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Tiempo de lectura: 4 minutos

Por: Dante Liano

La cantina olía a caña fermentada, a zapatos sucios, a longaniza en ristre, a orines, al aserrín que cubría el suelo de tierra y a esa peste vaporosa y ácida que sueltan los que se ponen negros de tanto emborracharse. Saturnino Rustrián y el teniente coronel Sebastián Restrepo se quedaron paralizados, un momento, a causa del encandilamiento: pasar del sol acuciante de mediodía a la penumbra del local los destanteó. La cantina estaba lejos del camino, por lo que no se sentía el terremoto de los camiones de níquel. En el fondo, había un televisor gigante que trasmitía publicidad de cerveza, de papalinas, de automóviles 4×4, de pasta de dientes, de shampoo. De todo eso, lo único que era asequible a los clientes era la cerveza. Todo el resto, puro sueño.

Los dos hombres saludaron al dueño, que estaba en un pequeño mostrador de madera de pino, apenas cepillada. El hombre estaba hipnotizado por la publicidad y les contestó sonámbulo. Saturnino encontró una mesita con dos bancos, todo de la misma madera del mostrador. Allí no se llegaba para estar con plantas sobre el mobiliario. La finalidad era emborracharse profesionalmente, con sistema, con ciencia, con aplicación. No habían terminado de sentarse cuando apareció la mesera, la única que servía en el local. Aunque ya conocía a los clientes, les preguntó qué iban a tomar.

– Un octavo, para comenzar -ordenó el policía. – Y que las bocas no sean de chucho.

La mujer no contestó, mientras pasaba un trapo húmedo y sucio sobre la mesa. Ese policía no tenía ni gracia, y lo que parecía chiste se volvía casi insulto. Sólo un momento después se le vino la respuesta: “Los chuchos están en la comisaría”, le podría haber contestado. Igual no dijo nada. Siempre le pasaba los mismo. Las buenas contestaciones le venían mucho después, no como aquellos que la tienen en la punta de la lengua.

– Temprano encendieron la televisión -dijo el policía.

– Es que hoy pasan el clásico.

– ¿Comunicaciones contra Municipal?

– No, hombre -respondió, Saturnino, fastidiado-. Real Madrid – Barcelona.

La mujer llegó con el octavo y los vasitos. Los puso en la mesa de mal modo, con ruido. Estaban acostumbrados. La brusquedad estaba bien; una amabilidad, allí, desentonaba con el ambiente.

– ¿Y vos por quién vas? -le preguntó el policía.

– Barsa toda la vida -le dijo-. Salud -Y medio levantó el vasito.

– Pero yo me acuerdo que eras del Real Madrid, los morongas, que les dicen.

¿Era un chiste? Parecía un chiste de los que le gustaban al sangrón del policía

– Los merengues… -corrigió.

El policía soltó una carcajada. Otra vez se le vieron las encías rojas.

– Sí, yo les iba a los del Real, pero desde que vinieron con la hidroeléctrica, al otro lado del lago, me caen como patada, y me pasé al Barsa.

-¿Y por qué jugarán a mediodía? -dijo el policía.

– Allá son las nueve de la noche – aclaró Saturnino. Ese allá era un lugar que no era un lugar, era lo que el televisor mostraba, un rectángulo verde de hierba postiza, en donde unas figuritas corrían detrás del balón.

– Aparecieron de repente, un montón de ingenieros con casco, obreros, políticos, de todo – continuó Saturnino-. Usted no sabe de esto, porque está en el otro extremo del lago. Aquí, los rusos con el níquel, allá se están robando el río.

Se distraían con los gritos de los demás, que estaban siguiendo con atención el partido. El Barsa estaba dominando y ya había habido varias ocasiones de gol. Saturnino daba un pequeño brinco, y, sin querer, tiraba una patada al aire, leve, imperceptible, casi inconsciente.

– ¿Cómo se van a robar un río? No seás exagerado.

– El río era de todos -dijo Saturnino-. Y llegaron estos de la capital, lo encanalaron, toneladas de cemento en la selva, se fueron a la droga los pájaros, los pescados, los otros animales. Y la gente que usaba el río para coger agua, para lavar la ropa y los trastos, ahora tienen que armar manifestaciones y protestas para poder tener un poco de agua. Ya ha habido presos y apaleados.

El Barsa metió gol. Mitad cantina se levantó, en cuenta Saturnino, para gritar “goooooool”, junto con el locutor. Daba tiempo de ir a la capital y regresar y todavía el locutor estaba gritando el gol. El teniente se quedó sentado, le importaba un carajo quién ganara o perdiera. Comenzaba a sentirse ebrio:

– Hacen bien en darle palo a esos abusivos. ¿No me digás que también son qeqchíes como vos?

– Sí, como aquí. Todo Izabal y las Verapaces son qeqchíes. Y lo único que hacen es defender lo que ha sido siempre suyo. Pero ya ve, aquí con la mina y allá con la hidroeléctrica, están acabando con el país. Y con la gente, también.

El policía bebió el último trago de aguardiente. El octavo se había vaciado. Le hizo una seña a la mesera, que quería decir “otro”. El licor lo puso reflexivo, mientras en la pantalla los muñequitos corrían detrás de la pelota.

– Pero lo más principal no me lo has dicho. ¿Qué tiene que ver el Real Madrid con la hidroeléctrica?

– Por eso me pasé al Barsa -respondió Saturnino-. Porque el dueño del Real es el mismo del de la hidroeléctrica.

En eso, el Barsa metió el segundo gol y la cantina se llenó de gritos y celebraciones.

(Por desgracia, también este relato se basa en hechos reales. En este caso, la construcción del sistema de hidroeléctricas “Renace”, en el Río Cahabón de Guatemala, por parte de un grupo de empresas nacionales y extranjeras.) Véase: https://www.alianzaporlasolidaridad.org/casos/renace-cobra-hidroelectrica-destruye-derechos-guatemala

Nota publicada originalmente en:

Dante Liano Blog

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