En cada tamal compartido, en cada vela encendida y en cada aroma de pino que llena las casas, la memoria de doña Facunda vive. Su legado guía a una comunidad que, entre risas infantiles, plegarias y el gesto ancestral del mento, se niega a dejar morir sus tradiciones.
Por Derik Mazariegos
Desde las primeras horas de la mañana, las casas de la aldea La Yerbabuena, en el municipio de Palencia, comienzan a llenarse de actividad. En las cocinas se pelan las manzanillas, se cuece el ponche y el olor a pino fresco inunda los hogares. El día está cargado de expectativas: es el día del Rezado del Niño, una de las tradiciones más queridas por la comunidad.
El centro de la celebración es la casa de la familia Franco Canté, donde doña Facunda Canté, fallecida recientemente, mantuvo viva esta práctica por más de tres décadas. Este año, su ausencia se siente como un vacío palpable, pero también como una fuerza que une a la familia Franco Canté para continuar su legado. La aldea no olvida y menos cuando se trata de mantener tradiciones que, aunque vinculadas a un pasado ancestral, hoy refuerzan la fe y la unidad comunitaria.
Cuando la tarde comienza a caer, los hogares que albergarán las imágenes del niño Jesús abren sus puertas. En total, son cuatro niños Jesús, cada uno con un altar distinto, decorados con hojas de la flora de la aldea, luces parpadeantes y figuras cuidadosamente colocadas. Mientras tanto, en la iglesia, el niño Jesús principal espera su turno para ser llevado a la casa central.
A las siete de la noche, el rezado comienza. Las familias llegan cargando velas que iluminan el camino hacia los altares. Las plegarias, acompañadas de cantos devotos, envuelven el ambiente en una atmósfera tranquila y respetuosa. Los murmullos de las oraciones se mezclan con el crujir de las ramas de pino bajo los pies de los asistentes y las risas y juegos de los niños de la comunidad. Es un momento de oración, pero también de comunidad. En los rostros de los asistentes, iluminados por la tenue luz de las velas, se perciben la devoción y el agradecimiento por un año más de vida y tradición.
Uno de los momentos más esperados es el “mento”. Después del rezo, cuatro niños de la aldea se acercan a los altares para cargar a los niños Jesús de la comunidad, mientras un representante de la iglesia toma al niño principal. Caminan entre los asistentes, acercándose a cada persona con los niños Jesús en las manos. Este gesto, llamado “el mento”, está relacionado con la frase “Tarti a na mento”, que significa “mi corazón te saluda” en el idioma Xinka. Aunque nadie lo dice en voz alta, el gesto refleja respeto y cariño, manteniendo viva una tradición que, sin saberlo, conecta a la comunidad con las raíces ancestrales de este pueblo.
Don Chonito, un abuelo Xinka del territorio de Jumaytepeque y representante de la Comisión de Espiritualidad del Parlamento Xinka, informó a Prensa Comunitaria que el mento es una forma de saludo ancestral que se mantiene vivo en las montañas del territorio Xinka de Santa María Xalapán; y en este caso en las montañas de Palencia. También señaló que las toponimias de origen Xinka en algunas aldeas de Palencia son un testimonio de la herencia cultural de este pueblo y evidencian la continuidad de sus prácticas ancestrales.
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Al terminar el rezado, las familias se reúnen para compartir tamales y ponche. La cocina de la casa Franco Canté se convierte en un punto de encuentro donde mujeres y hombres trabajan juntos, creando un ambiente de colaboración y convivencia. “Mi mamá siempre decía que en esta casa nadie se va sin comer algo”, comenta una de las hijas de doña Facunda mientras ofrece tamales a los asistentes. Aunque doña Facunda ya no está, su espíritu parece guiar cada detalle de la celebración.
La tradición del rezado enfrenta los retos del tiempo y las transformaciones sociales. La migración, que ha separado a muchas familias, representa un desafío para su continuidad, poniendo en riesgo los vínculos comunitarios y culturales. Sin embargo, en algunos casos, el compromiso por mantener estas prácticas ha resistido. Uno de los hijos de doña Facunda, que vive en Estados Unidos, envía apoyo económico para que la celebración continúe, en un esfuerzo por no romper completamente sus lazos con su tierra natal. “Esto me recuerda a mi infancia; aquí me crié, y aunque estoy lejos, sigo siendo parte de esto”, expresó en un mensaje a su familia, reflejando tanto el anhelo como la lucha por no perder la conexión con sus raíces.
El Rezado del Niño en La Yerbabuena no es solo una tradición religiosa, sino un acto de resistencia cultural. Las historias compartidas entre los asistentes, las risas de los niños que corretean alrededor del altar y el calor de las manos que ofrecen alimentos, reflejan la vitalidad de esta práctica, a pesar de los cambios y desafíos. Es un recordatorio de cómo las raíces ancestrales y la fe se entrelazan para preservar la identidad de una comunidad que se niega a olvidar su esencia.