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La doble moral del imperio estadounidense

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Créditos: questiondigital.com
Tiempo de lectura: 6 minutos

Por Marcelo Colussi*

14 de noviembre de 2018

Es una característica bastante frecuente en el ejercicio del poder el uso y el abuso de la “doble moral”. Amparándose en la casi “natural” impunidad que confiere cualquier poder, la hipocresía es moneda corriente. Se dice una cosa y se hace lo contrario. Al poderoso no se le discute, se le obedece; y al subordinado no le quedan muchas alternativas respecto a los valores que le imponen. “Las órdenes no se discuten: se acatan”, suele decirse. Quien detenta una cuota de mayor poder puede exigir algo, pero él mismo no lo cumple. Eso es la impunidad.

Esto no significa que forzosamente, siempre y en todas las circunstancias, el poder sea hipócrita. Pero no hay dudas que ello es posible, y mucho. El poder, por definición, no va de la mano de la justicia. Como decía el refrán latino: “Lo que es lícito para [el dios] Júpiter, no es lícito para todos”. En otros términos: todos somos iguales… ¡pero hay algunos más iguales que otros!

Si fuera la equilibrada justicia la que rigiera el mundo… pues muy distinto sería el mundo entonces. Los poderes no suelen ser justos precisamente: son autoritarios. Cuanto más grande es la cuota de poder en juego, mayor puede ser la cuota de injusticia. O dicho en otros términos: mayor puede ser la impunidad, la hipocresía, la doble moral.

La clase dirigente de Estados Unidos de América y su aparato de gobierno -no es esto ninguna novedad- constituyen el más grande poder edificado en la historia humana. Su capacidad económica, política, militar, cultural, es única. Nunca había habido en la historia algo similar, y una vez que caiga como imperio -lo cual quizá no esté tan lejos- no es seguro que pueda repetirse algo igual. ¿Cómo será el mundo post imperio estadounidense? ¿Se llegará a la justicia real alguna vez? No sabemos, pero hoy eso se ve difícil. Las Naciones Unidas, la instancia supuestamente erigida para establecer una justicia global, se demuestra ineficiente, pues el poder real -aunque sea bochornoso tener que admitirlo- sigue asentando en el mayor poderío de fuerza bruta. En otros términos: el que tiene el garrote más grande, gana. Y la ONU absolutamente lejos está de poseer poder de coacción (no tiene garrote. Estados Unidos, sí).

Aprovechando ese poder descomunal (su economía continúa siendo la más grande, aunque China esté pisándole los talones, y su inversión militar equivale a la suma de todos los otros países del mundo juntos), aprovechando ese desarrollo monumental, su impunidad y doble moral son cada vez más absolutas. Señal, probablemente, que ha perdido la racionalidad. Las grandes potencias en ascenso son racionales, equilibradas, armónicas; cuando comienzan la curva descendente, todas, irremediablemente todas se trastocan, se vuelven “locas”. Eso está pasándole al gran imperio del Norte. En su avidez universal llegó al punto de sentirse un dios invencible (ahí está el proyecto del escudo antimisiles como prueba, para reafirmar su impunidad). Pero eso no es sino el síntoma de su descomposición, de su festín de impunidad irracional (claro que, preciso es decirlo, esa supuesta impunidad militar empieza a hacer agua. Rusia le ha tomado la delantera en armamentos estratégicos, superándolo en al menos 5 años de avance tecnológico). El discurso ya no se corresponde totalmente con la realidad. El ensoberbecimiento por la riqueza acumulada comienza a nublarle la vista.

Fotografía: questiondigital.com

Mientras cae, sin embargo, la hipocresía de su doble moral no deja de crecer. Se llena la boca hablando de democracia y libertad, mientras es el gobierno que más ha intervenido en todo el mundo violando infinitas veces los principios básicos de no-injerencia entre Estados. Es proverbial su defensa de las libertades civiles, pero con el Acta Patriótica aprobada luego de los atentados contra las Torres Gemelas y su universal cruzada contra el “terrorismo”, funciona peor que la peor dictadura antidemocrática concebible. Su población, sin que lo sepa, está infinitamente más vigilada que la de cualquier régimen dictatorial tercermundista.

Su gobierno vive hablando hasta el hartazgo de la no-proliferación de armas nucleares por parte de países “sospechosos” (Irán, Corea del Norte), pero se permite tener la mitad del arsenal atómico del mundo: 6.000 misiles intercontinentales de los 12.000 que existen en el planeta. Y mientras condena a los gobiernos de Teherán o de Pyongyang por sus avances en materia nuclear, sin la más mínima vergüenza equipa a Israel con el mismo tipo de armas que fustiga furioso en otros (400 bombas atómicas, oficialmente inexistentes).

Habla de la transparencia de los mecanismos democráticos en los sistemas políticos de todo el mundo arrogándose el derecho de ser juez de las elecciones que le parecen “dudosas”, pero muchas de sus administraciones federales llegaron a la Casa Blanca con escandalosos fraudes electorales probados. Además, la metodología electoral que emplea (a través de colegios de electores) es la más proclive al fraude, hoy día superada por otros recursos técnicos.

Castiga a los gobiernos que se da el lujo de calificar de dictatoriales y a los golpes de Estado…., siempre y cuando constituyan obstáculos a su hegemonía: Fidel Castro, Mohamed Khadafi o Nicolás Maduro se presentan como “dictadores”, según su lógica, pero no lo eran Pinochet o Suharto. Y la doble moral llega al colmo de criticar cuartelazos -siendo que todos los golpes militares en Latinoamérica son, en definitiva, producto de su inspiración- mientras en lo doméstico ha tenido infames golpes palaciegos: el de Kennedy con magnicidio incluido, o el intento de destitución de Clinton con el indecoroso montaje escenificado a partir de su vida personal (la becaria Mónica Lewinsky), en los casos en que el titular del Ejecutivo no sigue a pie y juntillas los dictados de la gran empresa multinacional (para el caso, porque tocó los intereses de las grandes tabacaleras).

Habla de terrorismo -el nuevo demonio de mil cabezas- mientras protege a connotados mercenarios terroristas como Luis Posada Carriles, autor de un acto infame en contra de un avión comercial en vuelo con 76 muertes, quien también tomara parte en el atentado en Texas contra la vida del presidente Kennedy.

Y en relación a este connotado terrorista de Posadas Carriles, el gobierno de Estados Unidos, siempre en la lógica de su bochornosa doble moral, alegó no entregarlo a la administración bolivariana de Venezuela por temor a que sea torturado mientras continúa torturando a mansalva en cárceles secretas, y no tan secretas, como en la oprobiosa base de Guantánamo en la isla de Cuba, o la tristemente célebre prisión de Abu Graib, en Irak.

Si de terrorismo se trata, los “fanáticos musulmanes” que hoy aterrorizan al mundo “libre y civilizado” (Al Qaeda, el Estado Islámico), son su creación. “¿Qué significan un par de fanáticos religiosos si eso nos sirvió para derrotar a la Unión Soviética?”, dijo alguna vez Henry Kissinger sin la menor vergüenza.

Habla de la lucha frontal contra el narcotráfico, cuando está infinitamente probado que sus mismos órganos de seguridad y espionaje son quienes promueven ese negocio, el cual es gran impulso para su economía pero fundamentalmente: arma de control social. Doble moral infame que permite despotricar contra la producción de drogas ilegales cuando es su población la principal consumidora a escala planetaria.

Doble moral deleznable que lleva a su clase dirigente y a su gobierno a hablar de libertad mientras manejan por lejos el mercado internacional de las comunicaciones y de la creación de opinión pública (85% de los mensajes audiovisuales que circulan en Occidente provienen de su industria), manejando mentes y voluntades de un modo infinitamente superior al ideado por los primeros ideólogos nazis. Hollywood es, por lejos, la principal fábrica universal de mentiras.

Tal es el descaro en su hipócrita doble moral (dicho en otros términos: tal es su poderío intocable) que habla interminable de las bondades del libre mercado y el parasitismo del Estado, pero subsidia su producción agrícola nacional y traba el libre comercio haciendo jugar al Estado un papel fundamental en el mantenimiento del equilibrio de la gran empresa a través de su intervencionismo. Cada vez que alguna de sus grandes corporaciones multinacionales está en apuros (Lehman Brothers, General Motors Company, por mencionar algunos casos), su Estado sale al rescate. Privatiza las ganancias, pero socializa las pérdidas, haciéndole pagar al resto del mundo las mismas, con emisión inorgánica de su moneda, hoy por hoy, intocable aún en buena parte del mundo.

Habla del trabajo y la producción, pero en su fase de caída irremediable como imperio su dinámica económica básica está puesta en la más descarada especulación financiera, y dándose el lujo de criticar soberbio la “corrupción” de los “atrasados” países de su periferia, está en manos de impenetrables mafias corruptas que cada vez detentan más poder… y hacen negocios sucios a la sombra del Estado federal. Los paraísos fiscales de que se nutren son infinitamente más mafiosos, corruptos y repugnantes que el más mafioso de los capos de la droga latinoamericano.

Doble moral desvergonzada que le permite hablar de la ley para luego saltarla impunemente, como demuestra cada vez en forma más marcada su abandono de los mecanismos civilizados de la humanidad como la Organización de Naciones Unidas, la Corte Penal Internacional o los diversos tratados internacionales que desconoce jactancioso. Uno de sus funcionarios -John Bolton- pudo decir jactancioso y provocativo algunos años atrás que “si es necesario bombardear el edificio de la ONU, lo haremos”.

En otros términos: el mundo está gobernado por una banda de mentirosos descarados, machistas y agresivos convencidos que tienen el derecho natural de hacerlo. El actual presidente no es sino un exponente más de esa ideología. No es un payaso como algunos lo quieren presentar; es un cabal ícono representativo de esa impune insolencia bravucona. ¿Hasta cuándo lo permitiremos?

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