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Derecho a una educación artística e integral

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Créditos: Prensa Comunitaria
Tiempo de lectura: 4 minutos

Por Maya Juracán

En el año 1999 se firmó el primer convenio de préstamo del edificio de correos del gobierno a la alcaldía de Óscar Berger. Remozar fachadas y revitalizar el sector fueron algunas de las acciones que se impulsaron desde esta iniciativa, que incluía el edificio de la Dirección General de Correos y Telégrafos.

Utilizando el espacio crudo un grupo de colectivos artísticos tomaron del edificio de correos entre 2000 y 2001, entre ellos Caja lúdica, Kaji’ Toj’ teatro contemporáneo, La Torana, Rayuela teatro independiente, El Cuarteto contemporánea y Ek Balam Alioto.

Uno de sus primeros ejercicios fue limpiar y lavar los pisos, pues el edificio se encontraba en un estado deplorable, sin servicios básicos. Lo convirtieron en un espacio de creación artística, con obras de teatro, exposiciones y talleres. Con mucho esfuerzo este espacio vio a múltiples artistas destacar, como el caso de la artista Regina José Galindo, con uno de sus primeros performances titulado: “Le voy a gritar al viento”, que consistió en colgarse del arco del edificio correos mientras tiraba poemas al aire. Ahora es internacionalmente conocida como una de las pioneras del performance.

En el 2007 y 2008, se iniciaron las escuelas de danza y artes visuales. Muchos de los indicadores de ese movimiento artístico fueron despojados por la alcaldía de Álvaro Arzú, pues se afirmaba que lo que hacían era “Baja cultura” y que lo que buscaba la idea de las escuelas municipales de arte era “Alta cultura”.

En ese momento fueron contratados como profesores algunos artistas. La intención era institucionalizar la escuela de arte, pero las contrataciones no ofrecían prestaciones de ley, ni seguridad laboral, además muchos de estas personas dijeron posteriormente que sufrieron censura e intimidación cuando planteaban el arte más allá de la técnica.

El edificio en la actualidad cuenta con clases de danza, pintura, escultura, música y ahora con un magnífico programa o laboratorio de arte contemporáneo. La escuela cuenta con más de 6000 alumnos, es un contexto familiar donde se elaboran comunidades artísticas.

En las instalaciones también funciona la oficina del Aporte para la Descentralización Cultural (ADESCA), una institución pública que apoya el cuidado y la promoción de las distintas expresiones artísticas.

No cabe duda que una de las intenciones del alcalde Álvaro Arzú, en su tiempo, fue llevarse el mérito de las escuelas a su nombre. Queda claro cuando le coloca el nombre oficial de Centro Cultural Municipal Álvaro Arzú Irigoyen y que en el patio principal se instaló una escultura de su busto.

¿De quién es el mérito? Antes de responder a esta pregunta tendríamos que preguntarnos ¿a quién pertenece la cultura? Según la UNESCO la cultura es el conjunto de los rasgos distintivos, espirituales y materiales, intelectuales y afectivos que caracterizan a una sociedad o un grupo social, una definición de 1982, que se ha utilizado por lo político- administrativo, por un esfuerzo del Estado en regular todos los bienes culturales que son generados por comunidades artísticas, háblese espacios de acción social, etcétera.

La definición, además de ser una apropiación directa del capital cultural, también pone como principal actor de bienestar cultural al Estado ¿Pero es esto real en un país como Guatemala? NO. Aunque ha habido esfuerzos estratégicos para promocionar la cultura, no se han notado los mismos en la formación y educación artística, pues la situación de la educación pública ha sido muy precaria, además que menos del 10% de estudiantes que se forman en arte no llegan a graduarse. La dinámica ha llevado a que las pequeñas escuelas de arte, colectivos independientes o cursos que ofrece el centro cultural de España tengan asistencias grandes.

Podemos decir entonces que los que han mantenido los espacios de arte son los maestros y alumnos que incansablemente han dado su mayor esfuerzo a pesar de todo, al igual que todos los trabajadores culturales que han trabajado, la mayoría de veces sin prestaciones de ley, bajos contratos que violentan su integridad y dignidad humana. Se presume que un mínimo de los trabajadores culturales llega a jubilarse. ¿Qué pasa si todos los trabajadores culturales, futuros artistas, además de luchar por un espacio de enseñanza, también luchan por un espacio digno para el futuro de trabajadores culturales?

Una medida sería exigirles a entidades como la Municipalidad de Guatemala y el Ministerio de Cultura: edificios permanentes de arte y educación, museos incluyentes con programas educacionales, bibliotecas especializadas en arte que además manejen un programa educativo y educación artística pública y gratuita.

El arte no solo es una producción de objetos artísticos, dice el artista y docente uruguayo Luis Camnitzer, también es un instrumento cognitivo y de transformación cultural. Por ello, un país que cuida a sus trabajadores culturales, también evoluciona a nuevas formas y dinámicas sociales alrededor del juicio crítico, la contemplación, el cuidado a otros y la creación.

Si bien la posible pérdida del edificio de correos puede representar un problema a la comunidad cultural actual, también debemos pensar en el futuro de la niñez, la juventud y adultos en ese espacio, y en todos los trabajadores culturales. Para que quienes laboran en ese espacio tengan a largo plazo un trabajo estable y digno, con prestaciones de ley que les brinde dignidad en su salud y vejez.

Nosotros como trabajadores culturales, somos capaces de dotar a las organizaciones de contenido artístico y capital cultural, pero las organizaciones como el Estado y Municipalidad no consideran necesaria la capacidad de generar herramientas de cuidado laboral.

La verdadera batalla por librar es la dignidad colectiva de los trabajadores culturales y la obligación del Estado y la Municipalidad de brindarnos espacios dignos y permanentes para la educación cultural.

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