Por Fabián Campos Hernández
23 de agosto 2019
Durante los últimos años he tenido la oportunidad de platicar y discutir con mujeres de distintos países de América Latina, feministas o no, de diferentes corrientes del feminismo, sobre distintos temas que toca de manera profunda la crítica reciente sobre las mujeres, las relaciones entre géneros y el desafío que presentan estos temas sobre la relación Estado y sociedad. A partir de la aceptación de que las mujeres son las que tienen que pensar y definir sus rumbos de acción, el diálogo que se ha presentado es sobre la dimensión global de sus planteamientos. En otras palabras que transformaciones significan para mí, los hombres y la sociedad lo que ellas están proponiendo.
Siguiendo en esa pauta, estas líneas no pretenden decir cómo se deben o no comportar las feministas. Puesto que esto ha generado un debate marcado por la falta de argumentos, la reducción al absurdo y pretensiones vanas de asumir una autoridad moral sobre un tema que ni siquiera se está tomando por su centro neurálgico. Antes bien lo que se busca con estas reflexiones es presentar dudas.
La anécdota puede contarse de forma muy simple. Después de los acontecimientos aberrantes de la violación de una chica perpetrados por agentes que en principio deberían de protegerla y de la burda respuesta gubernamental que propició que arrojaran diamantina rosa sobre un funcionario incapaz de entender lo que se supone debería de solucionar, grupos feministas decidieron realizar acciones directas que llevaron a una intervención sobre edificios y monumentos, generando reacciones frente al “vandalismo” y las formas “adecuadas” de manifestar el hartazgo.
Resultado de las acciones y su visibilidad en los días pasados un grupo de feministas se presentaron a una mesa de diálogo y negociación con la jefa de gobierno de la Ciudad de México. De las distintas demandas nos centraremos en una. Las representantes de los distintos colectivos y vertientes del feminismo acordaron que el gobierno debería de crear espacios de sensibilización para los funcionarios públicos de tal manera que se cambiaran métodos y estructuras que implican la revictimización de aquellas mujeres que han sufrido los efectos de un delito vinculado con la estructura patriarcal de nuestra sociedad.
Como corolario a dicha demanda, los colectivos estipularon que estos espacios debían de ser encabezados por feministas que no pertenecieran al denominado “feminismo blanco”. Una avalancha de memes circularon por las redes sociales haciendo mofa y reiterando el rechazo a la perspectiva representada por Martha Lamas. El enfrentamiento entre los distintos colectivos y esta representante de la anterior ola feminista ha tenido distintos momentos y era de esperarse una restricción en este sentido.
A partir de ahí es que se construye la celda al feminismo de acción directa que tanta visibilidad ha obtenido en estos días. Y vuelve a poner en el centro del debate la relación entre feminismo y Estado. Claudia Sheibaum, de una larga tradición familiar de izquierda y ella misma con una dilatada actividad en los movimientos sociales y políticos de las últimas tres décadas, aceptó sin cortapisas la demanda. Sin poder atribuirle esta decisión a una acción deliberadamente perversa y contumaz, la jefa de gobierno puso una celada perfecta al feminismo.
Si las feministas representadas en la mesa se negaban a que la sensibilización fuera impartida por aquella corriente con la que tiene profundas diferencias filosóficas, políticas y prácticas, entonces que sean las feministas beligerantes las que se hagan cargo de educar a los funcionarios públicos.
Ahí empieza el debate y nuestras dudas. ¿El feminismo separatista aceptará lo que a todas luces las llevaría a convalidar las prácticas del feminismo oenegero blanco? ¿El feminismo separatista aceptará que el hombre-macho puede ser reeducado, como lo afirman sus antagonistas en el movimiento? Son solo algunas de las preguntas que salta de inmediato. Sheimbaum lo hizo perfecto, cualquier respuesta va a a dividir a un movimiento que de antemano se define por su falta de organicidad. De lo que suceda dependerá el rumbo de los siguientes pasos del movimiento y por supuesto de esa parte de la sociedad que pensamos que la eliminación del patriarcado es una necesidad impostergable de la humanidad.