En abril de 1973 un grupo de artistas pintó varios murales en el campus central de la Universidad de San Carlos de Guatemala, desatando una polémica con las autoridades académicas y atrayendo la atención de los principales medios de comunicación, que le dieron amplia cobertura. Revisaremos aquí algunos artículos, entrevistas, una tesis y un documento poco conocido con el que el Partido Guatemalteco del Trabajo respondió al pintor Arnoldo Ramírez Amaya.
Por Rolando Orantes
Terminaba abril y la Universidad de San Carlos estaba casi vacía. Días antes habían finalizado las vacaciones de Semana Santa y la comunidad estudiantil disfrutaba de un nuevo feriado, pues el martes sería primero de mayo, Día Internacional del Trabajo. En medio de ese desierto varias personas trabajaban en la elaboración de una veintena de murales en las paredes exteriores de los edificios de las facultades de Ciencias Económicas, Derecho y Humanidades.
Entre la tarde del viernes 27 de abril y la mañana del miércoles 2 de mayo de 1973 los pintores Arnoldo Ramírez Amaya y Gerardo Gonzáles, del grupo Testimonio del absurdo diario –como se llamó también la editorial que ese año publicó Poemas de la izquierda erótica de Ana María Rodas– y los escritores Marco Antonio Flores, Luis de Lión, José Mejía, Mario Roberto Morales, Luis Eduardo Rivera, Enrique Noriega y Fernando González Davison, junto a un grupo de pintores de obra y colaboraciones espontáneas realizaron lo que se conoció como la muralización de la Ciudad Universitaria.
La actividad contó con el respaldo y financiamiento de la Asociación de Estudiantes Universitarios (AEU), pero las autoridades académicas, que en buena medida pertenecían al comunista Partido Guatemalteco del Trabajo (PGT), no estuvieron contentas, y el asunto terminó atrayendo a policías, periodistas y público en general.
Algunos de los mensajes eran: “Todo aquello por conseguir nos pertenece”, “El camino es uno. Dos si te querés hacer el loco”, “Acordaos hermanos que un arma tenemos”, “Otto está vivo. Rogelia está viva. Vos estás muerto”, “Puedo morir, pero otros me sustituirán”, “La espera no da soluciones, sólo la lucha”, “Toda sangre busca su quietud. Chilam Balam”, “Esto no es pintura, es sangre”, “Esta no es la universidad, es la inquisición”, “La revolución no se hace con el culo pegado a un escritorio”, “Economista, qué miseria. Auditor, sinónimo de oreja”. Y los más problemáticos: “Id y aprended de todos. Si no… Comed Caca” y “Yo hago la revolución con Marx Factor. PGT”.
El 9 de mayo de 1973 el semanario Inforpress Centroamericana publicó que “después de 4 días de descanso, al volver a sus actividades se encontraron los universitarios con grandes murales en los edificios de las facultades de Económicas, Derecho y Humanidades, los que juntos forman la plazuela Rogelia Cruz. Al conocerse quiénes eran sus autores se asoció este hecho con la medida tomada por el Consejo Superior Universitario de despedir al llamado ‘equipo de Alero’, por un lado y por otro con la pugna que existe entre el Secretariado de AEU y las juntas directivas estudiantiles de las 3 facultades mencionadas. Los murales denunciaban la situación nacional actual y, principalmente, atacaban al Partido Guatemalteco del Trabajo por su posición revolucionaria ‘stalinista’ y ‘dogmática’”.
Marco Antonio Flores, uno de los despedidos, “declaró que los murales eran un ‘gesto de rebeldía frente al sistema universitario, conservador y represivo’, y que ‘la izquierda stalinista había llegado a extremos jamás utilizados por la derecha, como fue el haber llamado a la policía para que impidiera el trabajo del artista Arnoldo Ramírez Amaya’”, informó el semanario.
Según Flores, “ésta era una expresión única en su género en Guatemala, que además permitía que los artistas del grupo Alero, que fue reprimido, se pudieran poner en contacto con cerca de 10 mil estudiantes que transitan por dicha plaza”. Y acusó al rector de ser “un hombre de paja”, acorralado “por un anillo cerrado de nueve personas”. Junto a Flores habían sido despedidos el director de Extensión Universitaria y arquitecto Lionel Méndez Dávila, el escritor José Mejía y Ramírez Amaya. Este último comentó que no sabía exactamente cuánto había pagado la AEU por el trabajo, pero creía que no había pasado de 300 dólares.
El rector de la USAC Rafael Cuevas del Cid “dijo que los murales ‘de alguna manera indican una crítica al sistema nacional, a la sociedad de consumo y desde luego, en algunos aspectos también posiciones, acertadas o no, en relación a la vida universitaria”, agregando que la USAC era “un campo de libertad”, y sucedía ahí “lo mismo que en todas las universidades de Latinoamérica y aun del mundo”. Era esa “una de las características de la libertad de expresión” que privaba en la universidad nacional.
Francisco Mencos, presidente de la Asociación de Estudiantes de Humanidades, señaló que aunque existían diferencias ideológicas en la universidad, no creía que pudiera “hablarse de un conflicto entre izquierdas”, y que más bien se trataba de “un simple recurso ante las próximas elecciones de AEU”. Mencos recordó que en las últimas votaciones estudiantiles Edgar Palma Lau había perdido en las tres facultades del área social.
Sobre Ramírez dijo “que le parecía una ‘reacción infantil’ pretender considerar como un acto revolucionario algo que el mismo Ramírez Amaya reconoce implícitamente ser una justificación personal en sus problemas con la rectoría”. El dirigente de Humanidades consideraba “que el Secretariado de la AEU utilizó una coyuntura que supuso favorable para la próxima campaña electoral”, y “Ramírez Amaya y Marco Antonio Flores utilizaron al Secretariado de AEU para hacer pública su controversia con las autoridades universitarias”, señala Inforpress.
Mario Roberto Morales escribió en Continuidad de las rupturas –publicada por el desaparecido diario digital español La Insignia en octubre de 2007 y que posteriormente integró la Historia reciente de FLACSO, en 2013, con el título Cultura y literatura en Guatemala (1955-2010)– que “como parte del movimiento cultural de los años 70, el ejercicio periodístico ligado a ideologías antiburguesas, desmitificadoras e irreverentes” produjo expresiones como la columna de Irma Flaquer Lo que otros callan, o la Sección Polémica de la Revista La Semana, donde Marco Antonio Flores, Luis de Lión, Luis Eduardo Rivera y el propio Morales escribían los viernes sobre un mismo tema. A veces se les unía José Mejía y Lionel Méndez Dávila, con quienes publicaban también en la sección cultural del diario Impacto.
En esos años surgió “la Revista Alero, de la Universidad de San Carlos, de gran prestigio en toda la América Latina, y en la que el grupo nuestro, llamado por [Enrique] Noriega, Los Irreverentes, publicó cuentos, ensayos y poemas”.
Morales explica que “a principios de los 70, el mismo grupo realizó lo que llamamos ‘la muralización de la USAC’, un proyecto para el que Flores, Rivera, De Lión y yo, acompañados de otros amigos, inventamos frases que fueron pintadas en los muros universitarios, junto a diseños de Ramírez Amaya. Recuerdo que Luis escribió una que decía: ‘Auditor es sinónimo de oreja’, y que fue pintada en la Facultad de Economía. También una mía que decía: ‘Todo aquello por conseguir nos pertenece’”.
A otra frase de Morales Ramírez Amaya le agregó en color rojo las siglas PGT, provocando que el partido comunista les dedicara la carta abierta que veremos más adelante, y a la que se sumaron “acciones de hecho por parte del secretariado general de la universidad, controlado por el PGT, que solicitó el ingreso de la fuerza pública al campus universitario autónomo para capturar a Ramírez Amaya. Éste logró escapar gracias a la distracción que Flores, Rivera y yo logramos hacerle a la patrulla, metidos en el Mini Cooper que manejaba Flores”, escribió Mario Roberto Morales.
Para él, la muralización “fue un acto contracultural de estética pop y contenidos irreverentes que, en un país con un auge guerrillero en marcha, resultaba subversivo no sólo para el Estado militar sino incluso para el conservador partido comunista, por lo que emblematizó el filón más radical y rebelde del movimiento cultural de los años 70, muy ligado a la plástica y a la literatura, aunque apelando al efectismo del happening y la performance, entonces muy de moda en las culturas urbanas del primer mundo”. Morales dijo también que la muralización la financió la AEU, controlada por la guerrilla, y eso explicaba en parte “la pugna entre los estudiantes y las autoridades universitarias comunistas”.
En abril de 1977 Guillermo Toralla Luarca presentó la tesis Los murales de la Plaza Rogelia Cruz. Una hipótesis acerca de su función, como requisito para graduarse de licenciado en Lengua y literatura por el Departamento de Letras de la Facultad de Humanidades de la USAC.
Toralla nos cuenta que “los rótulos, abundantes, estaban por todos lados. Había entre ellos una gran variedad: desde la paráfrasis irónica, que trocaba el significado de slogans publicitarios y frases estereotipadas, hasta la más cruel acusación. Su agresividad golpeaba a todos: la universidad, los partidos políticos burgueses, las agrupaciones de izquierda, los estudiantes. Pero se perdía en su misma virulencia. Presa en la trampa de sus propias técnicas, al remedar burlonamente las frases del establishment, se quedaba en el juego de palabras, ingenioso, pero que después de llamar la atención no conducía a ningún lado, ni siquiera al prestigio o al gozo del consumo o a la añoranza a que llevan los slogans comerciales o culturales del sistema. Eran, más que todo, expresión de cólera, desahogo. Pero lograron conmover, herir, despertar, a buena parte de sus espectadores. Y eso, en una época de represión brutal, en que se callaba o se hablaba en voz baja, ya era realmente un gran logro: demostraba que era posible gritar, denunciar”.
Iconográficamente la mayor parte del diseño era “atribuible a Ramírez Amaya”, y el proceso fue el siguiente: Ramírez hizo los bocetos en pequeño, se los presentó al equipo y discutieron. Según Toralla, “Ramírez se fue haciendo más permeable a opiniones y sugerencias, pero en última instancia era él quien decidía lo que se iba a pintar”. Luego el Tecolote, como le apodaban, realizó el trazo de los diseños para que “los pintores de brocha gorda contratados para el efecto” les pusieran color, dándoles él mismo “los últimos toques”.
Toralla dice que el trabajo previo llevó un mes, reuniéndose semanalmente “para proponer, discutir y seleccionar textos”, pero hubo desorganización y las etapas no se cumplieron como fueron programadas. En la primera reunión trataron de establecer lineamientos comunes y acordaron llevar cinco textos para la siguiente, en la que se discutieron los proyectos y quedaron en seleccionarlos a la tercera reunión, pero “no llegaron todos y la selección la efectuó prácticamente una sola persona, aunque al final, ya en la propia pintada, aún se hicieron cambios de parte de Ramírez. En la última reunión se discutió y aprobó el manifiesto que ya no pudo ser publicado”.
Como apéndice de su tesis Toralla incluyó ese documento, que le entregó uno de los firmantes y al que tituló Manifiesto de los autores de los primeros murales, y que aparece en buena parte aquí transcrito. Es un ejercicio de voces colectivas, pero claramente diferenciables:
“Ya nos cansamos de exponer pinturas de protesta porque la protesta que tiene un precio se neutraliza cuando ese precio se paga, y no adquiere ningún sentido colgada sobre el muro de una residencia elegante; estamos cansados de escribir novelas, poemas y cuentos contra el sistema porque es el sistema el que consume esa protesta y lo diseca en anaqueles vistosos; en una palabra, estamos cansados de ser los artistas que vendemos nuestros gritos al enemigo”.
Los muralistas explicaban que continuarían haciendo su propio arte, “porque renunciar a eso sería como renunciar a cagar para siempre y continuar comiendo”. Pero eso no impedía que sintieran la necesidad de lanzarse “a utilizar la figura y la forma espaciada (que son nuestros instrumentos de trabajo) para ponerlos al servicio directo de la sociedad, para tornarlos útiles, como un martillo, un pañuelo o una pistola”.
A continuación el documento de los muralistas se pone poético:
ahora sí burros pedagogos
máquinas parlantes loros de cuerda
sin su permiso y en sus propias solemnes narices
Arnoldo Ramírez Amaya el tecolotlán
Y Gerardo Gonzáles pintores
y los poetas Norieguita Rivera el patojo Morales Gonaz
Pepón Mejía Luis de Lion Marco Antonio Flores
rebeldes inclaudicables lúcidos pájaros
contra la violencia y la estupidez legalizada de los establishments
contra los falsos mitos de la institución
pintamos sobre las paredes tecnocráticas esta fiesta
llenamos de cosas sorpresivas el mundo en las propias desconcertadas barbas
de los guardianes de la cultura oficial y de los falsos
solemnes serios académicos babosos etcétera
nosotros poetas
todos con los cerebros desoxidados
camaradas
hoy que espacios abiertos
hoy que mareas
hoy que movimientos de alas
erigimos esta protesta pintada hablada en los muros
este poco de hierba en pleno desierto
esta golondrina que hace verano
ante el escándalo y la rabia de los guardianes de la mierda burocrática
Los firmantes del manifiesto consideraban que con su actividad de fin de semana la palabra adquiría “su propio significado untada en las paredes de la casa de la cultura burguesa. Sobre los muros estériles de una institución decadente. Arrojada encima de las cabezas enmohecidas de los académicos y de todos aquellos contagiados de esa misma pestilencia”.
El grupo de pintores y poetas señalaba: “Ahora ya no puede hablarse más que a gritos, nacidos generalmente donde la oscuridad es más hiriente, donde la noche se contrae en una horrible llaga oculta. El grito va creciendo, desprevenidamente, a medida que el dolor se desorbita”. Y añadía que “estos muros están llenos de gritos, están llenos de rabia, están llenos de sangre de aquellos que odiaban el silencio. Aquí va nuestro homenaje a todos los que han caído en la lucha contra la imbecilidad humana”. Para finalmente sentenciar: “También existe el gorilismo intelectual”.
Luego vuelven a los versos:
arrejuntando ambos dos testículos
ferozmente
ante la represión
irreverentes sí y golpeando a los ojos
con alevosa mortaja
plasmando nuestro hoy que grita
testimoniando esta torturada sangre
de hace años
Entre otras consideraciones, los muralistas explicaban que “el arte siempre ha sido expresión de una élite para otra élite”, que “siempre ha habido bufones y mecenas” y que “el arte lo hacen los huevones para los explotadores”, y “la literatura también”. Arte y literatura respondían “a los patrones culturales del colonizador”. En Guatemala “siempre nos han dicho cómo es y cómo debe ser nuestra pintura y nuestra literatura: surrealismo, simbolismo, modernismo, abstraccionismo, cubismo, figurativismo, concretismo, realismo socialista (chish) y demás chingaderas europeas”.
Y finalmente declaraban: “A la mierda con todo. Ya estuvo suave de ser manipulados y de escribir y pintar para la burguesía. Hagámoslo contra ella. Tenemos que buscar un lenguaje nuestro. En la revolución está”.
Firmaron el manifiesto Arnoldo Ramírez Amaya, Gerardo Gonzáles, Moisés Barrios, José Mejía, Luis de Lión, Mario Roberto Morales, Fernando Gonaz, Enrique Noriega, Luis Eduardo Rivera y Marco Antonio Flores.
Gonaz era como sus amigos le decían a Fernando González Davison, quien medio siglo después en su libro Juegos de la Memoria, del que publicó algunos fragmentos en los medios digitales Gazeta y eP Investiga, recuerda “cómo se armó el grupo alrededor de Marco Antonio Flores de casualidad a fines de 1968 en la céntrica Facultad de Filosofía y Letras de la universidad católica Universidad Rafael Landívar. Al atardecer fui a buscar a Raúl de la Horra, que estudiaba Psicología en esa vieja casona, y en el corredor saludé a Mario Roberto Morales, estudiante de Letras, a quien conocía de vista, y me presentó al sonriente Luis de Lión. Por azar apareció Marco Antonio Flores, quien venía a recoger a Irma Flaquer, que también estudiaba allí, y Luis nos lo presentó. ‘Yo soy el Bolo para los amigos y don Bolo para los que no lo son’, dijo y lanzó una carcajada. Flores habló con Irma unos minutos, se despidió y regresó con nosotros: ‘Muchá, por qué no nos vamos a echar un trago, ah?’ Y los cuatro fuimos al comedor de la facultad, frente al templo de Santo Domingo”.
A la semana siguiente se reunieron en el mismo lugar. Esa vez el Bolo llevó a Pepe Mejía, que junto a Luis de Lión y Flores eran alrededor de una década mayores que González Davison y Morales. “Asimilamos lo que decía el Bolo como a un guía”, explica. Por entonces Flores “presumía de sus autores favoritos del momento, Joyce y Manuel Puig, y de sus viajes al exterior: ‘En Cuba los rusos han sustituido a los gringos. Y en la guerrilla hay muchos clasemedieros irresponsables’”, recuerda que decía el autor de Los Compañeros. Durante meses continuaron reuniéndose cada dos semanas en algún bar, en el departamento de Irma Flaquer o en la casa de Ana María Rodas, quienes les daban ron y tortillas con guacamol mientras hablaban de escritores o de política.
En 1970 Marco Antonio Flores fundó la revista Alero, “bajo la dirección de Lionel Méndez Dávila, que llevó de dibujante a Ramírez Amaya. Y entraron al grupo el callado Enrique Noriega y el nervioso Luis Eduardo Rivera con ganas que Flores les publicara sus poemas en tan bonita revista”, indica González Davison. “Vinieron luego los murales de la USAC de Ramírez Amaya y las frases que escogió Flores, el manifiesto crítico y antiacadémico del grupo de rechazo al sistema”.
Mario Roberto Morales por su parte señala en Los 70 en la Usac–Instantáneas de la memoria individual, publicado en su sitio mariorobertomorales.info, el 1 de junio de 2021, que él conoció a Luis de Lión en 1969, y que “en el 71 se apareció el Bolo Flores”, quien escribía Los Compañeros, interesado por su novela Obraje que ese año ganó el Premio Centroamericano y del Caribe de Novela. Morales le presentó a Luis de Lión, que ya había publicado Los zopilotes y en 1972 ganaría el segundo lugar (el primero fue declarado desierto) en los Juegos Florales de Quetzaltenango con El tiempo principia en Xibalbá.
“En 1973 Luis y yo participamos con el Bolo en la ‘muralización de la USAC’, ideando frases situacionistas al estilo del París del 68. La ‘muralización’ fue un escándalo, dentro y fuera de la universidad, y sin duda un fenómeno cultural urbano de gran impacto, como lo prueban las fotos de Mauro Calanchina”, escribió Morales.
En julio de 2010 Juan Carlos Vázquez Medeles recibió una llamada telefónica de Arnoldo Ramírez Amaya, El Tecolote, quien respondiendo a su búsqueda investigativa le propuso que se reunieran en el restaurante La Mezquita, en el centro de la capital. En aquellos años el académico mexicano se encontraba realizando una investigación sobre el Partido Guatemalteco del Trabajo-Partido Comunista (PGT-PC) –con quien el Tecolote tuvo alguna relación– y sobre la historia reciente de Guatemala en general.
Ese día Ramírez Amaya muestra una “impecabilidad al vestir” que “se asemeja a los trazos de sus obras”, considera Vázquez Medeles. El pintor va ataviado con una camisa camuflada del ejército, un cinturón de lona verde olivo y una cadena plateada con un colgante al cuello. Ramírez Amaya le cuenta que “irónicamente” él estudió “en la escuela militar, en el Adolfo Hall y en la Escuela Politécnica”. En el Hall estuvo cinco años; durante el segundo su sargento encargado fue Guido Cosenza, con quien más tarde se reencontraría en la Universidad de San Carlos, Ramírez estudiando arquitectura y Cosenza ingeniería. Por entonces le encargaron la dirección artística de la revista Alero. Era la primera vez que intelectuales sin carrera académica “tuvieron acceso a la universidad, tratados como intelectuales”.
Alero, cuenta el Tecolote, la hacían “cuatro pisados” que lograron “hacer una revista universitaria de Guatemala que trascendió en toda Latinoamérica, cuando sentimos empezamos a recibir trabajos de Benedetti, de Cortázar… y pagábamos 15 quetzales. Empezaron a mandarnos no por lo que iban a ganar, sino por la calidad de la revista que se estaba haciendo”. De ahí surgió el Centro de Producción de Materiales, del que su ex compañero del Hall, Guido Cosenza, era encargado y Ramírez diseñador.
Más adelante Edgar Palma Lau, secretario de la AEU, le propuso que hicieran unos murales sin autorización en los nuevos edificios de la universidad. “La Universidad es nuestra y que nos la pelen, no pidamos permiso y hagamos una cabronada”, le habría dicho Palma Lau.
Ramírez Amaya organizó un grupo que se llamaba Testimonio del absurdo diario. “Trabajábamos un tico, yo, un suizo, Moisés Barrios en Costa Rica también, bueno, trabajábamos por correspondencia mandándonos fotografías”, y hacían “denuncia y panfletarismo artístico”.
Cuenta que escogieron el feriado del Primero de Mayo para realizar los murales. Comenzaron el viernes 27 de abril, y el domingo siguiente el Partido Comunista, que “estaba enquistado en la ‘U’, entre esos, el encargado del mantenimiento”, llegaron con la policía a exigirles que presentaran autorización. Según el Tecolote, les dijo que él no tenía que entregarles cuentas, que hablaran con la AEU –cuyos integrantes, señala, estaban armados–, y los policías comenzaron a golpearlo, “a deshacer los andamios y a echarle agua a las pinturas que estaban frescas”. El Tecolote cuenta que saltando entre zanjas escapó en su Volkswagen, protagonizando una persecución con “la policía detrás y las radiopatrullas”.
Como tenía las matrices, los murales los volvieron a hacer en tan solo una noche. Según él, luego de su escape “se nos metieron otros artistas como Quiroa, González Davison, Mario Roberto Morales, gentes que no eran parte del grupo pero que se fueron a meter”.
Ramirez Amaya explicó también que Jorge Palmieri iniciaba por entonces un programa de televisión, y que él le contó, o que fue noticia, que los universitarios estaban pintando. Así que el columnista de extrema derecha llegó a entrevistarlos “y se instaló, como le convenía, como promoción, y a promover la babosada cada dos tres horas el Jorge Palmieri: ‘Que miren, que aquí la Universidad’. Cuando sentimos llegaron marimbas, vendedoras de elotes, se volvió feria esa babosada, y la gente ofreciéndose para ir a ayudarnos a pintar”.
Inspirado, Ramírez recuerda que hacía un año él y Palma Lau habían tenido la idea, y que “como al mes se integró el Bolo Flores, como a los tres meses éramos cuarenta, a los seis meses éramos seiscientos, y el día ése, irreverencia al tope… ¡Marimbas!”.
El 19 de junio de 2015 el vespertino La Hora publicó la entrevista que Quimy de León y Jonathan Salazar Ochoa le realizaron a Ramírez Amaya. El pintor les contó que en 1970 comenzó a diagramar la Revista Alero, en la que además ilustraba cuentos, poemas y ensayos. El equipo estaba integrado por Marco Antonio Flores, Leonel Méndez, José Mejía y el propio Tecolote. El arquitecto Leonel Méndez había decidido “abrir las puertas de la U a los intelectuales sin créditos académicos”, como era el caso del “Bolo Flores, Pepe Mejía” y Ramírez Amaya, quienes estaban “totalmente fuera de la academia”.
Según el pintor, “por distintos desacuerdos” él y sus amigos rompieron con el Partido Guatemalteco del Trabajo. Un día, conversando con el secretario de la AEU, Edgar Palma Lau, concibieron “la idea de muralizar la universidad”, y formaron la Brigada Cultural Otto René Castillo “con estudiantes de Humanidades, de la Escuela de Artes Plásticas, de Arquitectura, de Derecho y todos los que tuvieran interés en arte”. Ramírez agrega que “el tiro era hacer cuadros guerrilleros”.
Ramírez Amaya confunde hechos y fechas, pues la Brigada Cultural Otto René Castillo, formada efectivamente por integrantes del taller de poesía de Humanidades, estudiantes de arquitectura, psicología y gente de teatro, entre otras, se constituyó en 1975.
Luego insiste: “A mí lo que me interesaba no era hacer murales sino incentivar jóvenes a incorporarse a la guerrilla y los que no tuvieran dotes artísticas pues que subieran a la montaña porque es bueno depurar a los intelectuales de los tiratiros”.
El Bolo Flores había dicho que los murales eran la respuesta a que los hubieran echado, pero eso no era “tan así”. Según Ramírez Amaya, “la idea surgió para incentivar la incorporación de nuevos cuadros para la lucha revolucionaria”.
Cuando las autoridades vieron el primer mural, el que mandaba a aprended de todos, se desató la persecución en su contra. Ramírez recordó: “Le hablé a Jorge Palmieri, le conté, ‘mano nos están chingando en la universidad con los murales’ y él con tal de hacerse ver nos hizo sin querer una buena publicidad. Palmieri tenía una columna en El Gráfico, tenía un personaje que se llamaba Segismundo Pitirijas, en boca de él ponía todo con ironía, con sentido de humor, era una columna muy leída y por supuesto decía lo que nadie se atrevía a decir pero desde la visión de un reaccionario”.
Gracias a la publicidad que les dieron los medios, al terminar de pintar “todo eso se volvió una gran fiesta universitaria. Empezamos unos 40 cuates pero al siguiente viernes la universidad estaba tomada, llena de gente con marimbas y bailes, parecía feria esa cosa”. Sobre el número de muralistas, aquí también parece confundir 1973 con 1975.
Pero las palabras de Ramírez Amaya hay que tomarlas con cautela. Para nadie es un secreto que desde hace tiempo el estado de su salud mental dista de ser óptimo. Hace unos veinte años lo encontré una noche por casualidad en un bar y me contó gritando, mientras se carcajeaba, que cuando estaban en la montaña se comían a las cabras que morían por los bombardeos con napalm. Que así siempre tenían carne asada. Y golpeaba la mesa y se reía. Por supuesto esta persona no estuvo nunca en “la montaña”. Aunque tenía razón sobre las bombas con la gelatina de llamas naranjas que el ejército lanzó no sobre cabras, sino sobre las regiones del oriente del país que en la década de 1960 apoyaron a las guerrillas del MR-13 y de las FAR.
El 9 de mayo de 1973 el Partido Guatemalteco del Trabajo dio a conocer su documento “Un testimonio del absurdo diario” (Carta abierta a Arnoldo Ramírez Amaya), que aparecería en el número 29 del Correo de Guatemala del mismo mes y año.
La nota introductoria a la carta, titulada Respuesta del P.G.T. a los ‘revolucionarios’ de café, señala que “durante los días 18, 19 y 20 de abril, aprovechando el feriado de la semana llamada ‘Semana Santa’, el grupo dirigente principal de la Asociación de Estudiantes Universitarios, AEU, que en mayo cumplió su azaroso periodo caracterizándose por ser un grupo paranoico que ha enronquecido gritando ‘somos de ultra izquierda…’ en cafés y restaurantes de moda de la ciudad capital, contrató al pintor Arnoldo Ramírez Amaya para que cubriera con ‘pintura mural’ las paredes frontales de los edificios universitarios que dan a la ‘Plaza Rogelia Cruz Martínez’ de la Ciudad Universitaria”. Como vimos, los murales se realizaron en realidad entre el viernes 27 de abril y el martes 2 de mayo.
El Correo de Guatemala señala que el entonces ya exsecretario general de la Asociación de Estudiantes Universitarios (AEU), Edgar Palma Lau, dijo que se trataba de presentar “‘un mensaje de poesía y pintura políticas…’ Aunque en realidad sólo pintaron algunos dibujos comerciales y ridículos rótulos de desahogo y calumnias políticas contra los diferentes sectores universitarios que los adversan”.
El estudiante de derecho Edgar Francisco Palma Lau, entonces de 29 años, había llegado un año antes a la Secretaría de la AEU por la agrupación Poder Universitario en Acción, que se identificaba como la nueva izquierda, muy influenciada por el pensamiento de Carlos Guzmán-Böckler, explica Ricardo Sáenz de Tejada en su biografía del dirigente estudiantil Oliverio Castañeda de León. Al mismo tiempo Palma Lau formaba parte del Regional de Occidente que, en abril de 1972, se había separado de las Fuerzas Armadas Rebeldes y más tarde daría origen a la Organización del Pueblo en Armas y las organizaciones Nuestro Movimiento y Movimiento Revolucionario del Pueblo Ixim.
El Correo de Guatemala acusó a Palma Lau “y los jóvenes intelectuales Roberto Morales, Luis de Lión, José Mejía, Luis Eduardo Rivera, Marco Antonio Flores, Enrique Noriega y Fernando González” de ser “conocidos provocadores, dicen ellos que de ‘ultra izquierda’”, y el PGT, “aludido grotescamente en uno de sus rótulos”, le dirigió a Ramírez Amaya una carta de aclaración.
El Partido Guatemalteco del Trabajo comenzaba diciéndole al pintor que se dirigían a él “después de saber que los letreros que fueron hechos en los edificios de varias Facultades de la Universidad Autónoma de San Carlos de Guatemala estuvieron a cargo suyo y del grupo llamado ‘Testimonio del absurdo diario’ que usted encabeza”.
Aunque quienes realizaron los murales afirmaron “que los citados rótulos no tienen dedicatoria”, uno de estos decía: “Yo hago la revolución con Marx Factor. PGT”, en referencia a una conocida marca de cosméticos. Por ello y para que el estudiantado juzgara “por su cuenta los propósitos que refleja el pensamiento político del autor (o los autores) del citado letrero y qué fines cumple esa actividad de ‘educación política’” el PGT consideraba necesario referirse al asunto.
Muchos años después, en 2007, Mario Roberto Morales dijo en su trabajo Continuidad de las rupturas ya citado que lo de Marx Factor “fue una broma mía a mi buen amigo, el entonces asesor jurídico de la Asociación de Estudiantes Universitarios (AEU), Factor Méndez, y a la que, en uno de sus típicos arranques de humor negro, Ramírez Amaya agregó, con pintura roja, las siglas PGT, provocando un iracundo comunicado del Partido Guatemalteco del Trabajo (comunista) en contra de nosotros”.
En su carta el PGT declaró: “Lo mismo que el proletariado de diversos países, la clase obrera guatemalteca ha sido obligada a seguir un duro y sangriento camino para construir su instrumento político, su partido de clase, único capaz de forjar la alianza obrero-campesina y de defender sus intereses y los verdaderos intereses nacionales, aplicando a la realidad guatemalteca su doctrina científica: el marxismo-leninismo”.
Y continuó con un recuento de la historia del Partido Comunista desde su fundación en 1922, centrándose en los golpes que durante décadas tuvo que enfrentar su militancia. Por ejemplo, los asesinatos del comunista internacionalista hondureño Juan Pablo Wainwright Nuila y del secretario de la Juventud Comunista Bernardo Gaytán cometidos por la dictadura de Jorge Ubico en 1932 y 1933, y en junio de 1954 el asesinato del cuadro comunista Abraham Chamalé, entre muchos otros, y el paso a la clandestinidad del secretario general y los miembros del Comité Central del PGT Bernardo Alvarado Monzón, Mario Silva Jonama y Carlos René Valle, iniciándose “la lucha de resistencia contra la dictadura estadounidense-guatemalteca de Castillo Armas”.
“Ni la tortura, la muerte, la persecución, el exilio o la cárcel pudieron doblegar la voluntad de los comunistas guatemaltecos, que, expresando la inquebrantable decisión de la clase obrera y de los campesinos, continuaron su actividad por dotar a los trabajadores de un partido capaz de impulsar la lucha contra los diversos gobiernos reaccionarios”.
La carta del PGT menciona a continuación los nombres de cuarenta y cinco personas, que representaban a “centenas de dirigentes, cuadros y militantes comunistas obreros, campesinos, intelectuales, estudiantes” que habían caído durante la década de 1960, muriendo “en combate o fríamente asesinados en cárceles, montes o barrancos”. Entre ellas, Leonel García Benavente, Marco Antonio Gutiérrez, Octavio Reyes Ortiz, Carlos Toledo, Julio Roberto Cáceres, Víctor Manuel Gutiérrez, Leonardo Castillo Flores, Francisco Macías Mayora, Leonardo García Benavente, Rafael Tischler Guzmán, Leonardo Castillo Johnson y Marco Antonio Leoni.
“La senda de martirologio y heroísmo que le ha correspondido a la clase obrera tiene un sabor de sangre, ‘el sabor de Guatemala’, según un letrero suyo”, le explicaba el PGT a Arnoldo Ramírez Amaya.
“Tanto la dirección nacional del PGT (18 miembros del Comité Central asesinados) como sus direcciones intermedias en los departamentos y municipios del país, han sido masacradas y nuevos militantes han pasado a ocupar sus puestos y a continuar una lucha ininterrumpida”. Todo esto en medio de gobiernos reaccionarios que defendían “a sangre y fuego un sistema caduco”.
El PGT le señaló a Ramírez Amaya que “esa plaza en la que Ud., por medio de letreros, ha expresado sus posiciones ideológicas y políticas, lleva precisamente el nombre de una comunista que llegó al martirologio militando verdaderamente en el movimiento revolucionario: Rogelia Cruz Martínez”.
La carta decía también que “en uno de tales letreros” se mencionaba que Otto René Castillo, a quien el Partido calificó como “uno de los intelectuales más firmes y combativos que han militado en las filas del PGT”, y quien “desde su adolescencia se incorporó a la militancia marxista y murió combatiendo como miembro del PGT”, seguía vivo. La carta aclaraba que el PGT también seguía vivo, y cerraba preguntándose: “¿Hicieron todos ellos la revolución ‘con Marx Factor’?”
El Partido Guatemalteco del Trabajo había llegado a la conclusión de que el propósito “de la labor de ‘educación política’ y ‘formación ideológica’” que realizaba Edgar Palma Lau era “dividir a los estudiantes entre sí y alejar al estudiantado en general de los obreros y los campesinos y de los intelectuales revolucionarios, especialmente de los marxistas-leninistas, a fin de evitar cualquier ‘contagio’ peligroso”.
Y continuaba: “La oligarquía nativa y el imperialismo norteamericano y sus instrumentos represivos se han dedicado a matar a los demócratas y revolucionarios, especialmente a los comunistas, que han sido los más afectados por el cuantioso número de los miembros, colaboradores y simpatizantes del Partido, de su Juventud y sus Fuerzas Armadas que han sido masacrados o han caído combatiendo entre los 13,000 guatemaltecos asesinados en la última década”. Para el PGT “los aficionados a la frase ‘radical’, los ‘revolucionarios’ de café” pretendían “completar esa obra destructiva”, sirviendo consciente o inconscientemente “a los enemigos de los trabajadores, lanzándose “a una labor sistemática de calumnias contra el Partido Guatemalteco del Trabajo”.
El PGT le dijo a Arnoldo Ramírez Amaya: “Es muy fácil hacer una frase y escribirla en los muros de un edificio facultativo con toda la tranquilidad posible, recibiendo hoy un dinero y mañana otro por hacerlo. Es muy difícil dedicar toda una vida y poner todas las energías y capacidades de la clase obrera y los campesinos y hacer una entrega absoluta a la revolución con la inquebrantable disposición de mantenerse luchando hasta el final, sabiendo que ese fin pueden ser las balas asesinas de un régimen fascistoide, como lo prueba el sacrificio reciente de los miembros de nuestro Comité Central: Bernardo Alvarado Monzón, Mario Silva Jonama, Hugo Barrios Klée, Carlos René Valle, Carlos Alvarado Jerez y Miguel Ángel Hernández, y de Fantina Rodríguez viuda de León y Natividad Franco Santos, asesinados en septiembre de 1972 por órdenes de seis fascistas: Arana Osorio, Sandoval Alarcón, Laugerud García, Cáceres Lehnof, Herrera Ibargüen y Arenales Catalán, todos altos dirigentes del actual gobierno”.
Pero el Partido Guatemalteco del Trabajo se nutría “de los mejores vástagos de la clase obrera, de los campesinos y de las capas medias”, así como de gran número de estudiantes que se habían “forjado como comunistas adoptando la concepción y el método científico del proletariado: el marxismo-leninismo”, y habían “sido capaces de ofrendar su vida en la lucha por los intereses populares y nacionales”.
A continuación el PGT señalaba: “Es cierto que algunos intelectuales sólo han pertenecido a nuestras filas en tanto conseguían algún viaje al exterior, diversos beneficios personales y alguna posición, para alejarse lo más posible en cuanto han sentido el manotazo del enemigo. Tales tránsfugas son después los que con más inquina, con el resentimiento de la cobardía y con más veneno se han dedicado a denostar al Partido. Como la experiencia lo demuestra, tales elementos casi siempre terminan de falderos en las ‘alas izquierdas’ de la oligarquía y el imperialismo”.
El PGT señaló que nunca se había “considerado el único depositario de la verdad ni el monopolizador del proceso revolucionario”, y que en más de 23 años había demostrado que se mantenía firme en su lucha porque “la clase obrera se convierta en la clase dirigente mediante su estrecha alianza con los campesinos, para garantizar la realización de un cambio profundo, que nos conduzca a la construcción de una sociedad sin explotados ni explotadores: el socialismo”.
Durante ese casi cuarto de siglo “los marxistas-leninistas guatemaltecos han luchado con innumerables limitaciones y cometido no pocos errores, pero han tenido un acierto fundamental: mantener la decisión inquebrantable de construir, pedazo a pedazo, sea cual fuere el sudor y la sangre, el instrumento político de los oprimidos y explotados: el Partido comunista, la organización de lucha de los obreros y los campesinos guatemaltecos”.
Pero “en la realización de esta tarea” habían “sido atacados con furor por el enemigo de clase y por todos aquellos que no viven ni luchan por los intereses de la clase trabajadora”. Había “algunos intelectuales pequeño burgueses que sufren frustraciones por no contar con las comodidades de una vida burguesa y que, en el fondo, desprecian al proletariado por considerarlo una masa atrasada e incapaz y pretenden mirar por encima del hombro a todos los demás”, y había también “francotiradores de las clases dominantes, que ven en los marxistas-leninistas a sus peores enemigos”.
Según el PGT, la ultra izquierda tenía “una fobia anticomunista que no puede esconder, y su voz en el coro de los enemigos de la clase obrera es claramente identificada por el proletariado que no se confunde con el papel que juega con su verbalismo, su individualismo y su virulencia. Quienes blasonan hoy de un furibundo revolucionarismo, mañana serán bufones políticos de la burguesía o tecnócratas de sus empresas y de sus gobiernos de turno”.
El PGT finalizaba señalando que estaban “acostumbrados a estar entre dos fuegos: el de aquellos que asesinan a nuestros camaradas en cárceles, calles montes y ríos y el de aquellos otros que, con su sarta de palabras, nos insultan, nos calumnian y delatan hipócrita o socarronamente. Pero estas cuestiones son los ‘gajes del oficio’. Y no hay mejor oficio, señor Amaya Ramírez, que el de esforzarse por formarse como comunista para luchar incansablemente con ‘el corazón ardiente y la cabeza fría’. ¡Por Guatemala, la Revolución y el Socialismo!”
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El viernes 4 de mayo de 1973 por la noche estudiantes de la Facultad de Ciencias Económicas aprobaron en asamblea y por mayoría absoluta borrar los murales. El diario El Gráfico del 6 de mayo señaló en un pie de foto: “La valorización de los ‘murales’ parece ser contraria a lo que pensaron sus autores. Culpados de ‘esteticismo’ y aún de doble ideología, serán destruidos sin remedio”.
Dos años después, a mediados de 1975 la Brigada Cultural Otto René Castillo, organizada por Ramírez Amaya y Marco Antonio Flores realizaría nuevos murales. Pero, como señala Guillermo Toralla en su tesis, “esta vez todo ocurrió tranquilamente: las autoridades universitarias no obstaculizaron el trabajo, la prensa nacional no se ocupó mucho de las nuevas pinturas, entre los mismos estudiantes el impacto fue menos duro. Seis dibujos mucho más elaborados, con un estilo definido y unitario, y más de una docena de rótulos comprendió la nueva ‘muralización’”, que esta vez tuvo “un fin claramente político, dejando de lado lo burlón, lo satírico, el ataque personal y la expresión individualista”.
Algunos sobrevivieron durante años, como el de “Los gorilas al zoológico, los hombres al poder”, o la espada del MLN atravesando Guatemala, y actualmente se destaca el que pintó Ramírez Amaya dentro del edificio de Arquitectura, que muestra la evolución de un tepocate estudiante que se gradúa de sapo explotador.
*Agradezco a Arturo Taracena Arriola, quien me compartió el documento del Correo de Guatemala (y me sugirió hacer un texto), a Tito Pineda, que hizo lo suyo con la tesis de Guillermo Toralla, y a Ximena Morales por compartirme las fotos de Mauro Calanchina.