Por Fabián Campos Hernández
30 de agosto 2019
Algo está fallando dramáticamente en las universidades donde se educan las élites latinoamericanas respecto a la violencia que parece perpetua, cíclica y endémica de la región. Tal parece que en las aulas a las que acuden quienes dirigen las estructuras económicas y políticas de nuestros países no les enseñan o no saben explicarles a sus alumnos que el capitalismo del siglo XIX en Europa produjo terribles desigualdades y condiciones de sobrevivencia subhumana para millones de seres humanos que se trasladaron del campo a la ciudad y los que se quedaron en las zonas agrícolas, condición –afirman los economistas clásicos– indispensable del desarrollo capitalista.
Tampoco parecen aprender nuestras élites que esa violencia social fue la que dio origen a la conceptualización de la plusvalía como elemento fundamental de la explotación y la acumulación de capital propio del sistema económico, que dio origen a la violencia política vinculada a la idea de la rebelión y lucha de clases. En otras palabras, nuestros dirigentes parecen no aprender que el comunismo tuvo su origen en las condiciones de vida que producía el capitalismo decimonónico.
Aparentemente nuestras élites se fueron a tomar un café cuando les tocaba la clase de que los gobiernos fascistas, totalitarios, populistas y de Estados de Bienestar eran la respuesta del capitalismo a la crítica formulada por el comunismo, pero sobre todo a la violencia social que empezaba a amenazar los fundamentos del capitalismo. Las sociedades europeas entendieron que la única forma de combatir la violencia social y evitar que los obreros se levantaran en armas era creando mecanismos sociales, políticos y económicos que repartieran parte de las ganancias y beneficios de una sociedad en modernización.
Nuestras élites parece que prefirieron ponerse a intercambiar mensajes en alguna red social cuando les debieron explicar que el desarrollo actual de Europa se debe al Plan Marshall que produjo la elevación drástica de las condiciones de vida de las clases más desprotegidas.
En conclusión, nuestras élites no han aprendido en las universidades la primera ley de la contrainsurgencia: si quieres evitar la violencia social y política debes mitigar la violencia económica.
Y, por lo tanto, no pueden concebir la segunda ley de la contrainsurgencia: a mayor resistencia de las élites a aceptar cambios sociales, políticos y económicos, mayor será la reacción de las clases desprotegidas, misma que se traducirá en violencia social y en condiciones adecuadas se instrumentalizará en violencia política.
El origen de las guerrillas en América Latina ha sido la correlación permanente de ambas leyes de la contrainsurgencia. En la región tenemos numerosos ejemplos de cómo no se logran erradicar la violencia social, aunque se termine la violencia política.
Los acuerdos de paz entre las guerrillas guatemaltecas y salvadoreñas con sus respectivos gobiernos partieron de acuerdos políticos que permitieron la integración de los insurgentes en el ámbito de la competencia de partidos en un sistema electoral. De esa manera pudieron esos países concluir largos periodos de guerras civiles.
Con algunas diferencias, esos mismos acuerdos de paz propusieron cambios estructurales que buscaban solucionar la violencia social producto de la violencia económica. Sin embargo, esos acuerdos se volvieron leyes en medio de la aplicación del neoliberalismo que en ambos casos implicó la desaparición de los mínimos elementos que pudieran llamarse Estado de Bienestar. El resultado no tardó en presentarse, el llamado Triángulo Norte de Centroamérica pasó de la guerra civil y la violencia política a las maras y pandillas.
La enseñanza parecía evidente, si no se mitigaban los efectos de la violencia económica, la violencia social se iba a presentar bajo una nueva forma.
Hoy, América Latina amanece con la noticia de que una fracción de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia vuelven a tomar las armas, después de un período de implementación de los acuerdos de paz donde las violaciones a los derechos humanos y el asesinato de líderes sociales eran noticia de todos los días.
Por lo tanto, no debería asombrarnos este anuncio. Si nuestras élites no han aprendido en las universidades las dos primeras leyes de la contrainsurgencia, esto no será noticia de un día sino la confirmación de lo que aparece como endémico de la realidad regional: nuestras élites buscan empecinadamente su propia destrucción.
Fuente: http://www.lajornadadeoriente.com.mx/tlaxcala/elites-universidad-y-violencia-en-america-latina/#.XWktm16SKfU.whatsapp