¿Por qué nace Raíces? La reconfiguración política de Semilla ante el asedio judicial

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Créditos: Prensa Comunitaria
Tiempo de lectura: 3 minutos

Por Juan Francisco Sandoval

La creación del partido político Raíces, impulsada por figuras cercanas al Movimiento Semilla, ha levantado cejas, comentarios malintencionados y más de alguna lectura interesada. Unos lo interpretan como una jugada calculada, otros como una especie de rendición camuflada frente al sistema. Pero más allá de las apariencias —y de las lecturas de pasillo—, lo que estamos viendo es una estrategia de contención frente a un aparato judicial que ha demostrado estar dispuesto a borrar del mapa a cualquier proyecto político que no se alinee con el statu quo.

Desde mediados de 2023, Semilla ha estado en la mira de un proceso de demolición institucional. El Ministerio Público, bajo la conducción de Consuelo Porras, y con la complicidad de operadores como el juez Fredy Orellana, ha emprendido una ofensiva jurídica cuyo objetivo ha sido claro desde el inicio: inutilizar políticamente al partido que llevó a Bernardo Arévalo a la presidencia. La resolución que suspendió al partido, por supuestas irregularidades en la recolección de firmas, ha sido objeto de críticas dentro y fuera del país por su falta de base legal, su desproporcionalidad y su tufo autoritario.

En ese contexto, Raíces no puede leerse como una simple ruptura o una salida desesperada. Es una respuesta que, nos guste o no, intenta garantizar la continuidad de un proyecto político en medio del bloqueo institucional. Cuando un sistema te arrincona, responder con estructuras paralelas puede no ser la opción ideal, pero es, muchas veces, la única posible. Si Semilla queda jurídicamente fuera del tablero electoral en 2026, Raíces representa la posibilidad de no perderlo todo. Así de crudo.

Un costo político inevitable

Por supuesto, esta estrategia tiene su costo, y no es menor. Una parte del electorado que votó por Semilla puede sentir que esto es una especie de huida hacia adelante, una forma de agachar la cabeza frente a quienes buscan destruir al partido desde adentro del Estado. Y la pregunta, que no es menor, es: ¿cómo se defiende el Estado de Derecho si se responde al abuso con esquemas alternos? ¿No es eso, en cierto modo, asumir que las reglas están tan rotas que ya no se pueden reparar?

A eso se suma otro dilema, menos visible, pero igual de importante: ¿acaso Raíces no es también una oportunidad —y hasta una excusa— para reconfigurar internamente lo que Semilla no ha querido o podido resolver? Hay tensiones, disputas de liderazgo, diferencias sobre cómo territorializar el proyecto político. Tal vez este nuevo partido también sirva como válvula de escape para esas presiones internas que, si no se atienden, terminan erosionando desde dentro.

El peso simbólico de “Raíces”

El nombre no es casual. Habla de origen, de conexión con lo esencial. La paradoja es evidente: para proteger lo que consideran el corazón del proyecto Semilla, sus impulsores se ven obligados a buscar otro cauce. A sembrar otra semilla, por así decirlo. Y ahí está el desafío: que esa nueva raíz no pierda el vínculo con el tronco que la sostuvo, que no se convierta en un injerto artificial al servicio de intereses ajenos.

Porque lo que está en juego no es solo la viabilidad de un partido, sino la posibilidad de que en Guatemala se construya una alternativa política que no pase por los pactos oscuros, el clientelismo o la lógica de impunidad que domina el sistema.

La maquinaria que castiga al disidente

Pero vayamos a lo más importante. Lo verdaderamente grave de todo esto no es que Semilla tenga que reinventarse o que los liderazgos se redistribuyan. Lo más alarmante es que seguimos viviendo en un país donde todo aquel que llega al poder con la intención de cambiar las reglas termina perseguido, neutralizado o expulsado. Esa es la constante. Y esa maquinaria tiene rostro: fiscales funcionales, jueces complacientes, políticos reciclados y operadores que sobreviven por inercia, por cálculo o por miedo.

Raíces, en ese marco, no es más que un acto de resistencia política frente a un sistema que no da tregua. Es una reacción —quizá imperfecta, quizá polémica— ante la urgencia de no desaparecer. Pero el verdadero problema no es tener que fundar un nuevo partido. El verdadero problema es que, en Guatemala, todo proyecto de cambio debe empezar desde cero… precisamente porque ese es el único modo que tiene el sistema para asegurarse de que nunca cambie nada.

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