Créditos: 1ExMibal
Tiempo de lectura: 21 minutos

Por Gilberto Morales

Los hechos

El veintiséis de noviembre de mil novecientos setenta, cinco minutos después de las 15:00 horas un automóvil BMW último modelo sale casi al final de la 9ª calle y Avenida Reforma de la Zona 9 de ésta Ciudad de Guatemala por el portón de la casa marcada con el número 9-76. Esta vivienda es conocida por muchas personas como “la casa del mundo” porque en su exterior hay un globo de mosaicos de grandes proporciones donde se posa un ave, visto desde afuera este “mundo” es una escultura que la distingue de las demás casas de ese elegante sector urbano y que el imaginario popular le asigna el significado de la paz del globo terrestre.

En ese momento un hombre vestido con una camisa blanca de mangas largas hasta las muñecas y un pantalón de gabardina caqui, tocado además con una gorra también blanca, que aguardaba desde casi de media hora antes parado sobre la acera sur-poniente de ese crucero, atravesó la calle cambiándose a la acera de enfrente a paso normal, aunque al final tuvo que librar con un rápido par de pasos largos, a manera de saltos, a dos automóviles que llegaban entre el tráfico que atravesaba la avenida Reforma.

Al salir de la Casa del Mundo el conductor del BMW se vio obligado por el sentido obligatorio de la vía para la circulación de vehículos en ese lugar, a doblar a la derecha hacia el sur. Después de ocho días de andar detrás del vehículo al hombre de la gorra blanca, el carro no le podía resultar extraño. Antes de cambiar de acera su posición en el terreno le hacía posible mantener contacto visual con la salida de La Casa del Mundo y, al mismo tiempo, con un vehículo deportivo de marca europea estacionado a la derecha más allá de la media cuadra sobre la 10ª calle.

Desde éste automóvil otro hombre sentado en el lugar del conductor aguardaba mirando atento por el espejo retrovisor los hechos a darse de un momento a otro y vio, efectivamente, al hombre de la gorra blanca cruzar la calle librando por momentos a trancos algunos vehículos. No había sido mucho tiempo de espera. Inmediatamente puso en marcha el motor del automóvil que ocupaba sentado al timón y advirtió a los hombres que lo acompañaban en su interior, el del asiento a la par de él y a uno más en el asiento trasero, con una sola y pequeña frase susurrada, ¡ya viene!, y esperó con seguridad muy lejos de cualquier sorpresa, ver doblar a su espalda al esperado vehículo.

Muy cerca de la salida de la Casa del Mundo, a veinticuatro metros al sur, en la esquina de la 10ª calle y avenida Reforma, el BMW cruza de nuevo a la derecha hacia el poniente y es en ese momento palmariamente visible para el chofer el reflejo de la imagen del vehículo en el pequeño rectángulo de su espejo. No había duda, era el mismo que venían observando desde días anteriores. Después de continuados y discretos contactos visuales durante no menos de una semana, se le había hecho familiar. El objetivo de esa vigilancia había sido establecer la rutina de su habitual conductor, un hombre de mediana edad que siempre vestía traje y corbata y de quien se decía ser un licenciado de la Universidad.

Con el motor en marcha y con algún grado de controlada tensión interna, sin dejar de ver por la superficie reflejante la imagen del carro que se acercaba a baja velocidad hacia el poniente, lo dejó pasar y discretamente se colocó atrás, a la izquierda, confundido entre los demás vehículos que en ese momento hacían alto en el final de esa calle. El personaje observado llega con anterioridad a su casa del 9-76 supuestamente al almuerzo familiar, es a finales de noviembre, los días resultan fríos, el cielo es radiante con los vientos fuertes propios de la época.

Al llegar a la avenida, otra vez el BMW vuelve a doblar a la derecha, hacia el norte, hacia el Centro Histórico de la Ciudad, después de detenerse apenas lo suficiente para ver si tenía espacio y tiempo para girar hacia en la 7ª avenida, esta maniobra fue seguida de la misma desapercibida forma por el vehículo anteriormente estacionado en la mitad de la calle, que había iniciado su seguimiento.

El movimiento vehicular sobre la 7ª avenida de la zona 9 avanza con una velocidad moderada hacia el norte, el carro europeo a la caza del conductor del BMW se mantiene atrás por momentos cautamente, dejando varios carros entre su presa y él. Una pequeña parte del tiempo del trayecto se sitúan a su lado, con esto le dan “normalidad” a la circunstancia y pueden observar plenamente a su objetivo. Éste parece ir más ocupado en el pensamiento de sus propios asuntos profesionales e íntimos –indescifrables-, que a los sucesos ominosos en ese momento a su alrededor mientras va hacia su bufete en el Centro Histórico de la Ciudad. Es un día viernes pocos minutos antes de las 15:20 de la tarde.

Ruedan de esa manera casi un kilómetro de la 10ª a la 1ª calle. En la segunda calle los dos vehículos pasan debajo del amplio arco que abren las bases que sostienen la Torre del Reformador. La misión del perseguidor es anticiparse a los movimientos del BMW y antes de terminar el recorrido de esas diez cuadras, a unos cincuenta metros antes del semáforo de la 1ª calle sobre la misma avenida, cuando éste da luz roja para detener el tráfico, el automóvil deportivo de marca europea lo rebasa y se detiene adelante, obedeciendo al alto de la luz roja y al mismo tiempo bloqueando su paso.

El hombre hasta ahora sentado atrás del conductor en el asiento trasero, baja del automóvil persecutor por la portezuela de su lado y se dirige hacia el lugar que ocupa el conductor del BMW. A continuación descarga sobre él nutrida salva de tiros con su pistola de mano a través del vidrio de la ventanilla izquierda, con ocho impactos logró su asesino el objetivo final de esa persecución, segar una vida útil y productiva.

El coronel Virgilio Villagrán Bracamonte, en su calidad de vocero del Ejército Nacional de Guatemala, declaró unas horas después del asesinato por medio de un comunicado oficial de la Oficina de Relaciones Públicas de esa institución armada, entre muchas otras cosas que buscaban justificar la muerte de este egregio personaje, que “el trágico hecho será investigado exhaustivamente”.

Al día siguiente el 27 de noviembre del año 1970, en las páginas interiores de Prensa Libre y las de El Gráfico titulan “Murió Julio Camey Herrera” y de manera más destacada El Impacto da la noticia en su primera plana.

Otros hechos

Cuatro días después otro destacado personaje del mundo de la academia y del ejercicio del Derecho, Alfonso Bauer Paíz, sufrió un atentado que nos relata en sus memorias, dice un poco más o poco menos así: Ese día desde la puerta del Congreso de la República, hasta la puerta de la facultad de Derecho, un oreja me gritó, ¡ya vas a ver lo que te va a pasar!, y a dos orejas más presentes en el lugar les dijo, ¡conózcanlo! El incidente me molestó y no me permitió atender completamente bien a una monja belga interesada en conocer sobre la vida política del país.

Años más tarde Alfonso haciendo remembranza le contó a su compañera de vida que en ese momento se achicopaló y se recriminaba no haber agarrado el toro por los cuernos yendo a reclamar y averiguar el nombre de los orejas. Sin embargo con todas las ocupaciones propias de un docente e investigador universitario como él y en ejercicio de su profesión de abogado desarrolladas durante la jornada laboral diaria, el desagradable incidente con los orejas del Congreso pasó a un segundo orden de conciencia.

Y continúa en sus memorias: Por la noche a las siete de ese mismo día me habían invitado a tomar unas copas en la “Colonia China”, a la vuelta de la facultad de Derecho en ocasión de la graduación del hijo de un colega cercano. El toque de queda, porque había Estado de Sitio, estaba fijado para las 9 de la noche, cuando vi que ya era hora prudente me retiré por la décima avenida. Mi carro estaba estacionado sobre esa misma avenida cerca de la quinta calle, a inmediaciones de allí también estaba mi bufete en el Pasaje Savoy. Cuando iba en busca del vehículo sobre la avenida mencionada y ya por el Callejón del Conejo, veo a unos veinticinco metros a cinco hombres que vienen corriendo hacia mí.

Vi mi carro muy próximo y corrí, logré entrar en él, pero el nerviosismo no me dejó encenderlo. Dos de los verdugos se pusieron adelante del vehículo y dos atrás, mientras el quinto –feo, chaparro y rollizo-, blandiendo una escuadra, me gritaba que saliera del carro. En conocimiento de la forma de operar de la represión, secuestrar-torturar-asesinar, hice resistencia como pude, me tiré hacia atrás descargando todo mi peso sobre el asiento, mientras trataba de desviar a patadas la mano armada del sicario y con ello la dirección de los disparos. Me dejaron por muerto. Los bolos consuetudinarios del lugar seguían chupando y se contentaban con ver de lejos. La imagen espectral de una mujer que observaba los hechos desde una ventana permaneció allí todo el tiempo y parecía no entender mi situación, soy Alfonso Bauer Paiz y me estoy desangrando, le había dicho desde el principio y seguía imperturbable.

Luego recibí el apoyo de dos conocidos míos que vivían cerca y fui asistido con primeros auxilios por un médico que tenía su consultorio-vivienda en las proximidades al lugar del atentado. A unos cinco minutos antes de vencerse el plazo para el toque de queda una ambulancia me condujo hasta el hospital de la Seguridad Social.

De acuerdo con su compañera de vida, fueron cinco heridas de bala las que le ocasionaron los esbirros, en la clavícula, en una pierna –cerca de la femoral-, en un tobillo, otra en una rótula y un quinto más, indeterminable a estas fechas pero seguramente en ese momento en la integridad corporal de Poncho.

Y concluye Bauer Paiz: Los tiempos de la represión eran tales que algún tiempo después, en el Igss, durante mi hospitalización fui trasladado a un pabellón más seguro como medida de protección al haber detectado un escalamiento a las terrazas de ese centro médico, que hacían suponer un intento de rematarme. Su recuperación duró cinco meses.

Más hechos

Quedó hemipléjico a consecuencia de un accidente sufrido cuando estudiaba su doctorado en derecho en la Universidad de París, por tal razón se vio posteriormente obligado a usar durante las horas de su día laboral una silla de ruedas. Ésta jornada era larga por su condición de diputado al Congreso de la República, por su condición docente universitario, por el ejercicio privado de su profesión como abogado y, además, por su involucramiento responsable en los problemas nacionales a través de su militancia en el todavía proyecto de partido político, la URD. Era su vida, una vida activa, fructífera e intensa.

En el momento en el que abandonaba el edificio donde se encontraba su bufete, en la esquina de la 4ª avenida y 9ª calle de la zona 1, y en el momento también en el que su chofer intentaba ayudarlo a ingresar a su vehículo por la ya mencionada discapacidad, dos hombres de reconocida indumentaria lo atacaron a balazos por la espalda, produciéndole la muerte sobre la acera de la avenida en la ya ubicada esquina, con 12 impactos de bala.

El diario Prensa Libre en su edición del 14 de enero de 1971 informa que el día anterior, 13 de enero del mismo año, a las 18:45 fue asesinado el Dr. Adolfo Mijangos López, al salir del Edificio Horizontal situado en la 4ª avenida y 9ª calle esquina.

De nuevo y como síntoma importante de aquellos duros tiempos, la Secretaría de Relaciones Públicas del Ejército informó por medio de un comunicado emitido a las 23 horas del mismo día sobre el asesinato, es decir después de casi cinco horas del hecho, en los siguientes términos: Fallece trágicamente el Dr., en Derecho, Adolfo Mijangos López. El diputado al Congreso de la República y catedrático de la Universidad de San Carlos, fue asesinado hoy y lamenta (el gobierno militar a través del vocero del Ejército), el cobarde hecho.

De manera evidente como un síntoma de los tiempos era el vocero del Ejército quien daba el informe de éste y de cualquier otro caso similar y no la secretaría de información de la presidencia, como demostración de quién representaba realmente de manera institucional el poder.

La velación fue en el Salón Mayor de la Facultad de Derecho con guardias de cuerpo presente de las más altas autoridades universitarias. La muerte del académico, Julio Camey Herrera había sido ya un hecho doloroso y una afrenta a la Universidad, además de conmover a la opinión pública. El hecho agravado es una afrenta mayor, si cabe pensarlo así, por la condición física descrita del Dr. Mijangos, éste gozaba del profundo respeto y de la admiración de sus compañeros de trabajo, de sus colegas, de sus estudiantes y de sus correligionarios en su organización política, por sus méritos personales, por su calidad intelectual, así como por ser un universitario destacado, su asesinato produjo repulsa generalizada.

Al día siguiente de su muerte un docente de esa misma escuela de Derecho, Carlos Guzmán Böckler, en el velatorio del cuerpo en esa misma Facultad, hizo uso de la pileta situada en el centro del patio de ese lugar de estudios, como una tribuna en donde parado en el borde de la misma, de manera indignada y valiente si se considera el terror situado en lo más profundo del alma de los guatemaltecos, así como de la presencia de los esbirros solapados infiltrados como estudiantes universitarios al acecho de víctimas propiciatorias mediante su denuncia traidora, pero esa vez la indignación fue mayor que el miedo y el terror y lanzó en un discurso fúnebre de cuerpo presente una dura invectiva en contra de los asesinos intelectuales que, aunque ocultos tras el manto de la clandestinidad y protegidos por el poder, eran identificados sin embargo por la generalidad de la población.

El doctor Mijangos fue asesinado por la espalda con reiterada sucesión de 12 tiros de una pistola de mano. Todas las muertes son dolorosas, no obstante hay formas y modos de morir que agravan y ensombrecen todavía más ese evento. La circunstancia de la indefensión obligada por su situación física no impidió la brutalidad, además se le asesina con 12 disparos sañudamente repetidos como muestra de que la represión no se detendría ante ese tipo de especulaciones éticas, pero además se le dispara desde atrás hacia la espalda, para mayor alevosía.

El mensaje que enviaban los jefes de los matones era claro, una amenazante advertencia a los que se oponían a los intereses del régimen y a los intereses de las empresas transnacionales para que cambiaran su actitud y, especialmente, sus ejecutorias.

La forma y el modo de ese asesinato era para que la gente común de la calle internalizara la brutalidad de los cuerpos represivos clandestinos gubernamentales y como consecuencia se inhibiera por la vía del terror de cualquier tipo de participación política. Era un acto de amedrentamiento por la descarnada vía del asesinato de un ilustre universitario, realizado además públicamente.

El evento del 13 de enero fue la culminación de una serie de provocaciones y amenazas sufridas por el doctor Mijangos. El mes anterior, en diciembre le fue enviada una corona mortuoria con una nota de donde se le decía que esa navidad sería la última que viviría y pasaban al insulto procaz. Los matones con sombrero de palma, pantalones vaqueros, botas tejanas y con una leve camisa que hacía más ostensible una escuadra en la cintura, como cuenta el Dr. García Laguardia en tanto era su socio en el bufete de ambos, que estos se pasaban horas en la entrada del edificio en donde se ubicaba ese despacho, songueaban y hacían comentarios con sorna sobre su futura víctima. La presencia de los matones en la puerta del edificio era un acto de provocación y amenaza con intenciones de intimidarlos y al mismo tiempo les servía para controlar los desplazamientos de su futura víctima.

Los tres asesinos materiales sin miramientos morales, sin asomo de duda, fría y profesionalmente, dispararon repetidamente sobre el político y académico en el momento en el que esperaba la ayuda de su chofer para abordar su carro. Así fue asesinado por doce tiros de arma de fuego por la espalda, Adolfo Mijangos López.

Su madre, Berta López de Cáceres y dos acompañantes solidarias iniciaron una protesta por el hecho y por demanda de justicia, se manifestaron haciendo presencia en el Parque Central, hubo funcionarios de gobierno que las calificaron de locas y como presión para que detuvieran su protesta una de ellas fue amenazada con asesinar a su hijo, un joven universitario.

El último de los hechos

Después de estos trágicos eventos el licenciado Rafael Piedrasanta Arandi permaneció unos meses más en el país, tiempo en el que recibió múltiples amenazas de muerte hasta librar con bien un intento de secuestro en su contra realizado en el barrio San Pedrito en la zona 5 de la Ciudad Capital, muy cerca del lugar donde vivía. Por este extremo y por el alto nivel represivo del gobierno militar que se había puesto más cercanamente de manifiesto con los asesinatos y el atentado de los profesionales aludidos con anterioridad y por el clima general de inseguridad, pidió refugio en México y abandonó el país el 8 de mayo de ese mismo fatídico año.

Piedrasanta posteriormente se refugió en Costa Rica y permaneció en ese país durante un tiempo hasta su regreso a Guatemala, en donde continuó con su labor de docente y crítico de las políticas gubernamentales.

El contexto de estos hechos

Se vivía entonces en el marco de la guerra interna. La presencia militar era un peso presente en las distintas actividades efectuadas por la población. El movimiento armado de los años 60 había sido derrotado, se perseguía de cerca para su captura, tortura y asesinato a su militancia y en especial a su dirigencia. Existía una cultura de muerte y terror. La represión de los sectores populares a través de la persecución de sus organizaciones y el asesinato de sus dirigentes era la forma de hacer gobierno. La entrega por los gobiernos militares de los recursos naturales del país a empresas transnacionales y el otorgamiento de dádivas a la oligarquía era, en ese contexto, un simple acto burocrático.

El gobierno militar que recién había tomado posesión dirigido por el coronel y más tarde general Carlos Manuel Arana Osorio (1970-74), después de derrotar a la guerrilla en oriente y nororiente del país, imprimió mucha fuerza represiva en los centros urbanos y en especial en la Ciudad Central, como una medida de limpieza de los remanentes de apoyo a aquel movimiento.

Ya elegido presidente de la República en los primeros meses de su gobierno redujo las garantías constitucionales decretando un Estado de Sitio con toque de queda de las 9 de la noche hasta las 5 de la mañana, con lo que le daba continuidad a ese estado de restricción de las garantías constitucionales que se venía imponiendo con alguna frecuencia desde el gobierno anterior. Posteriormente reformó el artículo 16 de la ley de orden público a pesar de ser esta una ley constitucional, para poder desde el Ejecutivo decretar ese estado de restricción sin la necesidad de que éste fuera aprobado por el Congreso de la República como disponía originalmente la mencionada ley. Eso le era más cómodo.

En esos mismos meses inició un cateo general de la ciudad de Guatemala. En los primeros 15 días de esos cateos casa por casa, se registraron 1600 capturas de las cuales fueron asesinados después 700 personas (McKlintoc: 99). Para mayor control las fuerzas represivas cerraron los puntos de salida de este centro urbano hacia la costa en el sur, al norte en la salida al Atlántico, hacia el oriente en el boulevard de Vista Hermosa y hacia el Altiplano en occidente por la carretera Interamericana. Al mismo tiempo que permitían el ingreso de los transportes de otros departamentos para ejercer un riguroso control de los viajantes. Era una encerrona.

Arana Osorio había sido el jefe ganador en contra de la guerrilla de izquierda en oriente y nororiente, por ello su cargo como presidente de la República tenía mucho de premio por los servicios prestados en la represión de los pueblos de esa zona, en el desarrollo de la guerra psicológica para instaurar el terror y el miedo en el alma de los guatemaltecos y finalmente como una consecuencia fatal, la neutralización de la guerrilla. Además se censuró a los radio periódicos El Independiente, Guatemala en Marcha a las radios, La Voz de las Américas, La Nuevo Mundo y al periódico La Tarde, así también se catearon las universidades de San Carlos, Landívar y Mariano Gálvez.

Este gobierno ejerció sus funciones restringiendo los derechos de la ciudadana con estados de sitio y el desplante de sus medios de guerra ante la población para producir más terror y reducir todavía más las libertades civiles y políticas de la población.

El aparecimiento de bandas paramilitares se dio efectivamente en el gobierno de Julio César Méndez Montenegro (1966-1970), en los primeros años de ese cuatrienio político, pero organizadas por el Ejército y por el Partido Liberación Nacional de extrema derecha, estos grupos de maleantes con respaldo oficial realizaron su efectivo trabajo reprimiendo al movimiento revolucionario y al de las gentes del pueblo. Aún antes de empezar el gobierno ya electo de Méndez Montenegro, como presagio de lo que llegaría después, dos semanas antes de la toma de posesión presidencial en el mismo mes de marzo de 1966 se dio el secuestro de treinta y tres personas, caso que se conoció como el de “los 28 desaparecidos”. El primer secuestro múltiple con fines políticos que se dio en América Latina.

Estos grupos para militares en funciones policiales eran un actor importante en la guerra interna, su especial misión era ir a la caza de revolucionarios y de cualquier otro desafecto del poder. Cualquiera de las instituciones represivas como la policía nacional, la policía de Hacienda, la policía política (los judiciales), asignaban a sus propios efectivos para que operaran de esa forma delincuencial, además de existir personal civil especializado vinculado con el ya mencionado partido político para esas mismas funciones. Estaban también de manera orgánica las bandas delincuenciales pertenecientes a dependencias del Ejército como la G-2 y la D-2, aunque la centralización del mando de todas estas gavillas asesinas estaba en los órganos propios del Ejército.

Estos grupos iniciaron su participación con fuerza rotunda y dejaron su dolorosa huella entre los guatemaltecos a través de la desaparición forzada, la tortura y el asesinato. A esto había que sumar una amplia red de informantes voluntarios o a sueldo. La delación podía encontrarse agazapada en cualquier lugar.
Los cadáveres de las personas secuestradas y asesinadas eran dejados después de mutilaciones monstruosas tanto en los caminos vecinales aledaños la ciudad, como en lugares de fácil acceso como la conocida Plaza Berlín en la Zona 13 al final de la avenida de las Américas o tirados al cauce del río Motagua, todos estos hechos con una amplia cobertura fotográfica de los medios de prensa. El terror que infundían las acciones de estos grupos de esbirros estaba presente de manera fresca y vigente en la conciencia de la ciudadanía. Estaba tan adentro de la conciencia que marcó una forma de ser del guatemalteco, nadie en aquellos tiempos en su sano juicio expresaba sus opiniones políticas, ni hacía comentarios al respecto. No se hablaba de política, había temor, ese era el sentimiento imperante. Los asesinados en esos años fueron estimados en varios miles de personas.

No obstante se permitían procesos políticos democráticos como fachada del régimen, había sucesión presidencial cada cuatro años a la par de elegir a otras autoridades políticas, diputados y alcaldes, se aparentaba una alternancia en el poder al elegir a distintos personajes en el período señalado, aunque todos ellos fueran militares los que, a su vez, habían sido en el período político anterior, ministros de la Defensa. Con esa misma intención se permitía la actividad de los partidos políticos en otro aparente rasgo democrático.

Teníamos los que vivimos esos tiempos ejército para el desayuno, para el almuerzo y para la cena. Se mantenía control del tráfico vehicular mediante “tapones” en calles y avenidas de la Ciudad realizados tanto por el Ejército como por la Policía Nacional, los que podían ir reforzados por efectivos de otras policías y de grupos especializados en la represión urbana como los integrantes de la Brigada de Reacción de Operaciones Especiales (BROE) de la Policía Nacional, era una ciudad ocupada militarmente en donde los conductores de vehículos debían identificarse documentalmente ante el efectivo de la represión que los interrogara en los mencionados “tapones”. A esto se hacía acompañar una intensa campaña en los medios de difusión masiva como parte de la guerra psicológica que apuntaba a la “humanización” del Ejército. Los eslóganes de esa campaña hablaban de un soldado que era amigo, que era hijo y que era un hermano.

A la par de esos mensajes reiterados con el interés de conmover a quienes pudieran a favor de un hipotético soldado amigo, se pasaba varias veces al día por televisión el “reportaje” de una escuadra de kaibiles, que descuartizaban pollos vivos a mordidas. En la contraposición de esos dos elementos de esa campaña psicológica, quedaba flotando la amenaza y el miedo. La guerra sicológica no desdeña sino pone en primer plano el manejo perverso de los sentimientos (amor, violencia, miedo, terror) de las personas para neutralizarlas.

En ese período, que resultó largo fue de más de 20 años de 1963 a 1985, el Ejército tenía tomado al país, se vivía cotidianamente bajo la sujeción de esta institución. No obstante el poder en el país era bicéfalo, la oligarquía, el capital emergente y el transnacional por un lado y la fuerza armada en el otro, ese era el eje de poder, relación donde en última instancia prevalecían los intereses del capital. El Ejército era al final sólo un buen servidor de los sectores de capital mencionados. Para esta relación se había dado un pacto secreto, la institución armada por su lado tenía mano libre para el uso de la cosa pública con el fin de enriquecer a la media y alta oficialidad, mientras cumpliera con el servicio de la defensa y protección de los intereses políticos y financieros de los grupos sociales mencionados.

Para este beneficio financiero y prendario, entre otros recursos, se asignaron extensiones de tierra en Petén y en la carretera Transversal del Norte, especialmente a medios y altos oficiales como sinecura.

Tanto el sector justicia como el poder legislativo estaban subordinados al Ejército y las funciones del Ejecutivo eran ejecutadas por la mano de la poderosa institución armada. La burocracia del estado estaba copada por militares en altas funciones de la administración pública, lo que incluía a coroneles en función de ministros y forzosamente a un jefe militar máximo en funciones de presidente de la República.

Era un estado militarizado que justificaba su autoritarismo en una supuesta amenaza del “comunismo internacional”. La presencia activa de grupos guerrilleros muchas veces fue exagerada para permitirse una forma de gobierno impositiva y autoritaria, además de una oportunidad para corromperse. Una amenaza de este tipo puede justificar la compra de insumos militares, desde armas, hasta uniformes y equipo para una tropa inexistente y con ello poder desviar los recursos financieros a los bolsillos de los altos jefes militares bajo el manto de satisfacer estas necesidades institucionales ficticias. Procedimiento que era llevado a cabo en silencio y protegido además por el Secreto de Estado.

Esas eran a grandes rasgos las manifestaciones del momento que vivía Guatemala.

Por qué esas víctimas

Porque se oponían rotundamente a los términos contractuales entre el estado de Guatemala y la empresa Exploraciones y Explotaciones de Izabal S.A., Exmibal, a su vez subsidiaria en Guatemala del consorcio minero creado por la alianza de las empresas Hanna Mining Co. y la International Niquel Company, Inco., para asignar a la primera empresa minera mencionada una Concesión para la exploración y la explotación donde se encontrara de níquel y otros metales.

Este despojo del país comenzó al final del período presidencial de Carlos Castillo Armas quien fue asesinado el día 26 de julio de 1957, un día antes de su muerte, el 25 de ese mismo mes ese gobierno le concedió a Hanna Mining Co., 3,600 hectáreas de terreno en Izabal para ser explotadas durante cuarenta años. Posteriormente, el gobierno sustituto del de Castillo Armas el de Guillermo Flores Avendaño, el 16 de enero de 1958 le asignó a la misma compañía minera otras 56,325 hectáreas en Alta Verapaz, con el mismo período de 40 años. Y ya en el gobierno siguiente el de Miguel Ydígoras Fuentes el 10 de junio de 1960 se le concede a Hanna Mining Co., la explotación de minerales en 22,990 hectáreas más en Izabal.

En esta considerable extensión territorial les era permitido extraer níquel, cobre, cobalto, cromo, hierro, sin contar con, como sabemos ahora, las tierras raras las que no estaban en la Concesión pero que indudablemente la empresa se llevó fuera del país. Además el Estado de Guatemala debía ser garante de la empresa en los préstamos bancarios que la misma contratara y, como si eso fuera poco, exonerarla del pago del impuesto sobre la renta. Además Exmibal podía exportar divisas sin control, lo que afectaría monetariamente al país. Por su parte la empresa pagaría un canon de superficie de diez centavos de Quetzal por hectárea y se comprometía a futuro a pagar el mísero impuesto del 1.5 % que podría llegar hasta el 7% de su producto bruto y pagar un 1% a los propietarios de los terrenos. Condiciones que cambiaron cuando se les concedió en el período presidencial de Ydígoras Fuentes, del 1% al 5% de sus regalías en el caso de los metales níquel y cobalto y en el caso del hierro y el cromo del 3 al 7%, además la concesión podía ampliarse en 20 años más.
Pero aún había más beneficios en el contrato de la Concesión, el consorcio podía deforestar el territorio sin asumir compromisos de recuperación de la cobertura boscosa, ni recuperar el paisaje. Además los yacimientos del níquel eran superficiales lo que implicaba una seria reducción de costos de producción para la empresa en comparación de las explotaciones profundas en otros lugares, es especial en Canadá. La empresa engañaba a los gobiernos que tenían la vista obnubilada sobre la oferta de creación de plazas de trabajo para los guatemaltecos que nunca cumplió.

Es hasta el 22 de junio de 1968 en el régimen de Julio César Méndez cuando Exmibal se constituye como empresa ante los oficios de un notario público Guatemalteco y en tanto subsidiaria de Inco y Hanna, es heredera directa de los beneficios otorgados por los distintos gobiernos a esas empresas.

Se produjo una ley de minería a la medida del consorcio, tanto que había sido redactada por el abogado de Exploraciones y Explotaciones de Níquel en Izabal. Estaba tan al servicio de los intereses de la minera que originalmente esta ley nacional fue redactada en inglés. En ningún momento ni Hanna ni Inco, pagaron los pequeños impuestos a los que se habían comprometido, ni cumplieron como ya se dijo con el nivel de creación de empleos acordado.

El rechazo a esta situación era amplio, la Facultad de Agronomía emitió un dictamen sobre la destrucción de la cobertura verde del territorio concedido. Por su parte el economista Valentín Solórzano en funciones de asesor del Banco de Guatemala, se opone a los términos concedidos y propone que se aplicara el decreto ley N° 39 y en base de éste, dictaminar que la Exmibal debería pagar entre un 30 y 40% de la utilidad neta.

Esta actitud en el interés de la defensa de la riqueza natural del país, del patrimonio de todos, llevó a las cuatro víctimas de la represión gubernamental a constituirse en los primeros obstáculos a eliminar por parte de la empresa y del gobierno, para alcanzar el acuerdo de la Concesión. Esta oposición activa y de manera pública a la suscripción de ese acuerdo lesivo en los tiempos políticos que corrían bajo la presión autoritaria de los regímenes militares, significaba un desafío con alto riesgo de muerte. Ese fue el momento en que empezaron a constituirse en víctimas potenciales, ya desde el temprano año 69 cuando especialmente cobró de nuevo vigencia el tema de la concesión a Exmibal.

Los cuatro personajes mencionados asumieron un papel de vanguardia en la lucha en contra de ese convenio lesivo a la riqueza nacional. Los asesinatos y los atentados sufridos por este grupo de ciudadanos, profesionales de la USAC, se debieron a esa oposición activa asumida públicamente. En especial en una mesa redonda organizada por el Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales de la Facultad de Economía de esa universidad, en una conferencia a través del canal 7 de televisión dictada por Rafael Piedrasanta, se recurrió además a la prensa y a la radio para fijar su posición lo que constituyó un desafío al poder militar y un mal ejemplo de insubordinación al régimen.

Es evidente pues que lo que tenían en común estas cuatro personas era su lucha por la defensa de los intereses del país, por evitar el despojo de la riqueza nacional que debiera traducirse en bienestar de todos. Esfuerzo que se llevó a cabo en las condiciones históricas y políticas de hace apenas unos 50 años, con la represión violenta de los que se oponían a la venta barata de los recursos naturales no renovables del país, que era al final, oponerse a los intereses del capital minero internacional.

Después de la resistencia a la firma del acuerdo de Concesión y de sus consecuencias ya tratadas en este escrito, el 25 de febrero de 1971, cerca de 90 días después del primer suceso lamentable, la muerte del Lic. Camey Herrera y a un mes y doce días del asesinato del Dr. Adolfo Mijangos López, Carlos Arana Osorio como presidente de la República y en consejo de ministros satisfizo a la Exmibal en todas sus demandas.

Biografías breves

El licenciado Julio Camey Herrera, fue un alto funcionario del ministerio de relaciones exteriores durante el gobierno de Juan José Arévalo (1944-52). Por estas funciones estuvo en la sesión de Naciones Unidas que dio a luz al estado de Israel, fue militante del Partido Revolucionario en los primeros tiempos de esta agrupación en el período revolucionario. En el momento de su muerte era un distinguido y exitoso abogado y notario.

Nota importante, nos cuenta el Dr. Jorge Mario García Laguardia que el globo en la fachada con un ave posada sobre éste que permitió el bautizo como “la casa del mundo” de su domicilio, era en su espacio interior la biblioteca del licenciado Camey.

El licenciado Alfonso Bauer Paíz, de muy importantes y conocidas ejecutorias, fue un activista político y funcionario público también en ese mismo período revolucionario. Gerente del Banco Agrario, institución de importante apoyo financiero a la reforma agraria. Gerente General del Departamento de Fincas Nacionales ambas funciones en el período de Árbenz. Mientras que en el gobierno anterior, el gobierno de Arévalo tiene reiteradas referencias como dignatario público, entre ellas las de ministro de Estado. Fue más arevalista que arbencista. Vivió la experiencia de varias reformas agrarias desarrolladas en distintos países de América Latina, Guatemala, Chile, Cuba y Nicaragua, Acompañante y asesor legal de los grupos de refugiados guatemaltecos en México en los años 80 del siglo pasado y diputado al Congreso de la República ya en épocas recientes en la legislatura 2000-2004.

El doctor Oscar Adolfo Mijangos López, como se dijo en los párrafos destinados a contar la forma de su asesinato, fue un académico, un universitario militante, un político con posiciones democráticas, un investigador social, así también un diputado al Congreso de la República (1970-1974). Con altos méritos académicos de la Universidad de Paris y con estudios en derecho agrario en Italia. Querido y respetado por amplios sectores políticos del país.

El licenciado Rafael Piedrasanta Arandi, fue becado a la universidad de Harvard en el período de Arévalo en donde se especializó en Economía. Activista universitario, docente crítico, decano de la Facultad de Economía de la USAC y un fuerte opositor de las concesiones a la Exmibal a través de la prensa, la radio, la televisión y la docencia. Destacado miembro de la Comisión para el estudio de las inversiones extranjeras, integrada por ésta misma facultad, que produjo la sistematización conocida como Exmibal contra Guatemala.

Con información de

Aquiles Linares Morales
Miriam Colóm
María Eugenia Mijangos
Ángel Sánchez
Jorge Mario García Laguardia
Mario Luján
Carlos Guillermo Herrera
Tekún Umán Piedrasanta
Prensa Libre
El Impacto
La Hora
Memorias de Alfonso Bauer, ed Rusticatio, Guatemala, 1996.
Memoria del Silencio
Exmibal contra Guatemala
M. McKlintoc, American Conectión II. 1985.
Revista Economía N° 50 octubre/noviembre 1976. Instituto de Investigación Económicas y Sociales. USAC.
Facebook
Internet

COMPARTE