Por Arturo Arias*
En estos últimos años hemos visto desplegadas ante la vista pública una numerosa muestra de relatos culturales públicos. Desde luego el de mayor impacto fue el Ri Maya Yakatajik, ese paro indefinido en defensa a la democracia cuyo aniversario celebró el Waqib’Kej el día de ayer, 26 de septiembre. Profundizar en el significado de estas ritualidades públicas nos ayuda a entender el conflicto ontológico que existe entre el pensamiento occidental y las cosmologías mesoamericanas. Tanto en el caso del plantón como en el de las Guardianas del Lago, lo que está en juego trasciende metas tales como las de hacer respetar el proceso electoral o limpiar el lago. Tiene que ver con una manera de entender lo que sustenta la vida en nuestras comunidades y que se nos va escurriendo a una velocidad alarmante. No siempre queda claro al ver su despliegue en actos públicos, ya que el pensamiento detrás de estos no se explicita. Quienes participan presuponen su existencia, pero un público occidental lo desconoce.
El comportamiento de las Guardianas del Lago aparece lejos de los focos de atención. El gran púbico que verá esta película en buena parte celebrará sus buenas intenciones y aplaudirá ese tipo de esfuerzo, así como el valor de señalar con el dedo a los culpables del desastre. Sin embargo, tras las actividades que alimentan la línea narrativa de la película existe un despliegue cosmológico a la vez. El espíritu cosmocéntrico que alimenta iniciativas como las de las Guardianas del Lago puede chocar con la concepción antropocéntrica, utilitarista, que domina el mundo globalizado y que con frecuencia damos por sentado, por mucho que sus crisis o confrontaciones nos horroricen. Al fin, a nuestro alrededor vemos a diario las deplorables condiciones de los territorios en los cuales vivimos y convivimos. Sin embargo, por mucho que de pena decirlo, nos hemos acostumbrado. Basta ver el río Guacalate que circunscribe el occidente de la Antigua Guatemala, es un basurero insufrible. Pocos saben que, a la orilla de este río, cerca de donde se encuentra hoy Pastores, comenzó la vida humana en la zona del altiplano hace muchos miles de años. Sin embargo, nada decimos o hacemos para que esa suciedad deje de contaminarnos. Nos resignamos a compartir nuestro espacio con ella.
Por otro lado, están los actos realizados por las Guardianas del Lago. Con su comportamiento tienen la virtud de construir con su actuación un nuevo sujeto maya ante el ojo público. Vemos a seres pacíficos con buenas intenciones, personas éticas que no ofenden a nadie. Rompen la imagen racista que prevaleció entre la población criolla, ladina y mestiza a lo largo del siglo veinte. Freud sin duda tendría algo que decir al respecto de la inconsciente culpabilidad implícita en esas percepciones desde luego. La performatividad de las Guardianas del Lago señala esfuerzos por encausar una nueva estética proactiva que beneficia a todas y todos. Es una teatralidad ritualista cuyo accionar hace visibles problemáticas que aún no están resueltas. A nivel táctico su meta consiste en transformar la realidad de su entorno, el espacio vivencial que les pertenece. Para que el mismo sea vivible necesitan generar una comprensión más amplia de la seriedad del problema que tienen entre un público que no está informado del mismo, o bien que es poco dado a reaccionar de forma proactiva ante problemáticas de esta índole, como hemos visto en el caso del río Guacalate. Para impactarnos, la performatividad que echan a andar y recoge la película necesita dar un golpe substancial, el cual aparece insinuado al inicio de la misma y se resuelve al final. Como sabemos, obtener éxito implica transformar relaciones sociales a partir de nuestro propio entorno. Si no hay una comprensión de un problema crítico a un nivel social no se puede impactar el cuerpo político.
La presencia de las Guardianas del Lago fue subestimada en un principio por los sectores hegemónicos del país y sus autoridades locales, rasgo típico del racismo histórico estructural. Sabemos que los axiomas eurocéntricos invisibilizan a los pueblos racializados. Lo abyecto se oculta en espacios vivenciales y se reserva esa descripción para la gente subalternizada. Por eso mismo, visibilizar primero la bajeza de encochinar el lago y enseguida mostrar un conjunto de cuerpos mayas colaborando para mejorar un espacio público que beneficia a todas y todos, en este caso, la playa frente a San Pedro La Laguna, tiene una significación política. No es algo nuevo ni su gesto se relaciona con la precariedad. Es un comportamiento que trasciende identidades para explorar futuros viables para todas y todos. Problematiza el carácter público de la abyección espacial y reconfigura su significación. Lo que no todos perciben es que estos gestos reactivan sistemas ancestrales de solidaridad y transforman espacios degradados en centros simbólicos que empoderan a quienes realizan este tipo de acciones de la misma manera que dice Alberto Vallejo que sucede en el Popol Wuj, donde la creación del sol, la luna y los seres humanos es representado como un esfuerzo colectivo de los creadores Tz’aq’ol, B’itol, Alom y K’ajolom, como si ellos fueran actores montando una obra, una representación en la cual modelan y engendran algo nuevo, una cosa no vista antes, como sugirió .
El gesto simbólico de limpiar la playa en realidad vincula la necesidad con la precariedad, pero no es eso el objetivo de la película. La mirada occidental celebrará el buen hacer de las Guardianas del Lago, sin pensar que ellas están articulando otro tipo de relato, uno que movilice a su misma comunidad para relacionar los ciclos del tiempo cósmico con los procesos históricos humanos. En la narrativa fílmica vemos primero un acto de destrucción—la basura asesinando al lago como antes lo hiciera el ejército con las comunidades del altiplano—seguido de una secuencia de creación, la iniciativa de empezar a limpiar y el destino de la basura. Ese giro es muy similar a la novela El tiempo principia en Xibalbá de Luis de Lión, donde la destrucción antecede las posibilidades de regeneración. Con su ritualidad circular, las Guardianas del Lago muestran el enraizamiento íntimo que existe entre cultura y naturaleza y dejan implícito cómo la violencia colonial alteró este vínculo. En vez de buen vivir, la cosificación de la naturaleza generó extractivismo destructivo. Sin embargo, las Guardianas del Lago nos narran también cómo la basura acabando en el lago acarrea a su vez semillas de vida, dado que sus propias acciones son parte de la circularidad cosmológica que reinicia un nuevo ciclo. Contribuye a reproducir el renacimiento de procesos, conocimientos, habilidades, valores, experiencias y ejercicio de autoridad que echará a andar muchos otros comportamientos innovadores. Es un hacer que explica la continuidad de saberes ancestrales y que evidencia cómo una transformación solo es posible lograrla articulando a una comunidad entera, a un gran cuerpo colectivo.
Aparecer en la pantalla les permite a las mujeres Tz’utujil dialogar virtualmente con otros sectores sociales. De poder habilitarse más procesos como el desplegado se desajustaría la tradicional indiferencia del Estado. Con su accionar las mujeres de este pueblo maya desordenan las mentiras inestables de los dueños de las corporaciones que expulsan esa basura hacia el lago. Es una victoria estética y política, pues un gesto performativo es otra manera de hacer arte, pero también es un gesto político al desmentir las falsedades oficiales. La pantalla cinematográfica vuelve “reconocibles” a estas actrices por estar implementando acciones legítimas ante otros sectores sociales del país. Ganan así peso político.
El arte cinematográfico transforma este accionar en una especie de delirio extático al convertir la limpieza en una especie de ritual que celebra una transformación para anunciar el comienzo antes mencionado. Nos permite contemplar el ecoespacio polifacético en el cual coexisten los tz’utujiles con una población occidental vinculada al gran capital global, la cual no solo hegemoniza el lago sino despliega un comportamiento antropocentrista. Los tz’utujiles están subalternizados en sus propios espacios bióticos, geografías y en ese medioambiente que manejaron con primor durante cientos de años como resultado de un enraizamiento íntimo y recíproco entre naturaleza y cultura. La significación Tz’utujil de su entorno responde a sistemas de pensamiento diferentes. Ese juego implícito no lo vemos en pantalla. Se enmascara hasta cierto punto, pero es fácil presuponerlo. Son metas descolonizadoras buscando reconfigurar comportamientos pese a saber que la visión cosmológica chocará siempre con el pensamiento eurocéntrico en el cual el planeta entero sigue atrapado. En vez de buen vivir, sufrimos con ello la cosificación de la naturaleza y un furibundo extractivismo que nos mata. Ese subtexto marca la diferencia entre el pensamiento del CACIF y las ecologías cosmológicas movilizando a las Guardianas del Lago, quienes no dividen el mundo entre lo natural y lo humano. Sin forzarlo, sugieren la importancia crítica de relacionar ecología, tecnología y colonialidad. A nivel estratégico, la lucha de las Guardianas del Lago implica replantearse el lugar y el papel de la naturaleza para garantizar nuestra sobrevivencia.
Algunos historiadores mayas afirman que ellos han padecido tres genocidios en la historia moderna. Primero, la invasión española. Luego la violencia liberal de 1871, cuando las tierras comunales fueron expropiadas y los hombres forzados a trabajar como mano de obra en las fincas de café y en la construcción de puentes o caminos. El tercero, la guerra civil de los 36 años. Me temo que el cuarto viene en camino y nos arrasará a todas y todos por igual. Me refiero al genocidio ecológico de los microplásticos y otros contaminantes tóxicos incluyendo metales pesados y derivados del petróleo, así como las emisiones de CO2, entre otros factores acelerando la pérdida de la biodiversidad por el calentamiento global, la desertificación y la contaminación de mares y ríos, hundiéndonos en la arrasadora marea piroclástica que dejará esta tierra que fue por milenios un vergel paradisíaco, tan baldía como lo es ahora la playa de San Pedro La Laguna.
*Arturo Arias. Sociólogo, novelista y crítico guatemalteco, profesor en universidades extranjeras, Premio Casa de las Américas (1979 y 1981), Premio Anna Seghers (1990) y Premio Nacional de Literatura (2008).