Por Dante Liano
Puerto Barrios es uno de las pocas ciudades caribeñas de Guatemala: se asoma al Golfo de México con una cierta timidez, dado el escaso territorio que le quedó al país después del expolio de Belice. Nadie menciona a ese lugar como un sitio turístico; a lo más, como pasaje para Livingston, luego de tormentosa lancha en la desembocadura del Río Dulce. Miguel Ángel Asturias, en una de sus escasas alusiones al Caribe guatemalteco, describe la ciudad y sus alrededores como malsanos, pútridos, descompuestos. “un poblado […] construido sobre fierros, tablones y pilastras de cemento y troncos de árboles surdidos en el agua del mar, todo salóbrego, pegajoso y aparatado de fiebre palúdica.
Las casucas anegadizas, a las que se llegaba por graderíos de tablas sobrefalsas a corredores de pisos de madera carcomida, algunas con ventanas de vidrios que se cerraban como guillotinas, todas con tela metálica, y otras construidos en la pura tierra caliente, tierra hediendo a pescado, con techos de paja y puertas vacías como ojos tuertos”[1]. En ese Puerto Barrios, de aire vibrante por la brisa salada que viene del mar, nació Nora Murillo Estrada.
La región autoriza el adjetivo “variopinta”. Ya se sabe, los puertos son encrucijadas, crisoles, intersecciones. La población, como en toda esa área, recoge flujos de personas y las etnias se confunden y mezclan: mayas, ladinos, afrodescendientes, garífunas e incluso coolies. Trabajadores sudorosos que descargan, a torso desnudo, grandes bultos de las embarcaciones foráneas; o lánguidos pescadores pálidos que salen a capturar lo que haya. Una población que parece en permanente itinerancia.
Y aunque el lugar de origen hiciera difícil el deseo de una carrera en las humanidades, Nora Murillo se graduó como maestra, sacó la licenciatura en Trabajo Social y el Máster en Antropología. Al mismo tiempo, se convirtió en una de las poetas más destacadas del país. Muchos comienzan escribiendo poesía social para desembocar en lo más íntimo y subjetivo. El camino de Murillo ha sido lo contrario. Sus inicios, en Abrir la puerta, recorren dos temas principales. Lo que podríamos considerar el recorrido de una mujer, desde la toma de conciencia de su condición hasta su liberación femenina (y feminista) y el descubrimiento poético del amor materno. La conciencia de ser mujer parte de las raíces, de la madre, a la que llama “Maíta” y a la que describe con una enumeración metafórica breve y eficaz: la risa es una mueca; el cabello, una sombra; el cuerpo, una resistente palmera; y, en síntesis, su figura es luz y faro. Una suerte de declaración genealógica de su línea al femenino, que va a ser el eje del libro. La descripción de la vida de una mujer tradicional se recoge en “Triple jornada”, en donde el ritmo de la vida doméstica se califica como “fúnebre” y se describe en tres momentos: la cocina, el lavado de ropa, el trabajo en la fábrica. La mujer no solamente trabaja como obrera, sino también desempeña las labores domésticas. No por nada el verso que comenta esa situación recita: “El reloj / marca el infierno” y sentencia, al final: “Los sueños se pierden en la cama”, con un doble sentido meridiano.
La constatación de la dura realidad de la mujer se amplía con la descripción de la relación con el hombre, resentido precisamente de esa toma de conciencia: “Te molesta / el retoñar de mis ramas/ las flores que me brotan/ lo verde de mis hojas”. La metáfora central identifica a la poeta con un árbol, y esa metáfora central se desarrolla después en las secundarias: ramas, flores, hojas. El hombre se asusta: “Estás con miedo”, se enfada: “Me ves como sombra”, y, a pesar de todo, la conciencia sigue su camino de iluminación: “aquí -en la cuesta- / una mujer / ¡camina!”. La toma de conciencia se resuelve en el poema central del libro, poema que da nombre a la colección: “Abrir la puerta”, en clara imagen de la salida de una situación oprimente. La emancipación se imagina como una salida de la casa/prisión en la que vivía: hila metáforas de objetos y muebles domésticos para desembocar en un liberador verso final: “Abri la puerta / y me tomé la calle”. En un lenguaje aparentemente directo, pero dominado por el recurso metafórico, la mujer constata su nueva situación: “Como trompo /rompés ataduras /dejás de ser puente / derribás obstáculos /emprendés caminos […] Pero sos cada vez / más libre / más hermosa / más valiente / más mujer”, no obstante los intentos del hombre por hacerla volver a su situación precedente.
La nueva situación se completa en la sección “Ojos de mi jardín”, con el descubrimiento, siempre poético, de la maternidad y de la insondable relación con los hijos. La poesía que da título a la sección comienza con la descripción de un niño que juega entre flores y plantas. Las metáforas son naturales y, al mismo tiempo, potentes: “Lleno mi boca de pájaros / y me amarro las manos de amor /para no lastimar tus ramas”. De nuevo, Murillo acude a la enumeración metafórica para elaborar su afecto maternal, en “Te regalo”, que se desgrana en un rosario de presentes simbólicos:
...Un barco de papel en su bahía Un juego de palabras amorosas Una pócima de nomeolvides Una playa con pelícanos Una luna creciente ¡Un cometa! Una tarde de payasos y sus risotadas Un sueño atestado de cocuyos Un árbol lleno de jilgueros Un beso tibio sabor miel Una llanura de flores ¡Una estrella!
La enumeración caótica tiene, en realidad, la coherencia que le confiere el afecto, que se difunde por cada uno de los miembros del elenco. Cada línea es una metáfora que encierra otra metáfora, como el primer elemento: el barco de papel tiene que navegar en una extensión mínima, cuya bahía puede ser un charco, así como el “sueño atestado de cocuyos” se refiere a un luminoso dormir.
De otro tenor el libro siguiente, La esquina violeta y los cadáveres sin nombre, en donde Murillo da cuenta de una fuerte pasión social y de un compromiso nacido de una evidente biografía. Sin renunciar al abundante uso de la metáfora, la poeta desarrolla un sentido del ritmo que se advierte también en su primera obra. De este modo, ambas habilidades aparecen en “Huida”: “Soy gaviota suspendida /en pleno vuelo. /Hormiga / escapando del ventarrón”. El período paratáctico está al servicio de las dos imágenes: “Gaviota” y “Hormiga”, y las acciones simbolizan la situación suspendida de una persecución. Las alusiones al terror sufrido durante las dictaduras militares son abundantes: el miedo, las desapariciones, las muertes de los compañeros y amigos y, al final, el exilio, se repiten en este libro de apasionada denuncia. En cierto sentido, Murillo representa una época, un modo de contarla y un ejercicio febril de la poesía.
[1] Miguel Ángel Asturias, Hombres de maíz, ALLCA 20, Madrid-París, 1992, p. 263
Publicado originalmente en Dante Liano blog