¿Defensores de mareros? ¡No! Derechos para todos y todas

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Créditos: Prensa Comunitaria
Tiempo de lectura: 4 minutos

Por Juan José Hurtado

“Ojo por ojo y el mundo quedará ciego”, Mahatma Gandhi

En estos tiempos en que desde el mal llamado Sistema de Justicia se criminaliza a defensores de derechos humanos, es importante reflexionar sobre la validez de sus argumentos y acciones en detrimento de la democracia que anhelamos.

Desde la Cosmovisión Maya ancestral se reconoce que todo tiene vida, las personas, los animales, las plantas, las piedras, el agua, el planeta en su conjunto y el Universo. Tiene su palpitación, ru k’ux, traducido como corazón, palpitar, esencia, energía vital. Por lo tanto, se considera que todo es loq’olaj, traducido muchas veces como “sagrado”, aunque tiene el sentido profundo de aquello que tiene dignidad, merece reconocimiento, respeto, cuidado, protección, amor y ser honrado. Todo ser vivo tiene dignidad y merece ser respetado y protegido.

A lo largo de la historia, a través de muchas luchas y vidas, incluso, se ha logrado que se reconozcan de manera oficial diferentes derechos. Refiriéndonos a personas, se han reconocido los derechos humanos como aquellos que nos corresponden solo por ser personas. Son principios para garantizar que todas y todos podamos vivir con dignidad. Ellos incluyen derechos como: poder vivir sin miedo ni violencia, tener lo necesario para una vida digna y plena, con alimentación, agua, salud, educación, vestuario y vivienda, ser libres para creer y expresar lo que pesamos, ser tratados con justicia, sin discriminación de ningún tipo. Para los Pueblos Originarios, los derechos son también colectivos, siendo el fundamental el derecho a la autodeterminación.

Sin embargo, en el imaginario de la mayoría de las personas, “los defensores de derechos humanos son defensores de mareros y criminales”. En muchos países de América Latina se cree en las soluciones de “mano dura”, léase gobiernos dictatoriales, autoritarios y represivos. La gente dice: “sólo así se compone”. Y justifican que se cometan crímenes y abusos pues dicen que es preferible para que al fin haya orden. Por ejemplo, entre personas mayores había una añoranza por los tiempos de Ubico en que “al que era ladrón, se le cortaban las manos”. Y cuando se les hace ver que, con ese abordaje, “justos pagan por pecadores”, justifican que históricamente siempre se han cometido injusticias para finalmente lograr justicia.

Asimismo, señalan que quienes se dicen de “izquierda” son iguales o peores que los de “derecha”. Que son igualmente corruptos y que sus dirigentes, cuando han llegado a gobernar, han sido lo mismo o peores que los que les han antecedido. Olvidan la historia y sus herencias estructurales.

Estas ideas son fomentadas por aquellos a quienes la violencia les favorece, utilizando discursos de odio. Aprovechan la falta de un verdadero estado de derecho para reforzar que hay que hacer justicia por mano propia. Además, en la población hay un dolor acumulado por pérdidas reales y que no han sido subsanadas con acciones reparadoras efectivas. Nos hemos acostumbrado a la violencia y la hemos introyectado. Pero esto no nos lleva a ningún lado pues “la violencia genera más violencia”.

Por lo tanto, debemos ser cuidadosos, críticos y no repetir esos discursos, porque sólo favorecen más violaciones a derechos humanos. Tengamos presente quiénes son los que lo promueven: hay intereses económicos y políticos que están promoviendo todo tipo de violencia porque les favorece. “Quienes lucran con el miedo, nunca estarán interesados en la paz.”

¿A quiénes favorece los discursos de odio e irrespeto a la vida? Quienes lo promueven son, por lo general, los sectores más conservadores, militaristas y oscurantistas, que defienden privilegios de unos pocos en detrimento de las mayorías. Lo defienden quienes están vinculados al negocio de las armas y empresas de seguridad. También los utilizan políticos que promueven violencia para crear inestabilidad y alimentar miedos que les favorezcan al momento de elecciones, para atraer votos a su favor. Asimismo, usan la violencia quienes quieren desestabilizar al país y dar golpes de Estado.

Debemos cambiar este imaginario social contemporáneo, de desconfianza generalizada hacia los derechos humanos, fe en la violencia como solución rápida, y de desencanto político con todas las ideologías.

Contrario a las soluciones de “mano dura”, se debe trabajar por soluciones holísticas, integrales, que aborden las causas de raíz. Si solo se combate el efecto, no se resuelve el problema. Es decir, no se niega que, en determinado momento, es indispensable que haya acciones de fuerza para controlar situaciones, pero no podemos quedarnos sólo en éstas. “La paz no se impone con miedo, se construye con justicia y dignidad para todas y todos.”

Lo primero es reconocer que la violencia es una consecuencia de problemas estructurales económicos, sociales, políticos y culturales que son los que debemos cambiar, como son: la desigualdad e injusticia social, el racismo, la discriminación y toda ideología de opresión. Entonces, el enfoque también debe cambiar de una visión punitiva, de castigo, a una visión preventiva, restauradora. A lo que debemos apostarle es a la seguridad humana.

Esto significa trabajar por que las personas tengan medios de vida y cuenten con lo necesario para una existencia digna, que tengan oportunidades, que haya una educación adecuada al contexto y que permita desarrollar un pensamiento crítico, que haya verdadera “justicia independiente, pronta y cumplida”.

Las políticas de “mano dura” han fracasado una y otra vez. No porque no sean lo suficientemente violentas, sino porque son miopes: castigan sin transformar. Reaccionan, pero no previenen. Reprimen, pero no reparan. Dejan tras de sí cárceles llenas, comunidades más heridas, y una violencia que se recicla en nuevas formas. Son una ruta rápida que se vende como solución, pero que solo prolonga el problema.

Defender los derechos humanos no es proteger criminales; es proteger la vida, la dignidad y la esperanza de todas y todos. Es apostar por una seguridad real, que nace del acceso a justicia, alimentación, salud, oportunidades de distinto tipo, educación y participación. Los derechos humanos no son un lujo, ni una concesión; son la base mínima para una paz duradera. La única respuesta fuerte a la violencia es la justicia con humanidad.

Debemos sanarnos como sociedad. Construyamos paz sobre bases de justicia.

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