El municipio ubicado a 37 kilómetros de Jalapa es considerado el de mayor abandono en casi 30 años sin una carretera que facilite la movilidad de la población. El desarrollo económico, la salud y la educación son limitados por no contar con un camino digno sin drenajes y asfalto.
Por Wellinton Osorio
Fotos de Efraín Alvisurez
Los rayos de sol empiezan a tocar las calles de tierra y cemento de San Carlos Alzatate, municipio del departamento de Jalapa. Acceder al municipio no ha sido fácil después de atravesar una carretera envuelta por el polvo -en invierno por el lodo-.
La conversación de los representantes del Comité Campesino recién fundado en mayo de este año se torna entre el clima, el inicio de la cosecha de café y jocotes, la fiesta patronal y las fiestas de fin de año. Y les vuelve a preocupar que llegó otra navidad sin accesos dignos al área urbana.
José Adán Nájera, Gloria Mateo Pérez, Pedro Rafael Cruz y Álvaro Santiago González son los representantes del Comité y conversan con Prensa Comunitaria de esta preocupación que tienen desde hace 30 años que les frena avanzar en el desarrollo local.
San Carlos Alzatate, es un municipio ubicado a unos 130 kilómetros de la ciudad de Guatemala y a 37 kilómetros del departamento de Jalapa, se creó mediante acuerdo gubernativo el 2 de marzo de 1860, tras una consulta realizada por el corregidor del departamento de Santa Rosa.
Al crearse el departamento de Jalapa por decreto 107, el 24 de noviembre de 1873, el poblado de Alzatate pasó a formar parte de este nuevo territorio. Se cree que su nombre proviene del náhuatl y significa Garza de Río, aunque otra versión sostiene que el nombre deriva de un niño que, al ayudar a su abuelo a cargar leña, le decía: Álzate, Tata.
El municipio de San Carlos Alzatate está conformado en su totalidad por tierras comunales, bajo la administración de la Junta de Principales del Común y Natural del Pueblo Xinka de Alzatate. En este pueblo, convergen las autoridades municipales e indígenas, quienes se encargan de la protección de los bienes naturales y el territorio.
Enclavado en las montañas de Jalapa, San Carlos Alzatate enfrenta uno de sus mayores desafíos: la falta de una carretera digna que conecte a sus más de 22,000 habitantes con el resto del país. Este acceso deficiente afecta tanto a la economía local como a la vida diaria de sus habitantes.
La historia de San Carlos Alzatate no es solo una lucha por mejorar la infraestructura, sino también una historia de resistencia y esfuerzo comunitario frente a la adversidad.
“El gobierno debe entender que la base del desarrollo de un país está en el campo: en los campesinos, la leche, los huevos, la carne, el café y, sobre todo, lo que más se cultiva aquí, las verduras”, resalta Bonifacio Nájera, miembro del Comité Campesino y defensor del territorio.
“Otro año más, otra navidad sin carreteras dignas para acceder al pueblo”, lamenta Pedro Cruz. “Llevamos más de 20 años esperando y el camino sigue igual: cuando no es el polvo, es el lodo. La gente no puede vender sus productos agrícolas a buen precio, y los que viven fuera piensan dos veces antes de visitar a sus familias, por miedo a que los buses o carros se queden en el camino. Si tuviéramos una carretera decente, las cosas serían diferentes, pero aquí seguimos, esperando”, agrega.
El camino que divide y aísla
El proyecto de rehabilitación, ampliación y mejoramiento de la carretera que conecta las aldeas de Miramundo, Laguneta, San Carlos Alzatate y Morazán, se inició bajo el contrato 508-2001-DGC, en el año 2006, durante el gobierno de Oscar Berger.
Con una longitud planificada de 30.06 kilómetros, fue concebido para dotar a la región de una carretera moderna que transformará las condiciones de movilidad y mejorará significativamente la calidad de vida de los habitantes.
El contrato, adjudicado a Sigma Constructores Sociedad Anónima, comenzó con un monto inicial de Q93,086,038.98, ajustado posteriormente a Q108,078,132.88.
El diseño estimaba una carretera de 8.60 metros de ancho con una capa de rodadura de concreto asfáltico, además de dos puentes estratégicos: el puente Tapias, de 15 metros de longitud, y el puente Ostúa, de 20 metros.
Los trabajos se suspendieron el 11 de julio de 2009, dejando la obra inconclusa. Aunque el contratista realizó un mantenimiento básico, permitiendo cierta movilidad, esto resultó insuficiente para resistir las adversidades climáticas, especialmente durante las lluvias.
Antes de la suspensión, el proyecto había alcanzado avances parciales: la terracería estaba al 32.83%; el drenaje menor, al 21.64%; el drenaje mayor al 25.32%; los puentes al 27.87% y el pavimento al 19.73%.
Con el paso de los años y el abandono de la obra, las lluvias constantes, los derrumbes y la falta de mantenimiento han deteriorado significativamente los avances logrados. Hoy, la carretera se encuentra en un estado aún más precario, afectando gravemente la vida diaria y la economía de los habitantes.
Durante la temporada lluviosa, el tránsito se vuelve un desafío casi imposible, con derrumbes y lodazales que bloquean los caminos, mientras que, en la época seca, el polvo cubre las vías de terracería, que son las únicas rutas de comunicación con el resto del departamento.
“La gente de aquí piensa 500 veces antes de salir porque se arriesga a que el carro se quede en el camino. Eso no solo retrasa todo, sino que pone en peligro a quienes intentan llegar al hospital o a otros lugares”, señala José Adán Nájera, un dirigente comunitario, que describe los impactos de la falta de caminos dignos.
Los intentos por reactivar el proyecto han quedado estancados en el Ministerio de Comunicaciones. Según Nájera, la falta de un acceso adecuado al municipio tiene un impacto económico devastador. “Este aislamiento nos cuesta miles de quetzales en productos que se pierden cada año porque no podemos transportarlos eficientemente hacia los mercados. A veces aquí vendemos el aguacate a 60 quetzales el bulto, mientras que en Jalapa se paga tres aguacates por 10 quetzales”, comenta.
La falta de infraestructura adecuada no solo limita la movilidad, sino que también genera profundas injusticias económicas. Los campesinos, principales afectados, ven cómo sus productos se desperdician o se venden a precios muy bajos debido a las barreras para llegar a mercados más amplios. Esta situación perpetúa un ciclo de pobreza en una comunidad que, pese a su esfuerzo y organización, continúa esperando una solución que permita la conexión digna y el desarrollo.
Sin transporte y comercio
Los impactos directos y las malas condiciones de las carreteras son para el transporte. El propietario de una empresa de transporte que opera en la zona explica que las carreteras en mal estado sobre todo en la temporada de lluvia provocan que los microbuses se deterioren más raído.
“En algunas ocasiones, la única opción es subir el precio del pasaje, pero esto afecta a los pasajeros y agrava la situación económica para todos”, dice con frustración, Elder García, empresario local.
La situación se vuelve aún más crítica en invierno, cuando el barro y los deslizamientos hacen casi imposible el paso de vehículos. “Las lluvias nos dejan incomunicados. En esos días, ni siquiera los transportistas podemos brindar el servicio, y el pueblo se queda aislado tanto de Miramundo como de Jalapa. Es un problema para toda la población y la situación empeora cada vez más”, subraya María Esperanza, también transportista y residente de La Ciénega, quien ha sido testigo de cómo las malas condiciones de las carreteras han afectado a las familias de la región.
Afortunadamente, los accidentes fatales han sido limitados, pero los conductores han enfrentado situaciones peligrosas. “Hemos tenido deslizamientos de vehículos, pero gracias a la capacidad de los pilotos no hemos tenido tragedias mayores. Sin embargo, es un riesgo constante que todos corremos”, asevera García, al asegurar que el deterioro de las carreteras es una amenaza diaria para los pasajeros.
El poco acceso al transporte por la mala calidad de la carretera afecta a la economía local explica el dirigente comunitario, Bonifacio Nájera. “Aquí la mayoría de las personas somos agricultores. Producimos maíz, frijol, café, y frutas, pero no podemos vender nuestros productos a precios justos. El estado de la carretera encarece el transporte y hace que los negociantes nos paguen menos por la mercancía”, asegura.
Además, muchos agricultores se ven obligados a vender su café en su estado natural, sin procesar, perdiendo así el valor agregado que podría mejorar sus ingresos.
El café, una de las principales fuentes de ingresos en la comunidad, es otro ejemplo de cómo la falta de infraestructura afecta la economía local.
“Vendemos el café en uva porque no hay otra opción. Pero si tuviéramos una planta procesadora aquí, podríamos mejorar los precios, vender más, y darle más prestigio al café de Alzatate”, dice don Bonifacio. Por ahora, los productores de café deben vender su cosecha en un estado intermedio, sin poder aprovechar su verdadero potencial, lo que reduce considerablemente sus ganancias.
La situación no solo afecta a los agricultores, sino también a las familias que luchan por llevar adelante sus hogares. “La gente prefiere vender rápido porque sabe que no van a poder sacar más producto, y así los precios se devalúan. No hay forma de mejorar nuestra economía cuando todo depende de que el carro no se quede en el camino”, indica don Bonifacio.
La falta de acceso a carreteras dignas también afecta la salud. Gloria Marina Mateo, representante de la mujer en la comunidad de Entre Ríos, relata cómo los problemas de transporte se han cobrado vidas. “Hace poco, un joven que fue herido de bala murió en el camino. Si tuviéramos una carretera decente, tal vez habría llegado al hospital a tiempo y se hubiera salvado. Pero con estas condiciones, a veces las personas no logran llegar a su destino y pierden la vida”, dice, al visibilizar la urgencia de una mejora en la infraestructura.
Tres décadas sin carretera
El municipio de San Carlos Alzatate lleva más de 30 años esperando que se ejecute el proyecto el asfalto de la carretera. “Esta vía tiene una longitud de 30.10 kilómetros y conecta desde el cruce hacia Jutiapa, pasando por la aldea Morazán y la cabecera municipal de San Carlos, hasta llegar al cruce de la aldea Miramundo, en Jalapa, donde se une a la Ruta Nacional 18 que lleva a los municipios de Mataquescuintla”, explica Adán Nájera.
“Es penoso que la empresa que comenzó la construcción no haya cumplido los acuerdos establecidos. Además, la Dirección General de Caminos no le ha dado la atención necesaria a nuestra carretera”, agrega Adán Nájera.
La rehabilitación de la carretera beneficiaría a más de 22,000 habitantes y 33 comunidades en las montañas del suroccidente de Jalapa. Sin embargo, los avances han sido lentos y desorganizados. Los dirigentes comunitarios le hacen un llamado al gobierno de Bernardo Arévalo para que retome el proyecto y se brinde el apoyo necesario.
La falta de infraestructura en San Carlos Alzatate limita las condiciones dignas de salud, educación y vivienda. El proyecto de asfalto, que podría transformar la vida de sus habitantes, sigue paralizado desde 2009, mientras los esfuerzos comunitarios enfrentan la indiferencia de las autoridades.
Bonifacio Nájera, también dirigente comunitario, hizo un llamado al Gobierno de Guatemala y Congreso de la República a atender “uno de los municipios más abandonados de Jalapa”.
Los vecinos que hablaron con Prensa Comunitaria solicitaron que se delegue una comisión que verifique las condiciones de la carretera para que finalmente sea una realidad para el pueblo de tener un acceso digno.