Por Fabián Campos Hernández
Más allá del pretendido fraude electoral que sirvió de excusa para el golpe de Estado contra Evo Morales, la realidad que mostraron las elecciones del año pasado en ese país era que la derecha podía representar a la mayoría del electorado que se encontraba a disgusto por el rumbo implementado por el Movimiento al Socialismo. Todos los opositores al régimen sumaban poco más del 50 % de los votos.
Sin embargo, fragmentada y dividida entre sí, ninguno de sus representantes significaba un peligro real para el gobierno de Evo Morales. El golpe de Estado era su única posibilidad real para desalojarlo del poder y abrir un espacio de esperanza para las ambiciones políticas de la disgregada derecha boliviana. El siguiente paso era garantizar que ni Evo ni el MAS regresarán al poder. Impedidos a declarar una dictadura militar Janine Añez tuvo que convocar a nuevas elecciones para mayo de este año.
Esta semana concluyó el periodo de inscripciones para postularse a los puestos de elección popular. El MAS encabezado por el ministro de Economía que logró que Bolivia creciera a un ritmo sorprendente para los niveles latinoamericanos de las últimas décadas, Luis Arce, y por el canciller David Choquehuanca. Por su parte, la oposición presentó siete candidatos.
Según las primeras encuestas, Luis Arce y David Choquehuanca concentran alrededor del 30% de las preferencias electorales. Lo que se puede interpretar como el voto duro del MAS. Mientras que entre indecisos y opositores suman el 70% restante. Regresando por sus reales la crisis de los políticos entregistas a los intereses estadounidenses.
De mantenerse esta dinámica, el MAS se enfila a repetir los resultados de las elecciones del año pasado. Estados Unidos tiene que urgentemente tomar cartas en el asunto para romper el círculo. Donald Trump tiene cuatro escenarios principales.
El primero implica obligar a sus esbirros a sentarse en torno a una mesa de negociación de la cual salga un candidato único. De lograrlo, la Casa Blanca podrá restituir la normalidad democrática neoliberal y logrará garantizar la preminencia de sus intereses. Para ello tendría que lograr que los enanos políticos y electorales de la derecha renieguen de su propia historia.
El segundo escenario lleva a Trump a apoyar a alguno de los políticos de la derecha tradicional. Los expresidentes bolivianos hoy candidatos Carlos Mesa y Jorge Quiroga representan esta carta. Pero ellos implican un alto riesgo por el descrédito de sus personas y periodos gubernamentales. Ellos fueron directamente los responsables de abrirle el camino a la presidencia a Evo Morales.
En ese camino se integra Janine Añez. Una obscura senadora representante de una agrupación derechista minúscula, que saltó a la fama por asumir la representación política del golpe. Como todos los de su ralea, una vez en el poder se asumió indispensable y busca usufructuar las instituciones del Estado para llegar a una posición que nunca había estado en el horizonte de sus posibilidades reales.
La tercera opción de Donald Trump es apostarle a un político “nuevo”. Luis Fernando Camacho, líder “civico” del golpe, y Chi Hyun Chung, un dirigente cristiano, son los que pretenderían emular la candidatura de Juan Guaidó en Venezuela. Pero la Casa Blanca, sabe que esa opción también es una manzana envenenada.
Finalmente, se abrieron las puertas a que regresen a la palestra pública los militares herederos de la última dictadura boliviana. Ismael Schabib es la representación en Bolivia de Jair Bolsonaro. Militar de la vieja escuela, podría emular a su par brasileño y mediante un discurso fascistoide lograr concentrar a la derecha antigua y millenial.
De sus cuatro opciones, solamente una garantiza plenamente el éxito de no permitir el regreso de Evo Morales y del MAS al poder. Las otras tres implican el uso indiscriminado de la guerra sucia, un caudal de dinero que los empresarios de los medios de comunicación ya se saborean y un necesario y “patriótico” fraude electoral. Que sin embargo todavía contienen la oportunidad real para que Luis Arce obtenga la máxima magistratura y continúen las políticas antineoliberales.
Más allá del triunfo de Arce y la posible elección de Evo Morales como senador, que Donald Trump fracase en sus propósitos demostraría que la grieta en el poder imperial es más profunda de lo que los analistas estadounidenses han imaginado.
No conseguir sus objetivos se sería una prueba palpable de que la mayoría de la población boliviana está en contra del regreso del neoliberalismo y de los politicastros que lo implementaron. América Latina le diría en su cara que no está dispuesta a regresar al pasado y que dispone de la fuerza necesaria para impedirlo.
Esa es la encrucijada boliviana de Donald Trump y en ella se definen buena parte de los derroteros de América Latina de la siguiente década.
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