En los hogares Xinkas, son las mujeres quienes desde siempre han sido responsables de gestionar el agua. Quienes madrugan para cargarla en cántaros, lavan la ropa de la familia, cocinan, siembran, sanan con plantas medicinales y transmiten a sus hijos e hijas el respeto por los ríos, las lagunas y los cerros. Su relación con el agua es íntima, espiritual y cotidiana.
Sin embargo, su consumo está amenazado por la actividad extractiva en el territorio como muestran estudios independientes y como han denunciado las mujeres Xinkas.
Por Glenda Álvarez
Las mujeres Xinkas enfrentan una crisis silenciosa que amenaza no solo su salud y la de sus familias, sino también su historia, su rol comunitario y su derecho a una vida digna. Cotidianamente ellas se encargan de gestionar el agua, ir a buscarla y hervirla, para evitar enfermedades, pero estas acciones ya no son suficientes.
En el territorio Xinka, al oriente de Guatemala, las enfermedades se multiplican, las plantas ya no florecen igual y los niños presentan manchas en la piel denunciaron recientemente. Y cuando ellas denuncian, cuando preguntan y se organizan, no reciben respuestas, sino silencio, desinformación o difamación.
Las comunidades del pueblo indígena Xinka han enfrentado por más de quince años una amenaza que ha impactado su vida cotidiana, un modelo extractivo en su territorio sin su consentimiento. El megaproyecto minero El Escobal, ubicado en San Rafael Las Flores y operado por Minera San Rafael (filial de Pan American Silver), fue instalado sin consulta previa, libre e informada, lo cual constituye una violación directa al Convenio 169 de la OIT ratificado por el Estado guatemalteco.
El pueblo Xinka ha dicho “NO” a la minería en su territorio 👏🏼
Con la fuerza de su herencia ancestral, el pueblo Xinka alzó su voz unánime ante el Estado al presentar los resultados de las consultas comunitarias que se resumen en un rotundo “No” al proyecto minero “El Escobal”,… pic.twitter.com/ft4ZO8Tkxu
— Prensa Comunitaria Km169 (@PrensaComunitar) May 9, 2025
Desde su llegada, la mina ha alterado no solo el paisaje y los ríos, sino también las formas de vida comunitaria. Las fuentes de agua, pozos, nacimientos, quebradas y lagunas comenzaron a mostrar niveles elevados de metales pesados. Las enfermedades aumentaron, el tejido social se tensionó y la carga recayó, como casi siempre, sobre los cuerpos y los hombros de las mujeres.
El 8 de mayo, en la ciudad capital, mujeres del pueblo Xinka alzaron sus voces frente al Palacio Nacional de la Cultura, denunciando las múltiples violaciones a sus derechos humanos, territoriales y ambientales en el contexto de la resistencia contra la mina El Escobal.
Marisol Guerra, autoridad del Parlamento Xinka, recordó que la respuesta estatal a sus denuncias ha sido la represión. Subrayó que más de 200 personas del pueblo han sido procesadas judicialmente por oponerse al proyecto extractivo. “El costo ha sido alto —dijo—, pero seguimos firmes porque sabemos que estamos defendiendo algo que no se puede reemplazar.

Ashly Urías, integrante de la comisión de juventud del Parlamento, hizo un llamado a reconocer que las manifestaciones pacíficas son parte de las prácticas ancestrales de los pueblos originarios. Señaló que defender el agua, la tierra y la cultura no es delito, y que las mujeres, jóvenes y mayores, están ejerciendo su derecho legítimo a la autodeterminación.
Estas declaraciones resumen la profundidad de una lucha colectiva sostenida por más de 15 años, donde las mujeres Xinka han estado —y siguen estando— en la primera línea, no solo como víctimas de un modelo extractivo, sino como sujetas activas en la defensa del territorio, la cultura y el futuro.
Contaminación del agua y salud comunitaria
El agua es un elemento sagrado para las comunidades Xinkas. Sin embargo, en las comunidades de San Rafael Las Flores, Casillas, Nueva Santa Rosa y Santa Rosa de Lima, se vive una crisis hídrica. Aunque existe agua entubada, lo que llega a muchas viviendas no es seguro.
El agua que se usa a diario para beber, cocinar o bañarse puede estar contaminada con arsénico, bacterias fecales y metales pesados. Y mientras las instituciones del Estado guardan silencio, las mujeres quienes históricamente se han encargado de recolectar, preparar y cuidar el agua para sus familias, advierten que sus cuerpos ya han comenzado a mostrar las consecuencias.
El pueblo Xinka ha dicho “NO” a la minería en su territorio 👏🏼
Con la fuerza de su herencia ancestral, el pueblo Xinka alzó su voz unánime ante el Estado al presentar los resultados de las consultas comunitarias que se resumen en un rotundo “No” al proyecto minero “El Escobal”,… pic.twitter.com/ft4ZO8Tkxu
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Los monitoreos científicos realizados por un colectivo de jóvenes científicas y científicos comunitarios Xinkas, conocidos como Tekuanes, han documentado concentraciones alarmantes de arsénico y otros metales pesados en fuentes de agua cercanas a la mina.
En la Laguna de Ayarza, un lago de origen volcánico en Santa Rosa, se han registrado niveles de arsénico de 25 partes por billón (ppb), casi el triple del límite máximo seguro recomendado por la OMS (10 ppb). En marzo de 2024, esta misma laguna alcanzó un pico de 100 ppb, según registros realizados por estos jóvenes. En condiciones normales, el Observatorio de Industrias Extractivas (OIE) ha reportado que las aguas de la cuenca del río Los Esclavos, donde se asienta la mina, presentan valores de arsénico cercanos a 80 ppb.

Además, nacimientos y quebradas de uso comunitario en San Rafael Las Flores, Casillas y Alzatate también han superado reiteradamente el umbral de 10 µg/L considerado seguro por la OMS. En cada monitoreo, los Tekuanes controlan variables como el pH, la conductividad eléctrica y la presencia de metales pesados.
Desde 2017, las y los científicos comunitarios realizan muestreos mensuales, constatando que “los niveles de arsénico han superado constantemente el límite permisible en la Laguna de Ayarza, así como en casi toda la cuenca del río Los Esclavos”.
A pesar de que existen tres plantas de tratamiento instaladas para reducir el arsénico, las jóvenes científicas advierten que estas no cubren todas las comunidades. Como explica Melissa Rodríguez, joven científica comunitaria de 18 años, “mucha gente bebe directamente del caño porque no tiene dinero para filtros ni agua embotellada”. Esto significa que gran parte de la población vive expuesta a un agua potencialmente contaminada todos los días, sin que existan medidas estructurales de mitigación ni programas de salud pública que acompañen esta situación.
Los análisis comunitarios también han detectado otros metales pesados peligrosos como cadmio, plomo, cobre, hierro y aluminio en pozos y ríos cercanos al cerco de la mina. La combinación de estos elementos con la carga natural de la geología volcánica empeora aún más la situación, ya que la actividad minera libera metales atrapados en las rocas, contaminando las aguas superficiales y subterráneas.
Incluso manantiales considerados tradicionalmente puros, ubicados en zonas altas de montaña, han resultado alterados. El OIE señala que los niveles elevados de arsénico no aparecen en zonas no perturbadas por actividad humana, lo que refuerza la hipótesis de que la minería ha alterado químicamente los acuíferos.
Presencia de metales pesados en agua y animales
A este diagnóstico científico se suma la experiencia vivida por las mujeres. Un estudio realizado en 2020 por la Universidad de Virginia Tech, en colaboración con el Centro de Estudios Conservacionistas (CECON-USAC) y la Comisión Diocesana de Defensa de la Naturaleza (CODIDENA), reveló que el 77% de las familias encuestadas en San Rafael Las Flores considera que el agua del grifo no es apta para el consumo humano.
Esta desconfianza tiene fundamento: varias muestras de agua superaron los niveles permitidos de arsénico, plomo, aluminio y E. coli. Además, el 94% de las personas entrevistadas dijo no haber recibido nunca información sobre la calidad del agua que llega a sus hogares. Aunque el 97% la utiliza para bañarse y lavarse los dientes, solo el 23% la emplea para beber.

La situación se agrava con los hallazgos de otro estudio, realizado en 2020 por CODIDENA y el CIAT-USAC, que analizó la presencia de arsénico en peces de la Laguna de Ayarza, una fuente habitual de alimentación para la población local. El informe detectó arsénico en tejidos musculares de especies como el guapote y la tilapia, con un promedio general de 0.018 ppm.
Si bien no sobrepasan los límites máximos internacionales, los investigadores advierten que el riesgo es acumulativo, sobre todo cuando el agua, los alimentos y el entorno están contaminados. La recomendación es evitar el consumo frecuente de pescado de la laguna hasta que se evalúe la dieta completa de la población.
Población denuncia aumento de enfermedades
Las consecuencias para la salud son evidentes en el día a día de las familias Xinka. En San Rafael Las Flores y Casillas, 84% de los hogares desconfían de la calidad del agua y el 61% compra agua embotellada para proteger su salud. Las personas han notado un aumento de enfermedades dérmicas y crónicas en la comunidad, muchos habitantes han sufrido irritaciones en la piel, caída del cabello y alergias, síntomas que atribuyen al agua subterránea contaminada.

En Nueva Santa Rosa incluso se abrió recientemente una clínica de pacientes renales, donde se atiende a personas jóvenes con enfermedades de riñón consideradas inusuales en la región.
Patricia de Arriaga, lideresa Xinka de Nueva Santa Rosa, relata con indignación: “Nunca en la historia se había visto que en Nueva Santa Rosa se abriera una clínica de pacientes renales… Vemos carros de salud que visitan las comunidades porque hay muchos enfermos renales. ¿Y por qué? ¡Por el agua que está contaminada!”.

La lideresa Eridalma Contreras, de Estanzuelas (Nueva Santa Rosa), lo describe con dolor y entre lágrimas: “Soy testigo de esas enfermedades que estamos padeciendo… Nuestros abuelos han muerto con más de cien años, pero ahora miramos tantos abuelos frustrados en silla de ruedas porque la enfermedad ya los ha atacado. En mi comunidad hay más de 20 personas en silla de ruedas, por la contaminación de nuestra agua”
Según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), la exposición prolongada al arsénico en el agua puede causar intoxicación crónica con efectos como lesiones en la piel y cáncer de piel. Además, otro estudio de CODIDENA en 2019, determinó que muchos pobladores de San Rafael Las Flores y Casillas presentaban arsénico en la orina, un hallazgo preocupante incluso cuando los niveles no superaban el rango internacional máximo permitido.

La investigación, que analizó muestras biológicas de 37 personas de cinco comunidades Xinkas, confirmó la exposición generalizada a este metal pesado. La creciente presencia de enfermedades renales, tiroideas y dérmicas, sumada a la falta de respuesta institucional en materia de salud pública, refuerza la percepción comunitaria de que el agua está contaminada y pone en riesgo la vida cotidiana de las familias.
Criminalización de mujeres Xinkas
Sumado a esta problemática, en el territorio Xinka, defender el agua y la vida se ha convertido en una causa criminalizada. Las mujeres que alzan la voz contra la contaminación, los abusos y el despojo territorial han sido blanco de amenazas, difamación, represión y violencia directa. Su liderazgo, en lugar de ser reconocido, ha sido estigmatizado y atacado, percibido como una amenaza por actores económicos y políticos que buscan imponer el modelo extractivo a toda costa.
Más de 200 personas han sido perseguidas por participar en manifestaciones, tomas pacíficas o consultas comunitarias, entre ellas decenas de mujeres. Algunas han sido encarceladas o forzadas al exilio. Y otras, como Topacio Reynoso, lo han pagado con su vida.
Topacio Reynoso Pacheco, joven poeta y activista ambiental de Mataquescuintla, Jalapa, fue asesinada el 13 de abril de 2014 a los 16 años. Su crimen permanece impune. Junto a su padre, Telémaco Reynoso también defensor del agua y la tierra, Topacio participaba activamente en la oposición a la mina El Escobal. A través del arte y la palabra, denunciaba la violencia ambiental y social que atravesaba su comunidad. En la tarde del ataque, ambos fueron emboscados por hombres armados. Telémaco sobrevivió; Topacio no.
Su muerte no fue un hecho aislado. Fue parte de una ola de persecución y violencia contra quienes lideraban la resistencia pacífica en Jalapa y Santa Rosa. El caso de Topacio se convirtió en un símbolo de la represión contra las juventudes indígenas y en una herida abierta para las mujeres que, desde entonces, exigen justicia.
A pesar de la adversidad, las mujeres Xinka mantienen su firmeza como guardianas del agua y de la vida. Al exponer los impactos, enfatizan que la resistencia no solo es política sino también cotidiana: “Nosotras somos amas de casa orgullosamente”, dice Patricia, “nosotras somos las que más sufrimos por el tema del agua” agrega. Por ello, día a día asumen la tarea de conseguir agua limpia para sus familias, muchas veces caminando kilómetros para encontrar en los pocos nacimientos y pozos que quedan en el territorio.
El agua no es un recurso para el pueblo Xinka, es vida
Las mujeres del pueblo Xinka cargan con la memoria de su pueblo, en el tejido comunitario, ellas han sido históricamente las encargadas de transmitir los saberes ancestrales, preservar las prácticas espirituales y sostener el equilibrio entre la vida humana y el entorno natural. Su papel no se limita al hogar; es en las ceremonias, en los rituales de agradecimiento al agua y en las prácticas cotidianas donde se reproduce la identidad Xinka.
Desde la cosmovisión Xinka, el agua no es solo un recurso: es un ser con vida, una abuela que nutre, sana y comunica. Las mujeres, especialmente las mayores, son quienes enseñan a las niñas a través de la palabra y el ejemplo, a hablarle al río, a limpiar los nacimientos de agua con respeto.
Esta conexión espiritual ha sido una de las principales razones por las que ellas han alzado la voz frente al proyecto minero El Escobal, que no solo ha contaminado los cuerpos de agua, sino también los hilos invisibles que sostienen la vida cultural de su pueblo.
Durante el proceso de preconsulta, acompañado por la antropóloga Claudia Dary, se documentaron percepciones profundas sobre cómo la minería ha fracturado los ciclos culturales y espirituales del territorio. Las mujeres participantes relataron la pérdida de acceso a sitios ceremoniales, la destrucción de montículos y altares sagrados, y la creciente dificultad para realizar ofrendas en lugares donde antes florecían rituales de sanación y agradecimiento.
La autoridad Xinka Marta Julia Muñoz advirtió durante la conferencia de prensa del 8 de mayo, realizada frente al Palacio Nacional de la Cultura, que “el proyecto pone en riesgo nuestra pervivencia como pueblo” porque ha alterado el tejido social y los saberes sagrados que se transmiten a las futuras generaciones.

La interrupción de la transmisión oral, el miedo a hablar abiertamente, la militarización de los espacios rituales y la criminalización del liderazgo femenino han impuesto un velo de silencio sobre prácticas que antes eran fuente de cohesión y vida.
En la aldea El Volcancito, Santa Rosa, un episodio quedó grabado en la historia del territorio. Cuando se pretendía talar un boque, un grupo de mujeres, acompañadas por sus hijos e hijas, se abrazó a los árboles para impedir que fueran cortados. “Si cortan el árbol, nos cortan a nosotras también”, dijeron frente a los operarios.
Aquella acción pacífica, cargada de fuerza simbólica, frenó la deforestación. Fue un acto profundamente espiritual: defender el bosque era también defender los espíritus que allí habitan, el aire limpio, la vida misma.
En Casillas, en 2017, las mujeres fueron también las primeras en colocarse frente a los camiones de la mina. En medio de los conflictos más fuertes vividos durante la resistencia, organizaron barricadas humanas, muchas veces con los hijos en brazos, para impedir el paso de maquinaria extractiva.
Como expresan en sus encuentros: “no somos víctimas, somos memoria viva del territorio”. La consulta, para ellas, no es un mero trámite legal. Es una oportunidad para decirle al mundo que ser mujer Xinka es también cumplir un rol de guardiana de la espiritualidad, de las tradiciones y costumbres, de los ciclos del maíz y del agua.