Créditos: Estuardo de Paz
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Este octubre se cumplieron ochenta años de la insurrección que abrió el camino a “los diez años de primavera en el país de la eterna tiranía”, como los definiera Luis Cardoza y Aragón. Para conmemorarlo, leeremos algunos fragmentos de publicaciones poco conocidas en la actualidad, y que en diversas épocas se refirieron a aquellos sucesos.

Por Rolando Orantes

La madrugada del viernes 20 de octubre de 1944 una insurrección popular echó abajo al gobierno del general Juan Federico Ponce Vaides, la persona a la que el dictador Jorge Ubico Castañeda designó luego de renunciar y abandonar el país tres meses y tres semanas atrás.

Ubico, el último de los llamados liberales, gobernó Guatemala del 14 de febrero de 1931 al 1 de julio de 1944. El general, profundamente narcisista, se veía a sí mismo como una especie de Napoleón. Cada noviembre, su cumpleaños era celebrado con una feria nacional en la que se ofrecían exposiciones –en cuenta zoológicos humanos–, bailes, conciertos y modernos juegos mecánicos que incluían una montaña rusa.

Revivía así la idea de otro famoso dictador, el licenciado Manuel Estrada Cabrera, quien durante más de veinte años se festejó a sí mismo, también cada noviembre, bajo la excusa de agasajar a la juventud estudiosa una vez finalizado el ciclo escolar con las Fiestas de Minerva o Minervalias, en las que se realizaban pomposos desfiles y se construían tristes edificaciones que imitaban templos dóricos, alegorías de finqueros con delirios de emperador. Aquellas festividades, por supuesto, coincidían con el cumpleaños del señor presidente.

En mayo de 1934 don Jorge Ubico decretó la Ley contra la vagancia, que castigaba con prisión a quien no demostrara oficio, profesión, sueldo u ocupación honesta, o que teniéndola no trabajara habitualmente, o que concurriera cotidianamente a billares, cantinas, tabernas y otros centros de vicio entre las 8 y las 18. Eran vagos también los mendigos, los estudiantes impuntuales o que faltaban a clase y las personas que no tuvieran domicilio conocido o no entregaran su trabajo a tiempo.

Y, fundamentalmente, eran vagos los jornaleros que no prestaran “sus servicios” en ninguna finca ni cultivaran, “con su trabajo personal, por lo menos tres manzanas de café, caña o tabaco, en cualquier zona; tres manzanas de maíz, con dos cosechas anuales en zona cálida; cuatro manzanas de maíz en zona fría; o cuatro manzanas de trigo, patatas, hortalizas u otros productos, en cualquier zona”.

La embriaguez habitual, la reincidencia y ejercer la vagancia acompañándose de persona menor, entre otras, eran circunstancias agravantes que duplicaban o triplicaban las penas.

Todo agente del orden estaba obligado a capturar a los famosos vagos, y si los jueces no aplicaban las leyes correspondientes eran también castigados. Pero además “cualquiera del pueblo” podía “denunciar a los vagos ante la autoridad competente”.

La Penitenciaría Central y demás cárceles se llenaron de ladronzuelos, juventud descarriada, indigentes, borrachines capturados en las cantinas o en alguna fiesta patronal y, sobre todo, de campesinos sin tierra. La ley establecía que los condenados por vagancia serían obligados “a trabajar en los talleres del Gobierno, en las casas de corrección, en el servicio de hospitales, limpieza de plazas, paseos públicos, cuarteles y otros establecimientos, obras nacionales, municipales o de caminos, según las circunstancias de cada persona y de cada lugar”. No es difícil imaginar cuáles eran los criterios para definir quién limpiaría paseos públicos y quién construiría los palacios que dejó el dictador.

Las cárceles se llenaron también de presos políticos, y de prácticamente cualquier persona que criticara al régimen gracias a un sofisticado sistema de espías u orejas, en perfeccionamiento desde los tiempos de la dictadura de don Rufino Barrios (1873-1885). El modelo policial de Jorge Ubico puso tras las rejas incluso a lustradores de zapatos “por no tener licencia”, o a niñas y niños “por desobedecer a sus padres”.

En enero de 1932, utilizando como pretexto la insurrección campesina en El Salvador, brutalmente reprimida por Maximiliano Hernández Martínez, el general Ubico encarceló a toda la militancia del Partido Comunista de Guatemala. Desde la Gaceta de la Policía y otros medios de comunicación se satanizó a sus integrantes, que podían ser carpinteros, albañiles, panaderos o costureras, presentándoseles como seres monstruosos con sed de sangre. Y aunque a la mayoría se le conmutó la pena de muerte inicialmente impuesta, no saldrían de la cárcel sino hasta el 21 de julio de 1944.

Ubico ilegalizó las huelgas y las organizaciones gremiales, y en documentos oficiales la palabra obrero fue reemplazada por empleado. Durante su gobierno la tortura, la pena de muerte y la “ley fuga” eran una práctica frecuente.

El general Jorge Ubico Castañeda.

Pero la fuerza de la gente en las calles consiguió que a finales de junio de 1944 Ubico renunciara. El derrocado dictador dejó entonces a un títere para que continuara con el modelo finquero autoritario, pero no duró demasiado.

La insurrección del 20 de octubre marcó el inicio de una Guatemala distinta. La revolución promovió durante su primera etapa libertades democráticas y alcanzó conquistas que, si bien moderadas, en aquel momento eran revolucionarias, como el Código de Trabajo y el Instituto Guatemalteco de Seguridad Social, o intentar universalizar la educación y las artes. Con Jacobo Árbenz Guzmán la Revolución de Octubre comenzaría su camino hacia la radicalización, atacando como primer paso uno de los problemas fundamentales de Guatemala: la desigual distribución de la tierra. Pero esta determinación significó también el principio del fin de aquellos diez años en que se intentó lo nuevo.

En este 80 aniversario recuperaremos algunos fragmentos de textos, de diversas épocas y naturaleza, que en su momento se refirieron a la insurrección de aquel octubre y los diez años posteriores. Por la abundancia del material y lo extenso de los artículos elegí algunos párrafos representativos, sin ánimo de exhaustividad ni de elaborar grandes análisis, simplemente hacer un pequeño recorrido por algunas de las memorias de la revolución.

Para quienes quieran profundizar en los documentos mencionados, las colecciones de las revistas Lanzas y Letras, Otra Guatemala y Jaguar Venado pueden consultarse libremente en el sitio del medio digital Gazeta.

La revista Jaguar Venado

Jaguar Venado fue una revista trimestral editada en México, durante 1994, por iniciativa de Mario Payeras. Únicamente aparecieron cuatro números, pues el escritor y revolucionario guatemalteco fallecería en el exilio en aquel país en enero de 1995.

Su número 3, de septiembre-noviembre de 1994, estuvo dedicado al 50 aniversario de la Revolución de Octubre. Ahí aparecieron fragmentos de Guatemala: las líneas de su mano, de Luis Cardoza y Aragón, el capítulo La insurrección popular de 1944, del libro Los fusiles de Octubre de Mario Payeras, el trabajo La intervención norteamericana detuvo el proceso modernizador guatemalteco iniciado el 20 de octubre de 1944, de Saúl Osorio Paz, la ponencia La cuestión étnica en la Revolución de Octubre, de Aura Marina Arriola, los apuntes Un Cristo Negro en el derrocamiento del presidente Árbenz, de Carlos Navarrete y las entrevistas que Gilberto Castañeda le realizó a Carlos Paz Tejada y Marta Chelesky a Jacobo Árbenz, así como el texto de José Alberto Cardoza al que nos referiremos a continuación.

José Alberto Cardoza Aguilar, en cuya presentación puede leerse que nació en 1922, que fue combatiente de base durante la insurrección del 20 de Octubre, dirigente sindical, vicesecretario de la CGTG, uno de los 41 fundadores del Partido Guatemalteco del Trabajo en 1949, diputado del mismo de 1951 a 1954 y luchador revolucionario de siempre, publicó el trabajo Hace cincuenta años…, que comienza:

“Como a las once de la noche del 19 de octubre de 1944, la directiva del Sindicato Artes Gráficas, nuestra organización, dio por terminada una concurrida asamblea sindical que rebasó hasta las banquetas del edificio de la CTG, en la Segunda avenida del centro de la ciudad, el mismo que años más tarde ocupó la combativa FASGUA [Federación Autónoma Sindical Guatemalteca]. Se atendieron razones de prudencia porque la noche era tensa y ‘se esperaba algo’… Habían transcurrido diecinueve días desde que la dictadura del general Federico Ponce Vaides había asesinado al periodista Alejandro Córdova, director de El Imparcial, siguiendo así su desenfrenada carrera de crímenes y atropellos contra la oposición democrática. El país estaba estremecido, pero no acobardado”.

Al salir de la CTG el joven Cardoza caminó junto a un compañero del diario El Imparcial, dirigente del sindicato y mayor que él, quien al estudiar en la escuela nocturna “cultivaba vínculos estudiantiles” y por eso “sabía que algo podría suceder cualquier día”.

En el camino a sus casas, ubicadas en la zona 5, se encontraron con varias patrullas de militares fuertemente armados. Su compañero le dijo que aunque no creía que esa noche fuera a pasar algo, había que estar preparados si, como pensaba, Cardoza ya estaba comprometido. El futuro dirigente comunista le contestó: “–Bueno, tanto como comprometido no. Pero apalabrado para ‘la hora de algo’ sí lo estoy”, y le contó que había hablado con un compañero de la Escuela de Idiomas, de quien no le dio el nombre pero era Víctor Manuel Gutiérrez. Su interlocutor cortó la conversación nerviosamente, y ya no hablaron hasta despedirse.

Cuando ya estaba por dormir su casa fue sacudida por “un tremendo cañonazo”, “el silencio se hizo pedazos y el eco de la explosión subió y subió hasta el cielo y después se fue perdiendo –en segundos– en la invisible lejanía. Eran unos minutos antes de la una de la mañana del 20 de octubre de 1944. La ciudad cerró sus ojos y se declaró en oscuras”.

Su mamá, que antes le había reprochado que llegara tarde, pues la gente decía que podía “estallar la guerra”, pidió que todo mundo guardara silencio y fingieran que no había nadie.

Pero “casi a la par de sus palabras estalló un fuego graneado de ametralladoras a la altura del actual Gimnasio Olímpico, con dirección al cuartel ‘Guardia de Honor’. Después, nuevos silencios pavorosos, seguidos de los aullidos desesperados de los perros. Los vecinos en silencio. Parecían muertos o mudos de terror”.

Desde la calle se escucharon gritos de “¡Viva la Revolución!”, y que llamaban “a combatir por la libertad de Guatemala”. A pesar de los ruegos de su mamá, Cardoza se unió a la insurrección.

“En cuatro carros viejos, con los reflectores apagados, íbamos apretujados unos cincuenta muchachos. Todos conocidos del barrio. Me confortó irlos reconociendo y estrechándoles las manos como hermanos. Íbamos juntos a enfrentar de cara a las fuerzas asesinas de la dictadura poncista”.

Camino al cuartel de la Guardia de Honor vieron “derribados por las balas varios postes del alumbrado eléctrico”, por lo que tuvieron “que eludir una maraña de alambres que lanzaban chispas”.

Dentro del cuartel llovían las balas y ya había muertos y heridos. Alrededor de doscientos civiles, “de los millares que fuimos más tarde”, escucharon un discurso del licenciado Jorge Toriello, a quien acompañaban el mayor Francisco Javier Arana y el capitán Juan Jacobo Árbenz. “Los semblantes de los tres eran de una palidez mortal”.

Arana, Toriello y Árbenz

Los combates, que duraron hasta la tarde de ese 20 de octubre, se desarrollaron en diversos puntos de la ciudad. “Como a las nueve de la mañana nos llegó la orden de trasladar las piezas de artillería a los campos de golf llamados Elgin, en la zona cinco. Era necesario bombardear un costado del cuartel de Matamoros que aún no se rendía. Bañados en sudor bajamos de los cerros y cruzamos los barrancos hasta salir a las orillas de nuestros barrios, San Pedrito y La Palmita. Lo hicimos con particular orgullo, mientras centenares de vecinos, hombres y mujeres, salían a nuestro paso avivarnos y ofrecernos café, refrescos y comida”.

Luego de situar las piezas de artillería llegaron relevos y les “ordenaron regresar a la Guardia de Honor a desayunar y tomar un descanso. El desayuno fue agasajo para nosotros, mayoría de obreros, artesanos, maestros y estudiantes pobres. Abundó el buen café, la leche enlatada, carnes en conserva y pan fino que las únicas tres abarroterías extranjeras existentes en la capital por ese entonces –Benjáminson, Kósak y San Carlos– obsequiaron a los combatientes”.

Luego de una breve siesta un frío oficial les ordenó que identificaran docenas de cadáveres. “El reconocimiento de estos muertos –algunos de los cuales no eran más que masas informes de carne desangrada– fue para nosotros deprimente. En nuestro juvenil idealismo no concebíamos que algunos de nuestros amigos, compañeros de trabajo, vecinos o simplemente conocidos, hubieran muerto. A todos los deseábamos vivos en esas horas del triunfo popular”.

“Allí estaban también los pálidos cadáveres de muchos jóvenes que el día anterior –como nosotros– tenían muchas ganas de vivir, combatir y triunfar. Y sorpresivo y doloroso era ver que seguían llegando, con el aullar de las sirenas de las ambulancias, nuevas docenas de cadáveres de campesinos indígenas. Habían desfilado un día y combatido otro hasta morir bajo la imposición militar de Ponce Vaides. ¡La eterna historia de nuestro país, la de los humildes campesinos, sobre todo indígenas, oprimidos y manipulados por los poderosos del campo y la ciudad!”, en referencia a los “milicianos indígenas con sus trajes regionales que el dictador Ponce Vaides había estado acarreando a la capital para sus desfiles electorales” y a quienes la insurrección sorprendió acuartelados en el Fuerte de Matamoros y el Castillo de San José, donde “los jefes del ejército no vacilaron en armarlos y ponerlos a combatir contra el pueblo capitalino”.

Un grupo de revolucionarios en la esquina de la 6a calle y 7a avenida de la zona 1.

“A las 6 de la tarde del 20 de octubre de 1944, fue el asalto final al ya semidestruido Castillo de San José. Oleadas de combatientes, teniendo como avanzada algunos tanques de guerra, entramos disparando al cuartel. Los últimos sobrevivientes gobiernistas se rindieron. Fue un momento feliz de la historia patria, cuando muchos civiles, aliados a jóvenes militares democráticos, tuvimos la oportunidad de contribuir al alumbramiento de una nueva Guatemala, la revolucionaria, que pronto destrozó estructuras y mitos de una sociedad profundamente injusta y caduca”.

La revista Lanzas y letras

A 14 años de aquel 20 de octubre de 1944, la revista Lanzas y letras, el mensuario cultural de la Asociación de Estudiantes El Derecho, publicó en su número 6, varios artículos dedicados a la revolución, comenzando con La Revolución de Octubre, a cargo de la redacción de la revista, entonces dirigida por José Antonio Móbil, Roberto Díaz Castillo, Otto René Castillo, Carlos Caal Champney y Antonio Fernández Izaguirre.

“Cada día que pasa se hace más evidente que el movimiento iniciado en las jornadas cívicas de junio de 1944 y coronado con el levantamiento militar y popular del 20 de octubre del mismo año, no fue un simple cambio de personas en la dirección de los organismos estatales, ni solamente un cuartelazo afortunado, sino que significó el principio de una revolución que al profundizarse en la medida que era posible su avance histórico, enfiló su lucha contra el semi-feudalismo de los grandes terratenientes y los obscuros intereses de los monopolios extranjeros, a fin de encaminar al pueblo hacia el progreso, el bienestar y hacer efectiva la soberanía guatemalteca”.

“A 14 años del histórico amanecer del 20 de Octubre de 1944, y a más de cuatro años de la momentánea interrupción de un proceso revolucionario, las banderas que enarboló la Revolución de Octubre siguen siendo las que levanta la mayoría del pueblo guatemalteco”, continuaba el artículo de la redacción de Lanzas y Letras.

“Respondiendo a la invitación de los inquietos intelectuales que dirigen Lanzas y Letras” Alfonso Bauer Paiz escribió Política económica de la revolución guatemalteca, donde señala que al finalizar la dictadura en 1944 no existía “una clara conciencia de la política económica a seguir”, pero a pesar de las diferencias e intereses de los distintos grupos “existían puntos comunes de vista para dar los primeros pasos”, entre estos la “abolición de las formas monopolistas de producción consentidas o creadas por la dictadura” y la “abolición de los sistemas esclavizantes para servirse de la mano de obra en la construcción de carreteras y otros servicios públicos”.

Bauer Paiz explica que la revolución enfrentó resueltamente al problema agrario, categorizándolo como “problema esencial” y estudiando “sus complejidades: injusta distribución de la tierra, mal aprovechamiento de la misma, formas atrasadas de producción, supervivencia del régimen de servidumbre y otras prácticas feudales, monocultivismo, latifundismo y minifundismo”.

Tierra en manos campesinas. Grabado de Arturo García Bustos.

La reforma agraria de la Revolución de Octubre perseguía “distribuir con justicia la tierra, modernizar y aumentar la producción, erradicar el desempleo o el subempleo en el campo, diversificar los cultivos, introducir nuevas técnicas y métodos de producción, extender a través del aumento de los ingresos de la clase campesina, el mercado interno y, en consecuencia, propiciar las bases de la revolución industrial que ha de venir”, señala Bauer Paiz.

Antonio Fernández Izaguirre realizó una reseña del libro El carácter de la revolución guatemalteca. Ocaso de la Revolución Democrático-Burguesa corriente, de Jaime Díaz Rozzotto. A Fernández Izaguirre, entonces militante del comunista Partido Guatemalteco del Trabajo, le pareció “particularmente interesante el estudio que [Díaz Rozzotto] dedica a las ideas políticas y sociales de Arévalo comparadas con su práctica política. En él se pone en su justo lugar a la filosofía y práctica arevalistas, que la calumnia internacional ha hecho aparecer constantemente como ‘comunistas’. Se analiza perfectamente cuál es la posición marxista y cuál la arevalista. Cómo una es materialista y la otra idealista, y cómo es imposible la simbiosis que pretendió Arévalo del ‘Socialismo espiritual’”.

En el número 6 de Lanzas y Letras apareció también el trabajo de Marco Antonio Villamar Contreras 20 de Octubre 1942 1944. Efemérides doblemente gloriosas. Fundación de la Asociación de Estudiantes El Derecho. Lucha victoriosa de Pueblo y Ejército contra la dictadura.

En su número doble 17-18 de septiembre-octubre de 1959 Lanzas y Letras publicó los trabajos El hondo latir de la revolución, firmada por la dirección de la revista, y La literatura de la Revolución de Octubre, de Huberto Alvarado Arellano.

“Quince años han transcurrido desde la alborada de 1944 que rompió a cañonazos la dictadura del general Federico Ponce Vaides. La historia de Guatemala, sucesión de tiranías y personajes palaciegos de corte ‘liberal’ y ‘progresista’, no registra ningún hecho reciente que conmoviera tan hondamente la entraña popular y sus ansias libertarias”, inicia El hondo latir de la revolución, que firmaba la dirección de la revista, entonces a cargo de José Antonio Móbil, Roberto Díaz Castillo, Antonio Fernández Izaguirre y, desde México, José Luis Balcárcel.

Más adelante Lanzas y Letras señalaba que “la instauración del segundo gobierno democrático encabezado por Jacobo Árbenz Guzmán, realizador de substanciales reformas en el campo y de ambiciosos programas económicos que conllevaban indudable beneficio popular, pero que golpeaban aún más los intereses económicos, monopolistas y explotadores, aceleró el proceso de integración de las fuerzas reaccionarias”. Estas se alimentaban por “quienes, habiendo militado en los albores revolucionarios, no supieron interpretar después el hondo sentido social que el proceso revolucionario exigía. Para muchos de ellos, revolución significaba únicamente libertad de palabra y de organización política y aun gremial. Era extremismo y ‘perversión’ revolucionaria, plantear la reforma agraria en los términos en que se hizo; era ‘desviar’ la ruta que imprimieron los hombres del 44, y sobre todo, falta de ‘tacto y visión política’, poner un alto a los abusos de las compañías norteamericanas”.

Huberto Alvarado, miembro del Comité Central del Partido Guatemalteco del Trabajo y miembro fundador del grupo artístico Saker-Ti, escribió que “para el desarrollo de la cultura guatemalteca la consecuencia fundamental e inicial de la Revolución de Octubre fue el amplio clima de libertad y democracia que rompió con las espantosas y obscurantistas limitaciones que la dictadura ubiquista impuso al país, encerrándole en un marco estrechísimo, a fin de que los guatemaltecos desconocieran el rumbo de gran parte de las corrientes del pensamiento contemporáneo”.

Lección de lectura. Linóleo de Dagoberto Vásquez, publicado en Lanzas y Letras.

El clima revolucionario permitió que la intelectualidad guatemalteca entrara “en contacto con muchas de las directrices de la cultura mundial tanto a través de la lectura como por la vía de la relación directa con algunos de sus representativos, que sólo entonces pudieron visitar el país”, influyendo, particularmente entre la juventud, “en la orientación que tomaría la creación literaria y artística” local. “Durante diez años se realizó un vigoroso florecimiento cultural, sin paralelo en nuestra historia, en que se desenvolvió una gran labor editorial, y la plástica, la música, el arte en general vivió una época de intensa realización tanto en la creación como en la difusión”.

Más adelante señala que “los escritores y poetas democráticos tanto durante el período en el cual las fuerzas revolucionarias en el poder: 1944-1954, hicieron real una política económica, social y cultural cuyo objeto era que Guatemala avanzara hacia adelante cancelando las ataduras feudales-imperialistas de diversos órdenes a fin de hacer posible el añorado progreso nacional y el bienestar popular”.

La literatura revolucionaria había adoptado “una orientación realista en muy diverso grado y de acuerdo con la formación y sensibilidad de los autores”. No era ni se trataba de “una escuela” ni de “una tendencia encuadrada dentro de exclusivas concepciones teóricas”, sino que correspondía “a una situación histórica concreta”. Para Huberto Alvarado, “el mismo proceso de escritores jóvenes que pasaron del surrealismo al realismo, indica que un fenómeno como la Revolución de Octubre era insoslayable para los guatemaltecos que buscaban ansiosamente responderse a sí mismos en su vida y en sus obras sobre su rumbo como integrantes de un país”.

Huberto Alvarado incluyó una lista con “las principales obras que, en el campo de la novela, el cuento, la poesía, el teatro y el ensayo” recogían “hechos y situaciones producidos por el movimiento revolucionario”, como El señor presidente, Hombres de maíz, Viento fuerte, El papa verde y Week-end en Guatemala, de Miguel Ángel Asturias, y Entre la piedra y la cruz y Donde acaban los caminos de Mario Monteforte Toledo.

“Cuentistas jóvenes como Augusto Monterroso y Carlos Illescas han utilizado en sus cuentos su experiencia vanguardista dotándola de una orientación político-social o como José María López, autor de Sudor y Protesta y La Carta y Carlos Figueroa, cuyos trabajos están inspirados directamente de la realidad circundante”.

La lista incluía también a Manuel Galich, a Luis Cardoza y Aragón y su Guatemala las líneas de su mano, “escrito en una de las más exigentes prosas de escritor guatemalteco alguno; o la poesía de poetas jóvenes como Otto Raúl González que ha dado a la estampa: Voz y voto del geranio, A fuego lento y Viento claro”. Y a Raúl Leiva, Enrique Juárez Toledo, Miguel Ángel Vásquez, Melvin René Barahona, Otto René Castillo, Antonio Fernández Izaguirre, Abelardo Rodas, Óscar Arturo Palencia y Arqueles Morales.

En el mismo número se publicó la carta que Jacobo Árbenz envió a quienes organizaron un homenaje a Cuba y Venezuela celebrado en Santiago de Chile. Al final, la redacción de Lanzas y Letras escribió:

“Jacobo Árbenz. Un nombre unido a la suerte de nuestra revolución. Síntesis de quince años intensos al lado del pueblo. Desde el cuartel, en octubre del 44; desde el gobierno provisional, en la Junta Revolucionaria; desde el Ministerio de la Defensa, como garantía de paz y estabilidad democrática durante el régimen de Juan José Arévalo; desde la Presidencia de la República, en los tres años de su gobierno anti-imperialista”.

“La juventud, que no ve en él al caudillo sino hace un programa de su ideario político, le recuerda con respeto. Fresca y viva está su obra. La reforma agraria y su plan de liberación económica constituyen nuestra bandera para proseguir la lucha”.

Los periódicos Octubre y Tribuna Popular

Durante el gobierno de Jacobo Árbenz el Partido Comunista de Guatemala fue inscrito legalmente. Con motivo del octavo aniversario de la insurrección de 1944 su periódico Octubre señaló que “uno de los objetivos fundamentales de la revolución, la liquidación del feudalismo en el campo guatemalteco” estaba “por alcanzarse”. La realización de la reforma agraria, si bien emprendida “en medio de una agresiva y subversiva actividad de los sectores reaccionarios feudales y proimperialistas y de una fuerte presión imperialista sobre nuestra pequeña pero valiente patria”, se encontraba en marcha.

Para entonces la revolución se planteaba como uno de sus principales objetivos “liquidar el atraso feudal” y “abrir el camino del desarrollo capitalista e industrial”, “emancipar al país del yugo del imperialismo norteamericano, que impide nuestro desarrollo económico, que deforma la economía nacional, que mantiene al país en condición de productor de materias primas y de mercado de sus productos manufacturados, que por diversos medios pretende que nuestro pueblo le sirva para sus aventuras de guerra y de acólito de su política agresiva”. Otro era “elevar considerablemente el nivel de vida de las grandes masas laboriosas del campo y de la ciudad, cuyas condiciones son miserables”.

Ocho años de experiencia le habían enseñado “a las fuerzas democráticas de Guatemala que cuando están unidas tienen considerablemente más fuerza que la reacción y que, por el contrario, la reacción ha podido alcanzar victorias y ha podido consolidar posiciones en algunas oportunidades, estando desunidas las fuerzas democráticas”.

Carlos Manuel Pellecer, Víctor Manuel Gutiérrez y Leonardo Castillo Flores durante una manifestación en conmemoración del 20 de octubre.

“Pero la vida enseña al pueblo quiénes decimos la verdad y le señalamos un camino correcto para mejorar sus condiciones, y quiénes le mienten descaradamente a fin de lograr el mantenimiento de las cadenas de hambre, de opresión feudal y de subyugación imperialista, que han pesado sobre el pueblo y, en particular, sobre los obreros y los campesinos. El esfuerzo conjunto de todas las fuerzas democráticas y progresistas es la premisa para impulsar la realización de la reforma agraria, para luchar con éxito por la independencia nacional, para industrializar el país, para defender la paz y asegurar el mantenimiento de relaciones amistosas y fructíferas con todos los pueblos y Estados, sobre la base del beneficio mutuo y del respeto a nuestra soberanía nacional”.

En 1953 Tribuna Popular sustituyó a Octubre como órgano del que desde diciembre de 1952 fue llamado Partido Guatemalteco del Trabajo. En octubre de ese año su redacción escribió:

“Dentro de pocos días se cumplirá el noveno aniversario de la histórica fecha en que el pueblo y los militares honestos derrumbaron el podrido régimen de Ponce. El 20 de Octubre de 1944 ha pasado a ser en los anales de nuestra historia patria la fecha que encarna la iniciación de un movimiento democrático y revolucionario en continuo ascenso desde aquel año”.

Durante esos nueve años el pueblo había “alcanzado importantes conquistas democráticas, entre las cuales la de mayor profundidad y alcances” era la reforma agraria, entonces en desarrollo.

Al mismo tiempo se habían “recrudecido los ataques de la prensa subvencionada por los monopolios norteamericanos” y “multiplicado las amenazas de intervención extranjera y la actividad subversiva de la reacción interna, financiada por la United Fruit Company”.

¿Quién encenderá mi Chesterfield? Grabado de Arturo García Bustos.

Pero “la celebración del aniversario del 20 de Octubre constituye cada año una fecha de movilización popular, en la que al mismo tiempo que se conmemoran los éxitos alcanzados se expresa la voluntad de alcanzar nuevos objetivos del movimiento revolucionario”. Ese día el pueblo debía “expresar su indignación ante los agresivos propósitos de los círculos extranjeros que quieren meter su hocico en los asuntos internos de Guatemala”.

La revista Otra Guatemala

La revista Otra Guatemala, editada trimestralmente en México entre 1987 y 1992, publicó durante su existencia diversos artículos sobre la Revolución de Octubre. En su número 1 de septiembre de 1987 aparece el trabajo La Revolución del 44-54 ante el horizonte del presente, del sociólogo Sergio Tischler, quien explica que puede dividirse “en dos períodos que corresponden –cronológica y políticamente– con los gobiernos de Arévalo y Árbenz”.

El primer período “surgió del movimiento pluriclasista y democrático que propició la caída de Ubico y el quebrantamiento de las relaciones tradicionales de dominación del Estado oligárquico”. Este gobierno “propició una serie de medidas sociales inspiradas en una visión roosveltiana de la democracia burguesa”: el Código de Trabajo, la Seguridad Social y el derecho a voto a toda la población, con excepción de las mujeres analfabetas. “Para el nuevo presidente y sus seguidores, el tratamiento de los graves problemas nacionales se reducía a medidas de ese tipo y a la liberalización de la vida política”.

Arévalo consideraba que “en Guatemala no existe problema agrario; antes bien, los campesinos están psicológica y políticamente impedidos para trabajar la tierra. El gobierno creará para ellos la necesidad de trabajar, pero sin perjudicar a ninguna otra clase”. Sintetizaba así “el contenido reformista y las limitaciones históricas de ese primer período”.

Pero estas reformas “posibilitaron el desarrollo de un tejido organizativo dentro de los trabajadores urbanos y del campo”, que “se entrelazó con una tradición política” que se remontaba al Partido Comunista de la década de 1920 y los movimientos de Nicaragua y El Salvador. “Para estas fuerzas la cuestión de la democracia no se limitaba a una serie de reformas parciales acompañadas de vago lenguaje metafísico. Su interpretación era la de una profunda modificación de la sociedad, la cual no se podría llevar a cabo sin reforma agraria”.

Huelga revolucionaria. Grabado de Arturo García Bustos realizado en 1947.

En los números 4, 5 y 7-8 de septiembre de 1988 y enero y julio de 1989 se publicó con el título Recuerdos de la Revolución la entrevista que el sindicalista y periodista Miguel Ángel Albizures realizó al coronel Carlos Paz Tejada, quien participó en la insurrección del 20 de octubre y fue jefe de las Fuerzas Armadas durante el gobierno de Arévalo y ministro de Comunicaciones y Obras Públicas durante el de Jacobo Árbenz.

Paz Tejada señaló que “la represión del 25 de junio provocó un gran repudio. Diversos sectores populares, profesionales e incluso clases altas se unieron y actuaron hasta lograr la renuncia de Ubico, que se produjo el primero de julio siguiente. Esto fue de mucha trascendencia en la actitud política de los diversos sectores, fue algo así como cuando caen las primeras lluvias y en el campo empiezan a brotar los hongos; así empezaron a surgir los sindicatos y toda clase de manifestaciones populares”.

Casi al final de la entrevista responde a la pregunta de si Árbenz cumplió con sus promesas cuando estuvo en la presidencia: “Sí, y si no alcanzó a cumplirlas todas fue porque no lo dejaron. Pero la reforma agraria se hizo como él la pensó y se inició el año y el día que él decidió. Nadie creía que se iba a producir, puesto que la Iglesia estaba presionando con el anticomunismo y varios sectores reaccionarios se movilizaban en contra. Pero Árbenz lanzó la reforma agraria y obligó a muchos a definirse”.

Familia campesina manifestando. Grabado de Arturo García Bustos.

El número 9, de octubre de 1989, dedicó su portada A la Revolución de Octubre del 44, pero únicamente uno de los artículos se refería al suceso: La propaganda anticomunista en el Altiplano, del dirigente del Comité de Unidad Campesina, Domingo Hernández Ixcoy, quien señaló: “Ahora que se cumple el cuarenta y cinco aniversario de la Revolución de Octubre de 1944 conviene recordar que a partir de ella nuestro pueblo disfrutó de los únicos 10 años de democracia que ha tenido en pleno siglo XX”.

Por la importancia del acontecimiento, era “necesario seguir sacando de él lecciones para nuestras luchas de hoy y del futuro, tanto de los triunfos como de los errores y de los mecanismos que utilizó el imperialismo norteamericano y la reacción local para lograr derrotar ese proyecto democrático”.

Domingo Hernández explicó que en el altiplano más del noventa por ciento de la población era analfabeta, y en la misma proporción era monolingüe. Esta era una barrera importante que había que tener en cuenta, pues impedía “la relación con la vida urbana, así como también la unificación de la lucha de los explotados del campo y la ciudad”. Al mismo tiempo “la clase dominante oligárquica, en contubernio con la Iglesia Católica, dirigida en ese entonces por el arzobispo Rossell y Arellano, estaban en contra de cualquier progreso para el pueblo”. Les interesaba que “siguieran las mismas leyes, algunas impuestas desde la Colonia, pues con ello tenían asegurada la mano de obra para levantar las cosechas de exportación en las grandes fincas”.

Cuando comenzaron a construirse las escuelas “tipo Federación dirigidas a personas de escasos recursos, inmediatamente llegó al altiplano la propaganda contrarrevolucionaria diciendo que lo que estaban construyendo no eran escuelas sino un lugar para juntar nuestro maíz y frijol, ya que el gobierno comunista lo centraliza todo y luego él dispone cuánto maíz y frijol nos va a tocas por semana. También decían que los niños que iban a las escuelas poco a poco serían separados de sus padres”.

Otra forma de propaganda era que “en la entrada de los pueblos pegaban afiches en los que aparecía gente encadenada trabajando, todos con cara de muertos de hambre, y el afiche decía que ese era el trabajo que imponían los comunistas. Decían también que todos nos vestiríamos iguales, que las mujeres iban a ser para todos y los niños de todos, que las tierras pasarían a manos del gobierno. En los afiches presentaban al gobierno mediante gente barbuda y sucia, y llama la atención que actualmente el ejército así presenta en su propaganda a los miembros de organizaciones revolucionarias y populares”.

La mano que crea. Grabado de Arturo García Bustos.

En las páginas finales se publicó además un pequeño texto que dice: “Quienes editamos Otra Guatemala, en el 45 aniversario de la Revolución de Octubre de 1944, conmemoramos la fecha exhortando a todos los sectores progresistas a reflexionar sobre esa experiencia de tanta trascendencia en nuestra historia. Las lecciones de entonces son múltiples e invaluables, y no podemos permitir que languidezcan en la memoria colectiva de nuestro pueblo”, añadiendo que “la Revolución de Octubre transformó a Guatemala, aunque los cambios que ella indujo estén hoy desvirtuados por el hecho de que en definitiva la clase dominante y el imperialismo, apoyados en la traición del ejército, recuperaron el poder que se les iba de las manos y hasta la fecha lo conservan en medio de un baño de sangre”.

El número 12, de agosto de 1990, publicó un fragmento resumido de las memorias de José Alberto Cardoza, miembro fundador del Partido Comunista de Guatemala (posteriormente Partido Guatemalteco del Trabajo) en 1949, dirigente sindical y diputado durante la década revolucionaria y dirigente clandestino desde 1954, titulado La renuncia del tirano Ubico. Apareció también el artículo Los normalistas y la Revolución de Octubre, del maestro y pedagogo Eugenio Aragón Cruz.

El número 13 de octubre-diciembre de 1991 rindió homenaje a la Revolución de Octubre con otro fragmento de las memorias de José Alberto Cardoza: La insurrección del 20 de Octubre de 1944 –que más tarde apareció en una versión extendida en la revista Jaguar Venado– y un fragmento de las entrevistas que Miguel Ángel Albizures le realizó al carpintero y fundador del Partido Comunista de Guatemala en la década de 1920 Antonio Obando Sánchez.

“Quienes habíamos padecido las dictaduras de Estrada Cabrera, de José María Orellana y de Ubico, sentimos la Revolución de Octubre como una resurrección, nos sentíamos verdaderamente felices. Fue un período en que nuestros pulmones se llenaron de oxígeno. ¿Por qué? Porque por primera vez surgían los sindicatos en forma legal e incluso partidos políticos representativos de los trabajadores. Fijate, ¡sacábamos nuestros boletines en las imprentas!”.

Afiche convocando al III Congreso Nacional Campesino.

En el número 13 apareció también la entrevista que Carlos Figueroa Ibarra le realizó a Jorge Fernández Anaya y que apareció bajo el título de La lucha social y el terror ubiquistas.

Finalmente en su número 14 de enero-marzo de 1992 Otra Guatemala publicó los trabajos El regreso del doctor Arévalo, de José Alberto Cardoza, una segunda parte de la entrevista de Miguel Ángel Albizures con Antonio Obando Sánchez y la reseña de Paz Tejada, de un libro de Piero Gleijeses: ‘Una esperanza rota. La Revolución guatemalteca y los Estados Unidos (1944-1954)’.

El libro de Piero Gleijeses era “el fruto de un trabajo eminentemente profesional que, no obstante la gran simpatía de su autor por Guatemala y su pueblo, presenta un panorama realista y pleno de objetividad”, que contribuía “definitivamente al esclarecimiento de la historia” de 1944-1954. En su reseña Paz Tejada explica que “de 1980 a 1990, Gleijeses entrevistó a sesenta y ocho personas que, o bien tuvieron participación en los sucesos históricos o estaban en condiciones de aportar importantísima información”, y “consultó y estudió más de 450 obras entre libros, análisis y artículos periodísticos”. Paz Tejada consideraba necesaria una pronta traducción al español, pero ésta aparecería hasta 2004 en Cuba y 2005 en Guatemala.

Otras publicaciones

Durante décadas las organizaciones revolucionarias y de trabajadores conmemoraron los sucesos de octubre de 1944 realizando manifestaciones y publicando documentos y comunicados. Las demostraciones se han realizado de manera casi ininterrumpida, salvo cuando la represión gubernamental no lo hizo posible, como ocurrió entre 1980 y 1985.

El 20 de octubre de 1972 fue otro año en el que no hubo marchas. El semanario Inforpress Centroamericana informó que aunque “todos los sectores políticos del país se refirieron a la Revolución de Octubre, coincidiendo todas las declaraciones en señalar que aún se sienten en Guatemala algunos de los efectos positivos de ese período”, llamaba la atención el que no se realizó ningún desfile o reunión pública. Únicamente en Escuintla la Democracia Cristiana Guatemalteca organizó un mitin.

El mismo semanario informó que por esos días “los familiares de los dirigentes del Partido Guatemalteco del Trabajo –PGT– desaparecidos el 27 de septiembre pasado se entrevistaron durante 45 minutos con el presidente Arana, y le reiteraron su certeza de que las personas mencionadas habían sido capturadas por la policía”. El general Carlos Manuel Arana Osorio les contestó “que sus parientes no se encontraban presos”, y les prometió investigar. Todas las personas desaparecidas ese 27 de septiembre participaron de una u otra manera en la Revolución de Octubre.

Guatemala Nueva. Grabado de Arturo García Bustos.

Pero así como para mucha gente la revolución significó un acontecimiento clave, y se ha señalado hasta humorísticamente que en Guatemala todas las historias comienzan el 20 de octubre de 1944, durante años ha sido también ninguneada de uno y otro lado. En los años 70, cuando se vivía una rápida radicalización entre diversos sectores de izquierda las organizaciones revolucionarias muchas veces lanzaron críticas bastante duras.

En octubre de 1977 el Comité Nacional de Unidad Sindical (CNUS) escribió en un manifiesto titulado En el treintitrés aniversario de la revolución de octubre:

“Como lo señaló el CNUS el año pasado, la Revolución de Octubre no fue una revolución de la clase obrera, ni de los trabajadores en general. Lejos de haber sido dirigida por la clase obrera y su aliado el campesinado, la Revolución de Octubre fue una Revolución Democrático-Burguesa, mediante la cual logró su hegemonía política en el Estado la burguesía, especialmente la burguesía agroexportadora, quitándosela a los terratenientes y oligarquía cafetalera, pero siguiendo aliada a éstos”.

Según el CNUS, ideológicamente la revolución “estuvo influida más por las ideas de la burguesía y de la pequeña burguesía, que por las ideas proletarias desde su inicio”, y “el principal apoyo lo tuvo a través de las clases y capas medias urbanas, dándose una ausencia de la clase trabajadora”, agregando que “todos los logros o conquistas sociales de esa época, fueron logros que se dieron a consecuencia de la lucha unitaria de los trabajadores y no concesiones o favores que nos dieran gratuitamente”.

El CNUS aseguraba además que “con la Revolución de Octubre se inicia el desarrollo capitalista actual de Guatemala, en el cual interviene claramente el capital financiero internacional”.

En diciembre de 1980, el Regional Sur de las Fuerzas Armadas Rebeldes (FAR), informó en un parte de guerra que “los días 18, 19, 20 y 21 de octubre se realizaron diferentes tareas de propaganda en varios sectores de esta Regional. Con ello se conmemoraba la Revolución Democrática de 1944, y al mismo tiempo se hacía un llamado a la participación de toda la población en el nuevo proceso revolucionario que se está gestando, proceso mucho más profundo y decisivo que el de 1944”.

Las consignas de la propaganda, continuaba el Regional Sur de las FAR, “se referían a la guerra revolucionaria y popular y llamaban a luchar contra la dictadura militar y apoyar la lucha del pueblo salvadoreño”, y “estaban firmadas unitariamente por las cuatro agrupaciones [guerrilleras] del país: EGP, ORPA, PGT y FAR”.

La misma organización señaló en enero de 1981 que “la Historia del Pueblo de Guatemala es una historia de más de 450 años de explotación, opresión y discriminación. Sin embargo, en el curso de esa historia de opresión, sangre y humillaciones, el pueblo guatemalteco siempre ha luchado contra la injusticia y por sus ideales de libertad, presentando grandes batallas en algunas de sus páginas históricas que le cubren de gloria. En la larga noche de nuestra historia, hay un breve amanecer que duró diez años apenas (1944-1954), durante los cuales el pueblo pudo organizarse libremente y exigir sus derechos sin ser masacrado. Pasado ese breve periodo, se vuelve a los abismos de la explotación, opresión y discriminación, con el agravante que en los últimos 26 años, en cada día que ha pasado, se ha regado la tierra Guatemalteca con la sangre de generosos patriotas”.

En octubre de 1981, el Frente Popular 31 de Enero publicó el comunicado ¡En este 20 de octubre, luchemos combativamente en contra del gobierno criminal de Lucas y de la farsa electoral que este prepara!, señalando que “en este nuevo aniversario de las luchas populares que el 20 de Octubre de 1944 condujeron al derrocamiento definitivo de la dictadura ubiquista, que se había pretendido prolongar con el gobierno de Ponce Vaides”, llamaba “a todo el pueblo de Guatemala a redoblar sus esfuerzos en lucha decidida en contra del régimen criminal” que trataba “de perpetuarse a través de la farsa electoral prevista para marzo del 82”.

El gobierno del general Fernando Romeo Lucas García era en ese momento “una camarilla aislada nacional e internacionalmente”, que en Guatemala se veía enfrentada “a la participación creciente y decidida de las grandes mayorías de nuestro pueblo en el proceso de Guerra Popular Revolucionaria” mientras “en el exterior, su política genocida de represión indiscriminada” recibía “la condena unánime de todos los pueblos del mundo y de la mayoría de Gobiernos e instituciones”.

Romeo Lucas y “todo el régimen de altos Jefes Militares, politiqueros y ricachones asociados” se encontraban “en una situación de desesperación creciente” y “de aislamiento y desprestigio”, y “a pesar de la ferocidad de la represión y de la propaganda oficial, los golpes de las organizaciones revolucionarias” crecían “en amplitud y profundidad”.

Para finalizar, el FP-31 llamaba a redoblar los esfuerzos por el derrocamiento del “régimen de altos jefes militares, ricachones y politiqueros”, y señalaba: ¡Elecciones para los ricos, Guerra Popular para los pobres!

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