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Por Andrés Gutiérrez

Me parece oportuno hacer, más allá de estados y comentarios en Facebook, una crítica general de la defensa que se hace de la Huelga de todos los dolores y quienes la defienden (en el campus central). Sobre todo, después del último foro organizado por la agrupación estudiantil RETO, el cual evidenció y condensó algunas de las posturas más habituales en torno al debate[1].

Previo a ello, es oportuno establecer a quién va dirigida la crítica. Por lo tanto, resulta obligatoria una caracterización de estas personas, ya que la orientación del texto tiene mucho que ver con el tipo de perfil que defiende la Huelga, así como las razones por las que lo hace tan enérgicamente.

  1. Las personas bienintencionadas que defienden la Huelga, sobre todo aquellas que lo hacen desde grupos de alternativos, realmente están convencidas de que se puede hacer algo más con ella. Lo suyo no es pura terquedad, es convencimiento pleno de que es posible cambiar las cosas. No se trata de que alguna vez se dudara de sus sanas intenciones, sin embargo, este optimismo no se origina necesariamente de un proceso de autoreflexión clara respecto a lo que a día de hoy es la Huelga y lo que supone defenderla como proyecto crítico.
    1. Aquellos que la defienden con tanta pasión y aire romántico, lo hacen, sin duda, porque esta los atraviesa directamente, es decir, los interpela. La Huelga no es cosa aparte, ellos mismos se sienten Huelga y se identifican con ella. En este sentido, su subjetividad está construida a partir de ella.
      1. Junto a la antropóloga argentina Paula Cabrera, entiendo la subjetividad como un conjunto de disposiciones (de percepción o apreciación) que tienden o predisponen a actuar de una manera específica. Además, como unas maneras de hacer particulares. Es decir, el conjunto de prácticas con las que las personas se apropian o restructuran dichas disposiciones. Por otro lado, como unas alquimias corporales, a saber, como las experiencias vividas que se encarnan en una serie de sentimientos, emociones y afectos que definen lo que hacemos y pensamos, cómo lo hacemos y cómo lo pensamos. Por último, como parte de procesos de socialización y de relaciones interpersonales que tienden a construir intersubjetividad.
    2. De esta manera, cuestionar la Huelga supone cuestionar una parte fundamental de lo que estas personas consideran respecto a sí mismas, los otros y el mundo que las rodea. Esto se debe, particularmente en los jóvenes, a que la Huelga fue el primer nicho identitario que encontraron al transicionar de colegios o institutos a la universidad. Esto no es más que una hipótesis psicológica, pero el paso de un nivel a otro, específicamente durante la juventud, supone un cambio radical en nuestros hábitos, disposiciones, formas de experimentar las cosas y, a final de cuentas, la conformación de nuestra identidad en tanto corolario de la subjetividad. Que la primera impresión en el nuevo entorno universitario haya sido la Huelga justifica la férrea defensa que se hace de este proyecto. Es obvio que así sea. Fue el único sostén que le dio sentido a su identidad durante la incertidumbre de una transición tan importante en la vida de muchas personas.
    3. En los casos en los que no aplica esto. La Huelga sigue siendo el espacio en el que muchas personas generan vínculos de amistad con otros. También el lente desde el que se experimenta la universidad, lo que sigue añadiendo una carga emotiva totalmente justificada. Sobre todo, en individuos, profesionales o grupos que ya no se relacionan directamente con la Universidad y cuyo vínculo primordial con la institución gira alrededor de la Huelga como una experiencia de vida.

Contra la defensa que hacen de la Huelga este tipo de perfiles va dirigida la crítica. Obviamente no contra aquellas que la usan como un instrumento para el lucro, violencia e impunidad, cuyas intenciones y prácticas son, además de claras, lo que originó el debate sobre la naturaleza y objetivo de esta a día de hoy.

Fundamentalismo huelguero

No existe solo una sola clase de fundamentalismo, a saber, el más común, el religioso. Todo fundamentalismo opera a través de un reducción de categorías a los principios básicos de la doctrina o práctica que se tiene como fundamento último. En este caso, se habla de fundamentalismo huelguero porque en la defensa que se hace de la Huelga, lo que se reduce, muchas veces, es la experiencia de ser sancarlista (identidad) y, particularmente, la praxis crítica universitaria.

Durante el foro, no dejó de ser curioso que saliera el tema de la impronta neoliberal y los mecanismos a través de los cuales se busca erosionar el pensamiento crítico en las mallas curriculares. De alguna forma, algunos de los ponentes planteaban la defensa de la Huelga como la defensa del pensamiento crítico por excelencia. Ello, como si la Huelga fuera el último bastión crítico ante la ofensiva neoliberal que busca desarticular cualquier resistencia crítica que se le presenta.

El fundamentalismo huelguero opera a través de la convicción de que solo a través de la Huelga de dolores, su parafernalia y repertorio, es posible establecer un proyecto de crítica al nivel del desafío de los tiempos. Su vigencia es, desde la perspectiva de estas personas, incuestionable. La Huelga va porque va. Sin ella, el estudiante sancarlista no solo pierde y cede cancha a la impronta neoliberal, sino que despoja al pueblo, de manera irresponsable, del artilugio crítico por antonomasia.

La responsabilidad de la universidad y su proyección como institución académica y social ha sido engullida por la egolatría de quienes piensan que no es a través de esta, en tanto institución pública, que se consolida el proyecto de retribución de lo dado por las clases desfavorecidas. Pero hay más, se plantea, incluso, que la Huelga es la voz del pueblo. Es decir, el propio pueblo sintetizado a través de la Huelga de todos los Dolores. En este sentido, algunas de las intervenciones del foro casi rayaron en apología de la Huelga como esencia de un volkgeist que recuerda al discurso nacionalista decimonónico fagocitado por un idealismo intragable. La Huelga no es nada de esto. Esta es una justificación post facto que sirve para legitimar algo que sencillamente no representa más que un mero recuerdo idealizado de una tradición de antaño. Además, sirve solo para alimentar el ego de quienes creen que la Huelga es sinónimo de pensamiento crítico y contestatario. Es fanatismo puro.

La “crítica” se puede manifestar de muchas maneras. La huelguera es solamente un tipo de estas. Es “crítica huelguera”. La Huelga solamente juega un papel adjetivo. Sin Huelga, la crítica persiste perfectamente. En general, al margen de cualquier complemento adjetivo. El problema de estas visiones es la convicción infundada de que, sin Huelga, desaparece también la crítica. Así, no es casual que estas personas protesten por la aparente “apatía de los estudiantes”. Para ellos, el estudiante promedio solo es apático en la medida en la que no se compromete con las causas justas. ¿Las causas justas abanderadas por quién? Precisamente, por los huelgueros “buenos”, conscientes, verdaderamente críticos y defensores de la memoria histórica universitaria.

Para estas personas, ser crítico implica defender en mayor o menor grado la Huelga de dolores. No obstante, esto solo evidencia un egocentrismo y la real imposibilidad de pensar más allá de unos marcadores de certeza particulares (los suyos). En la universidad caben todos y la crítica puede surgir de cualquier frente. Sin embargo, en tanto fundamentalistas, no están dispuestos a aplicar el principio de reflexividad a sus propias concepciones. Reducen a los contrarios y sugieren discretamente que casi toda postura ajena a la propia se dirige contra la tradición crítica, la tradición de Huelga. Asimismo, buscan transformar la propia identidad sancarlista a mera identidad huelguera. De nuevo, la Huelga va porque va.

Decir que solo es necesario reformarla no supone abandonar dicho fundamentalismo. De hecho, lo evidencia, dada la negativa a transformar sus contenidos esenciales, como la elaboración de boletines, el uso de sotanas (incluso resistencia a dejar de usar la capucha), realizar ciertos cobros (parqueos, bonos), PEDIR DINERO A LAS AUTORIDADES, entre otras. Solo quieren reformar sus prácticas, porque suponen que sus contenidos per se siguen siendo nobles.

Pero esto solo evidencia un instrumentalismo burdo. Es la misma clase de razonamiento que aduce que una tecnología no es mala o buena, sino que el criterio moral se reduce a la forma en la que un usuario la usa o deja de usar. Este instrumentalismo despoja por completo el contenido político de la Huelga, que no es solamente un algo vacío a disposición. La Huelga está articulada en torno a una serie de marcos y repertorios jurídicos, económicos, discursivos, culturales y sociales concretos que se incrustan en la esencia misma de las prácticas que le dan sentido y, sin las cuales, simplemente dejaría de ser. Estas personas no están dispuestas a abandonar estas cuestiones. Son precisamente estas cosas las que sostienen su subjetividad. Es pura fetichización de la parafernalia huelguera como criterio último de sentido. Es, a final de cuentas, un estricto fundamentalismo huelguero.

Ser y deber ser

Ante la imposibilidad de justificar los vejámenes que se hacen en nombre de la Huelga, se recurre a la memoria histórica como criterio de verdad. Cualquiera que haya visto el foro puede corroborar cómo, para defender la Huelga, se requiere construir una imagen fantasmagórica e ideal de la misma. Su defensa no se establece casi nunca en el plano de la Huelga realmente existente. El fundamentalismo huelguero, para inmunizarse de la crítica, debe construir una Huelga sin referente empírico.

Por otro lado, no solo es sobre esta imagen idealizada de la Huelga que se construye su defensa y justificación. Además, muchas de estas personas o grupos se escudan en ella para legitimar de manera cínica, en nombre de la sátira, ataques directos y de carácter personal a aquellos con los que no congenian. Es la actitud del que difama, pero escudado en la sátira, da unas palmadas a los hombros de sus compañeros y compañeras mientras les consuela con un infame “todo fue una broma”.

Pero no se quiere hablar sobre la forma en la que los huelgueros “buenos” utilizan la Huelga para atacar, no ya a adversarios o autoridades de manera crítica, sino a compañeros y compañeras con una saña injustificada. Eso sí, “jocosa”, dicen ellos. El fundamentalismo huelguero, al moverse en el plano del deber ser, imposibilita a estas personas del entendimiento de que no todos deben o quieren ser como ellos y ellas.

Ser sancarlista se dice de muchas maneras, no solo de la manera idealizada del estudiante huelguero crítico y comprometido con las causas justas, de las que ellos se sienten paladines. Esto, no por que estos manejen el monopolio de lo justo (eso les gustaría creer), sino porque hay en la universidad un amplio espectro de posiciones que también están comprometidas pero que, al posicionarse al margen de las especificidades huelgueras, son tachadas de clasemedieras, inconscientes e, incluso, intelectualoides.

¿Qué neoliberalismo hace falta para vaciar de contenido crítico la Universidad cuando los propios defensores de la Huelga reducen a estas categorías posiciones igualmente comprometidas con el ideario de la universidad pública?

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