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Nueva York cantón 51: Los migrantes también somos pueblo

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Créditos: Andrés Quezada
Tiempo de lectura: 5 minutos

 

Crónica de la lucha de un grupo de migrantes guatemaltecos y guatemaltecas que durante 16 domingos consecutivos protestaron frente al Consulado de Guatemala en la ciudad de Nueva York en solidaridad al alzamiento de los pueblos contra el intento de golpe de Estado en Guatemala del año pasado

Por Andrés Quezada*

Cada domingo preguntaban en la calle si valía la pena regresar en una semana y así, durante 16 domingos consecutivos –del 10 de septiembre al 14 de enero, exceptuando navidad y año nuevo– un grupo de migrantes guatemaltecos protestó disciplinadamente frente al consulado de Guatemala en la Park Avenue de Manhattan. Las pancartas se alzaron con el telón de fondo de las hojas verdes que fueron tornándose ocres hasta caer dejando a las ramas desnudas. Ni el frío, el viento, la lluvia o la nieve impidieron el canto, las arengas y los discursos. Este es un pedazo de su historia contada por mí: un estudiante becado en su primer año de estudios en Nueva York.

El grupo que tomaría la batuta como promotor de la protesta –solicitando los permisos a la ciudad, colocando mantas en las paredes, instalando el sistema de audio y organizando la agenda de intervenciones– se conoció siendo fiscales de mesa para Semilla en las elecciones del 20 de agosto. Fue en un chat de fiscales que, al calor de la indignación por la irrupción del MP en el TSE y el robo de las papeletas, nació la iniciativa que llevó a nueve personas a pararse frente al consulado con banderas y pancartas el primer domingo de la racha. De aquí surgió el núcleo que fundaría luego el colectivo “Migrantes por Guatemala”.

De la decena de manifestantes en los domingos de septiembre pasaron a ser alrededor de 800 el 8 de octubre. ¿Cómo sucedió esto? La ocasión era favorable, la ciudad celebraba el día de la “hispanidad” así que el grupo promotor repartió volantes y articuló la protesta por la democracia con el desfile folklórico. Su audacia dio frutos: nunca antes había sido reunida tanta gente guatemalteca en una protesta política en la gran manzana. La calle estaba parcialmente tomada, el ruido se escuchaba a cuadras de distancia y la gente hacía cola para tomar la palabra. En algo se insistía una y otra vez: “esto no es en apoyo a un partido político, esta es una lucha contra los golpistas y en defensa de nuestro voto”.

Ese 8 de octubre se mandaron mensajes de apoyo a la lucha de las autoridades ancestrales: “Hermanos guatemaltecos que han tomado las calles en las carreteras, no están solos. Tienen a un pueblo aquí en Estados Unidos y en todo el mundo que los apoyan.” Mensajes de crítica al sistema: “Estamos aquí porque en nuestro país no hay oportunidades, porque en nuestro país estamos discriminados.” Y se dijeron, en repetidas ocasiones, palabras como las de Arnold, un empresario garífuna: “Si ellos siguen con este problema nosotros ya no vamos a enviar nuestras remesas. ¡Si nosotros no enviamos nuestras remesas Guatemala cae económicamente! La mano derecha económica de Guatemala somos nosotros los migrantes, somos nosotros que mandamos nuestros dólares después de trabajar 12 o 16 horas aquí en este país. ¡Sostenemos a estos corruptos allá en Guatemala!”

A lo alto se leía la pancarta: “Los migrantes somos más fuertes que el CACIF.” Si bien la amenaza de frenar las remesas no se concretó, la idea se discutió seriamente como augurio de la consciencia del poder colectivo de la población migrante. El tono envalentonado se sostuvo durante los 16 domingos en los cuales pudo tomar la palabra quien quisiera tomarla. Así, Miguel, K’iche de Panajachel, apelaba siempre al corazón guerrero de la protesta; Efraín, de Santa Rosa, uno de los más avanzados en edad, compartía sus anécdotas del tiempo de la represión y la guerra; Marta, de la capital, vivía tan lejos que viajaba con sus 70 años desde el sábado y dormía en Manhattan para poder asistir; Teresa, maestra de Zacapa, leía poemas de protesta escritos por ella para la ocasión; Manuel, el “mariachi solitario” de Quetzaltenango, experto en mudanzas y cantautor deleitaba con canciones como “Un hijueputa más”; Luis, exfiscal de la FECI, compartía su perspectiva legal de la coyuntura. Fueron cientos de personas las que usaron el mismo micrófono. Incluso figuras como Thelma Aldana, Francisco Sandoval, el Juez Ruano, Aldo Dávila, el sindicalista Gustavo Ajché, la polémica Pirulina, los tiktokeros Tacuazín y el Shuco o el cantante y actor Domingo Lemus aparecieron frente al consulado alguna vez.

Memorables fueron las palabras de Estela Say, quien el 22 de octubre dio un discurso en K’iche de aproximadamente diez minutos para pasar luego al español con una alocución más breve pero de poderoso mensaje: “Yo no tengo ningún cargo en ningún puesto, pero soy una mujer viuda e indígena que lucha por sus hijos, que quiere un bienestar, no para mí, porque mañana quizás muera, pero por aquellos que vienen detrás. (…) Ese país [Guatemala] no nos responde, ese país nos ignora. Nos ignora y somos nosotros quienes ponemos el pan en la mesa. (…) Me ha dolido tanto ver a mis hermanas sufrir en las calles y que nadie les haga caso. De esta manera nos damos cuenta que somos discriminados y que hay racismo en nuestro país. Existe el racismo en Guatemala porque no somos escuchados.” Al terminar sus palabras, el hijo de Estela puso en el micrófono a uno de los representantes de 48 Cantones quien en llamada telefónica comunicó por el altavoz: “Conmueve escuchar que la lucha traspasa fronteras. Después de 20 días de bloqueos en las calles ha sido difícil, pero nos ha llenado de orgullo ver cómo se han ido uniendo todos los pueblos. La lucha ya no es solo de 48 cantones sino de todos los departamentos.”

En tanto el frío osciló entre los 3 y los 15 grados, nunca faltó el café con cardamomo que de manera generosa y gratuita proveían los dueños del Ix, un restaurante de comida guatemalteca en Brooklyn que fue también el lugar donde sintonizamos la toma de posesión el 14 de enero al calor de los gritos de “¡sí se pudo!”. Nunca faltaron las piñatas, la venta de tamalitos de chipilín y chuchitos o las banderas y parafernalia chapina. Parqueadas en la calle estuvieron siempre las e-bikes decoradas con listones azul y blanco que usan los repartidores de comida –que en gran medida son guatemaltecos.

Una relevante acción del colectivo fue llevar la lucha al estadio, en New Jersey, donde la selección de Guatemala jugó contra Jamaica el 11 de noviembre. El grupo armó una pancarta humana que decía “Fuera Golpistas”. La imagen se viralizó en redes y salió en televisión. La hinchada, cuentan, les pedía permiso para tomarse foto con la pancarta. Además de estas tácticas de incidencia, las protestas frente al consulado fueron la ocasión de recaudar fondos que luego enviaron directamente a la resistencia en el barrio de Gerona. Aportaron comida, carpas y ponchos.

Ciertamente los domingos con cientos de manifestantes no fueron la norma, y como todo movimiento, la convocatoria osciló entre jornadas de cientos y otras con apenas decenas. Mantener el espíritu colectivo fue un reto, tanto por las dificultades en la convocatoria como por las exigencias de quienes participan. Aunque hay quienes cuentan con orgullo haber asistido a las 16 protestas, la lucha no fue motivo de optimismo para todos: “¿Cómo le explicas a alguien que pararte frente al consulado a pasar frío va a tener un impacto?”, me preguntaba Sylvia, miembro del grupo promotor. Las personas esperan o exigen respuestas de quienes convocan y es difícil estar a la altura de las exigencias de la historia. No es fácil ponerse al frente. ¿Quién tiene las respuestas?

Afortunadamente el grupo se sigue pronunciando y reuniendo. No es ya frente al consulado para alzar la voz, pero sí en espacios serenos de reflexión y diálogo. Se han organizado foros para escuchar a quienes viven el exilio político, talleres de formación histórica, un cineforo e incluso un churrasco. Fue en el tráfico de regreso del churrasco que tuve la oportunidad de hablar largo y tendido con los hermanos Alí y Robyn, quienes tienen claro el deseo de regresar. En Estados Unidos han ahorrado suficiente y crecido como personas, pero añoran volver porque aquí no está su ombligo y sus montañas. Saben, sin embargo, que la única forma de regresar a Huehuetenango es con la convicción de luchar por cambiar las cosas, de otra forma el retorno no tendría sentido.

*Andrés Quezada estudia por un PhD en Ciencia Política en el Graduate Center de CUNY. Es catedrático, ha trabajado en medios de comunicación alternativos y como consultor independiente en temas de comunicación política.

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