Por Juan José Hurtado Paz y Paz
En Guatemala, el 25 de junio se conmemora el Día del Maestro en honor a María Chinchilla Recinos, maestra que fuera asesinada ese día en 1944 durante una manifestación pacífica contra la dictadura de Jorge Ubico. Su muerte se convirtió en un símbolo de la lucha magisterial y de la resistencia contra la dictadura. Su valentía y sacrificio fueron una inspiración más para el movimiento popular que desembocó en la Revolución del 20 de Octubre de ese mismo año. Desde entonces, esta fecha recuerda no solo su memoria, sino también el compromiso ético y social transformador del magisterio guatemalteco.
Otro nombre que podemos recordar hoy es el de Silvio Matricardi, secretario del Frente Nacional Magisterial, quien fuera detenido el 13 de marzo de 1984, en la zona conocida como la cuchilla de Villa Nueva por agentes del Estado de Guatemala.
Asimismo, hay maestras y maestros anónimos, que, durante la Guerra Interna en Guatemala, fueron asesinados o desaparecidos por su labor educativa y por promover la alfabetización en sus comunidades.
Hay otros maestros insignes que no murieron por la represión estatal, pero que son ejemplo, como don Adrián Inés Chávez (1904-1987), originario de San Francisco el Alto, Totonicapán primer maestro indígena graduado del país y lingüista, que fue clave en la formación de una intelectualidad indígena.
La lista de maestras y maestros ejemplares por su responsabilidad y compromiso sería interminable.
Históricamente, el magisterio guatemalteco ha sido un actor clave en las luchas por la justicia social, los derechos humanos y la democracia. Aún hoy día, hay muy buenas maestras y maestros altamente apreciados y que merecen ser reconocidos. Pero, lamentablemente, como gremio, el magisterio ha ido perdiendo el papel histórico que tuvo.
Las y los maestros gozaban de un alto prestigio en la sociedad, no solo por su papel en la educación formal de la niñez, sino también por su compromiso con el bienestar colectivo. Las y los maestros eran figuras respetadas en las comunidades, a quienes se les consultaba. Muchas veces asumían el rol de asesores para la redacción de cartas, peticiones y documentos necesarios para gestiones comunitarias, en comunidades donde la mayoría de la población no tenía acceso a la educación formal e incluso no sabía leer y escribir.
Sin embargo, esta vocación social y de servicio comunitario hizo del magisterio un blanco de la represión estatal durante los años finales de la década de 1970 y a lo largo de los 80, en el contexto de la guerra interna que vivió el país. El movimiento magisterial fue duramente golpeado: muchos de sus líderes fueron perseguidos, desaparecidos o asesinados, lo que provocó un descabezamiento del gremio y debilitó su capacidad de organización. Esto contribuyó a un proceso de deterioro del gremio magisterial.
Aunque en los años 90 del siglo pasado hubo una rearticulación del magisterio, este movimiento ha ido perdiendo su compromiso social para convertirse en un gremio que ve únicamente sus intereses sectoriales incluso en detrimento de otros intereses, como es el derecho a la educación de la niñez.
En un intento por explicarnos el porqué del deterioro de este gremio, podemos mencionar una intencionalidad perversa de sectores oscurantistas por que la educación se deteriore, pues, para ellos, “pensar es un delito”. Tiene que ver además con la mala formación y preparación que tienen las y los maestros, la pérdida de una mística de trabajo cuando se es maestro porque fue la única opción educativa que se tuvo, que les permitía tener un trabajo, es decir, trabajar de maestro únicamente por necesidad y no por vocación.
Además de las consecuencias de la represión, pérdida de vocación, visión gremial egoísta y el desinterés malintencionado de sectores poderosos en una educación crítica, se pueden sumar otros elementos complementarios como la cooptación política del gremio, que ha sido instrumentalizada para favorecer intereses perversos. La formación magisterial se ha debilitado, se ha despolitizado la pedagogía, alejándola de enfoques crítico. Muchos docentes se forman sin herramientas para analizar el contexto social ni para integrar su práctica en procesos de transformación.
A propósito, el educador brasileño Paulo Freire dijo: “El maestro es necesariamente militante político. Su tarea no se agota en la enseñanza de las matemáticas o la geografía. Su tarea exige un compromiso y una actitud en contra de las injusticias sociales. […] El maestro debe caminar con una legítima rabia, con una justa ira, con una indignación necesaria, buscando transformaciones sociales.” (Pedagogía de la indignación; 2000)
Es legítimo reconocer también que las y los maestros han sido mal pagados y no se han creado condiciones adecuadas para que puedan desempeñar bien su labor.
Un problema fundamental es la carencia dentro del magisterio de liderazgos éticos y renovación de liderazgos. Después del exterminio de liderazgos sociales en los años 80, ha sido difícil que emerjan figuras inspiradoras, éticas y con visión transformadora dentro del magisterio. Esto ha dejado vacíos ocupados por dirigentes oportunistas. Es el caso de quien lidera al STEG, quien lleva ya más de tres décadas al frente de esa organización y se caracteriza por su oportunismo, plegándose a los intereses más nefastos, ahora actuando como apéndice de las intentonas golpistas.
Para que el magisterio pueda recuperar el papel histórico como actor clave en la construcción de una Guatemala más justa, deben ocurrir transformaciones profundas. La formación docente debe ser repensada: no puede limitarse a contenidos técnicos, sino que debe incluir la historia de las luchas del magisterio, enfoques pedagógicos críticos, perspectiva intercultural, conciencia social y vínculos con las realidades comunitarias. Necesitamos que las maestras y maestros no trabajen solo por necesidad, sino por vocación, con una mística renovada de servicio público y compromiso social.
Además, se necesita reconstruir el tejido organizativo del magisterio sobre nuevas bases éticas y solidarias. El gremio debe superar la lógica del beneficio exclusivo y rearticularse con las luchas de los pueblos, con las madres y padres de familia, con las juventudes, con quienes defienden la educación como un derecho y no como un privilegio.
Pensar no es delito; formar ciudadanía crítica y consciente es una de las tareas más transformador de nuestro tiempo. Un magisterio comprometido, reflexivo y organizado puede volver a ser catalizador de cambios profundos para Guatemala. Ojalá las y los maestros recuperen el sentido de lo dicho por el maestro cubano y también guatemalteco José Martí.