Search
Close this search box.

¿Representa el oenegismo a las luchas comunitarias?

COMPARTE

Créditos: Internet
Tiempo de lectura: 5 minutos

Por Leonel Juracán

¿La vida se ha encarecido y ser freelancer ya no es lo que era antes? ¿Se ha quedado sin terminar sus estudios universitarios, o aún graduado no ha podido ejercer por falta de «capital semilla»? ¿Le conmueve la miseria y la injusticia pero tampoco es ningún santo para quedarse a sufrir con los que sufren? Usted llena el perfil para volverse oenegista.

Para empezar, las Organizaciones No Gubernamentales sin Ánimo de Lucro no son lo que su nombre indica. Muchas funcionan con presupuesto estatal. Ni son órdenes de monjes mendicantes: las hay con presupuesto de millones.

Existen tres tipos: las que sirven de paliativo ante la inoperancia del Estado, las fachadas para el enriquecimiento ilícito de funcionarios descarados, y las que podríamos llamar «caballitos doble cara» en el tablero de las políticas macroeconómicas.

Por brindar tantas emociones como la delincuencia y mejores ganancias que la vida sedentaria del burócrata, los jóvenes oportunistas se acercan a esta carrera. Para ser admitidos son necesarias habilidades de vendedor ambulante, convicción de científico fracasado y discurso de revolucionario sin fusil.

Los novatos empiezan llenos de amor al prójimo, dispuestos a sufrir las inclemencias del tiempo y hacer largos recorridos por caminos pedregosos o enlodados a cambio de una remuneración que, con algo de suerte, supera el salario mínimo. Estas organizaciones tienen prohibido el pago de salarios, de modo que se efectúan bajo el título de «pago por servicios técnicos o profesionales»; por tanto, si el empleado llega a enfermar, sufrir un accidente, es atacado por sicarios estatales, o linchado por una población enardecida, la ONG no asume responsabilidades legales. 

El llamado «trabajo de campo», en jerga oenegista, comprende actividades diversas: dar talleres de piscicultura en regiones desérticas, o predicar los beneficios de la democracia en comunidades teocráticas del occidente. Al volver a la vida urbana, el empleado puede jactarse de conocer las condiciones miserables del país y «trabajar en serio» para mejorar la vida de sus pobladores. Bien utilizado, este discurso puede catapultar su carrera y pasar a ser una especie de «influencer» en diversos medios de comunicación.

El siguiente escalón es convertirse en «supervisor de proyectos», «asesor de impacto», o «encargado de comunicación interna», devengando lo mismo, a veces menos, pero con el beneficio de contar con «viáticos» adicionales. Es decir, que sobrevalorando gastos en comida y hospedajes, puede hacerse de un segundo salario. Aquí es donde el «trabajador honrado» puede sacar a relucir sus méritos académicos, y utilizando toda la información que haya recabado, redactar un «estudio comparado», que financiado y publicado por los mismos cooperantes, le valdrá el reconocimiento en medios especializados. Aunque el estudio se limite a describir problemas sin ofrecer soluciones.

Le sigue en rango el «coordinador». Ello implica disponer de recursos adicionales (vehículo, propio o prestado, por ejemplo), según las necesidades; se vuelve necesario asistir a reuniones en hoteles, edificios gubernamentales y centros de convenciones. Es quien funge como vendedor de ilusiones, y debe exponer, con mucho maquillaje, los resultados del proyecto, quien debe establecer lazos de amistad con representantes extranjeros: en suma, velar porque la gallinita no se halle desnutrida cuando el financiamiento del proyecto haya concluido.

A la par, aunque independiente de éste, se halla el «Consultor profesional» (merecedor hasta de la «C» mayúscula), quien sí cuenta con grado académico, y se encarga de escribir presupuestos metodológicos y teóricos para el trabajo que implica el proyecto. No es necesario que se involucre a fondo, su trabajo dura pocos meses, y luego puede retirarse a gozar del pago, o lanzarse en pos de otra ONG.

Por encima está el «director General», o en otros casos, presidente de la ONG. Su función principal es recibir los fondos de la cooperación o el rubro estatal, según sea el caso.

A su vez debe responder ante coordinadores regionales y ministerios por la correcta ejecución del presupuesto. A menudo opera desde las sobras.

¿Conflictos éticos? 

En teoría, no. Si el presupuesto se utiliza en beneficio de la población necesitada,  impulsando proyectos de desarrollo sostenible, y brindando a sus trabajadores buenas condiciones laborales, todo iría bien. La realidad es otra. Por ejemplo, muchos proyectos dicen brindar educación, pero, se limitan a desarrollar modestos cursos sobre temas que no constituyen ninguna fuente de ingresos o pueden ser fuente de más problemas que soluciones. 

Supongamos, que el «beneficiario» se capacita en Derecho Ambiental, ¿Acaso estarán las empresas que dañan el medio ambiente dispuestas a contratarlo como asesor? ¿No ocurrirá más fácilmente que su trabajo sufra una metamorfosis y, en vez de garantizar el respeto a la naturaleza, termine simulando estudios de impacto ambiental para agilizar los trámites entre los organismos estatales y las empresas extractivas? 

Así, llegamos al segundo tipo de oenegés: toda esta circulación de recursos económicos y materiales se convierte pronto en palanca política, y cuando el funcionario ve que puede hacerse de cobros extorsivos, peculado y tráfico de influencias, decide fundar su propia ONG. No hace falta mucho análisis para entender que los principales perjudicados serán precisamente quienes debieran ser beneficiados.

El «coordinador regional», gerente, o como quiera llamársele al jefe europeo, asiático o norteamericano, no es menos partícipe de la corrupción que el funcionario local. Muchas de estas agencias cumplen la función de abrir camino a empresas multinacionales, condicionan la entrega de «ayuda humanitaria» a cambio de acuerdos legislativos y proyectos a largo plazo. De ningún modo puede considerarse como «donaciones», porque de hecho, son una deuda que se pagará sí o sí, con el dinero de los pobres campesinos que se hayan habituado al uso de agroquímicos, comida chatarra u otra forma de “tecnología”, con la fuerza de trabajo de miles de emigrantes, o los minerales, bosques y tierras fértiles de nuestros países.

Causas de la persecución actual

Ahora bien, bajo este maremágnum de ambiciones políticas, revoluciones romantizadas y tráfico de influencias, ocurren dinámicas que no benefician ni al Gobierno ni a los cooperantes. Nunca falta el líder comunitario que, aprovechando inteligentemente los recursos, organice a sus vecinos para ofrecer una mayor resistencia a los planes extractivos y consiga una victoria momentánea y pírrica sobre alguna empresa multinacional en los juzgados; comerciantes locales que vendan a sobreprecio productos que estas organizaciones necesiten; o activistas extranjeros que renuncien a sus privilegios, y abrazados a la causa de los oprimidos, terminen contrayendo matrimonio con algún connacional, en cuyo caso dejan de ser embajadores de la buena fe y pasan a ser considerados como «terroristas internacionales».

Estas formas de convivencia lejos de trasponer realmente los mecanismos coloniales de dominación o deconstruir el sistema de valores que sustenta la desigualdad, los respaldan. Porque, si se afirma que las poblaciones vulnerables pasan por «necesidades materiales», debido a «falta de conocimientos y habilidades», ¿No se está repitiendo el discurso de los conquistadores, cuando afirmaban que «los salvajes no tenían alma»? Además, si ha quedado claro que, para muchos activistas, el trabajo no pasa de ser una forma de turismo, y la pobreza, es solo una imagen desagradable, fácil de olvidar tomando unas «merecidas» vacaciones al terminar su participación. 

Estamos entonces ante una imposición más de la dicotomía del pensamiento occidental, ya no como teoría, sino como práctica. Esa manera de ubicarse frente al mundo como una subjetividad individual, donde el «otro» siempre es visto como un contendiente por los recursos, y por lo tanto un enemigo. De esta manera el «entorno natural» deja de ser un espacio de supervivencia y constante lucha, terreno propicio para la solidaridad, convirtiéndose así en un simple paisaje que puede admirarse cómodamente, tal como un propietario aprecia una pintura. 

Por otro lado, el cuerpo del aborigen, su presencia física, sigue siendo visto como una «rareza». Prueba de ello es la corta duración de las relaciones de pareja establecidas entre indígenas y gringos al amparo de las oenegés. Situación repetida hasta el cansancio con las series de fotografías que más tarde son presentadas por las mismas agencias de cooperación en diversas exposiciones, festivales de cine y otros actos folklorizantes.

De ahí que no quepa esperarse ningún intento de justicia desde las oenegés. Ésta deviene en «transicional», puesto que, aterrados ante lo que sería la verdadera justicia para ese «otro», dígase la cancelación del Estado, la abolición de la iglesia, (por mencionar dos ejemplos) tratan de mediar entre ésta y la que el estado está dispuesto a admitir, mínimos resarcimientos para situaciones de dominación que tampoco están dispuestos a eliminar.

Un trabajo comunitario con responsabilidad ética no buscaría la validez académica, sino estaría dispuesto a hablar en la lengua del oprimido, buscaría otros mecanismos económicos frente a la falta de dinero; afianzaría formas de organización propias de cada comunidad mediante nuevas estrategias y tecnologías, asumiría la política desde la perspectiva del «pobre»; pero esperar esto, de las oenegés, ya es parte del juego.

COMPARTE

Noticias relacionadas