Search
Close this search box.
Créditos: Prensa Comunitaria
Tiempo de lectura: 9 minutos

 

Jose Carlos Zamora al finalizar la lectura de la carta enviada por su padre al Festival Gabo. Foto Simón Antonio Ramón

Distinguidos miembros del Consejo Rector de la Fundación Gabo; estimados colegas, queridas amigas y amigos.

Vaya paradoja: no obstante mi solitario aislamiento de dos años, acompañado únicamente de una planificada y amplia variedad de centenas de insectos voraces en mi fría y húmeda bartolina, que por momentos más se asemeja a un rústico mausoleo refrigerado encerrado dentro de una especie de precario pero eficaz gallinero en el que permanezco enterrado en vida, en algún lugar perdido en la prisión Mariscal Zavala; nunca, jamás, había sentido tan calurosa y nutrida compañía y tanta libertad como hoy, que ustedes han transformado mi recinto y mi propio confinamiento en un lugar confortable y feliz, con inquebrantables pilares de fe, esperanza, humildad, paciencia y coraje.

Antes de seguir, quisiera pedir un minuto de aplausos para Guillermo Cano y Pedro Joaquín Chamorro, mártires inspiradores del periodismo independiente, que prefirieron morir en defensa de la libertad, que vivir hincados y renunciar a sus firmes convicciones frente a los narcos clepto regímenes fascistas característicos de nuestra exuberante región, donde contradictoriamente hay grandes mayorías de gente que sobra, que vive en la exclusión y la miseria.

Con humildad, pero experimentando paroxismo de felicidad, en nombre de los periodistas de elPeriódico de Guatemala y los periodistas y la prensa independiente de la región, me siento profundamente honrado de recibir el Reconocimiento a la Excelencia del Premio Gabo 2024.

Es momento propicio para reflexionar sobre las inevitables relaciones, desafíos y tensiones entre la prensa independiente y el poder establecido. El desafío de la prensa independiente es decir la verdad, expresar las cosas como son, desde todos los puntos de vista posibles. Por norma suele ser un ejercicio contra la corriente, en un contexto hostil, solitario y marginal y el poder suele considerarlo subversivo.

Son innumerables los intentos de poner a la prensa y a los periodistas independientes al servicio de una causa, una ideología, un interés o un gobierno. No importa los elevados ideales y las altísimas razones que se utilizan para cooptar o neutralizar a la prensa: la única intención es que se deje de hacer periodismo y se haga propaganda a través de los medios y apología de prácticas que terminan por convertirse en perversiones repugnantes.

Las responsabilidades del periodismo son la crítica, la fiscalización y la lucha sin cuartel contra los abusos del poder. Más aún, en países como Guatemala, en donde los peligros de abusos de los poderes establecidos se ven agudizados, debido a la ausencia en nuestros sistemas políticos de controles, balances y contrapesos institucionales, que permitan a la ciudadanía fiscalizar los excesos y abusos del Estado, al extremo que la corrupción y la impunidad se han transformado en un fenómeno habitual, perenne e incesante.

Desde otra perspectiva, el sistema no puede combatir el narco, la corrupción y la impunidad, porque el narco, la corrupción y la impunidad son el sistema.

Nuestra democracia ha experimentado una metamorfosis siniestra: cada cuatro años elegimos un clepto dictador, un presidente ladrón, que cogobierna con las mafias criminales, la oligarquía, los contratistas, proveedores y sindicatos del Estado ignorando las necesidades de las grandes mayorías pobres de la población. El sofisticado sistema de narco cleptocracia fascista que prevalece ha echado raíces profundas y es insensible e inconmovible a las demandas de la ciudadanía.

A la luz de esta dramática realidad, resulta evidente la importancia capital de que la prensa juegue el papel agresivo de pequeño contra poder de los poderes establecidos. Tarea muy cuesta arriba, pues la sociedad misma y los poderes tradicionales, paradójicamente incluso los mismos periodistas, tratan de manera recurrente de exigir la redefinición del papel de la prensa y de los periodistas independientes. Claman porque la prensa deje de tener conciencia crítica y se dedique a apoyar, predicar, persuadir, teniendo como ejes sus ideas, creencias, ideologías, ortodoxias, dogmas, procesos políticos y verdades oficiales y oficiosas. Ignoran u olvidan que la prensa, lejos de “deber ser”, simplemente “es”.

Más que periodistas y medios independientes quisieran propagandistas, propagadores de “buenas noticias”, constructores de castillos de naipes y simples servilistas.

La prensa y los periodistas independientes deben percatarse que su sometimiento a cualquier causa únicamente puede desembocar en la siembra de conformismos, desinformación y confusión y en la corresponsabilidad de cambios para que nada cambie.

La buena práctica periodística se limita a dudar, privilegiar la suspicacia, describir, expresar, revelar, descubrir, desnudar la realidad con énfasis crítico y fundamentalmente a poner a la vista lo escondido, propiciar vigorosamente la libertad en su sentido más amplio, desmitificar los fundamentalismos, las ortodoxias y el poder y realizar un libre examen de la realidad. Cosas, que, en su conjunto, no son nada fáciles de llevar adelante en nuestros contextos, pues como bien lo dijo Octavio Paz, nuestras élites jamás han hecho suyas la libertad, la democracia, la tolerancia, el debate público plural, el mercado, la transparencia, el respeto al Estado de Derecho, la genuina independencia de poderes y el respeto a los derechos humanos. Más bien, sus auténticas afinidades políticas, morales e intelectuales han estado siempre con el fascismo, el mercantilismo, el corporativismo político, los monopolios y oligopolios económicos y políticos, la opacidad, los privilegios y la intolerancia.

Nuestras élites poseen doble moral: sus amigos pueden hacer lo que quieran con impunidad, mientras que a sus enemigos aplican rigurosamente la Ley. Es más, consideran legítimo responder a quienes se salen de su redil, con boicot comerciales, coerciones, violencia en cualquiera de sus manifestaciones, asesinatos convencionales o morales, terrorismo de Estado e implacable persecución judicial y fiscal, campañas infames de desprestigio y difamación en los monopolios de televisión y oligopolios de radio, campañas sistemáticas de represión sicológica preventiva, secuestros, chantajes, encierro, destierro o entierro, hasta la vulgar compra de voluntades. Cómo dijo el expresidente Álvaro Arzú, en cuya administración se firmaron los acuerdos de paz, parafraseando a un conocido y burdo dictador: “al periodista se le paga o se le pega”.

Mi práctica periodística independiente me obligó a denunciar los abusos y excesos de los poderes establecidos, la corrupción y la impunidad, el terrorismo de Estado y los actos criminales de los altos mandos militares. Este tipo de periodismo significó amenazas de muerte, atentados, persecución judicial (más de 300 denuncias civiles desde el año 2000; 198 de estas denuncias entre 2013 y 2014) y fiscal (6 funcionarios de la superintendencia de impuestos con oficinas en el diario entre 2000 y 2004 y entre 2012 y 2015), llamadas telefónicas en las madrugadas por años, estrechos seguimientos a mi esposa y a mis hijos por décadas, exilio permanente de periodistas del diario, más de 30 disparos en las calles de la ciudad por el narco ministro de la defensa de turno, severo boicot publicitario como resultado de coacción y persecución del Estado y sus instituciones a nuestros anunciantes privados, descomunales campañas de descrédito y desprestigio en el monopolio de televisión y el oligopolio de radio en los horarios de mayor audiencia, misiones nocturnas de helicópteros militares sobre mi residencia, manifestaciones de empleados públicos frente a las oficinas del diario, allanamiento furtivo de la elite de contrainteligencia militar en mi residencia durante tres horas en las que fuimos golpeados y sometidos a vejámenes físicos y psicológicos, exilio de mi familia, asesinato del gerente de una industria en la que era socio minoritario a quien cortaron los dedos de manos y pies, degollaron y tiraron en un pozo miembros del ejército de Guatemala y cuya familia vio forzada a vivir en el exilio, órdenes de restricción para salir del país en tanto estaba siendo perseguido judicialmente por el presidente y la vice presidenta de la república, y el secuestro que me llevó a experimentar una larga siesta con la muerte, desnudo, por más de 16 horas en las montañas, a más de 50 kilómetros de la ciudad, sufriendo hipotermia, en un basurero clandestino, mientras los zopilotes volaban en círculos sobre mí, para disputarse mi cadáver con hormigas, perros y ratas hambrientas. Como daño colateral, sufrí un severo estrés postraumático que me agobió por eternos 11 meses en los que anduve inconscientemente en busca de la muerte.

En varias ocasiones y con diferentes gobiernos estuve al borde de la cárcel, nuestra planta de producción fue cercada por 200 oficiales disfrazados de policías civiles para impedir la circulación de la edición del diario, en dos ocasiones contrataron sicarios del cártel del golfo de Honduras para asesinarme, colapsaron nuestra página web en 14 ocasiones con la complicidad de la telefónica de Slim y destruyeron 14 años de nuestros archivos digitales, nos espiaban constantemente y llegaron al extremo de negar públicamente investigaciones periodísticas y noticias que aún no habíamos publicado. Para evitar el espionaje tuve que trabajar en casa con periodistas extranjeros y aun así antes de llegar a la planta de producción los trabajos de investigación periodística llegaron a la Casa Presidencial.

Quiero compartir mi convicción que nuestro verdadero desafío es vencer nuestros propios miedos y nuestra natural e inevitable cobardía, que representan los únicos obstáculos para hacer frente a nuestro pervertido y siniestro “status quo”. La sobrevivencia de una genuina empresa periodística en muchos de nuestros países se trata, simplemente, de tener tenacidad en medio de un ambiente hostil, de trabajar con honestidad e integridad en medio de un contexto corrupto, capaz de corromper a cualquiera.

Es preferible morir de pie, como lo hicieron, entre otros íconos del periodismo independiente, Pedro Joaquín Chamorro y Guillermo Cano, que vivir arrodillados, avergonzados y vencidos por ese lado obscuro que todos los seres humanos tenemos. El único enemigo que debemos vencer es a nosotros mismos. Si nos vencemos a nosotros mismos, nadie puede derrotarnos ni detenernos.

Quisiera terminar compartiendo con ustedes una convicción de Octavio Paz: la libertad no es un concepto ni una creencia. La libertad no se define: se ejerce. Es una apuesta. La prueba de la libertad no es filosófica sino existencial: hay libertad cada vez que un hombre libre, cada vez que un hombre en contra de la corriente, en soledad y en la marginalidad añado yo, se atreve a decir “No” al poder. No nacemos libres: la libertad es una conquista y más que una conquista una invención y se ejerce al expresar lacónicamente “No Quiero” al poder establecido.

Siempre he dicho que Guatemala es un laberinto perfecto, es decir, sin salida. Con mayor amplitud y lucidez asombrosa Gabo escribió de Guatemala: “Muy pocos han padecido una represión tan atroz, tan intensa y prolongada, y ninguno la ha sobrellevado con tanta soledad. Guatemala, patria de volcanes acezantes y aves del paraíso, es uno de los países más hermosos del mundo, y también de los más desdichados”. Donde el añejo fascismo criollo dominante “casi siempre se le ve la mano de rapiña, recurrente y feroz, la extrema mano derecha de destripador que tira la piedra y esconde el cuerpo entero” en sus extensos cementerios clandestinos. Donde “la utopía – honorosa – es de que el antídoto para el comunismo e incluso para la derecha moderna y progresista no es la inteligencia, si no el terror”. “La represión guatemalteca es peor que las otras, no tanto por su intensidad insaciable, ni por su ferocidad descorazonada, ni por su antigüedad prehistórica, sino porque ya no queda casi nadie en el mundo que se acuerde de ella”. Sin embargo, debido a sus excesos y abusos, la fundación Gabo entre otras importantes organizaciones y países, la pusieron una vez más en el mapa para fortuna de los guatemaltecos.

La entrega del premio Gabo no solo honra al periodismo independiente, sino que también es un encuentro propicio para deliberar sobre la importancia capital de ampliar y expandir los espacios de libertad de prensa, de reivindicar el periodismo riguroso, ambos pilares claves de las genuinas democracias, con instituciones y procesos electorales que garanticen la justicia y la transparencia electoral. Además, es momento también de hacer un alto y filosofar someramente que el periodismo es visto por las élites, que representan menos del uno por ciento de la población, pero poseen más del 95 por ciento de la economía como una especie de sacerdocio con voto militante de pobreza y suelen considerar a los periodistas como un grupo peculiar de albañiles de las letras y la cultura, por cierto, bohemios y “hippies” excéntricos, en su mayoría comunistas. Sin embargo dejando de lado, a quienes tienen como características distintivas “clichés” simplistas y peyorativos irrelevantes y pterodáctilos y helechos en sus mentes, y es mejor parafrasear la fantástica canción que Shakira escribió para la memorable película Amor en Tiempos de Cólera – basada en la novela de nuestro premio Nobel de literatura Gabriel García Márquez, para mi gusto el columnista más notable que jamás he leído – a propósito de los amores y pasiones entre el periodista y el periodismo: son amores que se vuelven resistentes a los daños, como el vino que mejora con los años; son amores que se esperan al invierno y florecen, que parece que se acaban pero en las noches del otoño reverdecen.

En nombre de la prensa independiente y los periodistas de la región, de los y las periodistas de todas las épocas de elPeriódico, de Minayú mi esposa, de Jose Carlos, Rodrigo y Ramón Ignacio mis hijos, de Carmen, Marina, María Mercedes Marroquín y Felicita Oliva Rivera, es decir el matriarcado que me malcrió, mi abuelo Clemente, mis hermanos Zamora, Marroquín, Fernández, y en el mío propio, agradezco y valoro en su enorme dimensión la decisión del Consejo Rector de la Fundación Gabo de prodigarme el honor invaluable que me han conferido, que profundiza mis convicciones por un periodismo libre de ataduras, audaz y sobre todo irreverente y dispuesto a correr altos niveles de riesgo frente al poder establecido, que por fortuna, si tiene quien le escriba a lo largo y ancho del hemisferio.

Abuso de este espacio para no perder las formas tropicales, y agradecerles también a nuestros amigos entrañables, que incesantemente nos han llenado de afecto, fe y coraje.

Muchas gracias.

Jose Rubén Zamora Marroquín 

COMPARTE