Por Héctor Silva Ávalos
A falta de desarrollo económico, de controles democráticos o de libertades plenas, Nayib Bukele, el presidente de El Salvador, vive de sus cárceles. A la vista del fracaso en sus proyectos bandera -Bitcoin, obras faraónicas que suelen existir en su imaginación nada más-, de su caída en popularidad, Bukele vive de sus cárceles. Y, a punto de agotársele el rédito que el uso despiadado de sus prisiones le ha traído en su propio país, Bukele vende su “modelo” al exterior. ¿Quién se lo compra? Autoritarios como él, megalómanos que gobiernan para acumular poder con absoluto desdén por las leyes y la vida humana. Se lo acaba de comprar, por ejemplo, Donald Trump.
¿Qué dice Bukele vender? Su propaganda habla de un sistema carcelario que es envidia y ejemplo de la región, el continente y el mundo -la hipérbole es parte del modelo-; uno en que los criminales no ven la luz del sol, del que los malos no saldrán nunca y en el que, bondadoso, el presidente salvadoreño incluso deja espacio para la rehabilitación.
¿Qué vende en realidad Bukele? Terror. Sus cárceles son, en corto, agujeros en los que miles de salvadoreños inocentes han ido a morir sin que medie proceso judicial alguno, en el que muchos de esos inocentes languidecen incluso cuando ya algún juez ha ordenado su libertad.
En este sistema, Bukele ha puesto a un jefe que salió de la nada para convertirse en uno de los funcionarios más influyentes del régimen. Este hombre se llama Osiris Luna Meza y, a pesar de que ya fiscales salvadoreños y estadounidenses establecieron que hay suficientes pruebas para meterlo preso, sigue ahí, lucrándose de una red de tiendas en las que los internos están obligados a comprar artículos de primera necesidad; sigue ahí, tranquilo, liderando a matones que, dicen los testimonios de decenas de víctimas recogidas por periodistas, por oficiales extranjeros, por las Naciones Unidas, han torturado y asesinado con la seguridad absoluta que les da su impunidad.
Eso vende Bukele. Cárceles donde se mata y se tortura. Vende terror. Como el que hubo durante años en la base naval que Estados Unidos mantiene en Guantánamo, Cuba, donde Washington sometió a malos tratos a decenas de personas inocentes a las que terminó dejando ir después de arruinarles la vida. Eso vende Bukele, su versión particular de Guantánamo.
Lo que ocurre en las cárceles de Bukele es, de hecho, peor que Guantánamo. De la base estadounidense apenas salieron personas muertas. Y, con todo y todo, hubo un intento, el de Barack Obama durante su primer periodo presidencial, de cerrarla, lo cual supuso la liberación de decenas de inocentes. También pasó, en el caso de la base en Cuba, que el derecho internacional se activó en forma más o menos eficiente para abogar por algunos de esos inocentes. En las cárceles de Bukele ya han muerto 375 personas en circunstancias no esclarecidas desde que el presidente decretó el régimen en marzo de 2022, cuando se le cayó un pacto de gobernabilidad con las pandillas MS13 y Barrio 18.
Lo que tampoco vende Bukele en su paquete carcelario son algunos hechos que ya han sido establecido por investigaciones criminales y por testimonios de los pandilleros con los que Bukele pactó. Por ejemplo, que el autopromocionado “Modelo Bukele” de seguridad pública está basado primero en ese pacto con los líderes pandilleros, que implicó la baja de homicidios a cambio de protecciones oficiales como bloquear extradiciones o sacar a criminales presos, y, luego, en el terror carcelario.
Cuando Donald Trump tomó posesión de la presidencia estadounidense por segunda vez, en enero de 2025, Bukele encontró al cliente perfecto para su venta: un gobierno, el de Washington, ansioso por mostrar músculo con los inmigrantes indocumentados y dispuesto a pasar de largo por controles constitucionales de poder. Era como si el salvadoreño se estuviese viendo en un espejo: como él, Trump es un presidente que entiende el éxito político, por sobre todo lo demás, como la acumulación de poder en una sola persona. Como Bukele, Trump está dispuesto a desoír a otros poderes del Estado, a utilizar la fuerza del Ejecutivo para chantajearlos o forzarlos a hacer lo que él dicta en materia de políticas públicas.
Así, como Bukele, Trump ya ha convertido en política pública su visión de que el Estado es él, sin cortapisas ni estorbos.
Lo anterior quedó visto el 16 de marzo pasado, cuando, desoyendo una resolución judicial, Trump se negó a devolver dos vuelos que transportaban salvadoreños y venezolanos hacia las cárceles de Nayib Bukele en El Salvador. Como su par salvadoreño, el mandatario estadounidense y su aparato vendieron que quienes viajaban en esos aviones eran, todos, miembros de la pandilla venezolana Tren de Aragua y que muchos habían cometido crímenes graves en Estados Unidos.
No tuvo que pasar demasiado tiempo para que la misma Casa Blanca se viese obligada a admitir que al menos la mitad de los venezolanos no tenían antecedentes penales y que no había, en sus casos, indicios de vínculos con el Tren de Aragua. Es decir, Trump mandó a las cárceles de Bukele, que ya están llenas de inocentes, a decenas de otros inocentes.
Desde que aquello pasó, Nayib Bukele no para de sonreír. Sus nuevos tratos con Washington alejan cada vez más aquellos amargos recuerdos de los días en que el gobierno estadounidense, en los primeros meses de Biden, cuestionó las formas autoritarias del salvadoreño y sancionó a varios de sus funcionarios, entre ellos a Osiris Luna, el carcelero.
Al final de la era Biden, la presión a Bukele bajó, debido en gran medida a la miopía de un Departamento de Estado que nunca supo cómo lidiar con la popularidad del salvadoreño, que en aquellos días era incuestionable. Al final, los de Biden lo dejaron en paz y Bukele no paró de llenar sus cárceles. Pero ha sido el nuevo trato y la venta de su Guantánamo particular los que han dado nuevo oxígeno político al presidente centroamericano.
También sonríe Bukele porque el trato con Trump y Marco Rubio, el secretario de Estado, incluyó además la devolución de un líder de la pandilla MS13 que estaba preso en espera de un juicio por terrorismo en Nueva York. Puede que la sonrisa le dure poco a Bukele: aún hay, a la orden de la corte neoyorquina, un puñado de jefes pandilleros que ya contaron todos los tratos que hicieron con el gobierno salvadoreño.
Lo cierto es que, por ahora, Bukele no para de felicitarse por el éxito de la venta internacional de su Guantánamo particular, de ese sistema carcelario en que, como en las peores dictaduras latinoamericanas del siglo pasado, las madres buscan a sus desaparecidos. Lo nuevo, cortesía del trato con Trump, es que esas madres ya no son solo salvadoreñas, también las hay ya venezolanas.