Créditos: Cortesía.
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30 de mayo del 2019

La guerra terminó, pero quienes tenemos un familiar desaparecido seguimos llevando la guerra en el corazón“.

Jorge, familiar de desaparecido, Ixcán, Quiché

20 años de búsqueda: Liga Guatemalteca de Higiene Mental

Guatemala, en el marco de la Guerra Fría, sufrió el conflicto armado interno más encarnizado de Latinoamérica. Como es un pequeño país “marginal”, productor de economía “de postre” (café, azúcar, banano), no ocupa la atención de los medios de comunicación, no es particularmente “importante” en la arquitectura global del mundo. Sólo es noticia ante alguna catástrofe. Pero hay mucho que decir sobre la guerra que allí se vivió, y más aún, sobre el trabajo que se está realizando en relación a las secuelas de esa monstruosidad, de esa terrible catástrofe social. Del Holocausto judío se han hecho innumerables películas y recordatorios, y eso está muy bien (olvidar es repetir); del holocausto guatemalteco jamás se habla, mucha gente en el mundo ni siquiera sabe que ocurrió, y proporcionalmente fue igual o peor que aquél

Foto: cortesía

Para fines de los 70 del pasado siglo, en América Latina se vivía un clima de alza en las luchas populares. La revolución cubana era una fuente de inspiración, diversos movimientos revolucionarios habían optado por la vía armada en casi todos los países, y en 1979 Nicaragua producía su fenomenal transformación con la revolución sandinista. Para la geoestrategia hemisférica de la Casa Blanca eso fue el punto de inflexión: había que detener “el avance del comunismo” a toda costa. Guatemala lo ejemplarizó.

Foto: cortesía

Siguiendo el modelo de lo hecho en Vietnam, el gobierno de Estados Unidos impulsó una guerra total, feroz, que sirviera como escarmiento a cualquier intento antisistémico. Guatemala pagó con sangre, ¡con muchísima sangre!, la “osadía” de querer aspirar a una sociedad más justa. El ejército, equipado y entrenado por Washington en las estrategias contrainsurgentes, desató una guerra de castigo en aquel lugar donde la guerrilla se movía “como pez en el agua”, es decir: en el movimiento campesino, de composición indígena maya.

La guerra directa entre fuerzas del Estado y movimiento insurgente en realidad se cobró relativamente pocas víctimas. El grueso de las consecuencias fatales estuvo en la población civil no combatiente: campesinos indígenas pobres del Altiplano Occidental. 200,000 muertos, 45,000 desaparecidos, 669 aldeas arrasadas, torturas, violaciones sexuales fueron las secuelas de las estrategias contrarrevolucionarias. Y, para su beneplácito, el haber “detenido el comunismo”. Todo esos vejámenes, toda esa furiosa represión, están científicamente sistematizados en dos rigurosos estudios: uno que produjera Naciones Unidas a través de la Comisión para el Esclarecimiento Histórico (“Memorias del silencio”) y otro impulsado por la Iglesia Católica (“Guatemala: nunca más”). Se estima, incluso, que fue más la población que no rindió su testimonio para las investigaciones que la que sí lo hizo, por miedo. La pedagogía del terror instaurada en la guerra dejó profundas marcas, que aún se viven al día de hoy.

Foto: cortesía

A partir de esas reconstrucciones históricas, se ha podido establecer que durante la guerra desaparecieron alrededor de 5,000 niñas y niños. “En el contexto de la guerra interna hubo muchos niños y niñas que fueron llevados por fuerzas de seguridad del Estado a diversos hogares, estatales y religiosos, luego de ser capturados o separados de sus familias. Esta situación llevó a que se estructurara una red que vio la oportunidad de hacer de la adopción de niños/as a otros países un gran negocio. En esta red, según lo que ahora se conoce con amplitud, estuvieron involucrados tanto civiles como militares que, aprovechándose de la estructura del Estado manejaron en grandes volúmenes la adopción hacia países de Europa, Estados Unidos y Canadá“, dice la Liga Guatemalteca de Higiene Mental. Para entender el fenómeno en su complejidad, es imprescindible no olvidar que Guatemala, junto con Tailandia, por muchos años fue uno de los dos principales países “exportadores” de niñas y niños. De hecho, por adopciones ilegales, familias del Norte llegaron a pagar hasta 30,000 dólares. De más está decir que ninguna madre biológica recibió un centavo por esas transacciones. Y las adopciones se cubrieron siempre de una disfrazada legalidad.

Es sabido que la desaparición forzada de personas constituyó una estrategia militar bien pensada. Una perversa estrategia, por cierto: quitar el control de la propia vida a la gente. Desaparecer niñas y niños (en general, sobrevivientes de las masacres) con distintos fines: apropiación como entenados por parte de miembros del propio ejército, para entregarlos a otras familias, para “comercializarlos” a través de esas oscuras adopciones, fue una profunda herida que al día de hoy sigue abierta. Y si no se trabaja adecuadamente, esa herida permanecerá por siempre abierta, ocasionando dolor. La desaparición forzada de personas es una de las más deleznables prácticas de la guerra sucia. El dolor que instaura permanece infinitamente, porque no se sabe el destino corrido por la persona desaparecida, lo cual eterniza la espera, el duelo no resuelto, el sufrimiento.

Buscar a la niñez desaparecida por circunstancias de la guerra no es sólo, ni mucho menos, un esfuerzo de investigación, sino sobre todo de acompañamiento de los sobrevivientes, a efecto de que ese proceso de búsqueda se convierta en el inverso de la estrategia militar, cual es: ¿Cómo hacer para devolver el control de la vida a desaparecidos y familiares?“, comenta la Liga de Higiene Mental. El trabajo de acompañamiento psicológico es vital en esto.

Reconociendo la importancia de todo ello, luego de la Firma de la Paz en 1996, con apoyo de fondos de la cooperación internacional, distintas organizaciones no gubernamentales de Guatemala se avocaron al trabajo de búsqueda de niñas y niños desaparecidos durante la guerra, apuntando a reunirlos nuevamente con sus familias de origen. Ello sirve como reparación psicológica del daño sufrido con la separación, así como aporta un elemento que posibilita la búsqueda de justicia, castigando a los culpables en cada caso.

No puede omitirse decir que el Estado guatemalteco permaneció completamente ausente en esta iniciativa de búsqueda. Solo algunas ONG’s emprendieron la tarea. Fueron 11 en un inicio. Pero pasando el tiempo, solo la Liga Guatemalteca de Higiene Mental, a través de su Programa “Todos por el Reencuentro” permaneció firme en esa tarea, habiendo logrado a la fecha casi 500 reencuentros de niñas/niños desaparecidos con sus familias biológicas. “A lo largo de 20 años, el Programa “Todos por el Reencuentro” ha contribuido de forma permanente a la preservación de la memoria histórica de lo ocurrido, así como ha servido de medio para que las nuevas generaciones conozcan de forma sana no sólo lo ocurrido, sino la lucha que llevan las familias de niñez desaparecida por dignificar la memoria tanto de aquellos que hoy día aún se buscan, como de las propias familias. ¡No olvidar es una manera de reparar el dolor de las pérdidas!

Dicho programa de esta institución, que obtuvo varios reconocimientos nacionales e internacionales y forma parte de la Coalición Internacional en Contra de la Desaparición Forzada -ICAED- acaba de cumplir sus 20 años de labor ininterrumpida. Para festejarlo, los días 25 y 26 de mayo se realizó una asamblea de familiares de niñez desaparecida con la asistencia de alrededor de 150 personas, en Santa Cruz Verapaz, cerca de la ciudad de Cobán. Allí, masivamente los asistentes, por unanimidad solicitaron seguir adelante con la iniciativa. Como dato importante a mencionar, para dicho evento se recibieron distintos saludos: de las Madres de Plaza de Mayo de Argentina, de organizaciones de familiares de desaparecidos de Asia, de Europa, pero ni una sola mención por parte de autoridades guatemaltecas.

El pedido de los familiares de continuar incansablemente la búsqueda significa algo muy importante: que de los 5,000 niñas y niños desaparecidos, visto que sólo se han reencontrado alrededor de 1,000, es una imperiosa necesidad para seguir reparando las heridas de la guerra continuar las averiguaciones hasta encontrar respuestas. Lo patético es que el Estado, único responsable de esas desapariciones, brilla por su ausencia en todo aspecto. Definitivamente, la niñez desaparecida en Guatemala es una dolorosa y mortificante herida abierta.

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