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Créditos: Prensa Comunitaria
Tiempo de lectura: 4 minutos

 

Por Miguel Angel Sandoval

En ocasiones he afirmado que uno de los problemas del sistema de partidos políticos en Guatemala, es que, de manera general, carecen de ideología, estructura, objetivos claros, y no crean o participan de una corriente política determinada, sea cual sea. En sentido estricto, no forman una clase política, están lejos de ello. Es algo que se puede observar en otros países, aunque aquí me refiero solo al caso chapín, que hace rato dejó de ser algo digno de estudio por la ciencia política, para pasar a ser algo propio de estudios psiquiátricos.

Es un largo proceso para llegar a la situación de los actuales remedos de partidos, pues unos 20 o 30 de ellos no tienen la categoría de partidos políticos. Por ello no entienden, por ejemplo, el significado del acoso a Semilla por un juez cualquiera, que utiliza artículos del código penal para atacar a un partido, en lugar de utilizar la ley electoral y de partidos. Sin darse cuenta de que mañana puede ser cualquiera de ellos que este en una situación semejante. Pero cómo piensan que el pacto de corruptos es eterno, pues votan hoy al mejor postor. Son cortoplacistas por excelencia.

En dicho proceso, los remedos de partido pasaron gradualmente a convertirse en sinónimo de corrupción. Partido político igual a corruptos, negociantes, transas, maestros de la coima, de los acuerdos en lo oscurito, en pocas palabras: desechables. Y eso tiene que revertirse. Y cada día que pasa es mayor el desprestigio que acumulan. En estas elecciones se pensó que con la llegada de unos 100 diputados nuevos y entre ellos una mayoría de jóvenes, se iba a producir un cambio, pero más luego de lo pensado, iniciaron el camino de la corrupción. Aún tienen tiempo de rectificar. Veremos. Ahora bien, lo que, sí es impostergable, es una refundación de los partidos para convertirlos en expresiones políticas y por esa vía, crear un sistema de partidos digno de ese nombre.

Seguí con atención lo ocurrido en el congreso el 11 de julio, y en el curso de la plenaria tuve la sensación de que asistía a la expresión más clara de la diferencia entre un debate y una sesión de comedia involuntaria. Y lo concreto es lo que resalta. De una parte, el partido Semilla, en uso de sus derechos políticos ganados en las elecciones de forma arrolladora, hizo sus intervenciones, con documentos escritos, datos, argumentos, y todo lo que caracteriza una postura política seria, meditada.

Mientras que, de la otra parte del hemiciclo, vi a diputados rasgándose las vestiduras, mintiendo de forma abierta, insultando sin el menor cuidado y tratando de sorprender a los incautos. A medida que subía la intensidad, muchos diputados de ese lado de la luna, pedían casi a gritos pasar a votación, y en otras condiciones parecería que eso podía ser lo más adecuado. Sin embargo, el fondo de todo es que no querían escuchar los argumentos, los datos, y todo lo que presentaba Semilla, con cada intervención de sus representantes. ¿La razón?

Una y muy sencilla. Con cada intervención o cada documento leído, se sabía que la gente de la calle, el pueblo en sentido estricto se iba a ir enterando, poco a poco, de las barbaridades, boicot y sabotaje abierto, que cometieron y cometen los diputados de la oposición al gobierno de Bernardo Arévalo y Semilla. A los corruptos les urgía terminar con la sesión, y por ello, votar cuanto antes. No querían escuchar los de Vamos, por ejemplo, que de 20 puentes ofrecidos y financiados en su gobierno (Giamattei y Miguelito) solo había entregado uno. Y el resto, millones y millones anuales, se habían ido al pozo de la corrupción.

O lo que es lo mismo, los diputados concertados o comprados para ese día, podían vacilar al escuchar los datos y argumentos en contra de la corrupción, y se dieran cuenta que no valía la pena el espectáculo ni quedar en evidencia, especialmente los distritales, al votar en oposición al proyecto que el ejecutivo demandaba para impulsar los trabajos urgentes por la emergencia climática expresada en lluvias torrenciales. Por ello la prisa.

Al analizar el comportamiento de los diferentes “partidos” de la oposición, algo sale con toda claridad. El único cemento que unifica a los corruptos y sus aliados de ocasión es la ausencia de ideología, de proyecto político. Lo que los une son los negocios, las coimas, las champurradas, como se ha dicho hasta el cansancio con pruebas, confesiones, y con las vulgaridades que los mismos diputados dicen en los corrillos.

Ese día votaron 95 entre ellos y es probable que a esta hora más de alguno esté pensando si valió la pena la chamuscada que se dio, al votar por una estupidez y no una defensa de la patria y esas tonterías que en cada uno de los discursos se empeñan en decir como loros una serie de diputados impresentables. Y que son en verdad, buenos para nada.

Aunque pensando mejor el tema, si hay algo que une a los “partidos” Valor, Vamos, Todos, UCN, Cabal, alguna otra sigla: es que sus principales líderes o jefes de bancada, son parte de la lista Engel, que circula a nivel mundial como una muestra de los corruptos, rechazados por gobiernos de los diferentes países, pero especialmente de los EEUU.  Tienen en común, entre otras medallitas, el recorte de sus visas para visitar Disney, son rechazados por la Unión Europea, en suma, son los mundialmente apestados.

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