Por Miguel Ángel Sandoval
12 de septiembre 2019
No escribo columnas con críticas directas a las personas que ocupan un cargo público. Pues prefiero hablar de resultados y en temas que sean en verdad de trascendencia para el país. Aunque ahora con el affaire diplomático con Suecia, merecen un par de comentaros la actitud y las declaraciones de la canciller en funciones.
Por supuesto que si fuera una columna de cotilleo diplomático habría mucho que decir, pero por la seriedad del tema no hay espacio para esas licencias. Si recordamos, Suecia jugó un rol de suma importancia en el proceso de paz que terminó con la guerra de los 36 años, y por ello, un canciller de un país como el nuestro lo menos que tendría que hacer es mantener las buenas relaciones más allá de los pequeños incidentes de interpretación o de colisiones reales, que en su mayoría todos pueden ser resueltos por los mecanismos habituales de la diplomacia.
Una carta, un llamado de atención privado, pero nunca con el retiro de una embajada, por pura irracionalidad de los funcionarios. En la fase final de la firma de los acuerdos de paz, si no recuerdo mal, en Suecia se firmó el 7 de diciembre de 1996, el acuerdo de las reformas constitucionales y todos los asuntos vinculados a lo electoral. Se hacía ese gesto por las partes, léase bien, las partes, porque tanto el gobierno-ejército, como la insurgencia, tenían claro el rol destacado de Suecia en el proceso de paz.
Facilitando encuentros, abriendo brechas para nuevos contactos, impulsando a las iglesias en la dinámica de la paz, y un sinfín de actividades en apoyo a la paz. Si ello no fuera suficiente, desde el momento de la firma de la paz, las instituciones del Estado guatemalteco supieron del apoyo para la construcción de la paz del gobierno Sueco.
Asimismo, los sectores sociales han tenido franco apoyo por un compromiso de Estado de Suecia hacia las tareas derivadas del proceso de paz en su conjunto, pero también, de todo aquello que forma parte de esa visión amplia contenida en el acuerdo suscrito en Estocolmo, sobre las reformas constitucionales y al régimen electoral.
Gradualmente, el apoyo de Suecia en la construcción democrática de Guatemala, fue convertido por los sectores tradicionales y ultraconservadores de nuestro país, en otra forma de injerencia extranjera y de apoyo a extremistas, con una lectura realmente arrastrada como peso muerto, de los conceptos de la guerra fría, que en algunos funcionarios sigue firme y fuerte, como si el mundo se hubiera parado en la época de Reagan y cuando existía la Unión Soviética.
En ese contexto y con esa visión maniquea del mundo y de las relaciones internacionales, el apoyo de Suecia a la Cicig fue la gota que colmó la paciencia de los ultras del actual gobierno, en donde la actual canciller hizo la figura de la golpeadora en las relaciones internacionales, dando declaraciones a cual más inoportunas y carentes de todo refinamiento utilizado en la diplomacia entre estados.
Asumió como propia la tarea sucia de desbaratar las relaciones diplomáticas de nuestro país, fuera con la ONU que respaldó la Cicig o Suecia que le brindó todo su apoyo. Como negociador de la paz creo que muchos deberíamos dar una muestra de nuestro rechazo a la actitud que ahora se expresa en la diplomacia guatemalteca hacia Suecia. Al mismo tiempo, que manifestemos nuestro más reconocido aprecio a ese país, que ha sabido estar en las buenas y en las malas a nuestro lado.