La novela policial

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Créditos: Prensa Comunitaria
Tiempo de lectura: 5 minutos

Por Dante Liano

La acuciosa erudición de Alberto del Monte ubicó los orígenes de la novela policial en el Antiguo Egipto. En las páginas de un riguroso ensayo, el estudioso milanés nos relata varias historias del mundo antiguo que, según él, anteceden al relato policiaco. De ese modo, Edipo sería uno de los primeros hombres que se enfrentan al misterio, y, con la ayuda de la razón, lo resuelve. La pregunta de la Esfinge no es otra cosa que el enigma que se plantea al investigador y la deducción trágica abre las puertas al drama. De igual manera, la forma con que Arquímedes descubre que un cuerpo sumergido en el agua desplaza una cantidad de líquido igual a su volumen viene presentada por Del Monte como una anticipación del razonamiento en la novela policial. Curiosidad divertida: ese descubrimiento no tiene nada que ver con el Principio o Teorema de Arquímedes, que trata otro principio de la física. Podría objetarse a Del Monte que, en muchos casos, es una obra maestra la que crea a los antecesores y que, sin el corpus de la novela policiaca desarrollado a fines del siglo XIX, poco o nada habría que hablar de crímenes e investigadores en el mundo antiguo. La mayor parte de tratadistas señalan, como iniciador del relato en que un crimen da lugar a un razonamiento lógico, a Edgar Allan Poe, con su Los asesinatos de la Calle Morgue, publicado en la revista Graham, en 1841. A pesar de la objeción de Hoveyda, quien sitúa el origen de la novela policial en China, resulta obvio que, para la tradición moderna occidental, es Poe el iniciador.

El esquema propuesto por el norteamericano tuvo seguidores en Inglaterra, al principio: Conan Doyle y su afortunado Sherlock Holmes, Chesterton y el mágico Padre Brown, Agatha Christie, con Miss Marple y Hercules Poirot. Este tipo de relato, que podría llamarse “clásico” nos enfrenta a una trama bastante conocida en la narrativa contemporánea. Una situación aparentemente estable es conmovida por un acontecimiento inusual que va a cambiar la vida de los protagonistas. En el caso de la novela “criminal”, se trata de un delito, que trastrueca la existencia de los personajes, que introduce un elemento de desorden en la burocrática repetición de lo cotidiano. Se trata, entonces, como señala Roger Caillois, de regresar al orden establecido, a través de los exquisitos razonamientos del detective que protagoniza la acción:

Pero como solución al problema y ejercicio de la inteligencia, la novela policíaca se ve obligada, en cambio, a asumir como héroe al típico adversario de la culpa y el crimen: el «representante del orden», y a convertirlo, al mismo tiempo, en enemigo natural de las pasiones, de la acción e incluso de la vida, como perfecto lego que, con elementos inconexos, compone un mundo ordenado, y nunca se pierde en la ventisca llena de dramas y misterios que analiza y dilucida.

¿En qué consiste, fundamentalmente, la novela policial, tal como la inauguró Poe? Toda la segunda mitad del siglo XIX se caracteriza por el triunfo del racionalismo que se convertirá, en una de sus versiones, en la doctrina filosófica imperante hasta el final de la Primera Guerra Mundial: el positivismo. El triunfo de la revolución industrial implica también el del capitalismo y ambos fenómenos abren las puertas a una concepción materialista de la historia, de la que no está exento el comunismo. La exaltación de la racionalidad por sobre todas las otras manifestaciones del espíritu dominará la vida cultural de la época, y por ello no es extraño que, en literatura, será la novela policial la que portará el estandarte de tal actitud. El protagonista de la novela policial no es ni el asesino ni la víctima. El protagonista es el investigador quien, a través de un proceso deductivo, logrará resolver el crimen, a veces sin moverse de la poltrona de la sala. Este singular héroe resulta un individuo con muy altas cualidades racionales y su aplicación de la lógica a las actividades humanas logra resolver los más intrincados misterios, como, en efecto, los crímenes de la calle Morgue, que aparentan un origen sobrehumano. Esa apariencia fantasmática, propia de los años dejados atrás por la humanidad, se desbarata con el límpido razonamiento de Auguste Dupin, antecedente indispensable para cualquier otro detective literario. En cierto sentido, el protagonista del relato no es ni siquiera Dupin, sino el poder deductivo de Dupin. La novela policial surge en un contexto en que cualquier actividad humana se somete al raciocinio. Paradójicamente, hasta un crimen bestial, que niega lo humano, se resuelve gracias a la humanísima capacidad de aplicar la lógica en cualquier situación.

Aunque la novela policial al estilo de Poe y Conan Doyle sigue escribiéndose con gran éxito de público, no se necesita mucha perspicacia para intuir que, después del final de la guerra europea, el optimismo positivista que otorgaba la primacía a la razón fue duramente cuestionado. Se recuerda, en particular, La decadencia del Occidente, de Spengler, que dio lugar a toda una serie de razonamientos que discutían los presupuestos filosóficos dominantes hasta ese entonces. Quizá no sea casual que, en los años veinte, se comenzaran a publicar algunos relatos en la revista estadounidense Black Mask, relatos que son considerados los primeros a los cuales se puede aplicar el apelativo de noir. No sabemos, con exactitud, si el color negro que titula a la revista haya contagiado al género practicado por sus escritores. Lo cierto es que allí nace la “novela negra”, que prosperará paralelamente al género policial. Otra hipótesis para el oscuro nombre de tal narrativa puede provenir del contenido de sus relatos, generalmente sumergidos en un ambiente de extrema corrupción social y humana. Por último, la proveniencia del adjetivo noir, traducido como “novela negra” o “género negro”, en el ámbito hispánico, podría ubicarse en la serie de novelas policiales promovida por Gallimard en los años 40 y que intituló serie noire.

La novela negra se distingue de la novela policial clásica, sobre todo, por su relación con la sociedad en la que se origina y se desarrolla. Los detectives ya no serán discípulos de Auguste Dupin, intelectuales que prestan su inteligencia a una obtusa policía que no logra descifrar los crímenes. En una novela del Padre Brown, de Chesterton, un hombre es asesinado sin que el criminal haya dejado ninguna huella. Tiene que actuar la perspicacia del reverendo católico para descubrir que el homicida es el cartero, quien tiene acceso a la casa sin llamar la atención. Uno podría sospechar que se trata del desarrollo de La carta robada, de Poe, en donde un ministro de Francia no logra encontrar una valiosa misiva. La policía le da vuelta a la casa sin encontrar la epístola. Hasta que llega Dupin y la encuentra sobre la mesa de entrada. Era tan visible que nadie la había visto. En ese caso, como en el de Sherlock Holmes, el detective logra llegar a la solución del delito a través de la deducción. Y, como se ha dicho varias veces, el desorden introducido por el crimen es reemplazado por el orden precedente. En cambio, la novela negra, inaugurada por los norteamericanos de la hard boiled novel, tiene poco de intelectual y mucho de acción. Detectives como Sam Spade y Raymond Chandler son una especie de perdedores que salen a la calle y se enfrentan, a puñetazos y pistoletazos, con los criminales. Aman el whisky y a las mujeres hermosas, y sus investigaciones con frecuencia desvelan la corrupción de la sociedad. No restablecen el orden, sino que alumbran el desorden existente. Se puede decir que la novela policial contemporánea sigue, más bien, la escuela norteamericana. Y se puede afirmar, también que, en el ámbito hispánico, la novela negra es el equivalente más entretenido y desencantado de la novela social.

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