¿Cómo constituimos fuerza colectiva?

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Créditos: Prensa Comunitaria
Tiempo de lectura: 5 minutos

Por Tania Palencia Prado

Homenaje a Víctor Ferrigno

Reconocer las trampas del sistema

Es urgente y útil dejar de hablar de los de arriba para volver a hablar de nosotros mismos. Los de arriba son unos canallas que nunca nos han representado. Son criminales que siguen matando en paz, con sus leyes y sus peones. Su ley está intacta, fue la que ganó la guerra genocida que esconden los tribunales. Hoy, su derecho ya no se adorna, ya no pide maquillaje a la democracia; los motores legales para hacer dinero muestran la histórica podredumbre de este Estado. Esa es la verdad: el poder público apesta y el ejército sostiene la pestilencia. Todo en nombre de la ley, su CC y su fiscal. Detrás, la oligarquía.

Allí está instalado el gobierno de Bernardo Arévalo con su partido débil que recibió nuestra confianza para gobernar un infierno de bestias matonas y ladronas. Llegó este gobierno gracias al único segundo democrático que no nos han quitado: el momento de votar. Antes del voto eliminaron la opción de Thelma Cabrera porque CODECA significaba la pesadilla oligarca: abrir las puertas para que gobierne la indiada. Después del voto, con tan inesperado resultado, dejaron que Arévalo fuera a sentarse apresurado. Arévalo aceptó la prisa. Saludó a Trump y a Netanyahu. Un año después, saluda a la cúpula militar que censuró al coronel Rubio Castañeda por escribir un libro que cuestiona las alianzas del ejército.

Así, arriba está un gobierno que estorba a los que están más arriba, pero que lo tienen bien controlado. Arévalo los asustó, pero cayó en su trampa. Entonces, tenemos arriba un pacto muy legal y que respeta la legalidad. ¿Qué pensará Arévalo desde su escala de arriba? ¿De quién es la legalidad en Guatemala? ¿Para qué se es legal en el país?

Aquí, con la gente que vive en la planicie, hay amplia coincidencia acerca de que este gobierno nos enclaustró en la herramienta que lo doblega: la ley de la oligarquía. Que el ejército de la paz defiende esa ley es una gran verdad. El ejército sostiene y ha sostenido los negocios sucios de la oligarquía, todos legales o alegales, y su éxito radica en hacer del Estado su mercado fundamental, ya que al linaje oligarca, patrimonialista y especulador no le da agallas para acumular capital por la vía del trabajo productivo. Sr. Arévalo: nos limpia el Estado, pero la economía no me la toca.

Estamos otra vez bajo el ritmo de una de cal y una de arena, albañileando, tratando de limpiar la corrupción sin poder meter en la cárcel a los corruptos. Los pasos con que avanzan unos ministros son desechados por la incapacidad de establecer una franca y fuerte alianza con quienes han defendido al gobierno: la gente, la ciudadanía, los pueblos originarios, los de abajo. El gobierno no tiene un proyecto de nueva sociedad, solo un plan para una mayor eficiencia presupuestaria. Si no cambia tal desempeño, el sello de la mediocridad le caerá encima.

No engañarnos ni victimizarnos

Ahora bien, las incapacidades arevalistas no constituyen el problema político de fondo. El problema político principal es que creemos que la responsabilidad del cambio radica exclusivamente en el gobierno. El problema es que terminamos quejándonos de los políticos, sintiéndonos mudos y perplejos frente a sus abusos, pero incapaces de defender los sueños que nos orgullecen y dignifican.

Nosotros, la ciudadanía, somos un problema de fondo, tenemos el problema en nuestra despolitización, de votar sin responsabilidad; en la ironía de dejar que los políticos hagan lo que quieran porque, al final, el Estado no nos da nada. Digamos también que perdimos el sueño de una nueva sociedad por seguir los procedimientos de la época de la paz y de la cooperación internacional que nos hicieron sentirnos tutelados.

¿Qué presión ejercemos contra esta X Legislatura farsante, que no ha dado una sola muestra de cuestionar a la CC o a la Fiscal? Ni un solo partido político, más que Semilla y Winaq, ha condenado los abusos de la CC, la Fiscal y los jueces serviles.  ¿Qué presión ejercemos para liberar al Tribunal Supremo Electoral del control militar y del CACIF? ¿Quién apoyó a Bernardo Arévalo para obligar a estos diputados delincuentes a cambiar la ley que sostiene a la Fiscal? ¿Quién respondió al llamado de los asesores de Arévalo para convocar a una Asamblea Constituyente? ¿Por qué no hay unidad alrededor de un nuevo proyecto de sociedad?

Quiero llamar la atención acerca de la irresponsabilidad ética y política de las izquierdas y de los movimientos sociales. Perdimos o dejamos dormido nuestro espíritu de luchar por cambios radicales, en gran medida debido a todos los factores que nos desaniman, entre ellos los duelos y desarraigos de la guerra, el desempleo y la pobreza. Debemos poner en duda o analizar mejor las formas en que respondemos a esos abusos. Debemos sostenernos y mantener en alto las voces que dicen “¡Eso no quiero!”, “¡Quiero vivir de otro modo!”. Necesitamos poder para las comunidades.

Hemos dejado de ser instrumentos eficaces para conquistar derechos, para conquistar poder colectivo, para redistribuir riquezas, para conquistar instancias más profundas de decisión comunitaria y de liberación. Hemos dejado de cultivar aquellas conversaciones políticas que configuraban nuevas relaciones de poder. La libre determinación, el autogobierno de los pueblos originarios, el radical rechazo a la desnutrición o a más despojos de tierra y de agua, no nos están moviendo. Debieran crecer con fuerza hacia abajo para salir a las calles con ideas que levanten la experiencia de autogobierno de las comunidades. Las y los líderes indígenas y ladinos debemos levantar nuestras ideas de vivir mejor y no estar esperando que gobiernos donde no gobernamos escuchen nuestros sueños.

Pero no se trata de hacer bulla. No estamos frente a un problema de comunicación.  El hecho de que reduzcamos nuestro tiempo político a protestas digitales o a likes virtuales, dice mucho acerca de que nuestra comunicación, casi absolutamente por redes, alejó nuestras ideas de nuestros cuerpos. Estamos mal porque esta separación entre ideas y cuerpos nos quita humildad y sencillez para reconocer que necesitamos nuevas formas colectivas para resolver los problemas colectivos que tenemos. No tenemos confianza en nuestra efectividad. Perdimos confianza en disputar poder como comunidades, como pueblos, en actuar para expulsar a los criminales que nos tienen sometidos.

Reaprender a disputar poder

Queremos vivir de otro modo. ¿Cómo queremos vivir? Busquemos las salidas y salgamos sin separarnos de los tiempos políticos de Guatemala. Aceptemos el desafío de buscar lo que no tenemos para movernos, para cambiar nuestra actual posición de no poder decidir sobre nuestras vidas. No sabemos cómo salir de estos abusos. Nuestras luchas de liberación no están funcionando; van, pero no van bien. Tenemos toda la potencia para salir de la impotencia, para constituirnos en una gran fuerza colectiva que pare a estos criminales y constituya un nuevo régimen jurídico e institucional.

Van cuatro ideas fundamentales que nuestros cuerpos gritan:

1º. Elevar nuestra indignación y mantener viva nuestra memoria para meter presos a jueces, magistrados y fiscales que han sido cómplices de mafias criminales;

2º. Hacer conciencia de la podredumbre del municipalismo y del clientelismo de los Consejos de Desarrollo para transformar radicalmente a los gobiernos municipales y expulsar a los políticos sucios de nuestros territorios;

3º. Levantar la economía comunitaria, campesina y cooperativa y hacer conciencia de la urgencia de invertir en empleos dignos, solidarios y productivos; y

4º. Llamar a una Constituyente con representación de los cuatro pueblos, sin los actuales partidos, una constituyente de los pueblos que siembre una convivencia vital.

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