Search
Close this search box.
Créditos: Estuardo de Paz
Tiempo de lectura: 3 minutos

Por Martín Aguilar

En la tradición de los partidos políticos se hablaba mucho del Programa Mínimo y el Programa Máximo de una estrategia de lucha. Con ello se daba a entender que hay cosas que son mínimos indispensables, que sientan bases, sin perder de vista las metas a largo plazo.

Sin embargo, pareciera que el “principismo” nos gana y las visiones maniqueístas polarizantes de negro o blanco, sin comprender matices y diversidad de colores.

Es necesario reflexionar sobre el momento actual de Guatemala: ¿cuáles son fuerzas progresistas y cuáles son fuerzas retrógradas, para saber con quién hacer alianzas para enfrentar a los verdaderos enemigos de la democracia y el cambio.

En la historia reciente de Guatemala, después de la contrarrevolución de 1954, acompañada por una represión implacable contra toda oposición, se cerraron los cauces políticos para la construcción de democracia (“burguesa”, incluso). No eran viables transformaciones pacíficas. De eso dan cuenta la muerte de líderes socialdemócratas como Manuel Colom Argueta, Alberto Fuentes Mohr y tantas personas más que cuestionaban el sistema, pero procuraban librar una lucha legal, es decir, no por la vía armada.

Sin embargo, el escenario mundial ha cambiado y también el contexto guatemalteco a partir de la Firma de los Acuerdos de Paz. Si bien el país no se transformó profundamente, se abrieron posibilidades para una lucha política por las transformaciones necesarias.

Luego de esperanzas de cambio en Guatemala hemos experimentado una regresión progresiva y, sobre todo, a partir de 2017, con la desarticulación de la CICIG se implantó una dictadura de lo que hemos dado en llamar el Pacto de Corruptos que, sin ser un pacto formal, es una amalgama de los intereses corruptos de los sectores más conservadores y retrógrados que incluye a empresarios, crimen organizado, militares y políticos que se han servido del Estado para enriquecerse y coinciden. No son un bloque homogéneo y, de hecho, su fragmentación para las pasadas elecciones permitió la sorpresiva victoria de Semilla.

El 20 de agosto de 2023, en la segunda vuelta, ganó legal y legítimamente el binomio de Semilla, en rechazo a la política tradicional y la corrupción. Entonces, se iniciaron los intentos golpistas con mecanismos “legaloides” para intentar detener que Arévalo y Herrera asumieran los cargos para los que fueron electos. La resistencia durante más de 106 días de la ciudadanía, encabezada por las autoridades indígenas ancestrales, impidió que la intentona golpista fructificara en ese momento.

Pero los intentos golpistas siguen, teniendo como punta de lanza a la fiscal general, otros fiscales del MP, con el apoyo de la Corte Suprema de Justicia, jueces corruptos, la Corte de Constitucionalidad y un Congreso dominado por sectores conservadores. El sistema de justicia sigue cooptado y aunque representa a un sector minoritario, sigue siendo muy poderoso.

Frente a esta situación, debemos ser muy responsables y cuestionarnos a quién servimos. Con argumentos válidos de reivindicaciones históricas justas y señalamientos razonables contra actuaciones equivocadas del actual gobierno, podemos terminar favoreciendo a las fuerzas desestabilizadoras más conservadoras.

Lo que está en juego no es Bernardo Arévalo o el triunfo de la fiscal general, sino la posibilidad de ir abriendo espacios democráticos e ir saliendo del hoyo en que nos encontramos, o una regresión mayor y por tiempo indefinido.  (Recordemos que debieron pasar 8 años desde las Jornadas de la Plaza hasta el Levantamiento de las Varas.)

Mi posición actualmente es que no es posible plantearse cambios radicales en lo inmediato, sino abrir espacios para la democracia (insisto, “burguesa” al final de cuentas). Necesitamos que llegue la Primavera Democrática.

No quiere decir perder la visión de largo plazo, sino actuar en lo inmediato con visión estratégica. Y en ese sentido, el gobierno de Arévalo no es el enemigo; los principales enemigos son los poderes consagrados: los grandes empresarios, el crimen organizado, los militares retrógrados, los políticos corruptos y demás aparatos que sirven a esos poderes.

Si queremos hacer cambios mayores es indispensable construir un amplio frente de fuerzas populares, democráticas y progresistas, que sea respetuoso de la diversidad, pero que encuentre puntos en común para actuar. Tenemos que construir verdadera fuerza social y política en favor del cambio. Sin unidad no llegamos a ningún lado; unidad entendida como acción conjunta respetando la diversidad.

La ética sigue siendo fundamental para ello; no puede haber política sin ética: el fin no justifica los medios.

 

COMPARTE