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Créditos: Prensa Comunitaria
Tiempo de lectura: 5 minutos

Por Dante Liano 

Se atribuyen a la Historia algunas frases comunes, quizá la más citada: “La Historia, maestra de vida”. Otra, de Marx: “La historia ocurre primero como tragedia y después como farsa”. No siempre se reconoce a este movimiento humano (o a la manera que tienen los humanos de recordar) la facultad de la ironía. Un buen ejemplo se dio en América Latina, a finales del siglo XIX. Se trataba de fundar una nueva nación, como lo enseña Nicolás Shumway, y la clase dirigente argentina elaboró un razonamiento que estaba en consonancia con el cientificismo del tiempo. Pensaron, principalmente Domingo Faustino Sarmiento y José Ingenieros, que la América Hispana había tenido mala suerte. Los conquistadores provenían de la parte meridional de Europa, gente conocida, según los prejuicios de la época, por favorecer más la siesta, la guitarra y el baile que por amar el duro trabajo. Si los conquistadores hubieran sido del Norte europeo, razonaron, habríamos tenido el mismo desarrollo que los Estados Unidos de América: puritanos, protestantes, anglosajones y grandes trabajadores. Si a ello añadimos que los habitantes originarios de la región ya eran poco amantes del duro esfuerzo, la desastrosa combinación había dado como resultado la pobreza de la región. Como todos ahora convenimos, el problema era falso y se basaba en presupuestos equivocados. Sin embargo, los pensadores argentinos propusieron una solución: cambiar el estatuto étnico del continente. Abrir las puertas de la nación a la inmigración europea, preferentemente nórdica, de manera que se inyectase en las venas de los pobladores aquel espíritu empresarial que desmayaba en los descendientes de los pueblos originarios y de los españoles. Aquí, si uno pudiera personificar a la Historia, la podría ver enarcar una ceja y sonreír burlona. En toda América se regó el pensamiento de Ingenieros y todos los países se esmeraron en leyes que acogían la llegada de europeos. La ironía fue que no llegaron nórdicos, sino españoles e italianos. Brasil y Argentina cambiaron, en efecto, rostro: la mayor parte de la población, a inicios del siglo XX, era de origen italiana o española.

Se calcula que, solo de Italia, emigraron unos 20 millones de personas. Con frecuencia, ni siquiera conocían el destino, sino que genéricamente pensaban en “hacer la América”, expresión que condensaba el deseo de construir una fortuna en algún lugar paradisíaco, abundante en tierras fértiles, en agua, en frutos. Los empujaba la miseria de un país con estructuras semifeudales y sin ninguna oportunidad de ascenso social. Ahora, que Italia es una nación próspera, las nuevas generaciones han olvidado ese pasado próximo y muchos políticos señalan al migrante como enemigo, sin pensar en abuelos o abuelas que vivieron semejantes circunstancias. La literatura es memoria viva y, por ello, es justo que recuerde la saga de esos millones de antepasados que se asentaron en los diferentes países americanos.

Todo esto viene a la mente al leer la novela de Paolo Malaguti: Piero fa la Merica, publicado en 2023, en Italia. La novela posee varios momentos narrativos: en el primero, dos hermanos pequeños, Piero y Tonín Gevori, se dan a la caza de pajarillos en el bosque que rodea a su casa. Su familia es miserable, y viven una existencia de marginados gracias a la pobreza. Como en un sueño, Piero logra entrar en la mansión de los ricos del pueblo, y queda deslumbrado por el bienestar de esa gente. Luego, la extrema pobreza los lleva a emigrar hacia Brasil. El padre y los dos hijos suben a un tren por primera vez en su vida, y reparan en Génova, antes de subir al pestilente barco de migrantes. Una vez llegados al continente americano, se adentran en la selva y ponen manos a la obra en un terreno que les han concedido. Hay que talar árboles y, cosa peor, matar a los indígenas dueños de ese territorio. Como en una Macondo poco mágica y muy cruel, los migrantes se reparten los terrenos desboscados y comienzan la dura vida de campesinos. Con el tiempo, Piero se casará, se volverá rico en circunstancias de fortuna y cerrará el ciclo iniciado en el lejano Véneto.

La virtud de la novela no está en la trama, que recorre con puntualidad las etapas de la migración italiana en América. Resulta bastante evidente que, detrás de la construcción de la materia narrada, Paolo Malaguti ha recorrido bibliotecas y archivos, hasta dar una seria base documental a su novela. Todo, o casi todo lo que ocurrió en el proceso migratorio está en ese relato. Hay en cambio, un estilo que pone en evidencia la voluntad artística del autor. Ese estilo consiste en revalorizar el véneto como lengua literaria, no solo a través de los diálogos, la mayoría de ellos en dialecto, sino también en la voz del narrador: “… prima ci stavano Adamo ed Eva, giravano nudi, senza vergogne, gli alberi buttavano pomi, perseghi e fighi tutto l’anno, le bestie erano mansuete, non c’era bisogno di niente. Poi Eva ha dato retta al serpente, e tutto è andato in mona”. (Antes estaban Adán y Eva, andaban desnudos, sin remilgos, los árboles daban manzanas, duraznos e higos todo el año, los animales eran mansos, no se necesitaba nada. Enseguida, Eva le hizo caso a la serpiente y todo se fue a la mierda). “Andare in mona” es eso. Los escritores italianos contemporáneos se han propuesto dar valor a las lenguas regionales, quizá por el ejemplo de Andrea Camilleri con el siciliano de la serie del Comisario Montalbano. La lengua véneta tiene una ilustre tradición literaria y Malaguti no hace más que seguirla.

Para un lector de lengua española, resulta muy interesante una operación conceptual realizada por Malaguti, y que resulta en las antípodas del pensamiento de Sarmiento y José Ingenieros. Si, para ellos, América era bárbara y tocaba a los emigrantes europeos civilizarla (a esa categoría literaria dio nombre Sarmiento en su novela Facundo. Civilización y barbarie), el autor italiano, en cambio, da una vuelta de campana a esa concepción decimonónica, y propone una visión de los colonizadores europeos como bárbaros. Ya la primera escena de la miseria sufrida en la propia tierra da cuenta de condiciones de vida que están muy lejos del concepto de “civilización” y resulta muy claro que la división de clases, en Europa, era aguda y lancinante, con señores que vivían en palacios inasequibles y una pobrería que merodeaba en los alrededores, tratando de sobrevivir. Esa barbarie se exaspera con el hambre y es el hambre la que llevará a los campesinos pobres hacia la emigración. Las páginas dedicadas al viaje en tren y a la sucesiva travesía del Atlántico son sobrecogedoras en dureza, en sordidez, en sufrimiento. No será mejor el destino de los migrantes cuando deberán colonizar tierras ajenas. El duro trabajo de talar los árboles que impiden los cultivos será una prueba para jóvenes y viejos, con accidentes típicos del trabajo en la selva. El trabajo se convertirá en una suerte de pesadilla, mucho peor que las carencias de la tierra natal. La barbarie no reside tanto en esos duros pasajes primigenios, sino en la caza a los indígenas para despojarlos de sus tierra. Hay individuos especializados en esas masacres, y los emigrantes los seguirán en una expedición mortal, en donde exterminarán a una comunidad entera. Como sucede con frecuencia, la base de la riqueza posterior de Piero Gevori estará en ese asesinato colectivo. Malaguti construye un fresco excepcional, épico, rico de lenguaje y de aventura, en una novela de gran claridad intelectual, que se convierte en memoria y semilla, sea para los italianos que para los hispanoamericanos.

*Publicado originalmente en el blog de Dante Liano

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