedad familiar se agotó en Centroamérica, porque la mayoría de esos periódicos y canales se vendieron sin reparos a clientes políticos o empresariales, surgió una impresionante generación de medios y periodistas independientes que le contó las costillas a presidentes corruptos como los guatemaltecos y los salvadoreños, a narcogobiernos como el de Juan Orlando Hernández en Honduras y autoritarios como Bukele en El Salvador. Para financiarse, esa generación acudió, sí, a la cooperación internacional y a la filantropía, y con eso hizo un periodismo que es reconocido como un ejemplo en todo el mundo.
Hoy, envalentonados por el ascenso del trumpismo, lo sátrapas y sus aprendices persisten en los intentos de difamación y criminalización. Al final, lo de ellos no es más que otro acto de matonería protagonizado por cobardes que no tienen siquiera el valor de querellar con sus rostros y sus nombres. A diferencia de ellos, los periodistas seguimos firmando con nuestros nombres y nuestros rostros.