Descanse en paz Ernesto Cardenal, el diplomático guerrillero

COMPARTE

Créditos: Redes
Tiempo de lectura: 3 minutos

Por Fabián Campos Hernández

Al perderte…

[,,,] Pero de nosotros dos

Tú pierdes más que yo:

Porque yo podré amar a otros

Como te amaba a ti,

Pero a ti no te amarán

Como te amaba yo.

Ernesto Cardenal

1925-2020

Era la tarde del 11 de octubre de 1977, un hombre de huaraches, pantalones de mezclilla azul, una camisa de manta, larga barba y una boina cruzaba despacio los jardines del parque Generalisimo Francisco de Miranda. Se dirigía hacia La Casona, la casa presidencial. Los soldados que resguardaban la entrada recibieron órdenes de conducirlo al despacho del primer mandatario del país. Su mirada recorrió la enorme biblioteca que abarcaba buena parte de la habitación y se detuvo en la biografía de Simón Bolívar. Después se fijó en el hermoso cristo de Antonio Herrera Toro que dominaba completamente la pared a espaldas del escritorio. Suspiró y pensó en que no podrían haber mejores señales para garantizar el éxito de su misión. A los pocos minutos entró un hombre del que sobresalía su ya avanzada calvicie contrastante con unas largas patillas que hacían más afilado aún su ya largo rostro, era Carlos Andrés Pérez, el presidente de Venezuela.

El contraste entre los dos hombres era abismal. El hombre camisa de manta y pantalones de mezclilla pausadamente se levantó de su asiento para saludar a un muy formal Carlos Andrés Pérez. Inmediatamente empezó a explicarle su objetivo: representaba a un grupo guerrillero que en menos de una semana tomaría el poder en Nicaragua. Carlos Andrés Pérez sonrió en cuanto supo que el nuevo presidente de Nicaragua sería Tito Castillo, quien le había brindado casa y comida cuando tuvo que salir exiliado por su actividad política opositora. Sin dudarlo extendió su compromiso: Venezuela sería el primer país en reconocer al nuevo gobierno que derrocaría a su viejo enemigo, Anastasio Somoza Debayle. Carlos Andrés le contó la vieja anécdota donde él y Somoza se retaron a un duelo a muerte. El hombre de huaraches y boina acarició su barba mientras sonreía complacido. El éxito era total. Había que regresar inmediatamente a Costa Rica a darles la buena noticia a la comandancia.

¿Quién era ese hombre? Ese hombre, sacerdote y poeta, era un revolucionario nicaragüense cuyo valor estratégico bien podría ser igual o mayor a una columna guerrillera, que viajando por el mundo era capaz de conseguir dinero, armas, apoyo político para su organización político militar, haciendo lo que parecería imposible en plena Guerra Fría, era Ernesto Cardenal, el diplomático guerrillero.

            El domingo 1 de marzo pasado, a los 95 años de edad, murió Ernesto Cardenal. En este espacio, dedicado a América Latina, lamentamos su fallecimiento porque, parafraseándolo, muchos otros podrán escribir sobre Nicaragua, la revolución, el amor, el Universo y Dios, pero nadie podrá hacerlo como lo hacía Ernesto Cardenal.  

            Hombre de contradicciones enfrentaba la vida con el desparpajo del que se sabe minúsculo, terrenal, temporal. Ese desparpajo que es producto de saber que cada instante de la vida es único e irrepetible, por lo que debe de afrontarse con toda las fuerzas y capacidades disponibles, pero que también está consciente de que ese segundo ya se fue, se agotó y que el que le sigue y el que le sigue y el que le sigue… demandan lo mismo.

           Y para rendirle homenaje recurrimos a una de las vetas menos reconocidas de Ernesto Cardenal, la de diplomático guerrillero y que puede representar claramente lo que decimos. Hace algunos años tuve la oportunidad de charlar con él y preguntarle sobre sus entrevistas con políticos de todo el mundo para conseguir apoyos a la lucha armada que se libraba en Nicaragua contra Anastasio Somoza Debayle. La anécdota que se me quedó grabada en la mente fue cuando, junto con Sergio Ramírez, acudieron a visitar un par de organizaciones internacionales con sede en los Países Bajos. Para hacer más práctica la visita y aprovechando que esas organizaciones se encontraban en el mismo edificio se dividieron las tareas. Ernesto Cardenal entró y empezó a hablarles sobre la represión y masacres que Anastasio Somoza cometía contra el pueblo de Nicaragua. Que la ayuda que pudieran prestar aliviaría su sufrimiento. La persona que lo recibió lo escuchó con atención y al terminar le dijo que lamentaba mucho lo que le narraba pero que ellos se dedicaban a apoyar esfuerzos de liberación y no a víctimas. Que eso era en el piso de arriba. Inmediatamente Ernesto Cardenal le empezó a pedir dinero destinado a la lucha armada, contándole con la misma pasión lo importante que sería la ayuda que les pudieran brindar.

Mientras me lo contaba sonreía socarronamente. Cuando terminó la anécdota me dijo: ¡pero hablemos de lo de hoy! Descanse en paz, el diplomático guerrillero.

Comentarios y sugerencias: lasochodeocholatinoamericanas@gmail.com

 

Fuente:
https://www.lajornadadeoriente.com.mx/tlaxcala/descanse-en-paz-ernesto-cardenal-el-diplomatico-guerrillero/

COMPARTE