Por Rebecca Lemos Igreja*
Es difícil escribir sobre la situación que estamos viviendo en Brasil, nos deprime terriblemente, especialmente en este momento de cuarentena.
En general, se dan a conocer las noticias sobre Bolsonaro y su comportamiento frente a la pandemia, sobre el creciente número de muertes en nuestro país – ya somos los segundos en el mundo justo después de los Estados Unidos – y cómo la pandemia se ha extendido por todas partes. Los periódicos dan noticias todo el tiempo, aquí y fuera del país.
Pero lamentablemente, la pandemia es sólo una parte de la situación surrealista que vivimos en el país. El sufrimiento está esparcido por el mundo con esta enfermedad y con las guerras permanentes y no quiero presentarnos como una excepción, pero creo que vivimos una situación inexplicable ¿Cómo llegamos a esto?
Me gustaría tomar la libertad de exponer una situación poco descrita en los periódicos nacionales y mundiales, como la depresión, la ansiedad, el desánimo, la falta de esperanza que nos afecta a varios de nosotros que nos preocupamos por el país y con lo que está sucediendo en este momento. El miedo se apodera de un país herido por la enfermedad y por la inestabilidad política, la violencia, la fractura social, las rupturas familiares y de amigos por la política; la muerte y la incertidumbre de lo que tendremos como país en el futuro.
Tal vez parezca exagerado, pero ¿cómo no pensar así? Las noticias que nos llegan sobre la enfermedad y sobre los desgobiernos son terribles, y tengo la impresión de que siempre empeoran en los viernes, con nuevos eventos aberrantes provocados por nuestro presidente, que nos hacen pasar aún más abrumados el fin de semana… Si alguna vez pensamos que Bolsonaro caería, que habría un juicio político…. no es lo que estemos viendo en estos momentos.
Tal vez lo más serio de todo lo que está sucediendo es la falta de consideración y desprecio por la muerte, los muertos y las muertas. No sólo están muriendo las personas mayores, el rango de edad de los muertos por covid-19 varía sustancialmente. A pesar de que mueren mil personas al día, no hay una palabra de atención, de consideración por parte de nuestro gobierno. Por el contrario, “cualquiera que tenga que morir, morirá”, osa decir nuestro presidente.
Creo que abrumarnos con tantas noticias, tantas noticias falsas, tantos discursos fuera de lugar, tantas medidas políticas absurdas, son parte de la estrategia del gobierno. Guilherme Boulos, líder de un partido de izquierda, dice que la intención de este gobierno es causar caos social, el saqueo y la violencia por todos lados, todo lo que la extrema derecha desea.
El pasado viernes pudimos ver el vídeo de la reunión sostenida por el presidente con sus ministros el 22 de abril. Ese vídeo los mostró al exministro Sérgio Moro -el “paladín de la justicia”, responsable de la operación “Lava Jato”- como prueba del intento de Bolsonaro de interferir en la Policía Federal para proteger a sus hijos de investigaciones por crímenes de corrupción y posiblemente otros aún peores. La prensa se ha fijado en esta interferencia del presidente, pero hay otros discursos en el video que son más aterradores y muestran una serie de discursos de extrema derecha, con insanidades de todo tipo, provenientes de varios de los ministros. En ningún momento se hace referencia a las muertes y a la grave situación de la pandemia, por el contrario, sólo a la necesidad de ocultar el problema y naturalizar todo lo que está pasando.
Comencemos con lo que me parece más grave (¡si es posible seleccionar el más grave, porque todo es muy grave!). Bolsonaro pide armamento ostentoso para que sus seguidores salgan a las calles con armas y amenacen a los gobernadores que imponen la cuarentena. Pide resistencia armada para proteger la “democracia”. Deja claro que su gobierno es para la defensa de la familia, Dios y las armas, y afirmó que aquellos que no están de acuerdo, que esperen otro gobierno en el futuro. Predica la violencia de una manera absurda y deja claro que protegerá a su familia.
Los discursos continúan con los ministros diciendo tonterías… todos “aprovechando” la pandemia para aprobar medidas neoliberales y “ganar dinero”. Para pedir a los jóvenes pobres que entren en el ejército y ganen míseros $300 (alrededor $50 dólares) al mes y se ofrezcan para construir carreteras, o para que aprendan a obedecer. Para avanzar en la ocupación de la Amazonía, la deforestación, la aprobación de normas infralegales, aprovechando que la prensa se concentra en la pandemia –como decía del ministro del medio ambiente-.
En la reunión hay discursos de odio hacia la defensa de los “pueblos indígenas” (el ministro Abraham Weintraub afirmó que no le gusta los pueblos indígenas porque hay solamente un pueblo en Brasil); amenazas contra los “vagabundos” de los jueces de la Corte Suprema, blasfemias de todo tipo y groserías contra todos los gobernadores de los estados. La ministra Damares Regina Alves, del Ministerio de la Familia, Mujer e Derechos Humanos clama por la prisión de los gobernadores e intendentes que no están de acuerdo con el fin de la cuarentena.
Este es sólo un resumen de algunas de las atrocidades dichas y planificadas. Ver el video de la reunión es entrar en un mundo sombrío, pero nada diferente de lo que el presidente ha estado anunciando constantemente en público. Y si pensábamos que la difusión de esta reunión iba a producir alguna reacción institucional, tampoco sucedió. Al contrario, el general Heleno, Ministro de Estado, amenaza a la Corte Suprema con una grave inestabilidad política si continúan investigando al presidente, después de la petición de esta para tener el acceso al celular del presidente y su hijo. Mientras, Bolsonaro llenó el Ministerio de Salud con militares para poder controlar la pandemia a través de la ocultación de muertes (“no vamos a asustar a la población”) y la trivialización de la enfermedad.
Pero aún más grave es la situación de impunidad, violencia, destrucción y tortura psicológica que se está experimentando en el país. Según la agencia de noticias “Aos Fatos” en 506 días de gobierno el presidente ha dicho 1069 declaraciones falsas o distorsionadas. Noticias falsas por todos los lados, falta de información, ocultación de datos, amenazas… convocatorias a manifestaciones insanas todos los días. De tal manera que nos deja impotentes incluso para reaccionar…quizás miedo en ser tan violentos y propagar el odio en la misma proporción. ¿Cómo repensar la izquierda en este momento?
Para no repetir lo que ya se ha dicho, me gustaría centrarme en la salud mental de los brasileños. Los seguidores de Bolsonaro pueden ser clasificados como locos, racistas, homofóbicos y todo lo que hemos venido diciendo en varios momentos, y la élite que le apoya, dueños de la riqueza de este país e interesados en la política neoliberal del ministro de economía Paulo Guedes, nos parece lo peor que podemos conocer.
Nos da tristeza ver a la gente de las periferias, trabajadores que todavía apoyan a este gobierno, enfermos, aterrorizados por la invasión del comunismo, de la China, en defensa de la familia y de los valores nacionales que acreditan. Son en general fanáticos religiosos que siguen ciegamente a sus líderes haciendo caso omiso de toda la situación en la que viven. Personas que alimentan sus odios con concepciones que a menudo van contra sí mismas. La retomada de los viejos valores de “Tradición, Patria y Familia” que basaran el golpe militar de 1964. Con todo el aumento en la desaprobación del gobierno de Bolsonaro, su apoyo de un 30% de la población continúa.
¿Y nosotros qué oponemos a todo esto? ¿Qué hay de la población que está siendo atacada y muriendo? En medio de la pandemia, las leyes se aprueban de un día para otro en el Congreso eliminando los derechos laborales, congelando los salarios, destruyendo instituciones y políticas sociales…. Los ministerios pierden sus presupuestos, la ciencia pierde recursos y el sistema de salud se desmantela diariamente. Durante la cuarentena, dos ministros de la salud fueran demitidos por la defensa de las medidas indicadas por la OMS y por no estar de acuerdo con la prescripción de Cloroquina, medicación que Bolsonaro insiste en afirmar ser eficiente contra el covid-19.
Los números son aterradores. El número de muertos indígenas aumenta. Peor aún es ver en medio de la pandemia las tierras indígenas siendo invadidas por “garimpeiros” y madereros con complicidad del gobierno. Los líderes indígenas acusan que están permitiendo que misioneros evangélicos entren en las regiones. El gobierno ha designado a un misionero religioso como representante para cuidar a los pueblos indígenas aislados en la FUNAI -Fundación Nacional del Indio-. A los pueblos indígenas se suman los quilombolas, amenazados en sus tierras constantemente.
En las favelas, el número de muertes aumenta y la propia población trata de organizarse para protegerse. ¿Pero sólo covid es el responsable? La semana pasada, en medio de un brote de pandemia, un niño de 14 años recibió un disparo de un arma dentro de su casa en una operación policial en la favela. El niño todavía fue llevado en vida por la policía en helicóptero, teóricamente para ir al hospital, pero la familia se quedó sin noticias y simplemente el joven acabó muerto. Otra muerte más de niños en los barrios pobres, más muertes negras cometidas por la policía. El genocidio no se detiene con la pandemia, se incrementa. Para no hablar de las muertes por el covid que se propagan en las prisiones del país o entre los sintecho.
E incluso en medio de la pandemia, hay desplazamientos constantes de poblaciones en las periferias, el hambre crece, la desesperación y la falta de trabajo. La ayuda financiera aprobada en el Congreso para la población no llega a tiempo y a quien debe llegar. No hay ningún deseo de ayudar a la población; al contrario, como dice el ministro de economía en otras palabras, no hay que gastar dinero y malacostumbrar a esta población.
Estos y otros hechos nos abruman y nos entristecen. Y mientras tratamos de ser positivos, reaccionar, inmediatamente nos encontramos con más malas noticias, más violencia y más discursos de odio. Bolsonaro sale constantemente a la puerta del Palacio Presidencial para soltar improperios a la prensa. Se une a sus seguidores frente al palacio, los mismos que piden el regreso de la dictadura y la ocupación de la Corte Suprema. Legitima los ataques de sus seguidores contra enfermeras y médicos que se expresan pidiendo apoyo. Son comunes las manifestaciones frente a los hospitales contra los servidores de salud. Las manifestaciones en coches de lujo son constantes, pasando por las calles de la ciudad, llamando a la gente a volver al trabajo (mientras escribo, pasa una manifestación en coche de los seguidores de Bolsonaro). Y día tras día, el presidente naturaliza las muertes y dice que no tiene que cuidar de la población. Como él dice, es normal, todo el mundo morirá un día…
Y ayer en la anoche, volvió frente al Palacio y durante una hora dijo que el covid era sólo una gripecita, que todo el mundo muere y que era para detener este drama. Ataques y más ataques contra la población, médicos y políticos, instalando el caos. Salió en la noche en coche, fue a una panadería, fue a comprar un hot dog en la calle…. y los residentes de los edificios en frente al comercio por donde pasó le maldijeron, lo llamaron de genocida, gritaron e hicieron ruidos con ollas. Sus seguidores, que siempre están con ello en las manifestaciones lo llamaron “mito”… y hoy fueron ellos los que se manifestaron en todo el país en apoyo al presidente.
La sociedad trata de reaccionar, pero hay una parte de ella que está desesperada y comienza a sentir el odio por lo que está sucediendo. No parece una exageración decir que estamos viendo un genocidio. Y todavía tenemos que lidiar con familiares, ciegos y que siguen al presidente. Nada parece convencerlos, no escuchan, no ven las noticias, todo es una mentira para ellos. Tenemos que encontrar, nosotros en la academia y la izquierda política, la manera de superar esta situación; entre el horror que observamos y la ira que a veces surge, necesitamos encontrar una manera de canalizar estas emociones en busca de defensa, especialmente contra el miedo.
Es difícil vivir todos los días esperando el próximo ataque, el próximo discurso fuera de lugar, la próxima noticia horrible de violencia, muertes y desprecio por la salud de la población, la naturalización del barbarismo. Como no se trata de una dictadura o guerra declarada, la agresión tiene lugar en cuentagotas, a diario. El riesgo es sentirnos impotentes y perdidos frente a todo lo que sucede y dejar que el miedo y el desánimo nos paralicen. No basta denunciar números de muertos y hacer nuestro debate político. Es importante tener en cuenta el drama psicológico, las emociones, los dolores profundos, los traumas que vive una gran parte de la población, especialmente los pobres, oprimidos, trabajadores del país. Estos sufrimientos y esta sensación de confusión y miedo son los que todavía dominan.
No quiero ser sólo pesimista. La lucha se está llevando a cabo en los espacios posibles… en las instituciones, en las calles, en comunidades indígenas y quilombolas, en las organizaciones comunitarias, en la academia con la producción de más y más datos, especialmente a través de la intervención de científicos de todas las áreas… Queda un largo camino por recorrer y tenemos que avanzar en una unión nacional contra esta situación surrealista en la que vivimos. Necesitamos unir a la izquierda que está tan fragmentada. Y tenemos que avanzar en la conquista de una buena parte de la población que aún sigue al presidente. Necesitamos reflexionar sobre las formas de salir de esta situación… requiere creatividad y una estrategia de resistencia contra un fenómeno que estamos seguros de que trasciende nuestras fronteras y se extiende por todo el mundo.
* Universidade de Brasília – UnB / Colégio Latino-americano de Estudos Mundiais, FLACSO Brasil. Escrito el 24 de abril.