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Pandemias y desigualdades en América Latina

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Créditos: AFP
Tiempo de lectura: 4 minutos

Por Jesus González Pazos

En las primeras semanas de la pandemia, cuando ésta empezaba a golpear con fuerza a las sociedades europeas, decíamos que era momento de atender a la preocupación por nuestras personas más cercanas, pero sin olvidar que esta crisis lo era también a nivel mundial. Insistíamos, desde la solidaridad, en que los graves efectos que sentíamos tan cerca se podían, ya en esos primeros momentos, estar multiplicando en otros continentes. Argumentábamos para ello que a la pandemia sanitaria, en América Latina o en África, se le sumaría la pandemia social y política causada por la injusticia e inequidad. Precisamente el primer continente es conocido en las últimas décadas como el de la desigualdad. Tierra donde ésta se multiplica día a día y donde la brecha entre las minorías enriquecidas y las grandes mayorías, cada vez más empobrecidas, podía convertirse en terreno abonado para el crecimiento sin freno de los efectos más catastróficos de la pandemia en la vida de estos países.

Señalarán algunos que estamos ante una crisis sanitaria y que ésta se solventa con medidas de la misma índole más la famosa distancia social hasta que dispongamos de la vacuna prometida. Defenderán también, en el marco del sistema neoliberal, la urgente reactivación de la economía local y mundial a cualquier precio, incluso por encima de la vida, sin querer aceptar que éstos (sistema y economía neoliberales) han sido cuestionados en sus pilares fundamentales por la propia pandemia y que por ello, requieren una profunda revisión y consiguiente transformación radical.

Es fácil de entender, si se quiere ver, que la crisis que atraviesa el planeta se ve cruzada por otras variables que son determinantes, además de la climática, en su profundización y que yendo más allá del estricto campo de la salud definen la misma viabilidad de ésta última y del modelo de desarrollo construido. Así se comprenderá mejor, -insistimos, si se quiere- por qué el coronavirus ha golpeado con más dureza los barrios populares de Madrid y menos a los más ricos. Se interpretará con mayor acierto también el alto porcentaje de afección entre la población afroamericana o latina en Estados Unidos, muy por encima de la blanca, o cómo las muertes se redoblan en las barriadas populares de Sao Paulo, Manaos, Santiago o Guayaquil.

Por eso se puede afirmar que la verdadera pandemia en, por ejemplo, América Latina, no es solo el coronavirus sino las políticas neoliberales que ahogan un continente en la desigualdad y la injusticia social. No hace falta un repaso pormenorizado de la situación de América Latina para reconocer esta realidad. Es una constante muy real el acceso sin problemas a la sanidad privada de determinados sectores minoritarios de la población, frente a la práctica inexistencia de un sistema público que garantice la cobertura a las mayorías; la cierta seguridad en los condominios y villas residenciales donde habitan las élites frente al hacinamiento en enormes barriadas sin suministro de agua potable y otros servicios básicos; o el acceso a la información, a medios y a las recomendaciones sanitarias (distancia social) en los ámbitos urbanos más favorecidos frente al abandono y desatención por parte de los estados, con ausencia total de coberturas sociales, en los rurales y populares.

Son los anteriores algunos ejemplos de las realidades que la pandemia está poniendo en evidencia a lo largo del continente. Incluso subrayamos que hay sectores poblacionales doblemente castigados, donde los efectos y consecuencias se incrementan. Es el caso de los territorios indígenas y campesinos donde, por ejemplo, la misma capacidad inmunológica ante los nuevos virus es notablemente pequeña y el abandono de los gobiernos es inversamente mayor.

Dicho de forma muy breve, la realidad económica de la región hoy, responsable en gran medida del plus de gravedad, se caracteriza por una vuelta a postulados neoliberales que están haciendo retroceder importantes avances sociales alcanzados en las últimas décadas con gobiernos progresistas, ahondando nuevamente en la brecha de la desigualdad. En lo político, precisamente la mayoría de los actuales gobiernos se definen por su poca o nula legitimidad social e importantes niveles de corrupción, con políticas sanitarias erráticas que van desde la negación de la propia pandemia hasta múltiples medidas contradictorias que anulan cualquier posibilidad de éxito a la hora de garantizar la vida y la salud de los pueblos. Y no olvidemos las coyunturas que caracterizaban los últimos meses previos a la extensión de la pandemia con golpes de estado como en Bolivia o levantamientos populares en defensa de mayores cotas de bienestar social y contra las políticas neoliberales en países como Ecuador, Chile, Perú o Colombia. 

Pero, como decíamos antes, hay agravantes aún mayores, causados por algunas de las medidas tomadas y que están teniendo una afectación más directa, si cabe, sobre comunidades indígenas, campesinas, mujeres o determinados liderazgos sociales. Toques de queda y confinamientos que imposibilitan salir a la búsqueda diaria de algún recurso para la sobrevivencia en sociedades atravesadas por altos porcentajes de economía informal. Incluso la imposibilidad de comerciar los escasos excedentes o de producir alimentos esenciales, lo que está disparando las cifras de personas ya en situación de hambruna. Por otra parte, comunidades confinadas con liderazgos que ahora son más fáciles de ubicar por parte de los diversos actores armados, oficiales y paramilitares, con un aumento de los asesinatos de personas defensoras de los derechos humanos, así como un crecimiento de los procesos de criminalización contra las legítimas protestas y reivindicaciones sociales. Igualmente, miles de mujeres que el confinamiento las coloca en una situación de dependencia más absoluta si cabe respecto de sus maltratadores, con un aumento ostensible de los feminicidios.

Y ante estos escenarios, ahora que Europa acelera la anunciada y deseada desescalada es importante no olvidar que millones de personas aún están inmersas en procesos de escalada de la pandemia del coronavirus, pero también, de la desigualdad y la injusticia social que, evidentemente, agravan los efectos de la primera. Esta pandemia nos ha servido para revalorizar la importancia de las políticas por lo público, por lo más cercano, por lo comunitario. Nos ha enseñado también que años de medidas neoliberales en manos de transnacionales, mercados y de sus intereses exclusivamente económicos son los que han agravado las consecuencias de la misma al no poder, por ejemplo, disponer de elementos tan sencillos como mascarillas, respiradores o equipos de protección porque alguien había decidido que eso no se podía producir aquí y le era más beneficioso para su cuenta de resultados hacerlo a miles de kilómetros.

Y nos ha hecho revalorizar la importancia de la solidaridad entre las personas y los pueblos. Por todo ello, pasados quizá los meses más duros y ante la posibilidad de futuros nuevos rebrotes, tanto en nuestro entorno más cercano como en aquellos otros que requieren atravesar mares y océanos para llegar a ellos, debemos hacer que la solidaridad y la lucha contra la desigualdad al lado de nuestros vecindarios de aquí y de allá sea ya una costumbre tan insuperable como las ganas de seguir dignamente vivos y vivas.  

Jesus González Pazos. Miembro de Mugarik Gabe. 2020/06/22

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