Por Héctor Silva Ávalos
La foto de Rafael Curruchiche, el fiscal guatemalteco sancionado en Washington D. C. por corrupto y antidemocrático, enfundado con una gorra y una camiseta alusivas a Donald Trump, puede parecer un chiste grotesco. No lo es; es grotesco, sí, pero no es un chiste. El disfraz de Curruchiche, por ridículo que parezca, es solo la imagen del anhelo que sofoca a la derecha guatemalteca empeñada en mantener secuestrado al sistema de justicia y al Ministerio Público (MP), la misma de la que el fiscal es hijo putativo. Esa derecha cree que si Trump gana recuperará los espacios que ha perdido desde que Bernardo Arévalo ganó la Presidencia, que al final no son demasiados.
Otros operadores de esa derecha, como Mario Duarte, el exjefe de inteligencia de Jimmy Morales reconvertido en cabildero de, entre otros, el salvadoreño Nayib Bukele en Estados Unidos, comparten el entusiasmo de Curruchiche por una eventual victoria de Trump.
¿Qué une a estos señores guatemaltecos con el candidato republicano, un populista xenófobo que, si me apuran, pasaría grandes aprietos para señalar en un mapa ciudad de Guatemala? Los une la esperanza de que una eventual victoria de Trump les permitiría profundizar las venganzas contra exoperadores de justicia y periodistas orillados al exilio o criminalizados por el MP y las mafias político-empresariales a las que ellos sirven en Guatemala; les une la esperanza de que, de ganar Trump, no tendrán que pasar por más derrotas, como la que se les atragantó cuando un juez que no les sirve permitió que Jose Rubén Zamora saliera de la cárcel.
A Curruchiche, más allá de un delirio mesiánico mal controlado, puede atraerle el pensamiento de que una administración republicana le devolverá la visa perdida, acaso incluso la ambición de que alguna vez pueda ser él, fiscal de hierro que le dicen sus amigos de la Fundación contra el Terrorismo, el jefe del MP.
El pasado 17 de octubre, envalentonados por la lectura optimista de las últimas encuestas en Estados Unidos, Duarte y otros, incluidas cuentas netcenteras en Guatemala, enloquecían de júbilo ante la posibilidad de un triunfo trumpista. Duarte incluso ofrecía: “Visas van, visas vienen y deportaciones que se vienen”, haciendo suyo el que es ya uno de los sueños húmedos más recurrentes en la derecha chapina: la posibilidad de que Estados Unidos revoque el asilo concedido a exfiscales y exjueces perseguidos por el grupo del que Curruchiche y él forman parte. Todo esto nos más, por ahora, que un anhelo.
Leía hace poco una columna de Javier Cercas, uno de los escritores españoles más relevantes de este siglo, sobre la verdad en nuestros tiempos de redes sociales, netcenters y la política basada en la repetición de mentiras y medias verdades. “El nacionalpopulismo (como el de Trump) … (estuvo) acompañado o precedido por auténticos diluvios de mentiras…”. La repetición insistente de mentiras, parte del manual de Trump, es una de las lecciones preferidas de los aprendices de tirano que tanto lo admiran en Centroamérica, como Nayib Bukele en El Salvador o las mafias políticas que gobernaron tanto tiempo en Guatemala.
Uno de los bulos más recientes, uno en los que se pretende asentar esta nueva arremetida de la derecha política guatemalteca derrotada en las urnas, es que la victoria de Trump el cinco de noviembre debe de darse ya por descontada y que, cuando eso ocurra, las derrotas, como la liberación de Zamora o la incapacidad de repatriar a los exoperadores de justicia para criminalizarlos en Guatemala, serán menos. Veamos las mentiras que se esconden en esta formulación.
La victoria de Trump no puede darse por descontada. Algunas de las cuentas netcenteras afines a la mafia de la derecha guatemalteca llevan algunos días publicando supuestas encuestas que dan al republicano hasta cinco puntos de ventaja sobre Kamala Harris, su contrincante demócrata. No hay ningún sondeo en que Trump aparezca con esa ventaja. De hecho, en los análisis más respetados de los sondeos más recientes, Harris aparece con un punto de ventaja sobre Trump a nivel nacional, y ambos aparecen empatados en casi todos los estados que decidirán la elección nacional, como Pensilvania, Michigan y Carolina del Norte (como se aprecia en el cuadro publicado por The New York Times el lunes 21 de octubre).
Si es cierto que, en la última semana, Trump ha crecido algunas décimas más que Harris, pero lo que los sondeos actuales dicen es lo mismo que llevan diciendo desde hace días: la carrera está en punto muerto, y la elección se decidirá en un puñado de suburbios de la costa este, el norte industrial y de otros lugares como Arizona y Nevada, donde el voto latino será clave.
Tampoco es certero que una eventual victoria republicana implique cambios automáticos en la política hacia Centroamérica y, en específico, hacia Guatemala. Lo único que a Trump le interesa es el tema migratorio. Todo su discurso y atractivo para la mayoría de su voto duro está basado en otro bulo canalla según el cual los males actuales de la economía y la seguridad pública estadounidenses se deben a la llegada de migrantes, sobre todo de centroamericanos, mexicanos y, en años más recientes, de venezolanos.
Los migrantes, dice Trump y repite sin prueba alguna Elon Musk, el dueño de la red social X (antes Twitter) reconvertido en cachiporrista del republicano, son culpables de la mayoría de los crímenes, se comen a los gatos y violan a las mujeres. Los datos dicen todo lo contrario, pero eso importa poco ya.
Mientras los países donde se originan las migraciones sigan las instrucciones de Washington D. C. en el tema, como lo hizo el gobierno de Jimmy Morales al aceptar los tratos de tercer país seguro, lo demás es poco para la Casa Blanca, y esto vale por igual para demócratas y republicanos. Trump ha dicho que, de ganar, volverá al tema del muro fronterizo que nunca construyó, lo cual parece poco probable, e iniciará una campaña de deportaciones masivas, lo cual parece más probable, pero no ocurrirá de la noche a la mañana. Eso es todo para Trump. Lo de repatriar exoperadores de justicia guatemaltecos o seguir empoderando redes criminales en el MP no es algo que ocupe un lugar privilegiado en su agenda. Repito: es muy poco probable que Donald Trump sepa siquiera señalar a Guatemala en el mapa.
También vale decir que el cabildeo de la derecha guatemalteca en Washington D. C., aunque permanente, no es lo que solía. Los años de Joe Biden, y el apoyo de esa derecha a las intentonas más burdas del MP y otros operadores políticos y empresariales que incluso hicieron cosas como abrir las urnas de la presidencial que ganó el partido Semilla, han desprestigiado bastante a los otrora bienvenidos señorones del CACIF (cúpula empresarial) y sus ramales. Es cierto que siempre habrá algún Ted Cruz o alguna María Elvira para aupar a las viejas mafias de las derechas centroamericanas, pero, en el mapa general del Washington D. C. actual, eso tampoco implica cheques en blanco como los que Reagan le dio a la contra nicaragüense y a sus socios narcotraficantes.
Va a ser, sí, una elección reñida. Muy reñida. Y el polvo que se levante el próximo 5 de noviembre tardará en asentarse. Si Trump gana, los guatemaltecos que han venido sin papeles a Estados Unidos la tendrán mucho más difícil y los eventuales efectos de ese triunfo en la política actual en Guatemala, si es que alguna vez existen, tardarán un buen rato en cocinarse. Por ahora, no creo, tampoco, que la foto del señor Curruchiche disfrazado de trumpista adepto provoque algo más que una mueca de disgusto en los Estados Unidos.