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El olvido que seremos: un libro que ayuda a engañar a la muerte

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Tiempo de lectura: 3 minutos

Por Héctor Silva

Leo mucho. Me lo enseño mi madre. Y mi oficio, el de periodista. Cuando uno es hijo de una obsesionada con los libros y además entiende que leer es la única forma de limar las afiladas esquinas de la ignorancia, puede llegar a convertirse, también, en un consumidor impulsivo de las letras, ejercicio un tanto plebeyo para los lectores menos desordenados. Aun así, leyendo sin orden, hay libros que me detienen. Que son como una bofetada. Han sido pocos y no se me aparecen demasiado seguidos. Pues justo acabo de terminar uno. Se llama El olvido que seremos y su autor es el escritor colombiano Héctor Abad Faciolince.

En estas páginas, Abad Faciolince reconstruye la muerte de su padre, el médico, escritor y activista Héctor Abad Gómez, asesinado en Medellín, el 25 de agosto de 2017. El asesinato del padre es el eje de la narración sobre el que circulan temas esenciales a la existencia de los individuos asediados por el dolor, las dudas, la rabia, el amor, la belleza, la maldad. Es este un libro íntimo, que aun contando la saga de la lucha social de un país entero, Colombia, lo que al final cuenta son los engranajes personalísimos que mueven las ruedas de esa historia nacional.

Abad Faciolince cuenta sin concesiones. Relata sin contemplaciones el dolor: “Una de las cosas más duras que tenemos que hacer cuando alguien se nos muere, o cuando nos lo matan, es vaciar y revisar sus cajones”.

La tristeza: “Cuando uno lleva por dentro una tristeza sin límites, morirse ya no es grave”.

La profunda devoción y el agradecimiento: “De mi papá aprendí algo que los asesinos no saben hacer: a poner en palabras la verdad, para que esta dure más que la mentira”. O: “El amor gratuito de un padre por su hijo, ese amor inmerecido que es el que nos ayuda, cuando hemos tenido la suerte de recibirlo, a soportar las peores cosas de la vida, y la vida misma”.

El desprecio a la ignorancia: “Los despiadados carecen de imaginación literaria -esa capacidad que nos dan las grandes novelas de meternos en la piel de otros”.

No es esta una novela en el sentido más tradicional, es un libro que camina entre la autobiografía, el ensayo y la crónica periodística. Todos esos géneros los lleva al papel Abad Faciolince con maestría y es la suya una escritura limpia, una prosa que en los pasajes más íntimos alcanza incluso alturas estilísticas que esconden acaso al poeta que, según él mismo confiesa, nunca quiso ser.

La crónica tristísima de la muerte de su hermana Marta es devastadora, pero es bella. Los apartados en que la prosa se convierte en ensayo de contenido social cuando relata las luchas de su padre en los tugurios de Medellín o en el campus de la Universidad de Antioquia, parten de una lucidez serena, la que se espera del observador, para aterrizar en postulados bien argumentados y provocadores.

Otra crónica, la del rezo en casa de un familiar, es otra pincelada maestra, como un cuento entre lo costumbrista y lo macabro que es también un retrato descarnado de ese catolicismo criollo que tan bien resume la figura del cardenal ultraconservador Alfonso López Trujillo, el prelado colombiano que cuenta en su nefasta hoja de vida haberse opuesto al proceso de canonización de San Óscar Arnulfo Romero, el obispo mártir de El Salvador.

Pero si este libro vale tanto es por su sinceridad, que es poética sí, pero también llana y descarnada. Así, yendo hasta lo más hondo de la tristeza que le sobrevive tres décadas después y volviendo a escarbar en las heridas para ser capaz de acariciarse las cicatrices, Abad Faciolince nos entrega no solo su recuerdo sino una lúcida reflexión sobre la muerte, la injusticia y sobre nuestra fragilidad, pero también sobre los asesinos latinoamericanos que, como cuando dispararon a Héctor Abad Gómez, decidieron matar la inteligencia.

No espere el lector respuestas detectivescas, resolución de crímenes o la búsqueda de venganza. Aquí solo existe el afán del hijo por rescatar a su bienamado padre del olvido. Es cierto que el libro es también un reclamo social y, en general, otro grito por la justicia de los muertos y desaparecidos de Colombia, pero es, antes que nada, un homenaje a la memoria del padre asesinado. Y es también una acción de gracias, porque es en esa memoria que el hijo encuentra cómo hacer frente al olvido.

“Uso su misma arma: las palabras. ¿Para qué? Para nada; o para lo más simple: para que se sepa. Para alargar su recuerdo un poco más, antes de que llegue el olvido definitivo”. Yo, en esas palabras, encontré de nuevo a mi padre, al que amé como Héctor Abad Faciolince al suyo, con la misma devoción y el mismo agradecimiento.

 

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