Por Dante Liano
Leo las tres últimas novelas de Rodrigo Rey Rosa: Carta de un ateo guatemalteco al Santo Padre, Manuscrito hallado en la calle Sócrates, y Metempsicosis. En Carta de un ateo guatemalteco…, Rey Rosa enfrenta uno de los conflictos más antiguos de Guatemala. Antes de la llegada de los europeos, habitaban la región los mayas del posclásico tardío. Estaban divididos en diferentes pueblos con diferentes lenguas: ki’chés, kak’chiqueles, mames, tzutujiles y, así, hasta formar 19 variedades de un mismo origen mayense. Los restos arqueológicos que están diseminados en todo el territorio dan cuenta de esas civilizaciones antiguas. Las grandes ciudades: Iximché, Utatlán, Zaculeu y otras, eran centros ceremoniales, mientras que la población estaba diseminada en el territorio. Se reunían en los lugares de culto para el mercado y para los ritos religiosos. Todo eso se acabó con la época colonial. Los conquistadores agruparon a los mayas en pueblos, y les confiscaron sus tierras. Quedaron algunas propiedades comunales que los liberales, después de 1871, expropiaron casi en su totalidad. La cuestión de la tierra ha sido, desde hace siglos, un problema central de la sociedad guatemalteca y se ha reflejado en su literatura. Para obtener una mejor encomienda, Bernal Díaz del Castillo escribió La verdadera historia de la conquista de la Nueva España y Guatemala; para defender sus tierras, los mayas escribieron los notables El memorial de Sololá; Títulos de Totonicapán; Anales de Xahil. En la época contemporánea, un problema de expropiación de tierras es el episodio que da inicio a Hombres de maíz, de Miguel Ángel Asturias.
En el centro de Carta de un ateo…, está ese añejo problema que sigue siendo contemporáneo: la confiscación de un terreno, por parte de la Iglesia Católica, a una comunidad cakchiquel. El autor se desdobla en el protagonista, un doctor en religiones comparadas. Por su profesión, entra en contacto con los mayas que se enfrentan con la Iglesia en los tribunales, y por eso se decide a escribir al Papa. La estructura circular de la novela hace que termine con otra carta, iluminadora y llena de esperanza. El pleito de tierras sirve como escenario para un viaje al mundo de los mayas contemporáneos, integrados a la sociedad occidental, en la superficie, y profundamente anclados en su cultura ancestral, en la realidad. Esta doble partida (antiguo/nuevo; religión / ateísmo; realidad / ficción; sueño / lucidez) crea una de esas atmósferas que Rey Rosa gusta de visitar. Su mirada sobre el mundo es escéptica y, al mismo tiempo, deslumbrada. El narrador asiste a los eventos como si estuviera por encima de ellos, como si fuera un ectoplasma que asistiera a una reunión de espiritistas. Está en los eventos, pero, al mismo tiempo, se aleja de ellos para observarlos y narrarlos con estupor. No esconde su simpatía por los cakchiqueles, y, al mismo tiempo, no los idealiza ni los consagra. Da cuenta de sus devociones y sus lados negativos, de las luchas internas y de las diferencias de estatus entre ellos mismos. Hay una característica que acompaña siempre a la narrativa del autor guatemalteco: su capacidad de crear tramas con suspenso que prenden al lector y que lo hacen seguir los acontecimientos con aprensión. También, la introducción de elementos oníricos que los mismos protagonistas no son capaces de discernir como hechos realmente ocurridos o simples sueños. En ese sentido, es ejemplar la jornada en un río nauseabundo, contaminado hasta las cachas por la misma población, y que el narrador ha querido visitar para localizar unas “piedras sagradas” que adivinamos son objetos de culto dentro del ordenamiento de la religión maya. En la medida que la narración avanza, se va entrando en una región onírica, semejante a Xibalbá, o que lo evoca, hasta que el protagonista no se despierta abandonado y perdido. Y nunca vamos a saber si vivió o soñó lo experimentado. El relato de la Carta es un reto extraordinario, porque aborda un problema propio de la narrativa criollista (aunque esté muy vigente aún) y se corrr el riesgo de ser acusado de anacronismo literario. Rey Rosa logra superar el escollo con su visión desencantada, fantástica y surreal de ese duro mundo de explotación y engaño. Y logra escribir una novela de denuncia sobre el eterno despojo que siguen sufriendo los mayas de Guatemala.
La novela sucesiva, Manuscrito hallado en la calle Sócrates, cambia escenario y continente. De la profunda provincia de Guatemala nos trasladamos a Atenas, en donde un escritor suizo, Rupert Ranke, relata, con tono clásico y convincente, una historia de la pandemia. Ranke se improvisa guía turístico de élite, y cuenta su relación con una pareja de viajeros ricos, casualmente guatemaltecos, que necesitan sus servicios. Lo que podría parecer una novela de costumbres se transforma en un relato fantástico por la introducción de un elemento disfuncional y desequilibrador de toda la narración. Teodora, tal el extraño nombre griego de la mujer, se queda de piedra ante la visión de una escultura en un museo. La escultura representa a un niño al que se identifica como emigrante. Para Teodora, es el vivo retrato de su hijo, muerto años atrás. ¿Cómo pudo transferirse la imagen de ese niño a un museo griego? Esa introducción de un elemento fantástico es el secreto de la novela, y la convierte en un apasionante thriller. Con la añadidura de que, en ese instante, estalla la pandemia de Covid 19, con el consecuente lockdown. El marido de Teodora muere, infectado por el virus, y ello abre las puertas a una historia pasional. Todo ello se vuelve una especie de torbellino, que arrastra a Rupert Ranke en una espiral cada vez más morbosa, hasta hacerlo terminar en las márgenes de la sociedad ateniense. Como en la Carta, también aquí el elemento sobrenatural cambia dimensión al relato, cuyo suspenso es mantenido por la figura simbólica del pequeño emigrante.
La última novela de Rey Rosa, Metempsicosis, resulta una continuación de la anterior. El narrador despierta en un hospital psiquiátrico. Tiene la mente en blanco e ignora cómo fue a parar allí. No sin ironía, el médico le cuenta que lo llevaron a ese hospital porque corría por las calles, desnudo, mientras proclamaba ser Jorge Mario Bergoglio (otra vez el Papa, quién sabe por qué). La redención de Rupert Ranke debe realizarse en la isla de Leros, en un centro de inmigrados, la mayor parte de ellos curdos. El protagonista desarrolla su trabajo de solidaridad con los migrantes a través de un improbable taller literario. Digamos que el ejercicio de la poesía sirve para desahogar la angustia de la marginalidad. Mientras tanto, Ranke profundiza su conocimiento de la cultura yazidí, particularmente la creencia en la metempsicosis, la transmigración de las almas. Buena parte de la novela discurre sobre esa cuestión y sobre otras particularidades religiosas. De alguna manera, ese viaje del alma de un cuerpo a otro, evoca la creencia maya en el nahual, esa especie de doppelganger animal que nos representa y nos duplica, con inquietante semejanza. También aquí, a través de una lengua española castigada y reducida a lo esencial, Rey Rosa conduce al lector a través de una cultura ancestral (como la maya) e indaga en sus misterios y en sus fantasmas. Esa escritura, de alguna manera, apasiona al lector, y lo captura, y lo lleva, como el autor nos tiene acostumbrados, a finales inesperados y abiertos, en una atmósfera fantástica en la que pareciera visitar un cuadro de Giorgio de Chirico, y perderse en sus arquitecturas abstractas.