Por Héctor Silva Ávalos
Se me vino a la mente La lista de Schindler, el clásico filmado por el director estadounidense Steven Spielberg en 1993, que cuenta la historia de Óscar Schindler, un empresario alemán que se hizo de oro gracias a sus contactos con el poder nazi, los cuales le permitieron embarcarse, con éxito, en la fabricación de armas y otros enseres bélicos. Esa es la primera parte de la historia, la segunda es la transformación de Schindler en un humanista que sacrifica su prestigio y su fortuna para salvar a sus trabajadores judíos de morir en los campos de concentración.
Las secuencias iniciales, filmadas con maestría, muestran al Schindler domesticado por los nazis, que se prodiga en atenciones y sonrisas al poder que ellos representan para garantizar su viaje a la prosperidad y al éxito. Al final, en la escena clímax del filme, cuando ya transformado en un hombre bueno se da cuenta de que no tiene dinero para seguir rescatando a sus empleados -tiene que pagar por cada uno-, Schindler se lamenta por su vida de lujos, por haber derrochado en gastos innecesarios y por no tener más capital para salvar vidas.
Pensé en aquello cuando vi, el domingo por la noche, las imágenes de la cena que el presidente de El Salvador tuvo, en la Casa Presidencial, con las élites económicas de Guatemala que han mandado en ese país durante toda su historia colonial y republicana. Cuando vi los videos que Nayib Bukele subió a sus redes sociales, recordé al Schindler sumiso, el que no duda en besarle las botas al poder.
Hay una diferencia importante, eso sí. Schindler, lo sabemos por la película y las biografías en las que aquel guion se basa, nunca fue un millonario de cuna, fue un arribista, un tipo listo que no tenía problema alguno con límites éticos o morales para ganar más dinero que los demás. En el caso de los guatemaltecos que se reunieron con Bukele estos son, como decimos en mi país, pisto viejo, herederos de los herederos de los criollos que se asentaron en Guatemala y, a fuerza de violencia y amasar poder, se hicieron con los recursos económicos y sometieron a las poblaciones indígenas a regímenes de explotación y marginalidad que siguen vigentes.
Schindler, al menos la versión de Spielberg que con tanta precisión interpreta el actor Liam Neeson, tenía un solo objetivo: ser rico, ser como los ricos. No parece que el poder fuese su fin último; quería poder, sí, pero solo el necesario para hacer plata. Otra diferencia importante.
No hay que ser un letrado en historia centroamericana -basta con leer un puñado de libros- para aprender que la cosmovisión de buena parte de ese empresariado incluye un componente racista y otro clasista, sobre todo en el caso de las élites guatemaltecas, que participaron sin problemas en el genocidio de la población Maya Ixil a principios de los 80 y no han dudado en utilizar los nefastos métodos de contrainsurgencia -como el espionaje, el acoso y la violencia física- para implantar sus industrias sin respetar leyes que, en el papel, dan a las poblaciones indígenas derecho a opinar sobre los beneficios o efectos dañinos que esas empresas traen con ellas.
Un intelectual salvadoreño me dijo una vez, a propósito de la forma en que esas élites centroamericanas confrontan la disidencia: “En su mejor versión pueden escucharte, y si lo hacen será con muy poca paciencia, pero no te equivoqués, nunca te van a perdonar si los desafías”.
En esa cosmovisión, el poder se puede delegar, no compartir.
Hasta hace muy poco, en Centroamérica, esas élites administraron el poder a sus anchas, al menos en Guatemala y El Salvador, ya sea ejerciéndolo directamente por los canales oficiales a través de presidentes a los que ellos financiaron y gestionaron o, en la segunda mitad del siglo XX, acudiendo a alianzas con militares a los que, contadas excepciones, también domesticaron.
Pocas cosas reflejan con tanto tino esa concepción del ejercicio político como el editorial que la Revista ECA de Universidad Centroamericana José Simeón Cañas de El Salvador (UCA) publicó en 1976 y que título “A sus órdenes mi capital”. Ahí, la UCA explicó cómo un tímido intento de reforma agraria en El Salvador promovido por el gobierno del presidente Arturo Armando Molina, un militar, duró apenas tres meses por la innegociable oposición de la élite económica.
Explica la UCA que, en el afán de cerrar cualquier avenida a la reforma, la élite, sobre todo a través de su brazo institucional, la Asociación Nacional de la Empresa Privada (ANEP), orilló a los tres poderes del Estado a renegar de las enmiendas que posibilitaban regímenes de propiedad menos expansivos en el país. Es, ese, el modelo preferido: la acumulación de poder formal para evitar contratiempos. Se entiende que, en esos términos, el buen funcionamiento democrático puede llegar a ser un obstáculo importante: alternancia, balances políticos, rendición de cuentas suelen ser asuntos molestos en esta concepción de la política.
Guerras internas, procesos de paz, reconocimientos de memoria histórica y cambios importantes en la geopolítica mundial dinamitaron el modelo de control absoluto del poder y trajeron democracias imperfectas a Centroamérica. Surgieron nuevas élites, de izquierdas y derechas, que volvieron más espinoso el modelo y obligaron a las viejas élites a transformarse, a adaptarse.
En El Salvador pasó que los Acuerdos de Paz de 1992 permitieron el acceso al poder de fuerzas políticas que se habían enfrentado a esas élites. Estas, sin embargo, siguieron gobernando durante década y media, ya con una oposición formal. Élites viejas tuvieron que pactar con las nuevas en el tablero que permitía la democracia, que funcionó durante un buen rato. De nuevo, adaptación.
Luego, en El Salvador, vino Nayib Bukele, que no fue nunca un outsider, sino solo el hijo más astuto de aquel sistema, quien entendió que, por el desgaste de una democracia mal amarrada, era un buen tiempo para que el poder, repartido hasta entonces, se concentrara en uno, en él.
Mientras, en Guatemala, otro experimento provocaba terremotos. Agobiado por la escalada del narco, que ya llevaba balaceras a las zonas exclusivas de la ciudad, por el crecimiento desmedido de nuevas élites, más de origen criminal estas, y paralizado por un Estado inoperante, el país, incluida una parte del empresariado, apostó por un mecanismo internacional para mejorar la investigación criminal y dio entrada a la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala (CICIG). Nadie, en ninguna de las esquinas del espectro, podía prever las revoluciones que aquello causaría.
La llegada de CICIG abrió avenidas judiciales que permitieron llevar a genocidas a una corte, desarticular nodos históricos de corrupción en el Estado y empezar investigaciones serias contra el narco y las llamadas CIACS, que eran los nuevos poderes más relevantes, y en cierta medida los que más amenazaban el dominio económico de las élites tradicionales. Los colegas guatemaltecos a los que más respeto, periodistas e intelectuales, me han explicado que el experimento CICIG fue posible en gran medida porque el poder real lo vio como una forma de deshacerse de quienes le estorbaban.
Pero aquello, irrupción en la corrupción institucional que había permitido la estabilidad de los privilegios económicos de las élites y el afán de reconciliación con la memoria histórica a través de un ejercicio real de justicia transicional, era un bocado demasiado grande para ese poder real, al que además CICIG y el Ministerio Público de esos días insistieron en investigar. Las élites respondieron, en el caso guatemalteco, financiando a un oscuro comediante, Jimmy Morales, para ponerlo en la presidencia, deshacerse de la comisión y volver a los días buenos en que todos entendían qué era que y quién era quien.
Salidas del experimento judicial en Guatemala y del de la alternancia en El Salvador, las élites aparecían debilitadas, confundidas.
En el caso salvadoreño, el poder económico se plegó al nuevo experimento, el de Nayib Bukele, el joven empresario que tenía un plan para hacerse con el Estado, acumular todo el poder y, desde su posición política, consolidarse como miembro de pleno derecho en la mesa de los ricos, de los criollos, de los señores. A los empresarios salvadoreños que se le opusieron los desterró, y los demás, la mayoría, no hicieron más que bajar la cabeza y besarle la bota.
Representativo de la nueva sumisión es el caso de Carlos Calleja, heredero del grupo empresarial que es dueño de los Super Selectos, que es, en la práctica, un monopolio de venta al pormenor en el país. Calleja fue el candidato presidencial de la derechista Alianza Republicana Nacionalista (ARENA) en la elección presidencial de 2019, la que ganó Bukele; tras su fallida intentona política, el heredero se replegó a sus despachos y, hace unas semanas, apareció junto a su padre, Francisco “Paco” Calleja, tomándose fotos y dándose las manos con Bukele en Casa Presidencial en una reunión del mandatario con el empresariado salvadoreño, muy similar a la que luego tendría con los guatemaltecos.
Llegó, el encuentro con los de la élite guatemalteca, que Bukele grabó y publicó generosamente en sus redes sociales, discurso del dueño de Pollo Campero incluido. Vista está la intervención de Juan José Gutiérrez, el potentado chapín, su pleitesía al hombre-fuerte de El Salvador, su ofrecimiento de “cambiar la narrativa” si es pertinente y su reconocimiento a lo que la propaganda del salvadoreño llama el “modelo Bukele” en referencia a la políticas de seguridad que han disminuido la criminalidad a costa de un pacto con el liderazgo pandillero y gracias a un sistema carcelario donde han muerto cerca de 400 personas, la mayoría inocentes, y deambulan hombres jóvenes de los que sus familias no han vuelto a saber desde que los capturaron hace casi tres años.
Los potentados salvadoreños y guatemaltecos son, según se ve en las fotos y videos de aquellas reuniones, el Schindler oportunista, el que sonríe y se abraza con el poder político. Pero en esta película que vemos ahora en Centroamérica no parece haber espacio para la transformación al Schindler que se despoja de su interés mezquino por el bien mayor. Aquí es como si la secuencia inicial del empresario domesticado y arribista fuese la película completa.