Esta semana asistimos a un regaño generacional. Greta se plantó ante los representantes de los países de la tierra y los increpó sobre el mundo que le han dejado. La mirada furibunda que le dirigió a Donald Trump surcó todos los medios masivos de comunicación. Y una frenética disputa se desató en las redes sociales sobre su color de piel y sus privilegios. Las discusiones sobre los cientos de defensores de derechos humanos y el medio ambiente que han sido perseguidos, encarcelados, asesinados y que eran invisibilizados ante el aura de la niña blanca. Las acusaciones sobre su representación de un capitalismo verde igual de depredatorio que aquel al cual iban dirigidos sus dardos acusadores. Pero hay otras aristas que habría que considerar respecto a esa imagen.
En efecto, la blancura de su piel y su lugar de nacimiento hicieron que la oyeran los representantes del mundo. Para aquellos que mantienen incólume la idea de que el blanco civilizado es portador de la verdad habrá sido un duro golpe que les espetara en su cara la podredumbre del sistema que ellos representan y sostienen. Pero Greta era un primer ariete contra esa muralla. Para los que se quedaron solamente con la figura de Greta pasó totalmente desapercibido que detrás de ella comparecieron otros tantos niños y niñas representantes de diversos pueblos y culturas demandando lo mismo. Hay en marcha una estrategia que busca ponerle una cara infantil al reclamo para llamar al recuento de las culpas y en la búsqueda de la expiación cristiana de gobernantes y capitalistas. Ellos no hubieran oído a alguien no blanco, como lo demostró el desdén con que los medios trataron a los otros niños denunciantes.
Pero que esos representantes hayan oído a Greta no significa que la hayan escuchado. La denuncia y la mirada furibunda apenas captaron unos segundos la atención de sus interlocutores directos, pero no captaron ni un instante del tiempo de los dueños del capital. El mensaje, en una sociedad que está permanentemente en búsqueda de la nota efímera, se perderá ante el siguiente escándalo. Sobre los memes que desató se sobrepondrán otros mil en los próximos días. No hay, y no es previsible que se den, reacciones de constricción de los dueños de las grandes transnacionales. Ellos no dejarán de buscar el incremento incesante de sus ganancias por una niña por más blanca y privilegiada que sea. El capital no dejará de depredar el medio ambiente ni de criminalizar a aquellos que se oponen al exterminio de la Madre Tierra simplemente por un discurso bien articulado y filoso en lo moral y lo ético.
Entonces, ¿qué queda después de todo el torbellino? Queda Jair Bolssonaro diciendo que el mundo está equivocado al considerar a la Amazonía como el pulmón de la tierra. La selva es de los capitalistas brasileños y sus socios extranjeros, y solamente sirve para buscar más y más ganancia. Después de todas las discusiones sobre si Greta representa al capitalismo verde queda el bufón de Jimmy Morales aprobando una ley que prohibirá en los siguientes dos años el uso de plásticos en Guatemala mientras implementa un Estado de sitio que les permite a las empresas mineras y de agrocultivos continuar y profundizar su expoliación de los territorios de los pueblos indígenas. Guatemala podrá no usar plásticos en el futuro, pero continuarán las persecuciones y asesinatos contra los defensores de derechos humanos y de la Madre Tierra.
Pero también quedará la cara furibunda de Greta y de los miles de niños blancos y privilegiados que a lo largo del mundo se han sumado a su causa y que están tomando conciencia del terrible planeta que los adultos les estamos heredando. Greta en realidad está contribuyendo a la creación de una masa crítica dentro de los herederos de las clases medias de hoy. Niños que verán con repulsión el sistema de consumo que arrasa dos veces por año todo lo que el planeta consume mientras gran parte de la población no puede acceder a lo mínimo indispensable. ¿Es poco? ¿Es mucho? Clases medias asqueadas de su propia conformación y de su impacto en la vida de todos, que repulsan de su herencia, que evidentemente no son capaces de lograr un cambio profundo en la realidad pero, sin duda, que dejarán de ser una traba para conseguirlo.
Quedan, además y sobre todo, aquellas que fueron opacadas de las miradas del mundo por la blancura de Greta. Quedan las comunidades y pueblos que luchan día a día por defender su territorio. Quedan aquellos que resisten cárcel y acuden a la cita con la muerte para dar vida. Para ellos seguir ignorados por los grandes medios de comunicación no es un obstáculo ni los desanima para continuar con sus luchas. Esas voces no se callarán porque una niña haya regañado a los representantes del mundo.