Por Jesús Hernández
En el idioma k’iche’, literalmente significa aurora o madrugada. Símbolo de principio y esperanza. No perder el valor y seguir fiel a sus principios; con la certeza de que después de cada noche, vuelve a salir el sol. Día para recordar nuestros principios, vivir nuestras convicciones y recuperar ánimos, también para emprender cosas que hace mucho habíamos deseado comenzar (Barrios, 2004; Jun winaq, s.f. p. 17).
A las maestras y los maestros
Recuperando los textos de reflexión me encuentro con este que en un día del maestro escribí: “Estos días somos testigos de la tremenda dificultad que hay en el consenso y búsqueda de mejores soluciones para hablar de la calidad educativa. Los patojos dicen que quieren ‘calidad y no cantidad’”.
Hay distintas interpretaciones de lo que significa “calidad”. Yo mejor ni digo qué, porque me van a decir que no le atino, pero de lo que estoy seguro y quiero es que mi hijo lea bien, que le guste, que comprenda lo que está leyendo, que me lea una historia o un cuento y que me pueda resumir lo que ha leído… ni modo, en la casa me toca animarlo a estudiar, a revisar con él las tareas, el trabajo que le dejan en la escuela; en esos porqués, a pesar de que llego bien jodido con todo el santo día de trabajo, me toca estar con él para revisar sus tareas, porque si no ¿para qué decidí tener mi patojo pues?
El maestro hoy en día es el que ayuda a formar a ciudadanas y ciudadanos para que nuestra comunidad mejore con las nuevas ideas que se comparten y practica en el aula. Pero también es cómo imaginarnos que esta sociedad, o este país, o este departamento sea la gran escuela: aquí todos estamos aprendiendo a compartir, a respetarnos, a desarrollar el pensamiento y a conducirnos con libertad en la calle, en el trabajo, en la casa… malaya la escuelita que tenemos: deteriorada, que se le caen los techos, que no tenemos sillas para descansar, que no hay botes para echar la basura… esta escuela, como dijo mi tío, “nues escuela vos”; pero eso sí, “vamos a condecorar a los mejores maestros y maestras…” ¿se lo merecen de verdad? No sé, tal vez sí, tal vez no…
La escuela que es este país, ¿tiene las maestras y maestros que necesita? ¿en dónde se descompuso esto de la educación? ¿Quién tiene la culpa: el maestro, el estudiante, el padre de familia, ¿o el Estado?
Le decimos maestro al albañil; al carpintero, al sastre, al zapatero… y como dijo mi amiga, en otros lados le dicen: “experto local”, porque sabe –o saben- su oficio. Decirle maestro al maestro que, no solo ayuda a leer y escribir, a sumar uno más uno, sino al que me ayuda a ser crítico y que analice conmigo los problemas de este país, es pues un bonito recuerdo para asegurar el mañana; es el que no pierde su tiempo en el aula o no va a trabajar, solo por obedecer a un grupo que sigue sangrando al Estado.
La verdad es que echándole la culpa al Estado nos lavamos las manos. Es mejor decir que quienes tienen la culpa han sido los que han estado en esos cargos de la educación: los ministros, viceministros, o ex de esos puestos, porque no se vale que uno que ha estado ya dentro de ese sistema “de trabajo” critique lo que no pudo hacer adentro; o lo que es peor, no tuvo coraje para denunciar lo que le parecía “el negocio del siglo”. De algo que si estoy seguro, que elevar la calidad educativa beneficiará a las nuevas generaciones; educarlos para prepararlos bien en la vida, porque también tendremos a las y los maestros que se graduarán en adelante, acompañarán “puro calidad al pueblo”, como se lo merece.
Sí. Queda mucho por ver en los próximos años, que los maestros tengan buen salario, que tengan tiempo para estar en la escuela y que porfa, pero porfa, pongan su creatividad para animar, motivar, y enseñar a las y los nuevos… Porque no se vale que me quede esperando a que todo lo resuelva el “papa Estado” –que también tiene su responsabilidad- pero que también cada maestra y maestro debe ser mejor cada día para los patojos… ni modo, más de alguno me va a reclamar: “como vos no caminás tres o cuatro horas para llegar a la escuela…” (yo como sigo caminando, pues de plano que no me afectará ese discurso).
A los maestros que de plano nada de nada, ni modo. ¡Muchá levanten ya cabeza!, -decía mi papá-, para que hagamos un trabajo que ayude a este país a avanzar y no a retroceder, porque no se vale que hundamos cada vez más a los que vienen detrás de nosotros…
Así que al hablar del día del maestro, y porque de plano muchos jóvenes no recuerdan lo que paso en aquellos años para conmemorar el día, lo del asesinato de la maestra “María chinchilla”: ser maestro es un compromiso con la historia y es la conciencia del pueblo.
En este próximo 25 de junio, me quito el sombrero por aquellos maestros y maestras que se fajan para que las niñas y niños salgan bien preparados. Son pocos, poquísimos, ya lo sé, pero los hay. Aunque sean unos pocos, mis respetos y mi solidaridad porque están haciendo, con su labor, un gran país, con hombres y mujeres que sueñan con equidad, tolerancia y justicia… ellas y ellos quieren un país-sano, por eso son paisanas y paisanos…
De repente me encontraré ahora con ellas y ellos, de repente…es el principio, es la esperanza.