Por Juan José Hurtado
El concepto “Tercer Sector” incluye organizaciones externas al gobierno o a empresas con fines de lucro que buscan un impacto económico, social, político, cultural o ambiental, agrupando tanto a las ONG, cooperativas y asociaciones como a los movimientos sociales. Sin embargo, distinguirlos es crucial, ya que los movimientos sociales surgen de la experiencia comunitaria directa que busca la transformación estructural mediante la lucha política y la movilización, mientras que las ONG son entidades legalmente registradas y centradas en la gestión de proyectos, a menudo dependientes de financiación externa. Esta diferencia pone de relieve tensiones estratégicas, como la posibilidad de que las ONG desplacen inadvertidamente el liderazgo comunitario o adopten agendas influenciadas por donantes, un proceso conocido como “ONGización” que puede diluir el enfoque político y la autonomía de un movimiento.
……………….
En el lenguaje de la cooperación internacional y de ciertos espacios de articulación, el término “Tercer Sector” suele agrupar bajo una misma categoría a movimientos sociales y sus organizaciones de base, junto a oenegés, fundaciones, asociaciones, cooperativas y otras formas organizativas.
Si bien todos compartimos objetivos de responder ante necesidades, procurar transformaciones sociales y el hecho de no ser parte del aparato estatal ni de empresas con fines de lucro, esta equiparación invisibiliza las profundas diferencias de naturaleza, objetivos y vínculos con la sociedad.
El concepto de “Tercer Sector” proviene de una clasificación bastante extendida internacionalmente para describir a los distintos actores de la vida económica, social y política, entendiéndose así:
- El Primer Sector es el Sector Público que comprende al Estado (gobierno, otros poderes del Estado, sus instituciones y empresas estatales). Su función principal es gobernar, regular y proveer servicios públicos como infraestructura, educación, salud, seguridad, comunicación y otros.
- El Segundo Sector es el Sector Privado Lucrativo que comprende a las diferentes empresas, comercios, bancos e industrias. Su objetivo principal es la generación de ganancias (lucro) para sus propietarios o accionistas.
- El Tercer Sector es el Sector Privado No Lucrativo que comprende a organizaciones de la sociedad civil, movimientos comunitarios, organizaciones religiosas, asociaciones, oenegés, cooperativas y otras entidades sin fines de lucro que prestan algún tipo de servicio o cumplen una labor social. Dada su naturaleza de carácter social, educativo, cultural, político, ambiental y humanitario, no genera ganancias y, por lo tanto, no reparte utilidades entre sus miembros. Se sostiene a través principalmente de cooperación internacional y otras donaciones, cuotas de los miembros o afiliados, aporte de organizaciones afines, voluntariado o fondos propios que se reinvierten en sus objetivos.
Sin embargo, hay que señalar que al hablar de Tercer Sector se revuelven diferentes categorías pues existen movimientos sociales, organizaciones comunitarias y organizaciones de base, a la vez que hay también organizaciones no gubernamentales, fundaciones, asociaciones, otras figuras organizativas. También hay cooperativas y otras organizaciones con un propósito económico no lucrativo. Es necesario comprender estas diferencias para no confundirlas en la acción económica, social y política, y tener claridad de cuál es el papel de cada quien, buscando la complementariedad y buenas relaciones entre los diferentes actores. Esta es una discusión clave; no es solo semántica/conceptual, sino que encierra tensiones históricas, políticas y estratégicas dentro del campo de la acción social.
Definiciones y diferencias conceptuales
Aunque el término Tercer Sector mete a todas las organizaciones sin fines de lucro en el mismo costal, movimientos sociales y oenegés/Asociaciones/Fundaciones responden a lógicas y estructuras muy distintas.
Los movimientos sociales nacen de la realidad y experiencia concreta de comunidades, pueblos y sectores sociales que enfrentan desigualdad, despojo y exclusión. Su fuerza está en la legitimidad que les otorga la representación orgánica de una base social. Su razón de ser no es la gestión de proyectos, sino la transformación estructural de las condiciones de injusticia que afectan a sus miembros.
Las oenegés, fundaciones y asociaciones, aunque puedan coincidir en objetivos y causas, se constituyen como estructuras legalmente registradas que trabajan con proyectos financiados, personal remunerado y marcos administrativos. Esto les otorga capacidad técnica y recursos, pero también introduce lógicas ajenas a la dinámica de la lucha social, como la rendición de cuentas a donantes externos, la priorización de indicadores formales y la adaptación a lenguajes institucionales.
Las oenegés, cuando actúan desde un compromiso genuino con las luchas de las comunidades y el respeto a su autonomía, pueden desempeñar un papel valioso como acompañantes e intermediarias. Este papel implica brindar información y formación que fortalezcan las capacidades organizativas, aportar recursos y sostén técnico para iniciativas definidas por las propias bases, y facilitar relaciones y posibilidades de incidencia en espacios nacionales e internacionales a los que las comunidades difícilmente accederían por sí mismas.
Pero su función no debiera sustituir la voz de los movimientos, sino abrir caminos y reforzar su capacidad de acción manteniendo siempre el protagonismo en manos de quienes viven y defienden la causa.
La “oenegización” de los movimientos sociales y sus consecuencias
La “oenegización” de los movimientos sociales se refiere al proceso en el que éstos asumen características de oenegés. Con frecuencia ocurre cuando, presionados por la necesidad de recursos o atraídos por financiamiento internacional, adoptan las lógicas, ritmos y formas de las oenegés. Esto conlleva el riesgo de diluir el carácter transformador de un movimiento, convirtiéndolo en un “gestor de proyectos” en lugar de un actor político.
Este proceso puede:
- Desvirtuar su misión original, desplazando la lucha política por la prestación de servicios o la gestión de proyectos, moderando el discurso y su acción política, perdiendo capacidad de confrontación necesaria en algunos momentos. Los movimientos sociales adoptan formas y lógicas de oenegé (por ejemplo, estructura jerárquica, lenguaje de proyectos, indicadores, formatos de rendición de cuentas impuestos por donantes).
- Alejarlos de su base social porque priorizan la ejecución de proyectos, las agendas o ritmos impuestos por financistas. Debilitar la autonomía del movimiento social porque la base deja de ser el centro de las decisiones estratégicas.
- Generar dependencia económica de la cooperación internacional, lo que a menudo trae consigo dependencia política e ideológica, pues los donantes pueden influir en agendas, prioridades y hasta en el lenguaje que se utiliza. Muchas veces se pierde el lenguaje propio para adoptar el lenguaje de la cooperación. Asimismo, se corre el riesgo de acomodar las posturas, evitando confrontaciones necesarias para no incomodar a financiadores o actores institucionales.
Sin embargo, la misma capacidad de las oenegés para movilizar recursos, contar con personal remunerado a tiempo completo y tener presencia constante en determinados territorios puede derivar en una sustitución de los movimientos sociales. Las oenegés cuentan con financiamiento, oficinas, transporte, sueldos y especialistas, mientras las organizaciones de base muchas veces trabajan sin salario y con recursos mínimos.
En algunos casos, las oenegés asumen la representación en espacios de diálogo o negociación sin mandato explícito de las comunidades, desplazando la voz de quienes viven los problemas en carne propia. Es decir, muchas veces oenegés que hablan “en nombre” de comunidades sin que éstas lo hayan decidido.
Esto también ha dado lugar a liderazgos que se mantienen o se promueven por su condición de empleados de la organización, más que por un reconocimiento legítimo desde las bases. Es decir, hay un desplazamiento del protagonismo. Con frecuencia, en mesas de diálogo o espacios internacionales, los financiadores prefieren interlocutores “profesionales” (oenegés) en lugar de líderes comunitarios y los empleados de las oenegés se sienten cómodos en hacerlo.
Cuando esto ocurre, no sólo se debilita la autonomía de los movimientos sociales, sino que se altera la dinámica natural de liderazgo comunitario, generando dependencia y, en ocasiones, conflictos internos. Tanto oenegés como movimientos pueden quedar atados a las prioridades de la cooperación internacional.
A su vez, existen reclamos fundados de parte de organizaciones de base hacia las oenegés porque, con frecuencia, llegan con proyectos ya hechos desde sus oficinas a las comunidades y no construidos con su participación. Son proyectos formulados desde fuera, quizás con buenas intenciones, pero que no se basan en la realidad y el sentir de las comunidades. Muchas veces las comunidades aceptan estos proyectos porque los ven como una oportunidad que no deben desperdiciar, pero, debido a que no fueron parte de su gestación, no se sienten suficientemente involucrados y no se apropian de éstos. Resulta entonces una imposición de las oenegés a las comunidades.
Asimismo, hay reclamo de las bases sociales porque también, en ocasiones, las oenegés (que sí cuentan con recursos) captan a líderes sociales para que trabajen con ellos. Esto afecta la organización comunitaria o de base en tanto que se les resta de un liderazgo propio que asume funciones de trabajador de la ONG.
Esto puede crear fricciones y descontentos.
Ideas para una reflexión crítica interna
- Reconocer las diferencias: no todo lo que es “no lucrativo” tiene la misma raíz ni la misma legitimidad social.
- Respetar el rol de cada actor: las oenegés pueden ser aliadas técnicas y de incidencia; los movimientos, portadores de la legitimidad y la fuerza social.
- Evitar la sustitución de voces: promover que las organizaciones de base se representen a sí mismas en espacios clave.
- Buscar complementariedad y no suplantación: alianzas claras donde las oenegés pongan recursos y conocimientos técnicos al servicio de agendas definidas por las bases.
- Fortalecer autonomía financiera: fomentar modelos de autogestión y economía solidaria que reduzcan la dependencia de donantes.
Partidos políticos: otra naturaleza
En este escenario es clave no confundir los movimientos sociales, las oenegés, Fundaciones, Asociaciones y Cooperativas, con partidos políticos. Los partidos son estructuras creadas para disputar y ejercer poder político desde el Estado; los movimientos sociales, en cambio, nacen para organizar y fortalecer a la sociedad frente a injusticias, con o sin proximidad coyuntural a un partido.
Aunque puedan coincidir en agendas o colaborar en determinadas causas, los movimientos deben mantener su autonomía para no ser absorbidos por la lógica electoral o las conveniencias de coyuntura.
Diferencias que fortalecen, no que dividen
Lograr que movimientos sociales, oenegés y otros actores cooperen de forma sana exige, ante todo, reconocer que sus roles son distintos y que esa diferencia es, en realidad, una fortaleza. La clave está en construir relaciones basadas en el respeto mutuo, la claridad de funciones y un compromiso firme con agendas que nazcan de las bases sociales y respondan a sus realidades, con transparencia.
Ese respeto comienza por definir desde el inicio cuál es la función de cada uno, qué aporta cada quién, y qué no le corresponde, evitando que las oenegés hablen en nombre de las comunidades sin un mandato explícito. La representación pública y política debe recaer en los movimientos o en liderazgos comunitarios legítimos, acordando mecanismos claros para que así sea. Esto solo es posible si las agendas realmente emanan de las bases, a partir de diagnósticos, necesidades, sentires y propuestas propias. La ONG puede brindar herramientas y metodologías, pero son las organizaciones de base quienes deben fijar las prioridades.
La transparencia y la rendición de cuentas mutua son esenciales. No se trata únicamente de que las comunidades rindan cuentas a los donantes por medio de las oenegés; estas también deben rendir cuentas a las comunidades sobre el uso de los recursos, las alianzas que establecen y las decisiones estratégicas que toman en su nombre o en su beneficio.
Acompañar no es sustituir. Fortalecer capacidades significa transferir conocimientos, habilidades y contactos para que los movimientos puedan sostener su acción con autonomía, y no concentrar esos recursos en la estructura de la oenegé. Esto implica fomentar la autogestión y reducir la dependencia del financiamiento externo, para que la supervivencia del movimiento no dependa de la aprobación de un proyecto.
Cuidar la autonomía política y organizativa es otra condición central. Ninguna alianza debe condicionar las posturas de un movimiento frente a gobiernos, empresas o partidos políticos, ni impedirle tomar decisiones estratégicas distintas a las de la oenegé. Asimismo, la comunicación interna y externa debe reconocer el papel protagónico de los movimientos y evitar que informes, comunicados o reportes invisibilicen a las bases.
Cuando las oenegés asumen el papel de facilitadoras y no de sustitutas, y cuando los movimientos sociales cuentan con espacio, recursos y legitimidad para tomar sus propias decisiones, las alianzas no solo son posibles, sino que se vuelven más sólidas y efectivas. Este tipo de complementariedad no se construye en un día; requiere diálogo constante, voluntad de compartir poder y un compromiso genuino con el protagonismo de quienes defienden sus derechos y territorios desde la primera línea.
Reconocer estas diferencias no significa fragmentar la acción colectiva, sino fortalecerla. Los movimientos sociales aportan legitimidad, fuerza organizativa y visión transformadora. Las oenegés pueden contribuir con recursos, capacidades técnicas y canales de incidencia. Y los partidos políticos, cuando actúan de buena fe, pueden canalizar demandas hacia la arena estatal. Entender que cada quien cumple un papel distinto, y que ninguno debe suplantar al otro, es el primer paso para construir una acción común más justa, legítima y efectiva.



