Ejercer el arte de la gobernabilidad será la clave, a partir de hoy, para el nuevo presidente de Guatemala

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Créditos: Prensa Comunitaria
Tiempo de lectura: 3 minutos

 

Por Edgar Gutiérrez 

El mandato de Arévalo, ahora, es uno: neutralizar el Pacto de Corruptos, una entente de políticos, élites burocráticas y empresarios que a partir de este domingo perdió el monopolio del poder Bernardo Arévalo, el nuevo presidente de Guatemala, electo con amplio mandato popular para ejercer en el periodo 2024-2028, tendrá un cúmulo de desafíos largamente pospuestos.

Enormes brechas de desigualdad social y altísimas tasas de pobreza y desnutrición; índices crecientes de inseguridad pública y contaminación alarmante del crimen organizado en la economía, la política y los territorios; instituciones en ruina y baja moral de los servidores públicos; cierta oligarquía con aires coloniales aferrada a sus privilegios, con ralo barniz de aggiornamento, y la creciente impaciencia de los movimientos indígenas que resienten las nuevas invasiones de las compañías extractivistas en las regiones que han habitado por siglos.

Pero el mandato de Arévalo, ahora, es uno: neutralizar el Pacto de Corruptos, una entente de políticos, élites burocráticas y empresarios que a partir de este domingo perdió el monopolio del poder, del cual se apropió de mala manera en los últimos cuatro años. Esto quiere decir que la población espera que los someta a una suerte de síndrome de abstinencia de corrupción e impunidad durante los primeros meses. Sus votantes querrán golpes de autoridad y mensajes claros a partir de hoy. Ante el vacío de poder del Pacto, Arévalo tendrá que ejercer durante una transición de cinco largos meses en los que la mafia tampoco se irá de vacaciones.

Pero su primera tarea será gobernar el Movimiento Semilla, su partido, legalizado apenas en 2018 y nutrido con militancia de jóvenes urbanos e intelectuales con poca experiencia política y de gestión estatal. Están incluidos idealistas y pragmáticos de amplio espectro. Solo apelando al sentido del voto sincero cargado de esperanza -que no se vio durante casi 40 años de elecciones democráticas- que ha depositado la gente en estos noveles la responsabilidad se sacar del naufragio al país, Arévalo puede ponderar la previsible inmadurez emocional entre algunos cuadros y dirigentes.

Esta es la tarea que un presidente nunca concluye con sus círculos cercanos, pero debe saber gestionarla para dar el siguiente paso. Arévalo podría convocar el tejido sano de la sociedad y otros contaminados, pero rescatables, para hacer flotar el estado de legalidad y las instituciones en ruina, sobre todo, aquellas que prestan los servicios esenciales. La piedra en el zapato será la fiscal general Consuelo Porras, la Torquemada guatemalteca que se ha dedicado a hostigar el proceso democrático hasta el último momento. La renuncia o permanencia de Porras durante la transición de gobierno será la primera prueba de poder para el nuevo presidente.

Otro personaje clave es Miguel Martínez, el joven megamillonario emergente que ha estado tras el trono del presidente Alejandro Giammattei. Este domingo sus verdades se desplomaron. Militares en activo, funcionarios de alto nivel y dirigentes políticos repitieron sin dudar sus aseveraciones: Sandra Torres ganará y si ocurre lo contrario es porque hicieron fraude. Martínez, sin ser diputado electo, tiene los hilos para controlar la mayoría del próximo Congreso adverso a Arévalo. Sus pronósticos fallidos le minan credibilidad, pero, más, la sombra de sus presuntos delitos de enriquecimiento ilícito que trascienden las fronteras de Guatemala. El presidente Giammattei, a pesar de sus esfuerzos, ya no podrá protegerlo. Así que, previsiblemente, Arévalo, en adelante, solo requerirá de sagaces negociadores para cumplir el mandato que recibió en las urnas y dar el siguiente paso frente al poder político mayor.

Otros factores de ingobernabilidad podrían ser los militares narcos, pero no tienen capacidad de maniobra. Por ejemplo, no podrían dar un golpe de Estado ahora mismo, porque no controlan las zonas estratégicas y solo alcanzarían a movilizar un 10 por ciento de tropas. Tampoco controlan los 44 mil integrantes de la policía civil. Esto indica que Arévalo debe tener un ojo puesto en el futuro control de las fuerzas de seguridad civil, militar y los servicios de inteligencia. Y su campo fuerte será la comunidad internacional. Con Arévalo en la presidencia, Guatemala se convierte en una inesperada pieza geopolítica para arrancar la recuperación democrática en Centroamérica y dar ejemplos de gobernabilidad de la migración irregular hacia Estados Unidos.

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