31 de mayo del 2019
El pasado 20 de mayo, la secretaria ejecutiva de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), Alicia Bárcena, presentó en el Palacio Nacional de México sus recomendaciones para el Plan de Desarrollo Integral del Sureste Mexicano, Guatemala, Honduras y El Salvador. Estuvieron presentes en el evento, el presidente Andrés Manuel López Obrador, los embajadores de Guatemala, El Salvador y Honduras, así como funcionarios de los poderes Legislativo y Ejecutivo, y de distintos organismos de la ONU.
A pesar de que tanto Bárcena como el presidente mexicano reiteraron que con este plan se buscaba un cambio de paradigma con respecto al Plan Puebla–Panamá de la administración de Vicente Fox y del Programa Mesoamericano de Felipe Calderón, en su parte económica no se presenta ningún cambio, sino bastantes continuidades con propuestas lanzadas por lo menos desde hace casi dos décadas.
¿Dónde está entonces el cambio de paradigma? Según lo expresado por López Obrador y Bárcena, se pone el acento en el desarrollo humano como mecanismo para combatir la pobreza y la desigualdad, ambas como únicas vías que permitirían la erradicación de la violencia en los países del Triángulo Norte y, con ello, disminuir la obligación que tienen los centroamericanos de migrar. Esa postura fue la expresada por el gobierno de José López Portillo y sus sucesores como la causa de la violencia política en Centroamérica, contraria al diagnóstico de la administración Reagan, la cual afirmaba que tenía su origen en la penetración comunista internacional. Y sí, es el mismo diagnóstico de los gobiernos de Fox, Calderón y Peña Nieto.
Cuando se empieza a analizar los contenidos de las propuestas sociales presentadas por la secretaria de la CEPAL, uno no puede menos que sonreír ante el candor y la vaguedad de lo escrito por el organismo regional. Realizar estudios para identificar las zonas de expulsión de migrantes, coordinarse con las instituciones y programas nacionales que tienen como misión el cumplimiento de la agenda 2030 de desarrollo social aprobado por la ONU. Los mismos que, tres días antes del anuncio del Programa Integral para el Desarrollo de Guatemala, El Salvador, Honduras y México, Bárcena había declarado que no iban a cumplir con las metas encomendadas. Reducir los cobros por transferencias de remesas y encaminar estos recursos a la creación de pequeñas y medianas empresas. Los changarros de Vicente Fox. Otras no merecen más que una mención por su carácter de buenas intenciones por no tener en el documento ni una sola referencia concreta sobre cómo se van a conseguir, promover el acceso al empleo, la salud, la educación y lograr la equidad de género.
Pero no todo es tan malo. El documento de la CEPAL contiene dos propuestas que, a pesar de seguir siendo buenas intenciones, sí tienen el carácter de políticas transnacionales. La primera se refiere al derecho de los migrantes a tener acceso a los servicios de salud. Esto implicaría una transformación profunda en los cuatro países. Primero tendrían que garantizar los servicios médicos a toda su población –gratuitos y de calidad, por supuesto– para poder extender este derecho humano a todos aquellos que transiten por su territorio.
Otra es la accesibilidad al sistema educativo para los migrantes. Esto implicaría, primeramente una homologación de las currículas de los cuatro países. También, que cada gobierno contara con la capacidad instalada para recibir al 100 por ciento de su población y acoger a los extranjeros. Y, finalmente, llevaría a la portabilidad de los títulos escolares, lo que impactaría directamente en el acceso al mercado laboral.
El problema es quién, cómo y cuándo se implementarán en un esfuerzo que requiere la convergencia de cuatro gobiernos, la aprobación de Donald Trump cuando empieza la campaña presidencial en Estados Unidos y los recursos de la comunidad internacional. ¿Es una propuesta que tiene el respaldo centroamericano? Salvo la presencia de los embajadores centroamericanos, la iniciativa no ha tenido una respuesta importante por parte de las clases políticas de aquellos países.
Guatemala está inmersa en un proceso electoral plagado de escándalos que ha dejado a varios de los candidatos presidenciales fuera de la contienda. A los ratificados parece no importarles lo que su vecino del norte tiene que proponerles. En El Salvador, el todavía presidente electo ha nombrado canciller a quien ha declarado que los salvadoreños son malagradecidos por morder la mano que les da de comer. Una clara alusión a Donald Trump y una muestra fehaciente de hacia dónde caminará la política exterior de ese país en los siguientes años. Y los hondureños seguramente se preguntan, como nosotros, ¿qué hay de nuevo en este plan? Además de propuestas recicladas y las buenas intenciones que se firman ampulosamente en cada reunión de los organismos internacionales, aparentemente, nada.